Zaqueo cuenta su historia a los niños

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(monólogo leído por una persona e interpretado por un mimo o payaso)

¿Qué me miran? ¿Tengo cara de payaso o qué? ¿O creen que soy un monito de circo? (entre enojado y ofendido)

¿Acaso nunca vieron a un petiso subido arriba de un árbol? (está subido en realidad en una escalera)

¿No? ¿Nunca pero nunca pero nunca? (asombro)

Bueno, pero al menos deben saber quién soy, ¿no? ¿No? ¡Pero cómo es posible! (más asombro)

¿Dónde están las maestras de escuela dominical? ¡Que levanten la mano! (busca con la mirada por el salón, como quien otea el horizonte) ¿A ver, alguna vez les contaron mi historia a los chicos? Si, ¿ven que si les contaron? (asiente con la cabeza) Hagan memoria, piensen, un petiso sobre un árbol. Aparte, miren mi cara apuesta, (elocuentes gestos de “agrandado”) este perfil de ángel, esta postura de galán de telenovela, esta pinta… Es imposible no recordarme. ¿Y…?

¡Qué terrible me siento! ¡Ya nadie se acuerda de mí! (llora)

(pastor invita a los chicos a que le digan que no llore y a pedirle que nos cuente quién es)

Bueno, si ustedes insisten. (sin mucho esfuerzo se seca las lágrimas)

Yo estoy sobre este árbol para recordar un día muy especial de mi vida.

Ese día yo estaba muy pero muy triste. ¿Ustedes alguna vez estuvieron tristes por algo, chicos? (mimo con cara de tristeza mira a los chicos, los chicos asienten. Puede bajar del árbol y ubicarse en diferentes lugares mientras hace sus mímicas de ahora en más)

Bueno, entonces saben lo feo que es estar triste. Yo estaba realmente muy triste…

Toda la gente en mi pueblo señalaba con el dedo… Todos decían cosas malas de mi, todos me juzgaban y me miraban de costado. Nadie me saludaba. (diversas expresiones de pena, angustia, dolor)

Y yo me sentía una porquería y me andaba escondiendo por los rincones. (se da vuelta y se agacha, como queriendo que no lo vean)  

¿Y todo por qué? Porque tenía un trabajo que algunos creían que era un trabajo feo, que me alejaba de Dios. Ja, ¡seguro! (como burlándose de aquellos que pensaban eso)

Yo solamente cobraba… Cobraba los impuestos para el gobierno de turno. (gesto de cobrar)

Pero, ese es un trabajo en el que uno aprende a conocer a las personas. Yo los conocía a todos (puede caminar entre la gente, mirando a diversas personas de la comunidad, deteniéndose de a ratos al lado de algunos). Los conocía muy bien. Sabía en qué andaban, cuánto ganaban, cómo trataban de engañarme para pagar menos. Jaja, ahora me da risa. (risa) No me odiaban porque era un trabajo feo sino porque conocía realmente el corazón de quienes más tenían.

Pero no importa, sea como sea, me hacían sentir mal. Y muchas veces, cuando llegaba a mi casa y se ponía oscuro yo lloraba en mi cama (se acurruca en algún rincón en el piso). Lloraba mucho porque no tenía amigos y nadie me quería. Estaba muy solo.

¿Ustedes saben lo que es no tener amigos? (se levanta y mira a los chicos, tratando que entiendan su situación)

Pero un día…, (cambia su rostro, se ilumina) alguien me contó la historia de alguien que era amigo de personas como yo. Me contaron la historia de un hombre que se llamaba Jesús y que iba de pueblo en pueblo enseñando que Dios era amigo de las personas como yo. (se mueve por el frente, sonriendo y haciendo gestos de entusiasmo)

Ese día yo corrí y corrí y corrí, pero no podía llegar a verlo. (da saltitos) Y si, soy petiso, ¿y qué? Pero, también soy inteligente. Asique, mientras todos los demás estiraban el cogote para ver a Jesús, ¿qué hizo el petiso Zaqueo?

Si, me subí a un árbol. (sube por un ratito a la escalera) Jaja, ¿quién era el tonto ahora, eh?

¿Y saben lo que pasó mientras estaba arriba del árbol? ¿Saben o no saben? Otra vez estas maestras de la escuela dominical, che. (mira a las maestras un ratito, como enojado)

Jesús me miró, lo miré, me volvió a mirar. Y de repente me habló: ¡Zaqueo, Zaqueo! (cara de fascinación, de alegría, como la de quien recuerda algo precioso) Y no solamente me habló. Me habló delante de todos. No se imaginan la cara de las personas que me odiaban y que no me saludaban. ¡Furiosas estaban! Y cuando terminaba de hablar me dijo que quería ir a casa a comer conmigo. ¡A mi casa! Bajé del árbol de un salto (baja)y si había corrido para verlo, más rápido corrí a casa para preparar todo. (corre de acá para allá). Limpié, barrí, ordené, puse las cosas en su lugar, cociné… Mi casa no estaba acostumbrada a recibir visitas, asique no sabía muy bien qué más hacer. Y esperé a Jesús, pensando que quizá los otros le habrían contado cosas feas de mí y que ya no querría venir. (cara de duda). Pero vino… (felicidad) y cenamos juntos.

Y desde ese día, mi vida nunca fue igual. Todas las cosas cambiaron para mí. Y el petiso triste que lloraba a las noches porque estaba solo, sin amigos, empezó a vivir de otra forma y ya nunca más fue el mismo. ¡Qué alegría poder recordar esto y poder contárselos! (alegría, felicidad, tal vez algunos movimientos que enfaticen eso)

¿Saben qué me gustaría ahora? (mira a los chicos con cara de interrogación) Me gustaría que se suban un ratito cada uno al árbol. ¿Se animan? Si no se animan solos, vengan con papá y mamá. (invita a los chicos a subir de a uno) Quiero que sientan lo lindo que es estar en este lugar… Y sobre todo, quiero que sientan la voz de Jesús, la misma que me llamó a mí, la misma que cambió mi vida. Y ustedes también van a ser los chicos más felices del mundo.

(comienza a sonar música, mientras los chicos suben, uno a uno y por un ratito al árbol de ficción)

FIN

 

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