Yo te llamo mujer
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Una propuesta de servicio a las iglesias, organismos e instituciones en América Latina
Ay Dios mío, Dios mío,
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
(Mario Benedetti)
Yo te llamo mujer
Porque fue tu veta creativa
la que pensó algo nuevo,
la que quiso compartir
su propia esencia divina
derrotando para siempre
soledades y aburrimiento.
Porque fue tu mano femenina
la que amasó, amorosa, el barro,
dándole forma a la vida.
Porque fue tu ternura de mujer
la que dio a luz
los primeros hijos de la tierra.
Porque tus ojos claros
no se escandalizaron de la desnudez
ni construyeron ninguna
moral hipócrita.
Porque tus pies livianos
caminaron el suelo nuestro,
acompañando la historia,
cuidando a quienes pariste
con dolor de madre.
Porque tus lágrimas puras
brotaron solas y a raudales
ante a cada injusticia,
cada golpe y cada violencia,
cada insulto y cada mentira,
cada herida absurda,
cada derecho negado,
cada mirada acusadora,
cada imposición soberbia…
Porque fueron tus brazos abiertos
los que abrazaron
a las caídas y los caídos,
a las personas empobrecidas y frágiles,
a las víctimas inocentes
del imperio de la fuerza,
construyendo un pueblo nuevo.
Porque tu corazón desgarrado
en un grito angustioso
no negó entregar lo más preciado
y lo más valioso, lo único e insustituible:
el fruto de su propia entraña,
para salvar lo que se estaba perdiendo.
Por eso, no tengo dudas, Dios,
yo también te llamo Mujer.
Ay Dios mío, Dios mío,
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
(Mario Benedetti)
Yo te llamo mujer
Porque fue tu veta creativa
la que pensó algo nuevo,
la que quiso compartir
su propia esencia divina
derrotando para siempre
soledades y aburrimiento.
Porque fue tu mano femenina
la que amasó, amorosa, el barro,
dándole forma a la vida.
Porque fue tu ternura de mujer
la que dio a luz
los primeros hijos de la tierra.
Porque tus ojos claros
no se escandalizaron de la desnudez
ni construyeron ninguna
moral hipócrita.
Porque tus pies livianos
caminaron el suelo nuestro,
acompañando la historia,
cuidando a quienes pariste
con dolor de madre.
Porque tus lágrimas puras
brotaron solas y a raudales
ante a cada injusticia,
cada golpe y cada violencia,
cada insulto y cada mentira,
cada herida absurda,
cada derecho negado,
cada mirada acusadora,
cada imposición soberbia…
Porque fueron tus brazos abiertos
los que abrazaron
a las caídas y los caídos,
a las personas empobrecidas y frágiles,
a las víctimas inocentes
del imperio de la fuerza,
construyendo un pueblo nuevo.
Porque tu corazón desgarrado
en un grito angustioso
no negó entregar lo más preciado
y lo más valioso, lo único e insustituible:
el fruto de su propia entraña,
para salvar lo que se estaba perdiendo.
Por eso, no tengo dudas, Dios,
yo también te llamo Mujer.