Yo he venido a cantar

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Cantemos,

tú que limpias mis pies de la fatiga,
abres las puertas de tu casa
y sirves para los míos leche y miel.

Tú que no me ves extranjero,
sino hermano que llega de lejos.

Cantemos,
tú y yo, callado amigo,
en la mañana del pan fragante
y generoso en la mesa de todos.

Cantemos,
que gracias a ti la tierra
se explaya en frutos abundantes.

Cantemos,

tú y yo, ahora hermanos,
juntos en el camino difícil del amor.

Cantemos,
en nombre de los campos,
de los astros y de las estrellas,
del mar inmenso de los sueños,
de los ríos que esplenden,
de los naranjos que florecen,
de mi madre que, rumorosa,
reparte a todos la alegría.


Cantemos,
que El dice al dolor: "Apártate".
Cantemos,
que El nos dice cada día:
"Levántate y anda".


Cantemos,
por cuanto fuimos y ahora somos,
porque desde ahora por siempre
y para siempre,
la Vida nace para todos.


Gloria, gloria a su abrazo que nos une.
Gloria al Señor que nos acoge en su pecho,
que sabe tu nombre y el mío y nos llama.
Gloria a quien en ti y en mí cada día resucita.
Gloria a quien nos entrega su gracia y su paz,
como precioso regalo de sus manos.
Gloria en las alturas de su generosidad,
gloria en la sencillez de sus palabras,
gloria a Dios en su inmensa misericordia.


Ven conmigo allí donde la vida nace,
ven a mi lado por el escarpado camino,
no te pierdas entre las sombras de la noche,

guiémonos por las estrellas cómplices
que titilan en lo inmenso y nos llaman.
Ven conmigo, que ahora está naciendo,
que su sola presencia nos convoca.
Ahí está en tanta esperanza cierta,
frágil en su sencillez, niño en sus ojos,

Dios mío, tuyo, nuestro por siempre.

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