Ustedes serán mi pueblo

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Leer Éxodo 19:1-6


A los argentinos, a la gran mayoría por lo menos, nos encanta tomar mate.
El tiempo del mate es el tiempo de la pausa, un tiempo para charlar, para pensar, para distenderse. Alrededor del mate surgen planes, proyectos alrededor del mate se sueña arreglamos el mundo con un mate en la mano. Con el mate en la mano los amigos se dicen las grandes verdades. Un mate viene bien para compartir las alegrías y para compartir las penas. En rueda de mate solucionamos todo.

Podemos decir que, en el texto de Exodo que recomendamos leer, Dios invita a su pueblo a tomar un mate a los pies del Sinaí, los invita a una pausa. Y durante esa pausa, El le recuerda las rotas cadenas, el paso de la esclavitud a la libertad al salir de Egipto, le recuerda cómo lo ha ido acompañando y guiando hasta allí y lo llama a tomar una decisión. "Mira, yo ya hice mi parte sacándote de Egipto. Ya viste lo que hice con los egipcios y cómo te traje hasta aquí, como si vinieras sobre las alas de un águila". "Ahora es tiempo que aprendas a volar por tu cuenta y de que elijas seguirme".

Dios le ofrece a los isrealitas la posibilidad de pasar de la muchedumbre al pueblo, les ofrece ser su pueblo preferido y hacer de ellos una nación santa y consagrada. Es decir, hacer de ellos, de cada uno de ellos, hasta hace poco esclavos con poca esperanza, anunciadores, testigos, sacerdotes de una nueva realidad. Dios les ofrece la posibilidad de ser un pueblo, una comunidad."Quiero que concientemente decidan ser parte de mi historia, parte de un pueblo vivo que viva para mis propósitos", dice Dios.
Los israelitas tienen la maravillosa oportunidad de dejar de ser una masa informe, una multitud de gente para convertirse en pueblo, en comunidad de Dios.

Es un cambio radical en su vida. En la masa todos son anónimos, en la multitud todos están escondidos de los demás. La muchedumbre no es solidaria. Es sólo una suma de individuos aislados, una suma de pequeños egos luchando por su propio lugar, por sus propios intereses, por sus propias cosas, por su propia supervivencia. En la masa nadie conoce a nadie y nadie se interesa por nadie.

Formar parte de un pueblo, por el contrario, implica conocerse, encontrarse, preocuparse por el otro, ser solidarios, hablar, escuchar, comunicarse, buscar juntos, crecer en armonía. En un pueblo hay comunión, en un pueblo hay compañerismo. Por eso ser pueblo es ser comunidad, es dejar el ego en la puerta para vivir el nosotros.

No, no es una decisión fácil la que se les plantea a los israelitas: ¡ser un pueblo, empezar a construir una comunidad y sentirse parte de ella! ¡Vaya desafío!

La única condición que Dios pone para dar ese paso, la condición que El pone para que los israelitas sean su pueblo es simplemente escuchar su voz.

Como en los tiempos antiguos Dios sigue estando junto a los suyos. "Dios está aquí", cantamos tantas veces, “tan cierto como el aire que respiro”. A los israelitas les decía: "ya vieron lo que hice con los egipcios". A nosotros nos dice: “¿te acordás de aquel problemón que te tenía por el suelo, de aquella prueba dolorosa, de esa decisión difícil de tomar? ¿Quién estuvo allí? ¿No viste cómo mi mano guiaba los acontecimientos?”

Y como a aquellos hombres y mujeres al pie del Sinaí, Dios quiere hacernos parte de su pueblo, para que escuchemos su voz y lo sigamos con convicción y entrega. También a nosotros se nos ofrece, en Cristo, ser parte de una comunidad que canta, que ríe, que celebra. Pero, por sobre todas las cosas, ser parte de una comunidad que escucha a Dios y que se consgra a El, dispuesta a vivir en el amor solidario, en el encuentro... Dios no nos quiere como una masa, aparentemente unida, pero en la que no hay comunión, en la que nadie se conoce, en la que nadie sabe nada del otro, en la que no hay abrazos y en la que no cabe tomarse un mate para contarse cosas.

¿Somos realmente un pueblo, una comunidad? ¿Qué te parece?

Te invito a que antes de responder mires al “pueblo” evangélico argentino. ¿Tenemos comunión unos con otros? ¿Nos preocupamos por los demás? ¿No es más bien que, como la masa, aparentamos tener un mismo sentir pero luego nos diluimos en nuestras propias individualidades? En los mega-eventos, ¿el objetivo es ayudar a crear una conciencia de comunidad en los términos de Dios?

Te invito a que mires tu propia iglesia. ¿Somos solidarios? ¿Cuándo fue la última vez que vos vistaste a alguien? ¿Fuiste a ver al enfermo, llamaste a la anciana sola, donaste sangre, trajiste un alimento para quien no tiene, te acercaste al ropero para ver si necesitaban tu ayuda? No pienses en lo que otro debería haber hecho, pensá en tu actitud hacia el prójimo.

Ojalá Dios nos ayude a sentirnos pueblo, escuchando su voz. No hay otra manera. El es el que conoce el camino y no algunos iluminados, por potentes y difundidas que sean sus voces. Y ojalá que, siendo pueblo en serio, solidario, generoso, de mano abierta y corazón dispuesto, nos animemos a compartir con otros la voz de Dios. Esa voz que nos conmueve, que a veces nos incomoda, que otras veces nos sacude, que muchas veces nos emociona hasta las lágrimas, esa voz que nos confirma el enorme amor de Dios, que nos dice que somos su pueblo preferido.

La voz de Dios no puede ni debe ser silenciada por el ruido de un mundo en crisis o por las voces de falsos profetas. El evangelio debe seguir anunciándose en los confines de la esperanza, en los límites de la frustración, en las fronteras del sufrimiento, en los lugares a los que nadie desea ir. Esa es nuestra misión como pueblo.

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