Una boda fundamentada con amor verdadero ¿o pirata?
0
0
Casi siempre, cuando una pareja decide ir al altar y celebrar una ceremonia matrimonial es porque van a dar fe de su amor y deseo de formar un hogar. Ambos, creyendo en lo genuino y veráz de su sentimiento, se han prometido amar hasta la muerte. El matrimonio es un acto que sencillamente, viene a ser el cumplimiento fiel de obediencia a Dios, pues Él desde un principio instituyó el matrimonio, cuando formó a Adán y Eva y estableció la primera regla de comportamiento de dos personas que se aman y desean formar un hogar. Esa regla no es otra que la que protege la felicidad conyugal al crear una singularidad de convivencia separada de los padres, pues dice en Genesis 2:4
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”
Notemos que a estas alturas de la creación solo existía Adán y Eva, no había padres, ni suegros. Dios sabía que dentro de poco su creación se reproduciría y justamente previendo evitar que Adán, Eva y el resto de los padres que les sucederían se encariñaran con sus hijos y se adueñaran de ellos, impidiéndole desarrollarse, les aclaró que en un momento cualquiera de su vida, ellos se enamorarían y se casarían y justamente allí, mamá y papá sobraban. Solo basta un hombre y una mujer que desean unirse en matrimonio para formar un hogar y establecer una nueva familia.
Sin embargo desear formar un hogar aparte no es la caución para tener un matrimonio feliz. De hecho es, sencillamente, una regla que asegura la permanencia y manifestación sin inhibiciones del amor y del deseo que se deben profesar ambos cónyuge, siendo el primero el real garante de un hogar estable donde la vida de los que forman parte de ese hogar está llena de miles de momentos agradables, que sumando “el todo” restan lo desagradable y hacen de lo habitual, la felicidad.
Es el amor lo máximo y nada tiene validez fuera del amor, pues es precisamente Dios la esencia de tan sublime y extraordinario sentimiento,
“pues el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es AMOR”
Pero ¿Qué es el amor? ¿Qué garantía le daría el amor a una pareja?
Para describir y dilucidar la importancia de del amor es fundamental basarnos en
1 Corintios 13 el cual dice:
"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.”
Puede ser que yo por ganarme la voluntad y los vítores de la gente haga grandes proezas e incluso con una mente paranoica y con complejo de mártir, puedo, aún más, hasta sacrificar mi vida para que digan cuánto amaba la causa y me pongan honores post-mortem. Pero si en verdad todo lo hago sin amor, es una pérdida de tiempo. Si en el matrimonio, como cónyuge hago mis deberes, trabajo por mantener las apariencias, me aseguro de ser una buena actriz y mantengo el reflejo de un hogar feliz, de nada me sirve. ¿Qué importancia tiene la apariencia si en el fondo soy y hago de mi cónyuge una persona amargada, sufrida y hasta hastiada de la vida? ¡Nada!
Lo único que garantiza la felicidad verdadera es el amor y nada más, pues
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser...”
Creo que este texto de 1 Corintios 13, encierra la esencia de todo lo que he hablado. El amor en si nos hace sufrir, pues amando al otro, nos duele lo que le pasa. Sufrimos cuando tememos por su seguridad. Sufrimos cuando está ausente. Sufrimos cuando estamos impotentes y no lo podemos ayudar. Sufrimos cuando está enfermo, cuando tememos que lo podemos perder y cuando creemos que puede morir. Cuando amamos verdaderamente es inconcebible desearle mal a ese ser que tanto queremos. Solo luchamos porque le vaya bien, solo le hacemos bien, pues así nos sentimos tranquilos y felices. Cuando hay amor no hay lugar para el orgullo y la arrogancia, pues siempre predomina la sencillez, no hay malicia y el corazón se refleja con la espontaneidad y veracidad de un niño que aprende a hablar.
El amor aplaca la ira y evita decir palabras hirientes al ser amado. El amor nos hace bondadosos y desprendidos, nos hace precavidos y cuidadosos de no hacerle ningún daño a quién le hemos entregado nuestro amor. El amor estimula el desarrollo integral de la persona amada y se enorgullece de los logros alcanzados por ésta. Solo el amor habla con la verdad y cree sin dudar en el ser amado. Solo alguien que ame de veras es capaz de soportar lo peor y hasta se atreve a dejarse sacrificar con tal de salvar a quien tanto quiere, “porque el amor nunca deja de ser...”
Un par novios que se une por pura pasión, sin sentir verdaderamente el amor, es como comprar un electrodoméstico, sin garantía, después que se lo compra es su responsabilidad. Puede ser que funcione o puede que no, y en el mejor de los casos es posible que sirva por un tiempo, pero cuando se apaga, se apaga y no hay rabieta que valga, el artículo era pirata.
Si una pareja novios o esposos están tan seguros de tener amor el uno por el otro, ambos deben cuadrar el paradigma del amor verdadero descrito en 1 Corintios 13. Velarán por el bienestar y felicidad de su cónyuge y mutuamente lucharán por asegurarse de que ese sentimiento crezca cada vez más y para ello es fundamental que recurran, constantemente, a la esencia misma del amor, Dios. Solo él les puede garantizar el crecimiento y solidificación de ese sentimiento verdadero en sus vidas.
Solo Dios, que es amor y que los une por amor, puede asegurarles que ese amor que se profesan, sea el que reine para siempre en su hogar. Fuera de Él nada se puede hacer.
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”
Notemos que a estas alturas de la creación solo existía Adán y Eva, no había padres, ni suegros. Dios sabía que dentro de poco su creación se reproduciría y justamente previendo evitar que Adán, Eva y el resto de los padres que les sucederían se encariñaran con sus hijos y se adueñaran de ellos, impidiéndole desarrollarse, les aclaró que en un momento cualquiera de su vida, ellos se enamorarían y se casarían y justamente allí, mamá y papá sobraban. Solo basta un hombre y una mujer que desean unirse en matrimonio para formar un hogar y establecer una nueva familia.
Sin embargo desear formar un hogar aparte no es la caución para tener un matrimonio feliz. De hecho es, sencillamente, una regla que asegura la permanencia y manifestación sin inhibiciones del amor y del deseo que se deben profesar ambos cónyuge, siendo el primero el real garante de un hogar estable donde la vida de los que forman parte de ese hogar está llena de miles de momentos agradables, que sumando “el todo” restan lo desagradable y hacen de lo habitual, la felicidad.
Es el amor lo máximo y nada tiene validez fuera del amor, pues es precisamente Dios la esencia de tan sublime y extraordinario sentimiento,
“pues el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es AMOR”
Pero ¿Qué es el amor? ¿Qué garantía le daría el amor a una pareja?
Para describir y dilucidar la importancia de del amor es fundamental basarnos en
1 Corintios 13 el cual dice:
"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.”
Puede ser que yo por ganarme la voluntad y los vítores de la gente haga grandes proezas e incluso con una mente paranoica y con complejo de mártir, puedo, aún más, hasta sacrificar mi vida para que digan cuánto amaba la causa y me pongan honores post-mortem. Pero si en verdad todo lo hago sin amor, es una pérdida de tiempo. Si en el matrimonio, como cónyuge hago mis deberes, trabajo por mantener las apariencias, me aseguro de ser una buena actriz y mantengo el reflejo de un hogar feliz, de nada me sirve. ¿Qué importancia tiene la apariencia si en el fondo soy y hago de mi cónyuge una persona amargada, sufrida y hasta hastiada de la vida? ¡Nada!
Lo único que garantiza la felicidad verdadera es el amor y nada más, pues
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser...”
Creo que este texto de 1 Corintios 13, encierra la esencia de todo lo que he hablado. El amor en si nos hace sufrir, pues amando al otro, nos duele lo que le pasa. Sufrimos cuando tememos por su seguridad. Sufrimos cuando está ausente. Sufrimos cuando estamos impotentes y no lo podemos ayudar. Sufrimos cuando está enfermo, cuando tememos que lo podemos perder y cuando creemos que puede morir. Cuando amamos verdaderamente es inconcebible desearle mal a ese ser que tanto queremos. Solo luchamos porque le vaya bien, solo le hacemos bien, pues así nos sentimos tranquilos y felices. Cuando hay amor no hay lugar para el orgullo y la arrogancia, pues siempre predomina la sencillez, no hay malicia y el corazón se refleja con la espontaneidad y veracidad de un niño que aprende a hablar.
El amor aplaca la ira y evita decir palabras hirientes al ser amado. El amor nos hace bondadosos y desprendidos, nos hace precavidos y cuidadosos de no hacerle ningún daño a quién le hemos entregado nuestro amor. El amor estimula el desarrollo integral de la persona amada y se enorgullece de los logros alcanzados por ésta. Solo el amor habla con la verdad y cree sin dudar en el ser amado. Solo alguien que ame de veras es capaz de soportar lo peor y hasta se atreve a dejarse sacrificar con tal de salvar a quien tanto quiere, “porque el amor nunca deja de ser...”
Un par novios que se une por pura pasión, sin sentir verdaderamente el amor, es como comprar un electrodoméstico, sin garantía, después que se lo compra es su responsabilidad. Puede ser que funcione o puede que no, y en el mejor de los casos es posible que sirva por un tiempo, pero cuando se apaga, se apaga y no hay rabieta que valga, el artículo era pirata.
Si una pareja novios o esposos están tan seguros de tener amor el uno por el otro, ambos deben cuadrar el paradigma del amor verdadero descrito en 1 Corintios 13. Velarán por el bienestar y felicidad de su cónyuge y mutuamente lucharán por asegurarse de que ese sentimiento crezca cada vez más y para ello es fundamental que recurran, constantemente, a la esencia misma del amor, Dios. Solo él les puede garantizar el crecimiento y solidificación de ese sentimiento verdadero en sus vidas.
Solo Dios, que es amor y que los une por amor, puede asegurarles que ese amor que se profesan, sea el que reine para siempre en su hogar. Fuera de Él nada se puede hacer.