Transfiguración
0
0
Queridas hermanas, queridos hermanos,
el domingo que viene empieza el tiempo de Cuaresma, 6 semanas en las que la iglesia cristiana recuerda y reflexiona sobre el camino de Jesús hacia su cruz y su resurrección.
El miércoles es Miércoles de Cenizas y se termina, por lo menos en teoría, el tiempo de carnaval y empieza el tiempo de recordación de la pasión de Jesús. Digo en teoría, porque lastimosamente en la práctica se ha perdido esa valoración de las 6 semanas antes de Pascuas como tiempo de preparación espiritual. Tiene sentido de que el orden litúrgico de los textos haya propuesto precisamente este texto para el culto de hoy. Podríamos decir que antes de la recta final que lleva a Jesús a un juicio injusto y donde va a ser ajusticiado como un simple delincuente en la cruz, hay un relato de un retiro espiritual en la cima de una montaña, una experiencia de íntima comunión con Dios. Nuestras Biblias le dan el título de “La transfiguración” de Jesús.
Lectura del texto: Marcos 9:2-9
Esto es algo tan extraordinario que le sucedió a Jesús y que no es posible repetir así en la vida de los cristianos. Para entender mejor este suceso, me tomé la libertad de imaginarme una reunión, un estudio bíblico de unos 6 discípulos poco tiempo después de que todo ya había pasado.
Jesús ya se había ido junto al Padre y sus seguidores meditaban sobre todo lo que habían vivido y qué significaba todo eso.
Así que imaginémonos una habitación con 6 personas, Pedro y Juan están presentes, uno tiene un rollo en la mano, un libro del profeta Isaías por ejemplo. Me imagino esta escena:
Uno: Tres años estuvimos con el Maestro, esos tres años me parecen treinta por todo lo que pasó.
Otro: Me acuerdo cómo todo empezó cuando nos llamó: “Sígueme”. Y yo dejé mi barquito, mis redes y me fui con él, así no más. Lo vi como el hijo del carpintero, el maestro, el amigo, el predicador itinerante, el médico, el que discutía con los teólogos, el que amonestaba, el consolador...
Otro: Hoy todo me parece tan claro, tan lógico. Todo tenía que pasar como pasó. Aquí en este libro ya lo decía el profeta mucho tiempo antes: “Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros. Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca lo llevaron como cordero al matadero y él se quedó callado, sin abrir la boca...” (Isaías 53:6-7) Aquí está. Por qué tuvo que morir así...
Otro: Y también ya estaba escrito que iba a resucitar. “Y puesto que él se entregó... tendrá larga vida... después de tanta aflicción verá la luz...” (Isaías 53:10-11) ¿Se acuerdan cuando nos habló sobre lo que le iba a pasar? ¡Y nosotros no entendíamos nada! Eso es lo que más me consterna: ¡Todo ese tiempo no entendíamos nada!
Otro: Yo siempre pensé que era un hombre muy especial, extraordinario, pero me doy cuenta que no entendía nada. ¿Cómo puede ser?
Otro: Lo que pasa es, que lo que veíamos es a un ser humano extraordinario. Decíamos que era Hijo de Dios, pero en realidad pensábamos de que era un ser humano con capacidades especiales que Dios le dio. Ahora sé que era mucho más que eso. Era Dios mismo entre nosotros y no nos dimos cuenta. Me parece que estábamos ciegos. Claro, tal vez sea un atenuante: Nunca vimos nada divino en él, algo más allá de lo humano...
Pedro: Yo sí he visto, estuve cuando pasó algo. El Maestro nos llevó a un cerro muy alto, a mí, a Santiago y a Juan. Se acuerdan cómo muchas veces necesitaba estar solo y orar. Siempre lo hacía, tomaba distancia del bullicio y oraba. Así recibía fuerzas para seguir. Bueno, nosotros pensamos que lo íbamos a acompañar un trecho y que él quería estar solo. Pero esa vez fue diferente: de repente sus vestidos se volvieron brillantes, resplandecientes. Primero pensamos que era el sol que estaba saliendo y que nos encandilaba. El aspecto de su cara también cambió y luego estaban allí dos varones también son las ropas brillantes. Eran Moisés y Elías y entre los tres hablaban un largo rato.
Otro: ¿Y ustedes? ¿qué pasó?
Otro: ¡Nosotros nos llevamos tal susto! Pero también estábamos tan felices como nunca. Nos olvidamos de todo, sólo existía ese momento. Era maravilloso: Sentir que ya no necesitás de nada, que estás bien, tenés la sensación de entenderlo todo, en fin, de estar en el cielo... Lo único que queríamos era que eso no se terminara jamás. Era perfecto. Lo mejor que nos pudo pasar en la vida. Por eso Pedro propuso que nos quedáramos siempre allí, en la cima de la montaña, que hiciéramos tres chozas, una para el Maestro, una para nosotros y otra para Moisés y Elías.
Juan: Pero el Maestro no lo permitió, ni siquiera registró nuestro deseo... Teníamos que volver al valle...
Otro: Pero: ¿por qué nunca nos dijeron nada de eso? Eso estuvo muy mal. A lo mejor habríamos entendido mejor lo que estaba sucediendo en realidad... ¿Por qué nunca hablaron de esto? ¿Por qué ese silencio??
Pedro: Es que el Maestro nos ordenó que no dijéramos nada.
Otro: ¿Por qué habrá ordenado eso? Si fue bonito, si fue extraordinario, nada de lo que uno pudiera avergonzarse. Muy por el contrario.
Otro: Vos ya sabés como es él. Es reacio a todo sensacionalismo. No quería hacerse pasar por un curandero o milagrero. No quería que la gente y nosotros mismos creyéramos en él por las cosas extraordinarias que hacía. Se acuerdan cómo se retiró cuando lo quisieron hacer Rey del Pan... Se fue.
Pedro: Hay algo más que no les contamos. Cuando estábamos allí en el cerro, de repente hubo una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. En aquel momento no me pareció tan importante porque estaba deslumbrado, pero ahora que Jesús no está visiblemente entre nosotros, entiendo: La fe pasa por escuchar su palabra, no por ver, o tocar, o incluso sentir.
A veces uno puede tener –y gracias a Dios a veces pasa- momentos de pura felicidad. Pero no es un estado, es siempre un momento. Te sentís totalmente contenido por Dios, sentís que está presente, cerquita. Pero cuando no sentís nada, es el momento de confiar en su promesa, escuchar su palabra y caminar confiando que él está allí. Con perseverancia y fidelidad.
Otro: Lo que me pregunto es, si esta historia fue importante para Jesús o si es importante para nosotros.
Pedro: Fue importante para Jesús. Después se fue a Jerusalén y a la cruz. Este momento en el cerro era como un último respiro, una última afirmación de ser el Hijo del Padre celestial. Un último momento donde él vivió algo del mundo de donde venía y lo que dejó para ponerse en nuestro lugar, nuestros zapatos. Nosotros no podemos repetir en nuestras vidas ese episodio. Nosotros no vivimos “transfiguración”, eso en todo caso es algo que tenemos por delante. Estamos aún en camino. Hay momentos de reposo, pero es para seguir caminando con nuevas fuerzas. Y ¿saben qué? siempre que hablan de “resurrección” me viene a la mente esta imagen de Jesús en la cima del cerro... Así me imagino será la resurrección.
A nosotros nos corresponde: “Escúchenlo”. Oren, mediten, estudien la Palabra, compartan con otros lo que aprendieron. En fin, me parece que nuestro camino es más el del valle. De vez en cuando subir la montaña... Y regresar... Y creer, amar, actuar y orar aquí en este valle que muchas veces es un valle de lágrimas.
¿Qué es más difícil: subir o bajar una montaña?
Los que aman las caminatas en las sierras, o los alpinistas saben que es más difícil bajar. Exige mucho más condición física y es más peligroso también.
También a Pedro, Santiago y Juan les fue difícil bajar de nuevo al valle. ¿Y nosotros?
Hoy en día valen mucho los eventos con fuertes emociones, con altas revoluciones. Todo se mide si es interesante y recopado. Lo peor es estar aburrido. Siempre tiene que pasar algo extraordinario. A veces se da: un culto nos conmueve, ya sea que resuene en nuestro interior de forma muy especial alguna de nuestras canciones, o sea que nos llega algo del mensaje. La Santa Cena. O el descanso en las vacaciones, o un retiro espiritual, un campamento...
No, no es posible retener ese momento. Hay que bajar al valle, meterse nuevamente en la rutina diaria, en la simple normalidad, en una vida a veces tan aburrida, en los momentos de duda y de lucha y de carga, a veces de sobrecarga. Meterse nuevamente en la simple vida cristiana y en la simple fe.
Jesús no solamente se llevó a estos 3 discípulos a la cima, sino que los llevó nuevamente de regreso. Allí abajo, en el valle, era su lugar y allí estaba su tarea. Este acontecimiento en la cima no les concedió ningún privilegio sobre los demás, no les daba una fe de mejor calidad. No se diferenciaban de los demás. No pertenecían ahora a un grupo exclusivo. Del monte de la transfiguración al valle sobrio de todos los días, de regreso hacia los seres humanos, los enfermos, los hambrientos... De regreso también al lugar de los conflictos, de regreso al mundo de Saddam Hussein y George Bush, de regreso a el mundo de la estupidez y soberbia humanas, de regreso al valle.
Trato de entender: Llevamos la imagen del “monte de la transfiguración” en nuestros corazones, y las manos y los corazones activos en el valle. “Mira a las estrellas y presta atención en tu camino”.
Estas son las palabras finales de un discurso de Martín Luther King, luchador por los derechos humanos de las personas de color en EEUU, el 3 de abril de 1968. Fue su último discurso porque al día siguiente lo mataron:
“No sé qué podrá suceder. Nos esperan días difíciles. Pero no tiene importancia. Porque he estado en la cima de la montaña. No me preocupo. Por supuesto quisiera vivir mucho tiempo más. Llegar a viejo. Pero eso no me preocupa en este momento. Sólo quisiera hacer la voluntad de Dios. Él me permitió subir la montaña. Por eso soy feliz esta noche. Por eso no tengo miedo. Mis ojos han visto la gloria del Señor que va a venir”.
el domingo que viene empieza el tiempo de Cuaresma, 6 semanas en las que la iglesia cristiana recuerda y reflexiona sobre el camino de Jesús hacia su cruz y su resurrección.
El miércoles es Miércoles de Cenizas y se termina, por lo menos en teoría, el tiempo de carnaval y empieza el tiempo de recordación de la pasión de Jesús. Digo en teoría, porque lastimosamente en la práctica se ha perdido esa valoración de las 6 semanas antes de Pascuas como tiempo de preparación espiritual. Tiene sentido de que el orden litúrgico de los textos haya propuesto precisamente este texto para el culto de hoy. Podríamos decir que antes de la recta final que lleva a Jesús a un juicio injusto y donde va a ser ajusticiado como un simple delincuente en la cruz, hay un relato de un retiro espiritual en la cima de una montaña, una experiencia de íntima comunión con Dios. Nuestras Biblias le dan el título de “La transfiguración” de Jesús.
Lectura del texto: Marcos 9:2-9
Esto es algo tan extraordinario que le sucedió a Jesús y que no es posible repetir así en la vida de los cristianos. Para entender mejor este suceso, me tomé la libertad de imaginarme una reunión, un estudio bíblico de unos 6 discípulos poco tiempo después de que todo ya había pasado.
Jesús ya se había ido junto al Padre y sus seguidores meditaban sobre todo lo que habían vivido y qué significaba todo eso.
Así que imaginémonos una habitación con 6 personas, Pedro y Juan están presentes, uno tiene un rollo en la mano, un libro del profeta Isaías por ejemplo. Me imagino esta escena:
Uno: Tres años estuvimos con el Maestro, esos tres años me parecen treinta por todo lo que pasó.
Otro: Me acuerdo cómo todo empezó cuando nos llamó: “Sígueme”. Y yo dejé mi barquito, mis redes y me fui con él, así no más. Lo vi como el hijo del carpintero, el maestro, el amigo, el predicador itinerante, el médico, el que discutía con los teólogos, el que amonestaba, el consolador...
Otro: Hoy todo me parece tan claro, tan lógico. Todo tenía que pasar como pasó. Aquí en este libro ya lo decía el profeta mucho tiempo antes: “Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros. Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca lo llevaron como cordero al matadero y él se quedó callado, sin abrir la boca...” (Isaías 53:6-7) Aquí está. Por qué tuvo que morir así...
Otro: Y también ya estaba escrito que iba a resucitar. “Y puesto que él se entregó... tendrá larga vida... después de tanta aflicción verá la luz...” (Isaías 53:10-11) ¿Se acuerdan cuando nos habló sobre lo que le iba a pasar? ¡Y nosotros no entendíamos nada! Eso es lo que más me consterna: ¡Todo ese tiempo no entendíamos nada!
Otro: Yo siempre pensé que era un hombre muy especial, extraordinario, pero me doy cuenta que no entendía nada. ¿Cómo puede ser?
Otro: Lo que pasa es, que lo que veíamos es a un ser humano extraordinario. Decíamos que era Hijo de Dios, pero en realidad pensábamos de que era un ser humano con capacidades especiales que Dios le dio. Ahora sé que era mucho más que eso. Era Dios mismo entre nosotros y no nos dimos cuenta. Me parece que estábamos ciegos. Claro, tal vez sea un atenuante: Nunca vimos nada divino en él, algo más allá de lo humano...
Pedro: Yo sí he visto, estuve cuando pasó algo. El Maestro nos llevó a un cerro muy alto, a mí, a Santiago y a Juan. Se acuerdan cómo muchas veces necesitaba estar solo y orar. Siempre lo hacía, tomaba distancia del bullicio y oraba. Así recibía fuerzas para seguir. Bueno, nosotros pensamos que lo íbamos a acompañar un trecho y que él quería estar solo. Pero esa vez fue diferente: de repente sus vestidos se volvieron brillantes, resplandecientes. Primero pensamos que era el sol que estaba saliendo y que nos encandilaba. El aspecto de su cara también cambió y luego estaban allí dos varones también son las ropas brillantes. Eran Moisés y Elías y entre los tres hablaban un largo rato.
Otro: ¿Y ustedes? ¿qué pasó?
Otro: ¡Nosotros nos llevamos tal susto! Pero también estábamos tan felices como nunca. Nos olvidamos de todo, sólo existía ese momento. Era maravilloso: Sentir que ya no necesitás de nada, que estás bien, tenés la sensación de entenderlo todo, en fin, de estar en el cielo... Lo único que queríamos era que eso no se terminara jamás. Era perfecto. Lo mejor que nos pudo pasar en la vida. Por eso Pedro propuso que nos quedáramos siempre allí, en la cima de la montaña, que hiciéramos tres chozas, una para el Maestro, una para nosotros y otra para Moisés y Elías.
Juan: Pero el Maestro no lo permitió, ni siquiera registró nuestro deseo... Teníamos que volver al valle...
Otro: Pero: ¿por qué nunca nos dijeron nada de eso? Eso estuvo muy mal. A lo mejor habríamos entendido mejor lo que estaba sucediendo en realidad... ¿Por qué nunca hablaron de esto? ¿Por qué ese silencio??
Pedro: Es que el Maestro nos ordenó que no dijéramos nada.
Otro: ¿Por qué habrá ordenado eso? Si fue bonito, si fue extraordinario, nada de lo que uno pudiera avergonzarse. Muy por el contrario.
Otro: Vos ya sabés como es él. Es reacio a todo sensacionalismo. No quería hacerse pasar por un curandero o milagrero. No quería que la gente y nosotros mismos creyéramos en él por las cosas extraordinarias que hacía. Se acuerdan cómo se retiró cuando lo quisieron hacer Rey del Pan... Se fue.
Pedro: Hay algo más que no les contamos. Cuando estábamos allí en el cerro, de repente hubo una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. En aquel momento no me pareció tan importante porque estaba deslumbrado, pero ahora que Jesús no está visiblemente entre nosotros, entiendo: La fe pasa por escuchar su palabra, no por ver, o tocar, o incluso sentir.
A veces uno puede tener –y gracias a Dios a veces pasa- momentos de pura felicidad. Pero no es un estado, es siempre un momento. Te sentís totalmente contenido por Dios, sentís que está presente, cerquita. Pero cuando no sentís nada, es el momento de confiar en su promesa, escuchar su palabra y caminar confiando que él está allí. Con perseverancia y fidelidad.
Otro: Lo que me pregunto es, si esta historia fue importante para Jesús o si es importante para nosotros.
Pedro: Fue importante para Jesús. Después se fue a Jerusalén y a la cruz. Este momento en el cerro era como un último respiro, una última afirmación de ser el Hijo del Padre celestial. Un último momento donde él vivió algo del mundo de donde venía y lo que dejó para ponerse en nuestro lugar, nuestros zapatos. Nosotros no podemos repetir en nuestras vidas ese episodio. Nosotros no vivimos “transfiguración”, eso en todo caso es algo que tenemos por delante. Estamos aún en camino. Hay momentos de reposo, pero es para seguir caminando con nuevas fuerzas. Y ¿saben qué? siempre que hablan de “resurrección” me viene a la mente esta imagen de Jesús en la cima del cerro... Así me imagino será la resurrección.
A nosotros nos corresponde: “Escúchenlo”. Oren, mediten, estudien la Palabra, compartan con otros lo que aprendieron. En fin, me parece que nuestro camino es más el del valle. De vez en cuando subir la montaña... Y regresar... Y creer, amar, actuar y orar aquí en este valle que muchas veces es un valle de lágrimas.
¿Qué es más difícil: subir o bajar una montaña?
Los que aman las caminatas en las sierras, o los alpinistas saben que es más difícil bajar. Exige mucho más condición física y es más peligroso también.
También a Pedro, Santiago y Juan les fue difícil bajar de nuevo al valle. ¿Y nosotros?
Hoy en día valen mucho los eventos con fuertes emociones, con altas revoluciones. Todo se mide si es interesante y recopado. Lo peor es estar aburrido. Siempre tiene que pasar algo extraordinario. A veces se da: un culto nos conmueve, ya sea que resuene en nuestro interior de forma muy especial alguna de nuestras canciones, o sea que nos llega algo del mensaje. La Santa Cena. O el descanso en las vacaciones, o un retiro espiritual, un campamento...
No, no es posible retener ese momento. Hay que bajar al valle, meterse nuevamente en la rutina diaria, en la simple normalidad, en una vida a veces tan aburrida, en los momentos de duda y de lucha y de carga, a veces de sobrecarga. Meterse nuevamente en la simple vida cristiana y en la simple fe.
Jesús no solamente se llevó a estos 3 discípulos a la cima, sino que los llevó nuevamente de regreso. Allí abajo, en el valle, era su lugar y allí estaba su tarea. Este acontecimiento en la cima no les concedió ningún privilegio sobre los demás, no les daba una fe de mejor calidad. No se diferenciaban de los demás. No pertenecían ahora a un grupo exclusivo. Del monte de la transfiguración al valle sobrio de todos los días, de regreso hacia los seres humanos, los enfermos, los hambrientos... De regreso también al lugar de los conflictos, de regreso al mundo de Saddam Hussein y George Bush, de regreso a el mundo de la estupidez y soberbia humanas, de regreso al valle.
Trato de entender: Llevamos la imagen del “monte de la transfiguración” en nuestros corazones, y las manos y los corazones activos en el valle. “Mira a las estrellas y presta atención en tu camino”.
Estas son las palabras finales de un discurso de Martín Luther King, luchador por los derechos humanos de las personas de color en EEUU, el 3 de abril de 1968. Fue su último discurso porque al día siguiente lo mataron:
“No sé qué podrá suceder. Nos esperan días difíciles. Pero no tiene importancia. Porque he estado en la cima de la montaña. No me preocupo. Por supuesto quisiera vivir mucho tiempo más. Llegar a viejo. Pero eso no me preocupa en este momento. Sólo quisiera hacer la voluntad de Dios. Él me permitió subir la montaña. Por eso soy feliz esta noche. Por eso no tengo miedo. Mis ojos han visto la gloria del Señor que va a venir”.