Testimonio: Recuerdo de Navidad

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Mi recuerdo pasa por un momento en privado con mi hijo de solo tres años de vida mientras esperábamos acostados en una reposera, que el abuelo concluyera con el tan argentino asado familiar en la cena de
nochebuena.
En eso estábamos, mirando en silencio la oscuridad del cielo. La fortaleza y la seguridad del padre joven que siente en su corazón que sería capaz de hacer cualquier cosa por su niño.
Y ese niño que recién empieza a dialogar con pensamientos propios, que ve en su joven papá el lugar más seguro que podría ocupar en ese momento. Los dos mirando la inmensidad del universo y el lejano titilar de las estrellas.

De repente, este niño sorprende a su padre diciendo:

- ¿Papá, me bajás una estrellita del cielo?

Y ese joven, otrora seguro e impetuoso, se convierte en el ser más inútil del ambiente
que ocupa. ¿Por qué no se lo pidió al Abuelo?
Como buen argentino improvisó una respuesta diciendo:

- Ignacio no puedo! Que más quisiera que darte todo en la vida pero hoy no puedo pues las estrellas están tan altas en el cielo que no las alcanzo con el brazo.

Y ese pequeño insistió:

- ¿Y si subís por una escalerita?

Después de muchos años comprendí que el regalo más hermoso que un Padre puede dar a su Hijo es acercarle la salvación por el
sacrificio de Jesús, su testimonio y Evangelio. Y es algo tan difícil como bajar una estrella del cielo.
La salvación es una cuestión personal de cada hombre y será su decisión más importante en la vida.

Querido Hijo: Hoy que sos un hombre, si aceptás al Señor Jesús tendrás por siempre tu lugar en el cielo. Y será mi recuerdo
más hermoso.

Tomado con permiso del boletín Uniéndonos (diciembre 2001), de la Iglesia Metodista de La Plata (Argentina)

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