Restaurándonos
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Hace un tiempo sentado en mi computadora buscando algo edificante en internet encontré algo acerca de la restauración. Qué palabra más sencilla, pero lo que encierra es realmente complejo!.
Creo que en este tiempo en que ya se han dado muchas de las señales del fin, debemos restaurar muchas cosas: nuestra relación con el Señor, nuestro altar personal, nuestra vida de oración, nuestras relaciones familiares, amistosas, laborales y bueno, muchas otras cosas; pero me quiero centrar en la restauración de la alabanza.
La alabanza es el motor que mueve nuestra fe.
"Mientras más conocemos al Señor, nos resultará más fácil alabarlo”. Fácilmente podemos decir cosas superficiales y unos cuantos atributos que hemos aprendido en cultos y enseñanzas acerca de Dios en nuestra oración, pero hasta que hayamos tenido un encuentro con El, solo entonces podremos exaltarlo tal cual es, “El Rey Majestuoso”.
Para poder restaurar nuestra alabanza al Rey de reyes debemos empezar siguiendo sus indicaciones. En el pasaje que encontramos en Salmos 100.4 dice: “Entrad por sus atrios con acción de gracias por sus puertas con alabanzas; alabadle, bendecid su nombre”
Este pasaje nos deja atónitos ante nuestra falta. Generalmente cuando vamos a la iglesia dirigimos nuestra atención en tantas cosas (saludar a los amigos, interrogantes sobre ¿quién predicará? ¿quién cantará? ¿estará bueno el culto?) que nos distraen de lo que realmente vamos a hacer, alabar al Señor. También, en nuestras oraciones personales, con las cuales sabemos que nos acercamos al Trono de la Gracia y entramos a la presencia de Jehová, no nos queda tiempo para dedicarle a alabar, exaltar, loar al Señor, pues nuestros pensamientos están dirigidos a las preocupaciones y afanes que tenemos día a día.
Adentrándome más a lo que leía encontré el Salmo 42.4 que dice algo clave para todo ministro de alabanza: “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mi; de cómo yo fui con la multitud y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta”, ¡que emocionante! Somos sacerdotes, encargados de “conectar” al pueblo con Dios, pero algunas cosas que no permanecen siempre es la alegría y la fiesta continua, aunque estemos agobiados o problemas nos están atribulando, debemos estar alegres de que tenemos vida eterna y salvación por la misericordia del Señor, porque ¿quién nos separará del amor de Cristo?, ¡nada, ni nadie!
Cuando estamos ejerciendo nuestra función de ministros del Señor debemos de despojarnos de todo lo que nos pueda interrumpir, entregar nuestras cargas al Señor y poner nuestros cinco sentidos en nuestra labor de “adoradores”, que debe ser el motivo de nuestro existir.
Tomemos en cuenta que no estamos trabajando para cualquier persona sino para un Rey Supremo, que no solamente nos ha dado la potestad de ser sus hijos y sus siervos, sino tratando de unir más los lazos de nuestra relación, otorgándonos el privilegio de ser sus “amigos”, para darnos a conocer todo, absolutamente todo, cosa que en otro tiempo no hubiéramos logrado fuera del plan de salvación. ("Cosas que ojo no vio ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las revelo a nosotros por el Espíritu...." 1a.Cor.2:9-10)
Preparémonos para dar lo mejor de nosotros mismos, recordemos que somos ejemplo de los demás miembros de la iglesia y de los demás cristianos alrededor del mundo, si nosotros no tenemos la alabanza como una disciplina, como parte de nuestro estilo de vida, cómo vamos a exigirle a los demás que alaben al Señor, sería mucho pedir de nuestra parte.
Prosigamos al blanco cumpliendo con la función que Dios nos encomendó y luchemos por mantener vivo en nuestras vidas el entusiasmo para así poder contagiarlo a los demás y podamos alabar unánimes al “Autor de la Creación”
Creo que en este tiempo en que ya se han dado muchas de las señales del fin, debemos restaurar muchas cosas: nuestra relación con el Señor, nuestro altar personal, nuestra vida de oración, nuestras relaciones familiares, amistosas, laborales y bueno, muchas otras cosas; pero me quiero centrar en la restauración de la alabanza.
La alabanza es el motor que mueve nuestra fe.
"Mientras más conocemos al Señor, nos resultará más fácil alabarlo”. Fácilmente podemos decir cosas superficiales y unos cuantos atributos que hemos aprendido en cultos y enseñanzas acerca de Dios en nuestra oración, pero hasta que hayamos tenido un encuentro con El, solo entonces podremos exaltarlo tal cual es, “El Rey Majestuoso”.
Para poder restaurar nuestra alabanza al Rey de reyes debemos empezar siguiendo sus indicaciones. En el pasaje que encontramos en Salmos 100.4 dice: “Entrad por sus atrios con acción de gracias por sus puertas con alabanzas; alabadle, bendecid su nombre”
Este pasaje nos deja atónitos ante nuestra falta. Generalmente cuando vamos a la iglesia dirigimos nuestra atención en tantas cosas (saludar a los amigos, interrogantes sobre ¿quién predicará? ¿quién cantará? ¿estará bueno el culto?) que nos distraen de lo que realmente vamos a hacer, alabar al Señor. También, en nuestras oraciones personales, con las cuales sabemos que nos acercamos al Trono de la Gracia y entramos a la presencia de Jehová, no nos queda tiempo para dedicarle a alabar, exaltar, loar al Señor, pues nuestros pensamientos están dirigidos a las preocupaciones y afanes que tenemos día a día.
Adentrándome más a lo que leía encontré el Salmo 42.4 que dice algo clave para todo ministro de alabanza: “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mi; de cómo yo fui con la multitud y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta”, ¡que emocionante! Somos sacerdotes, encargados de “conectar” al pueblo con Dios, pero algunas cosas que no permanecen siempre es la alegría y la fiesta continua, aunque estemos agobiados o problemas nos están atribulando, debemos estar alegres de que tenemos vida eterna y salvación por la misericordia del Señor, porque ¿quién nos separará del amor de Cristo?, ¡nada, ni nadie!
Cuando estamos ejerciendo nuestra función de ministros del Señor debemos de despojarnos de todo lo que nos pueda interrumpir, entregar nuestras cargas al Señor y poner nuestros cinco sentidos en nuestra labor de “adoradores”, que debe ser el motivo de nuestro existir.
Tomemos en cuenta que no estamos trabajando para cualquier persona sino para un Rey Supremo, que no solamente nos ha dado la potestad de ser sus hijos y sus siervos, sino tratando de unir más los lazos de nuestra relación, otorgándonos el privilegio de ser sus “amigos”, para darnos a conocer todo, absolutamente todo, cosa que en otro tiempo no hubiéramos logrado fuera del plan de salvación. ("Cosas que ojo no vio ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las revelo a nosotros por el Espíritu...." 1a.Cor.2:9-10)
Preparémonos para dar lo mejor de nosotros mismos, recordemos que somos ejemplo de los demás miembros de la iglesia y de los demás cristianos alrededor del mundo, si nosotros no tenemos la alabanza como una disciplina, como parte de nuestro estilo de vida, cómo vamos a exigirle a los demás que alaben al Señor, sería mucho pedir de nuestra parte.
Prosigamos al blanco cumpliendo con la función que Dios nos encomendó y luchemos por mantener vivo en nuestras vidas el entusiasmo para así poder contagiarlo a los demás y podamos alabar unánimes al “Autor de la Creación”