Reflexiones de la Reforma Protestante
0
0
Todo individuo, institución y cada nación tiene fechas importantes que recordar. Celebramos nuestros cumpleaños, nuestros bautismos. Como Iglesia estuvimos celebrando recientemente el aniversario número 100 desde la fundación de aquella semilla congregacional en la parada 21 de Santurce. Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces-pero aún lo recordamos con mucho afecto-sobre todo por los frutos que esta semilla continúa dando.
Socialmente celebramos los natalicios de nuestros próceres y de vez en cuando algún evento significativo como lo fue el descubrimiento de nuestra islita. Y hoy las Iglesias protestantes alrededor del mundo nuevamente separamos un momento del día para celebrar y repensar el momento cuando Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la capilla de Gutenberg, Alemania en desafío y protesta del abuso que se le había dado a la palabra de Dios.
A veces me pregunto si esta celebración anual se ha convertido en parte de la rutina de nuestro calendario religioso. Siempre que hacemos algo consecuentemente durante un período prolongado de tiempo caemos en la aburrida rutina de lo mismo. Habría que preguntarse también si los reformadores estarían de acuerdo en que su gloriosa reforma se haya quedado pintada en nuestros calendarios como una fecha más que desempolvamos una y otra vez.
¿Que opinión tendrían Martín Lutero o Juan Calvino si se sentaran por un momento a escuchar lo que nosotros hemos hecho con sus acciones?. Y yendo más lejos, mucho más alto, y muy por encima de estos y todos los demás reformadores, ¿Que diría Jesús-el más aventurado de los reformadores religiosos-el más protestante de los que jamás han protestado si tratamos de explicarle en palabras, nuestra versión de una reforma?.
El binomio ‘reforma protestante’ contiene en si toda la fuerza para demarcar el fin de un episodio en la vida de la Iglesia Cristiana allá por el 1517, y el inicio de un nuevo capítulo lleno de desafíos, riesgos y peligros. Individualmente la palabra reforma nos lleva al torno del alfarero, aquel paisano diestro, el artesano del barro, quien con sus manos da forma y reforma-es decir le da constantemente un nuevo giro a la pieza que tiene en sus manos.
Históricamente podemos decir que nuestros hermanos Lutero y Calvino inspirados por el Espíritu Santo fueron movidos a poner sus manos y sus capacidades al servicio de Jesucristo. Esta entrega aprendida del ejemplo de nuestro Señor fue suficiente combustible para empezar a girar el torno y la forma que algunos le habían dado a la Iglesia. Y con esto no estoy diciendo que Calvino o Lutero fueran los depósitos de una nueva revelación o de una verdad absoluta sobre los aspectos de la fe. Estos eran hombres que erraban y de hecho lo hicieron. No podemos sustituir la veneración que criticábamos hacia la virgen María por la veneración de nuestros padres teológicos. Ellos mismos jamás lo hubieran aceptado-de la misma manera que María no hubiera aceptado adoración alguna.
Sin embargo el tiempo les concedió el honor de la razón. Y esta razón reformada no era nada nuevo. Su reforma consistió en recordarnos que en la palabra bendita están todos los elementos necesarios para tener un encuentro con Dios. Los caminos torcidos de la salvación comprada a precio de monedas de plata, de las absoluciones papales, de las obras de caridad no son sino hojarasca si el ser humano anticipadamente no ha sido rescatado de su miseria, de la muerte espiritual a través del sacrificio único, suficiente y gratuito de la cruz del calvario.
En Palabras del Apóstol en el libro de Romanos (Ro.3:23-24): “Por que no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús...”.
La palabra “protestante” por así decirlo, nos invita a imaginarnos a un Juan el bautista, a un apóstol Pablo o al mismo Jesucristo defendiendo la causa del Reino, con los guantes puestos, exponiendo a viva voz-sin miedo a la censura- su incomodidad con el sistema prevaleciente. Este fuego “taquicárdico” no los dejaba quedarse callados y protestaban. En las protestas hay mucha animosidad, hay bullicio, pero por encima de todo eso esta el deseo de decir y actuar conforme a todas las verdades que han sido ocultas o distorsionadas. Pero, no confunda la palabra protesta con la queja, pues hay una diferencia muy grande. La queja exterioriza una incomodidad, la reforma parte de la incomodidad para transformala, vencerla y alinearla a la palabra de Dios.
En momentos de protesta un Juan el bautista se atrevió a llamar a sus adversarios “generación de víboras” y al rey Herodes llamo adúltero por haber tomado a Herodías la mujer de su hermano Felipe-aunque esto le costó la cabeza.
Por el mismo Espíritu, Jesús llamó hipócritas a los doctos de la ley, ciegos guías de ciegos, también nos mandó a amar a nuestros enemigos y a perdonar setenta veces siete. En la persona de Cristo está el néctar concentrado de una revolución en todos los ángulos de la vida social, política y religiosa de la humanidad. El es el centro de la Iglesia Reformada y Cristiana.
Una sola gota de su palabra desenmascaró las intenciones de sus adversarios y declaró la libertad a la opresión de una mujer de reputación dudosa al decir: “el que este libre de pecado, que tire la primera piedra”.
Ese mismo Cristo es el que vemos en la Cruz, pero que no se deja vencer y en lugar de quejarse aprovecha la oportunidad para hacer pública su incomodidad ante aquellos que se habían burlado, que apostaron sus vestimentas o traspasaron sus manos con los clavos. Pero ni piensen que de sus labios salieron maldiciones, malos deseos o una petición para que un rayo los incinerara fulminantemente. De ninguna manera, así no se solucionan los problemas, ni se logran revoluciones o se convierte el corazón humano.
Todos los que estuvieron allí y los que no estuvimos hemos escuchado un sonido profundo y sostenido a través de las eras y los tiempos-son las palabras del maestro- un rugido potente y victorioso acompañado por un “padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pero El sí sabía lo que estaba haciendo. Jesús estaba iniciando su propia “reforma protestante”, sus palabras son semillas que han dado fruto de generación en generación y germinaron en los antiguos judíos y gentiles, en los padres de la Iglesia, en monjes y sacerdotes, monjas y pastoras, en Martín Lutero y en Juan Calvino y posteriormente por la misma gracia en ti y en mi - los verdaderos protagonistas de la nueva reforma protestante.
Luis Sepúlveda- en su libro Patagonia Express alude a que en una ocasión de regreso a la Patagonia su ciudad natal, viajaba a bordo de un barco “El Colono”.
Dos de los tripulantes discuten con un viejo pálido que insiste en llevar consigo un ataúd. Ellos aluden a que eso trae mala suerte. Lo amenazan con tirarlo por la borda.
El viejo grita que tiene cáncer, que está en su derecho de aspirar un entierro decente.
Finalmente llega el capitán y logran a un acuerdo: lo llevan con cajón y todo, pero el se compromete a no morir durante el viaje.
¿Cuantos de nosotros caminamos en la vida cristiana con tal actitud de derrota que estamos anticipando la muerte de todo? La Iglesia no puede caminar son esa mentalidad. Eso no es reforma.
Esta nueva era contiene sus propios retos y sus desafíos. Ya no hay católicos o arrianos contra los cuales protestar. ¿Eso significa que ya perdimos nuestra razón de ser?. Me parece que no. Aun hay muchas cosas para reformar, me refiero a la crisis institucional, a la falta de interés y compromiso por las cosas de la Iglesia , a los nuevos valores morales, al aborto, al SIDA, a la Guerra, al fenómeno de las madres adolescentes, a las drogas, al suicidio, al vacío espiritual y la plenitud de vicios. A la corrupción gubernamental, a la crisis económica, al terrorismo, a la guerra y la amenaza del Antrax.
Amado hermano y amada hermana, la pregunta es ¿como lo vamos a lograr?. Se que la pregunta es muy abarcadora, pero es urgente y necesaria. Más que una fecha conmemorativa, la reforma protestante es el indicador de que aún no hemos terminado nuestro trabajo. Y como nuestros hermanos del siglo 16 debemos comenzar por lo primero. Y esto es hacer de Cristo el centro de nuestras vidas, de la palabra de Dios nuestra inspiración para buscar respuestas a nuestras preguntas y disponer todo nuestro ser para colaborar con Dios, mediante su gracia para la transformación del mundo -mundo que empieza contigo- en tu corazón y que va poco a poco contagiando aquellos que necesitan escuchar que la puerta del arca aún está abierta y que Cristo en la Cruz se tragó la muerte y la fatalidad que estaba destinada a cada uno de nosotros. Es tiempo a elevar nuestras banderas y a sostener nuestro testimonio, mediante una vida agradable a Dios y en obediencia sus mandamientos.
Que la paz de Dios llene tu vida y que este día de reforma sea el inicio de una nueva etapa de vida en el Señor. Amén.
Socialmente celebramos los natalicios de nuestros próceres y de vez en cuando algún evento significativo como lo fue el descubrimiento de nuestra islita. Y hoy las Iglesias protestantes alrededor del mundo nuevamente separamos un momento del día para celebrar y repensar el momento cuando Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la capilla de Gutenberg, Alemania en desafío y protesta del abuso que se le había dado a la palabra de Dios.
A veces me pregunto si esta celebración anual se ha convertido en parte de la rutina de nuestro calendario religioso. Siempre que hacemos algo consecuentemente durante un período prolongado de tiempo caemos en la aburrida rutina de lo mismo. Habría que preguntarse también si los reformadores estarían de acuerdo en que su gloriosa reforma se haya quedado pintada en nuestros calendarios como una fecha más que desempolvamos una y otra vez.
¿Que opinión tendrían Martín Lutero o Juan Calvino si se sentaran por un momento a escuchar lo que nosotros hemos hecho con sus acciones?. Y yendo más lejos, mucho más alto, y muy por encima de estos y todos los demás reformadores, ¿Que diría Jesús-el más aventurado de los reformadores religiosos-el más protestante de los que jamás han protestado si tratamos de explicarle en palabras, nuestra versión de una reforma?.
El binomio ‘reforma protestante’ contiene en si toda la fuerza para demarcar el fin de un episodio en la vida de la Iglesia Cristiana allá por el 1517, y el inicio de un nuevo capítulo lleno de desafíos, riesgos y peligros. Individualmente la palabra reforma nos lleva al torno del alfarero, aquel paisano diestro, el artesano del barro, quien con sus manos da forma y reforma-es decir le da constantemente un nuevo giro a la pieza que tiene en sus manos.
Históricamente podemos decir que nuestros hermanos Lutero y Calvino inspirados por el Espíritu Santo fueron movidos a poner sus manos y sus capacidades al servicio de Jesucristo. Esta entrega aprendida del ejemplo de nuestro Señor fue suficiente combustible para empezar a girar el torno y la forma que algunos le habían dado a la Iglesia. Y con esto no estoy diciendo que Calvino o Lutero fueran los depósitos de una nueva revelación o de una verdad absoluta sobre los aspectos de la fe. Estos eran hombres que erraban y de hecho lo hicieron. No podemos sustituir la veneración que criticábamos hacia la virgen María por la veneración de nuestros padres teológicos. Ellos mismos jamás lo hubieran aceptado-de la misma manera que María no hubiera aceptado adoración alguna.
Sin embargo el tiempo les concedió el honor de la razón. Y esta razón reformada no era nada nuevo. Su reforma consistió en recordarnos que en la palabra bendita están todos los elementos necesarios para tener un encuentro con Dios. Los caminos torcidos de la salvación comprada a precio de monedas de plata, de las absoluciones papales, de las obras de caridad no son sino hojarasca si el ser humano anticipadamente no ha sido rescatado de su miseria, de la muerte espiritual a través del sacrificio único, suficiente y gratuito de la cruz del calvario.
En Palabras del Apóstol en el libro de Romanos (Ro.3:23-24): “Por que no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús...”.
La palabra “protestante” por así decirlo, nos invita a imaginarnos a un Juan el bautista, a un apóstol Pablo o al mismo Jesucristo defendiendo la causa del Reino, con los guantes puestos, exponiendo a viva voz-sin miedo a la censura- su incomodidad con el sistema prevaleciente. Este fuego “taquicárdico” no los dejaba quedarse callados y protestaban. En las protestas hay mucha animosidad, hay bullicio, pero por encima de todo eso esta el deseo de decir y actuar conforme a todas las verdades que han sido ocultas o distorsionadas. Pero, no confunda la palabra protesta con la queja, pues hay una diferencia muy grande. La queja exterioriza una incomodidad, la reforma parte de la incomodidad para transformala, vencerla y alinearla a la palabra de Dios.
En momentos de protesta un Juan el bautista se atrevió a llamar a sus adversarios “generación de víboras” y al rey Herodes llamo adúltero por haber tomado a Herodías la mujer de su hermano Felipe-aunque esto le costó la cabeza.
Por el mismo Espíritu, Jesús llamó hipócritas a los doctos de la ley, ciegos guías de ciegos, también nos mandó a amar a nuestros enemigos y a perdonar setenta veces siete. En la persona de Cristo está el néctar concentrado de una revolución en todos los ángulos de la vida social, política y religiosa de la humanidad. El es el centro de la Iglesia Reformada y Cristiana.
Una sola gota de su palabra desenmascaró las intenciones de sus adversarios y declaró la libertad a la opresión de una mujer de reputación dudosa al decir: “el que este libre de pecado, que tire la primera piedra”.
Ese mismo Cristo es el que vemos en la Cruz, pero que no se deja vencer y en lugar de quejarse aprovecha la oportunidad para hacer pública su incomodidad ante aquellos que se habían burlado, que apostaron sus vestimentas o traspasaron sus manos con los clavos. Pero ni piensen que de sus labios salieron maldiciones, malos deseos o una petición para que un rayo los incinerara fulminantemente. De ninguna manera, así no se solucionan los problemas, ni se logran revoluciones o se convierte el corazón humano.
Todos los que estuvieron allí y los que no estuvimos hemos escuchado un sonido profundo y sostenido a través de las eras y los tiempos-son las palabras del maestro- un rugido potente y victorioso acompañado por un “padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Pero El sí sabía lo que estaba haciendo. Jesús estaba iniciando su propia “reforma protestante”, sus palabras son semillas que han dado fruto de generación en generación y germinaron en los antiguos judíos y gentiles, en los padres de la Iglesia, en monjes y sacerdotes, monjas y pastoras, en Martín Lutero y en Juan Calvino y posteriormente por la misma gracia en ti y en mi - los verdaderos protagonistas de la nueva reforma protestante.
Luis Sepúlveda- en su libro Patagonia Express alude a que en una ocasión de regreso a la Patagonia su ciudad natal, viajaba a bordo de un barco “El Colono”.
Dos de los tripulantes discuten con un viejo pálido que insiste en llevar consigo un ataúd. Ellos aluden a que eso trae mala suerte. Lo amenazan con tirarlo por la borda.
El viejo grita que tiene cáncer, que está en su derecho de aspirar un entierro decente.
Finalmente llega el capitán y logran a un acuerdo: lo llevan con cajón y todo, pero el se compromete a no morir durante el viaje.
¿Cuantos de nosotros caminamos en la vida cristiana con tal actitud de derrota que estamos anticipando la muerte de todo? La Iglesia no puede caminar son esa mentalidad. Eso no es reforma.
Esta nueva era contiene sus propios retos y sus desafíos. Ya no hay católicos o arrianos contra los cuales protestar. ¿Eso significa que ya perdimos nuestra razón de ser?. Me parece que no. Aun hay muchas cosas para reformar, me refiero a la crisis institucional, a la falta de interés y compromiso por las cosas de la Iglesia , a los nuevos valores morales, al aborto, al SIDA, a la Guerra, al fenómeno de las madres adolescentes, a las drogas, al suicidio, al vacío espiritual y la plenitud de vicios. A la corrupción gubernamental, a la crisis económica, al terrorismo, a la guerra y la amenaza del Antrax.
Amado hermano y amada hermana, la pregunta es ¿como lo vamos a lograr?. Se que la pregunta es muy abarcadora, pero es urgente y necesaria. Más que una fecha conmemorativa, la reforma protestante es el indicador de que aún no hemos terminado nuestro trabajo. Y como nuestros hermanos del siglo 16 debemos comenzar por lo primero. Y esto es hacer de Cristo el centro de nuestras vidas, de la palabra de Dios nuestra inspiración para buscar respuestas a nuestras preguntas y disponer todo nuestro ser para colaborar con Dios, mediante su gracia para la transformación del mundo -mundo que empieza contigo- en tu corazón y que va poco a poco contagiando aquellos que necesitan escuchar que la puerta del arca aún está abierta y que Cristo en la Cruz se tragó la muerte y la fatalidad que estaba destinada a cada uno de nosotros. Es tiempo a elevar nuestras banderas y a sostener nuestro testimonio, mediante una vida agradable a Dios y en obediencia sus mandamientos.
Que la paz de Dios llene tu vida y que este día de reforma sea el inicio de una nueva etapa de vida en el Señor. Amén.