Reflexión sobre Juan 3:1-17
El Evangelio de quien conocemos como Juan, no se parece a los otros tres Evangelios canonizados. La diferencia sustancial es que los tres sinópticos centran la prédica del Reino de los Cielos como la misión del Señor Jesús, mientras que este cuarto nos presenta a Nuestro Señor como el Enviado que bajó del Cielo, ésto es del Padre, que va a revelar la clave de la salvación para cada uno de nosotros.
El acontecimiento del diálogo sostenido por el Señor Jesús con Nicodemo (como el evento de las bodas de Caná y el encuentro con la mujer samaritana) solamente son narrados en este Evangelio.
El tema que vamos a desarrollar hoy, con la ayuda del discernimiento que nos brinda el Espíritu Santo, es el bien conocido diálogo que mantiene un aristócrata judío llamado Nicodemo con el Señor Jesús.
Pero… ¿Quién es este Nicodemo?
Nicodemo era un judío rico, muy religioso, perteneciente a la secta de los fariseos. Estaba muy preocupado por entender las cuestiones de la religión y fue a ver al Señor Jesús para entablar una charla sobre religión con Él. No sabemos si quería recibir más enseñanzas teóricas de este nuevo rabino o si verdaderamente anhelaba obtener un cambio de perspectiva que le sacudiera su entendimiento.
El Señor Jesús le hace ver que ni los conocimientos adquiridos ni la exclusividad racial que proponen ciertas culturas son bases suficientes para llegar a obtener una relación con Nuestro Padre, sino que uno debe nacer para la familia de Di-s. Jesús le dice que debe(mos) nacer de nuevo, o de arriba, (el circunloquio del lenguaje puede significar tanto arriba, como de DI-s, o como el re-nacer que fue lo que Nicodemo interpretó). Aún en nuestra vida terrenal entendemos que nadie puede autocrearse, no podemos darnos a luz a nosotros mismos, nacer solos. Lo que el Señor Jesús le quiere hacer ver a Nicodemo es que así como nosotros recibimos nuestra vida carnal por voluntad de otros, es menester para recibir la Vida Nueva, la que procede del Espíritu, obtener la ayuda de la Revelación que nos propone Nuestro Salvador, esto es la Sabiduría encarnada, el Único Testigo calificado para revelar al Padre, y reconciliar al mundo con Él.
Un cristiano no es solamente aquel que cree en Di-s, sino que se es cristiano cuando se cree en el testimonio revelador de Jesús respecto de Di-s y de su Plan Salvífico, esto es su Evangelio o Buenas Nuevas. Tal como así nos lo describe el propio evangelista, en el versículo que se conoce tan bien: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo para que todos los que creen el Él, no se pierdan, sino tengan la vida eterna” (Jn 3: 16 RVR). Pero ¿Esto qué nos quiere decir?
Simplemente que merced al obediente sacrificio llevado a cabo por su Hijo unigénito en el monte Calvario, solo se trata de recibir un amor no condenatorio para nosotros y para este mundo creado por Él, por su eterno amor, aunque éste se encuentra en constante peligro. Algo aparentemente contradictorio con todas las escrituras que anuncian juicio y castigo, pero no… no hay contradicciones en el mensaje, solamente el riesgo que corre el mensaje de Nuestro Salvador es que sea: o mal interpretado, o que éste sea sujeto a juicio. Más de una vez nosotros mismos hemos experimentado ofrecer este mensaje a alguien, simplemente por mandato y por sentir amor, y esta experiencia generó en ese alguien desde una situación de incomodidad y hastío visible, hasta una expectativa de desconcierto, duda y luego de juicio. William Barclay, teólogo escocés del siglo XX, refiere en sus “Comentarios al Nuevo Testamento” (editorial Clie) una interesante ilustración que me servirá para cerrar esta reflexión. El autor nos refiere que en cierta oportunidad un turista visitaba un museo donde abundaban valiosas obras maestras en pinturas. Finalizado el recorrido, éste le dijo al guía que: “No le parecían gran cosa esas viejas pinturas". La tranquila y reposada respuesta del guía fue: “Caballero, le recuerdo que estas obras no están en tela de juicio, pero quienes las contemplan sí".
Esto es lo que sucede con la Revelación del Señor Jesús, si no somos capaces de encontrar en ella, algo maravilloso y necesario, es que preferimos seguir en obscuridad.
Di-s nos bendiga ricamente.