Plegaria de Año Nuevo

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¡Cuán ligeros pasan los años!
Este es otro, ¡qué pronto pasará!
Nuestra vida misma terminará muy en breve
antes que se agriete el techo de nuestra morada,
antes que se seque el árbol que nos da su fruto.
¡Si atrapáramos las horas! ¡Si moderáramos la marcha de
los días!
¡Si fuéramos, si hiciéramos aquello que anhelamos!...
Entonces dejaría el tiempo de ser el amo, para ser nuestro esclavo.
¿Y por qué no?...
Terminemos el año bruñendo la voluntad para la nueva batalla.
Esta alegría con que se despide el año que se va
y se recibe al que llega muestra la decepción de lo vivido
y la esperanza, siempre renovada, en un porvenir mejor.
Corazones templados y espíritus ávidos de luz, no desmayéis.
Sucede el alba a la noche, la calma a la tempestad
y la reconciliación a la feroz matanza.
¡Que la bondad divina descienda en mayor porción sobre la
especie!
¡Que sean más buenos los buenos, para que el amor rebose de sus
corazones
y se infiltre hasta en las fieras que hablan, y las amanse y redima!
¡Que redoblen su afán los plantadores de la buena simiente,
para que no quede un palmo donde puedan crecer las malas hierbas,
cuyo solo contacto con el aire envenena las almas!
No importa que no sea este el año que nos traiga vida nueva.
¿Faltarán mozos fuertes para cavarnos una fosa?
¿Faltarán lindas muchachas para cubrirlas de flores?
Vuelva, pues, la sonrisa a nuestros labios
y arda otra vez en nuestro corazón el fuego de la fe.
¡Algún día vendrá lo que anhelamos!
Plantan algunos un árbol y lo consagran al culto de un recuerdo, o
al
hijo recién nacido.
¿Por qué no plantar este año en nuestro corazón,
consagrándolo al
amor?
¡Que se nutra de nuestra sangre,
que forme de nuestra carne su ramaje,
que florezca en piedad,
que fructifique en comprensión de todas las ansiedades!
Marca ya la media noche el reloj de diamantes estelares.
Ven, búscame en la soledad, bajo el inmenso cielo
y ante la enorme angustia de esta vida.
Ven y brinda conmigo porque todos los dormidos del corazón o del
alma,
de pena o alegría, de soberbia o de odio,
despierten con la próxima aurora para siempre,
y abran los aojos a la blanca luz,
y abran el pecho al puro aire que sopla del naciente.
¡Pidamos juntos al cielo que su misericordia se derrame
sobre este infinito de ansiedades, que es nuestra especie,
atormentadas entrañas en que se gesta la humanidad futura!

© Red de Liturgia y Recursos de Educación Cristiana de CLAI-CELADEC


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