Pero tú eres rico

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"Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza – pero tú eres rico". (Apocalipsis 2:9). A primera vista parece, como si la palabra de Apocalipsis fuera contradictoria. ¿Por qué es rico aquel que se siente atribulado y pobre? Pero si tenemos en cuenta esta afirmación bajo el punto de vista de la "lógica divina", entonces quedará claro de qué se trata.
En nuestro camino de la vida y también en nuestro camino de fe nos encontramos con algún que otro dilema: Problemas y cargas, penas y preocupaciones, entre otros también aquellas que nos hemos buscado nosotros mismos, o talvez también preguntas que nos atormentan, a las que hasta la fecha no hemos recibido respuesta, enfermedades que duran años, pesar por algún familiar que se ha ido a la eternidad. Peor todavía, los dolores del alma como las tentaciones, el pecado o el dolor por el alejamiento de nuestros amados de la Obra de Dios. En todas estas situaciones ¿no es acaso un consuelo el saber que el Señor conoce nuestras tribulaciones?
Muchas cosas hay que nos pueden pasar que no nos gustan y que no entendemos, pero sigue válida la antigua palabra del profeta: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor. Pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis". (Jeremías 29:11). Al final de nuestro camino de sufrimiento sobre la tierra, nos espera la gloria con el Señor. ¡Qué ricos somos, por poder creer!
En el sermón del monte el Hijo de Dios nos anunció: "Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos". (Mateo 5:3) Quien reconoce con toda humildad, que es pobre espiritualmente, que en su imperfección tiene falta de las virtudes divinas, éste está dispuesto y capacitado, de aceptar los dones de gracia divinos y es capaz de recibir las sustancias celestiales que le llevan a la gloria. De esta manera puede ser bienaventurado y llegar al mayor estado de felicidad del alma: Suyo es el reino de los cielos. ¿Hay riqueza mayor?
Pero aquí sobre la tierra ya somos ricos: por la palabra y la gracia. Podemos leer en Salmos "De tus mandamientos he adquirido inteligencia" y "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Salmos 119:104-105). Tomar la palabra de Dios, conservarla, significa riqueza. La gracia nos redime y nos libera de las pretensiones del maligno, y nos hace independientes de todos los espíritus. Al recibir los Sacramentos adquirimos salvación completa. ¿Somos conscientes siempre de esta riqueza?
No olvidemos nuestra infancia divina. En su amor y misericordia Dios, desde el principio del mundo, nos ha elegido como sus hijos y nos ha declarado herederos de su gloria. ¡De qué nos sirven los títulos, graduaciones y condecoraciones, si perdiéramos nuestra infancia divina! Por ello queremos emplear todas nuestras fuerzas, nuestra fe, nuestra alegría, nuestra disposición para la reconciliación, para poder estar ante Él de forma digna, cuando venga. Cuantas veces hubiera tenido motivo de apartarse de nosotros, pero Él por su amor y fidelidad nos da siempre de nuevo gracia y nos enriquece por ello.
Dios, el Padre, la fuente de la luz, nos regala la plenitud de la luz divina mediante su Hijo Jesucristo, quien es la luz del mundo. Él prometió volver a venir para llevarse consigo a los suyos a la gloria eterna. Ser portadores de esta promesa al recibir el Espíritu Santo, creer en ella y mantenerla viva en el corazón ¡ésta es la auténtica riqueza! No permitamos que nos la roben, quedemos alerta y perseveremos en el Señor: El cumplirá en breve su promesa.

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