Ombligo del Niño
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Leer Juan 6:1-13
Ustedes se preguntarán ¿Qué tiene que ver este texto con las madres?
¿Dónde están las madres en esta historia de Jesús?.
Se los voy a decir: Está en el ombligo del niño que ofreció sus cinco panes y sus dos peces para alimentar a la multitud. Sí, el ombligo es la prueba de que todos tenemos o tuvimos una madre. Si ese chico tenía ombligo, hubo una madre. Un amigo me enseñó que el ombligo es una marca materna que nos acompaña toda la vida. El chico de la historia nos muestra que su madre dejó en él otras marcas además de una cicatriz umbilical.
Antes de seguir me gustaría hacer un comentario exegético muy importante. La palabra “niño” en el original griego es paidarion, que significa “pequeña criatura”, y puede referirse tanto a un niño como a una niña. Podemos perfectamente leer esta historia considerando que uno de los personajes principales era una niña. Sea niño o sea niña, carga en sí las marcas de la influencia materna. Tratemos de identificar algunas de esas marcas.
Una primera marca materna queda evidenciada por la formación intelectual de aquella criatura.
En una época en la que pocos se preocupaban por despertar el interés de los chicos por los estudios y por la búsqueda del conocimiento, un niño o una niña que bien pudo haberse quedado jugando en la playa, deja sus juegos y se encuentra a los pies de un renombrado maestro que hablaba en las colinas cercanas. Conociendo a los chicos, no es difícil imaginar que esta criatura tenía una madre interesada en su desarrollo intelectual. Porque eso, si se daba, estaba dentro de las tareas maternas. Entonces tiene que haber sido por influencia de su madre que aquella criatura se dispuso a oír al famoso rabino que enseñaba a la gente que lo rodeaba.
Tomemos en cuenta que en el tiempo de Jesús religión y educación eran una sola cosa. Dedicarse a la educación era lo mismo que dedicarse al desarrollo espiritual. Por eso decimos que el estímulo recibido de su madre dejó marcas intelectuales y espirituales permanentes en esa personita.
Otra marca materna se nota en el vigor físico de aquella criatura.
He ahí un niño o una niña cuya autonomía y vigor le permiten caminar por las colinas y acompañar -“de onda”- por propio interés, al peripatético profesor, durante largas horas-cátedra.
Fijémonos también que cuando esta madre deja ir a su hijo a la escuela itinerante con el ilustre maestro, no lo manda con las manos vacías. Al contrario, lo cuida dándole una merienda sustanciosa y como suele suceder con las madres, un poco exagerada: le prepara para que se haga cinco sanguches de pescado. Eso demuestra que la preocupación intelectual y espiritual no quita que cuide de la salud y del bienestar físico.
Una pequeña nota exegética importante más: la palabra pecesito que aparece en los vs 9 a 11 –“opsarion”, en griego- significa un plato preparado con pescado cocido y sazonado con sal y especias. Quiere decir que el niño o niña no andaba con peces frescos que podrían echarse a perder durante el día, sino con una comida sabrosa cuidadosamente preparada. En un chico saludable hay una marca definitiva del cuidado materno.
Una tercera marca materna se deja ver a través del carácter de aquella criatura.
Además del la formación intelectual y del desarrollo físico podemos percibir que aquella madre también marcó definitivamente el carácter de esa criatura. Justamente cuando la multitud estaba hambrienta y Jesús propone que la gente comparta lo que habían traído, todos escondieron lo que tenían. Porque es impensable que nadie más hubiera salido preparado para pasar el día. Sólo el niño, o niña, hizo algo diferente: le ofreció su comida a Jesús y a la multitud. ¿de quién había aprendido a compartir? ¿Cómo había aprendido a practicar la misericordia? . ¿Con quién había aprendido a ser solidario?. Esa es una de las cosas que se aprenden en casa, con el ejemplo de una madre solidaria y dadivosa. Recuerdo la historia de mi padre y sus hermanos que cuando les daban franco en el servicio militar le caían a mi abuela con varios compañeros para pasar el día en su casa. Eran muchachos de lejos, o sin familia, así que había que darles de comer. Y esa madre abnegada con un marido inmigrante que trabajaba de cualquier cosa para que no falte la comida, estaba feliz de amasar y cocinar para otros hijos como los suyos. Ya de grandes ellos se dieron cuenta del esfuerzo económico y de la disposición que hay que tener para compartir la comida con otros. Y de lo que significa hacerlo como una gracia, no como una obligación.
Una vez le hice notar a la Tía Elvira* que todo los chicos que tocaban a su puerta se iban con galletitas dulces, o con un sanguche, o con algo fresco. Y ella me contaba que su mamá en plena depresión de los años `20 después de planchar no sé cuanta ropa para sus patronas, partía la comida en porciones y mandaba a sus hijos que le llevaran una parte a una señora muy pobre que tenía varios chicos, otra a una vecina enferma y que después de tanto trabajo había noches que las pasaba en el hospital cuidando a alguien que no tenía para pagar a quien le ayude. No sé si la niña de la historia bíblica sería Elvira, creo que no es para tanto, pero sí sé que más de ochenta años después, en la salud física y espiritual de Elvira su mamá sigue presente aunque ya no se la pueda ver. Por eso a aquella señora que yo no conocí, la veo por como salieron sus hijos como Elvira y sus hermanos, y sus nietas como Lili y Edy. Y sé que lo mismo podría decirse de las madres de muchos de los que estamos aquí en este culto.
Qué maravilloso encuentro éste entre Jesús y la criatura. La Biblia no nos habla explícitamente de esa madre, pero una lectura atenta de esta historia nos muestra que ella estaba allí de varias maneras. Y podemos ver sus marcas no solamente en el ombligo del niño sino en su estatura intelectual, en su integridad física, y principalmente en la fuerza de su carácter.
Para ser justos en estas reflexiones, debemos considerar la hipótesis de que tal vez esta criatura no tuviese madre. ¿Y si fuese un huérfano?. Es una posibilidad que tal vez le deba todo eso a su padre, o a una tía, o a los abuelos, o a una hermana mayor, o hasta puede ser a una madre adoptiva. Sea quien fuere, dejó en su persona lo que podemos llamar “marcas maternas”.
Todos aquellos y todas aquellas que nos marcan en la vida ejercen sobre nosotros una especie de maternidad. Si me miro el ombligo veo a mi madre. Al observar algunas marcas físicas como el color de mis ojos o de mi piel, mis ideas, mis convicciones, mis rasgos de madurez, mi carácter, veo a mi madres y a mi padre, y a aquellos y aquellas que me influenciaron maternalmente y me dejaron marcas que serán imborrables mientras viva.
Hoy podemos celebrar a nuestra madre carnal, y a muchas otras madres incluso a personas que no habrán parido hijos, pero ¡qué marcas nos han dejado!.
Feliz día de la madre y de las madres también.
Traducción libre de Valdo Ferrari.
*Elvira tiene brillantes 93 años y es “la Tía” de todos en la iglesia que pastorea el traductor.
ORIGINAL:
Umbigo de Criança
(A propósito do Dia das Mães)
Luiz Carlos Ramos
Para D. Déa, mãe desta e de muitas outras idéias
E para D. Odete Ramos, mãe como a desta história
Rudge Ramos, Brasil. 2004.-
Ustedes se preguntarán ¿Qué tiene que ver este texto con las madres?
¿Dónde están las madres en esta historia de Jesús?.
Se los voy a decir: Está en el ombligo del niño que ofreció sus cinco panes y sus dos peces para alimentar a la multitud. Sí, el ombligo es la prueba de que todos tenemos o tuvimos una madre. Si ese chico tenía ombligo, hubo una madre. Un amigo me enseñó que el ombligo es una marca materna que nos acompaña toda la vida. El chico de la historia nos muestra que su madre dejó en él otras marcas además de una cicatriz umbilical.
Antes de seguir me gustaría hacer un comentario exegético muy importante. La palabra “niño” en el original griego es paidarion, que significa “pequeña criatura”, y puede referirse tanto a un niño como a una niña. Podemos perfectamente leer esta historia considerando que uno de los personajes principales era una niña. Sea niño o sea niña, carga en sí las marcas de la influencia materna. Tratemos de identificar algunas de esas marcas.
Una primera marca materna queda evidenciada por la formación intelectual de aquella criatura.
En una época en la que pocos se preocupaban por despertar el interés de los chicos por los estudios y por la búsqueda del conocimiento, un niño o una niña que bien pudo haberse quedado jugando en la playa, deja sus juegos y se encuentra a los pies de un renombrado maestro que hablaba en las colinas cercanas. Conociendo a los chicos, no es difícil imaginar que esta criatura tenía una madre interesada en su desarrollo intelectual. Porque eso, si se daba, estaba dentro de las tareas maternas. Entonces tiene que haber sido por influencia de su madre que aquella criatura se dispuso a oír al famoso rabino que enseñaba a la gente que lo rodeaba.
Tomemos en cuenta que en el tiempo de Jesús religión y educación eran una sola cosa. Dedicarse a la educación era lo mismo que dedicarse al desarrollo espiritual. Por eso decimos que el estímulo recibido de su madre dejó marcas intelectuales y espirituales permanentes en esa personita.
Otra marca materna se nota en el vigor físico de aquella criatura.
He ahí un niño o una niña cuya autonomía y vigor le permiten caminar por las colinas y acompañar -“de onda”- por propio interés, al peripatético profesor, durante largas horas-cátedra.
Fijémonos también que cuando esta madre deja ir a su hijo a la escuela itinerante con el ilustre maestro, no lo manda con las manos vacías. Al contrario, lo cuida dándole una merienda sustanciosa y como suele suceder con las madres, un poco exagerada: le prepara para que se haga cinco sanguches de pescado. Eso demuestra que la preocupación intelectual y espiritual no quita que cuide de la salud y del bienestar físico.
Una pequeña nota exegética importante más: la palabra pecesito que aparece en los vs 9 a 11 –“opsarion”, en griego- significa un plato preparado con pescado cocido y sazonado con sal y especias. Quiere decir que el niño o niña no andaba con peces frescos que podrían echarse a perder durante el día, sino con una comida sabrosa cuidadosamente preparada. En un chico saludable hay una marca definitiva del cuidado materno.
Una tercera marca materna se deja ver a través del carácter de aquella criatura.
Además del la formación intelectual y del desarrollo físico podemos percibir que aquella madre también marcó definitivamente el carácter de esa criatura. Justamente cuando la multitud estaba hambrienta y Jesús propone que la gente comparta lo que habían traído, todos escondieron lo que tenían. Porque es impensable que nadie más hubiera salido preparado para pasar el día. Sólo el niño, o niña, hizo algo diferente: le ofreció su comida a Jesús y a la multitud. ¿de quién había aprendido a compartir? ¿Cómo había aprendido a practicar la misericordia? . ¿Con quién había aprendido a ser solidario?. Esa es una de las cosas que se aprenden en casa, con el ejemplo de una madre solidaria y dadivosa. Recuerdo la historia de mi padre y sus hermanos que cuando les daban franco en el servicio militar le caían a mi abuela con varios compañeros para pasar el día en su casa. Eran muchachos de lejos, o sin familia, así que había que darles de comer. Y esa madre abnegada con un marido inmigrante que trabajaba de cualquier cosa para que no falte la comida, estaba feliz de amasar y cocinar para otros hijos como los suyos. Ya de grandes ellos se dieron cuenta del esfuerzo económico y de la disposición que hay que tener para compartir la comida con otros. Y de lo que significa hacerlo como una gracia, no como una obligación.
Una vez le hice notar a la Tía Elvira* que todo los chicos que tocaban a su puerta se iban con galletitas dulces, o con un sanguche, o con algo fresco. Y ella me contaba que su mamá en plena depresión de los años `20 después de planchar no sé cuanta ropa para sus patronas, partía la comida en porciones y mandaba a sus hijos que le llevaran una parte a una señora muy pobre que tenía varios chicos, otra a una vecina enferma y que después de tanto trabajo había noches que las pasaba en el hospital cuidando a alguien que no tenía para pagar a quien le ayude. No sé si la niña de la historia bíblica sería Elvira, creo que no es para tanto, pero sí sé que más de ochenta años después, en la salud física y espiritual de Elvira su mamá sigue presente aunque ya no se la pueda ver. Por eso a aquella señora que yo no conocí, la veo por como salieron sus hijos como Elvira y sus hermanos, y sus nietas como Lili y Edy. Y sé que lo mismo podría decirse de las madres de muchos de los que estamos aquí en este culto.
Qué maravilloso encuentro éste entre Jesús y la criatura. La Biblia no nos habla explícitamente de esa madre, pero una lectura atenta de esta historia nos muestra que ella estaba allí de varias maneras. Y podemos ver sus marcas no solamente en el ombligo del niño sino en su estatura intelectual, en su integridad física, y principalmente en la fuerza de su carácter.
Para ser justos en estas reflexiones, debemos considerar la hipótesis de que tal vez esta criatura no tuviese madre. ¿Y si fuese un huérfano?. Es una posibilidad que tal vez le deba todo eso a su padre, o a una tía, o a los abuelos, o a una hermana mayor, o hasta puede ser a una madre adoptiva. Sea quien fuere, dejó en su persona lo que podemos llamar “marcas maternas”.
Todos aquellos y todas aquellas que nos marcan en la vida ejercen sobre nosotros una especie de maternidad. Si me miro el ombligo veo a mi madre. Al observar algunas marcas físicas como el color de mis ojos o de mi piel, mis ideas, mis convicciones, mis rasgos de madurez, mi carácter, veo a mi madres y a mi padre, y a aquellos y aquellas que me influenciaron maternalmente y me dejaron marcas que serán imborrables mientras viva.
Hoy podemos celebrar a nuestra madre carnal, y a muchas otras madres incluso a personas que no habrán parido hijos, pero ¡qué marcas nos han dejado!.
Feliz día de la madre y de las madres también.
Traducción libre de Valdo Ferrari.
*Elvira tiene brillantes 93 años y es “la Tía” de todos en la iglesia que pastorea el traductor.
ORIGINAL:
Umbigo de Criança
(A propósito do Dia das Mães)
Luiz Carlos Ramos
Para D. Déa, mãe desta e de muitas outras idéias
E para D. Odete Ramos, mãe como a desta história
Rudge Ramos, Brasil. 2004.-