No te dejes robar lo que Dios te dio

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2 Reyes 4:8-37

Siempre que Dios nos visita y nos da un milagro, o nos derrama su Espíritu, o comienza en nosotros un fresco avivamiento, el enemigo al enterarse de que Dios nos bendijo, vendrá y tratará de robar y destruir lo que el Señor nos ha dado. La Palabra de Dios claramente lo dice que el diablo vino a matar, robar y destruir. ¿Por qué razón Jesús nos advierte de las artimañas del ladrón, si no es para alertarnos a que anticipemos y a sobreponernos al ataque del enemigo? Todo cristiano verdadero debe saber lo que significa ponerse la armadura de Dios. Todos nosotros debemos conocer el poder que tenemos en la sangre y en el nombre de Jesucristo. Aun conociendo esto, los hijos de Dios no estamos exentos y experimentamos los ataques del enemigo. Como resultado de esto muchos sabemos lo que es la muerte de una visión o la tardanza de la llegada de una promesa o petición. (Daniel)

Una mujer en los días del profeta Eliseo vivió esta desagradable experiencia. Pero por haberse preparado con cuidado pudo enfrentar el ataque del enemigo, recobrando lo que el ladrón le quitó. La clave es que ella de antemano se preparó al construirle primero una morada a Dios. El ejemplo que esta mujer nos da es una clave para que nosotros hagamos arreglos, no solo para mantener la presencia de Dios en nosotros, sino para que también sepamos qué hacer cuando el enemigo venga a matar o robar la bendición que Dios tiene separada para nosotros.

Esta mujer estaba muy bien en cuanto a dinero y posición en la sociedad. La Biblia la describe como una mujer “importante.” Esta mujer entendió que el hombre que pasaba por su hogar regularmente, era un profeta de Dios. Y cada vez que Eliseo pasaba por allí, de manera insistente lo invitaba a cenar en su hogar. Después de la primera visita de Eliseo, ella sin perder tiempo, y al conocer que verdaderamente Dios hablaba por Eliseo, ella de inmediato acordó con su esposo para hacerle un aposento al profeta. Rápido llegaron los carpinteros para hacer la nueva habitación, ya terminada la construcción se compraron los muebles de la habitación. Esta mujer no quería que Eliseo solo la visitara, sino que ella deseaba que el morara en su hogar. Para ella no había esfuerzo muy grande o costo muy alto para que el hombre que representaba a Dios en aquellos días, se hospedara en su hogar. Ella sabiamente había entendido que tener la presencia de alguien que representaba a Dios en la tierra, era la mejor de las riquezas. Cuando Eliseo volvió a pasar por su hogar, ella le mostró el aposento que le había construido y amueblado. Eliseo aceptó la hospitalidad de esta mujer, y lo próximo que esta mujer supo era que el que había sido bendecido con un lugar para reposar, le informaba que estaba preparado para bendecirla a ella. (Las cosas trabajan de esta manera en el reino de Dios, El nos dice “busquen primero, antes que nada, el reino de Dios y su justicia, y lo demás será añadido,” pero a veces somos lentos para entender este concepto.)

Esta mujer tenía suficiente discernimiento para comprender la unción que Dios había depositado en Eliseo. Tuvo la sabiduría suficiente para desear más que una simple visitación y tuvo más que suficiente determinación para poner por obra su plan de entretener a la presencia profética de Eliseo. Pero… ella no estaba preparada, para el nivel de bendición y el gozo inexplicable que estaba a punto de recibir por su amabilidad y hospitalidad hacia el hombre de Dios. Eliseo le dijo a su siervo Giezi que viera a ver qué podía hacer a favor de esta mujer. Esta mujer no tenía interés en los favores de hombres terrenales, y tampoco con el gobierno de su ciudad esta mujer carecía de algo que solo Dios podía darle: un hijo en su edad avanzada, a quien dejarle su herencia, aunque su marido era viejo. Eliseo le dijo a Giezi que llamara a la mujer al aposento que ella le había preparado. Eliseo no podía hacer nada por ella en el gobierno terrenal, pero sí podía ofrecer su intercesión en la corte de los cielos. (Leer 2 Reyes 4: 15-17)

¿Hemos apartado un lugar para Jesús? ¿Considerarías remodelar tu hogar para acomodar a Dios? ¿Y por qué no? ¡A caso El no remodeló su casa derribando la pared de separación que estaba en el medio para acomodarnos a nosotros! Ef. 2:14 – Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación. Tenemos que hacer lugar para El si es que queremos que sus visitas se conviertan en moradas. ¿Cuántas veces El no nos ha visitado, para encontrar que no hay un lugar de alabanza en el cual El pudiera recostarse? ¿No había una almohada suave de adoración en la cual el pudiera descansar su cabeza? Su palabra dice que las zorras tienen cuevas y las aves sus nidos. ¿Hemos apartado un lugar para Jesús?

La mujer de Sunem estaba por descubrir otro beneficio al hacer lugar para Dios. Cuando el día de la prueba y la tribulación llegaron, la habitación que ella había preparado de antemano, para Su santa visitación, se transformaría en habitación de grande intercesión. La cama que ella preparó para que el profeta descansara se cambiaría en una cama de esperanza y liberación donde ella pondría el problema más grande de toda su vida. ¡Es verdad, podemos preparar la cama, pero hay que tener cuidado, pues no sabemos si en el momento de la prueba, tal vez tengamos que acostarnos en ella! Muchos años mas tarde, el hijo de la promesa y de la oración de esta mujer cayó con una enfermedad de muerte.

Le pregunto, ¿se ha muerto aquella promesa que Dios te hizo un día? ¿A dónde se ha ido la esperanza del milagro que tanto anhela tu corazón? ¿Estará en un estado moribundo? ¿Estará enterrada en una tumba cubierta de situaciones adversas? ¿Has visto y vivido en carne propia como los hijos que Dios te dio corren al pecado, a la rebelión, o conviven con malas amistades, mientras tu corazoncito se rompe de nuevo en mil pedazos otra vez?

Es tiempo de recostar lo quebrado y lo que crees que ha muerto, en la habitación de adoración en el lugar de alabanza que hemos preparado para El. Las respuestas a las oraciones, a las peticiones, a las visiones que hemos abrigado en nuestro corazón no tienen su final hasta que Dios diga: Ya no ores más por esto o por aquella persona. Cuando Dios desechó a Saúl le dijo al sacerdote Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado? Mientras aún Dios no deseche a nuestros seres queridos y nos conceda tiempo, y tengamos vida y nos quede un hilo fino de esperanza, es necesario que continuemos esperando e insistiendo en conseguir la respuesta a nuestra oración.

El niño muere repentinamente. El hijo producto de promesa, de oración y amorosamente concebido fue arrebatado súbitamente. Esta mujer no le reclama o culpa a Dios. Cierra sus labios ante esta grande aflicción. Tal vez estaría enterada de la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta, y de que el espíritu de Elías se posaba sobre Eliseo, y tenía tanta confianza en la bondad de Dios, que estaba presta a creer que quien tan súbitamente le había arrebatado lo que milagrosamente le había dado, también podía devolverle lo que ahora le habían quitado. Con esta fe, y sin perder tiempo explicándole a su marido la razón por la cual iba en busca de Eliseo, prepara a su hijo, no para enterrarlo, sino para que sea resucitado, pues lo pone sobre la cama del varón de Dios, con la esperanza de que el Dios de Eliseo obre el milagro que ella sabe que es fácil para El hacerlo. Esta madre no fue a los líderes de la ciudad buscando socorro para su angustia. Ella corrió y cayó de rodillas y le recordó a Dios las promesas que El le había hecho a ella. Dios escuchó su súplica y envió al profeta Eliseo con una respuesta sobrenatural. (Leer 2 Reyes 4:32-37)

¿Hemos preparado un lugar de antemano para Jesús cosa de que cuando llegue el día de la prueba le recordemos la promesa de su ayuda? Es necesario que comencemos a preparar un lugar donde El pueda morar, antes de que El venga con una bendición a nuestras vidas. Tenemos que estar preparados para que el enemigo no nos robe las riquezas de las bendiciones del cielo. Construyamos el aposento, y comencemos a amueblarlo con nuestra hambre, nuestra sed, nuestra alabanza y adoración. Digámonos a nosotros mismos, “Yo tengo la promesa de Su Palabra. “Bienaventurado son los pobres en espíritu. Bienaven-turados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” Dígale a Dios: “la próxima vez que vengas a visitarme voy a estar preparada para ti. Agradezco lo que has hecho Señor, pero quiero ver lo que vas a hacer. No deseo tu visita. Deseo que tú mores en mí.” Por fe les digo que pronto escucharemos a Dios decirnos, como le dijo Eliseo a la mujer de Sunem: Toma tu hijo, toma tu hija, toma tu esposo, toma tu esposa. Ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó en tierra (para adorar y agradecer a Dios por el milagro) y con gozo tomó a su hijo, y salió para su hogar.

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