Mirar lo nuevo
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Lectura bíblica: Isaías 43:16-21 y Juan 8:1-11
¿A quién le gustan las cosas nuevas?
Claro. La respuesta a la pregunta era bastante obvia, porque ¿a quién no le gustan las cosas nuevas?
¿Quién no se fascina ante la posibilidad de poder tener algo nuevo? A algunos ya les brillan los ojitos pensando en alguna cosa… ¿En qué pensaste…?
Todos necesitamos, de tanto en tanto, creer que vamos a poder recibir o tener o ver o se partícipes de algo nuevo. Nadie puede vivir solamente de cosas viejas.
Hasta la gente que más se apega a las cosas del pasado, a las personas más conservadoras, les gusta un par de zapatos nuevos.
Por eso uno puede imaginarse la emoción, la alegría, la felicidad… del pueblo de Israel cuando el profeta les anuncia que Dios va a abrir un camino nuevo en el desierto.
La imagen que dibuja el profeta Isaías es una de las más hermosas de la Biblia. Delante de los ojos de su pueblo, él mismo va a hacer algo nuevo. Algo grande, algo imponente, algo que sorprende.
Ellos estaban cansados de lo que les había tocado en suerte, cansados de vivir bajo la bota de otros, cansados de no poder progresar, cansados de ser personas de segunda o de tercera categoría…
Y Dios les abría un camino nuevo que seguramente sería maravilloso.
¿Cómo no estar felices, no?
Pero, en la vida de la mujer que es llevada a los empujones a los pies de Jesús, no hay nada nuevo. Solamente una acusación: ¡es una adultera! Y piedras, muchas piedras en las manos de quienes se sienten puros y sin mancha. Y corazones que solamente conocen la ley pero que ignoran por completo la misericordia. Muchas personas que quieren arreglar las cosas de la forma más vieja que conoce la humanidad: matando.
Pareciera ser una historia con final seguro. ¿Cómo podía una simple mujer, sin derechos en aquel tiempo, escapar de las acusaciones –ciertas o no- de quienes la habían llevado hasta allí? Para ella no había nada nuevo. Para ella el futuro estaba cerrado. Para ella lo más cercano y lo más posible era la muerte. Y una muerte horrible, por cierto. Ella se queda inmóvil en el piso, esperando lo inevitable.
Sin embargo, contra todos los pronósticos, Jesús inaugura un capítulo nuevo y abre un camino que parecía imposible ante la vida de cada una de las personas que estaban allí. No solamente para la mujer, sino para cada persona de las que estaban allí presentes, Jesús ofrece una nueva oportunidad.
¿Quiénes estaban ante Jesús?
En primera fila ante Jesús, estaban los hombres importantes. Los más influyentes en la sociedad judía de aquel entonces. Los maestros de la ley y los fariseos. Eran los jueces superiores de la ley, aquellos que conocían todo el pasado, cada letra y cada coma, y que tenían autoridad para hacer aplicar lo que la ley de Moisés dictaba: la muerte de aquella mujer. Ellos, que creían que la verdad era lo que ellos pensaban y la justicia lo que ellos decidían.
Después están los curiosos, los que se suman a cualquier cosa que parezca novedosa, pero que, en realidad, no es más que una distracción para una vida aburrida y sin demasiado propósito. Ellos también cargan piedras. Quizá ni siquiera sepan bien de qué se trata, pero por las dudas toman algunas piedras en sus manos y se suman a las voces chillonas de los que acusan a la mujer delante del maestro Jesús.
Y finalmente está la mujer, tirada en el suelo, en silencio.
¿Hay un camino nuevo, una posibilidad, una oportunidad para los personajes de esta historia de piedras, acusaciones, prejuicios, odios, hipocresías…?
¿Qué camino nuevo podía abrirse delante de los ojos de esta mujer? Discriminada, maltratada, juzgada, arrastrada por la ciudad como una cosa, como un trofeo…
¿Qué camino nuevo podía imaginar esta mujer que tal vez nunca fue amada, que tal vez –si es cierto que fue adultera- buscaba en otros brazos y en otros besos lo que nunca nadie le supo dar de verdad? ¿Qué cosa nueva podía esperar ella?
¿Qué camino nuevo podía abrirse delante de los ojos de quienes creían saberlo todo, de quienes estaban seguros de que lo mejor para todos era cumplir siempre a rajatabla la ley de Moisés? ¿Qué nuevo sendero podían transitar ellos, que vivían con sus ojos puestos en el pasado y los defectos de las personas que los rodeaban?
¿Qué camino nuevo podía abrirse delante de los ojos de los curiosos, de las personas cansadas de una vida dura, difícil, sin horizontes?
Parece tan difícil, ¿no? Sin embargo, Jesús lo hace posible. Con un gesto, con su silencio y con las palabras justas, él invita a los más creídos a mirar su propia vida, a analizar sus propias faltas, a meterse en su propio corazón. Y uno a uno, ellos se van. Es interesante que el texto diga que los más viejos fueron los primeros en irse. ¿Tal vez porque los más viejos eran los fariseos y maestros de la ley? ¿O porque los más viejos eran más sabios y se dieron cuenta primero de lo que Jesús estaba diciendo? ¿O porque, con sus años, ellos cargaban muchos pecados? No sabemos, pero ellos fueron los primeros en irse.
Y luego los curiosos, los que siempre se creen alguien cuando están en patota, reciben su propia oportunidad de revisar su vida, su propia oportunidad para descubrir que los estaban usando, que en realidad ellos no eran tan diferentes de aquella mujer que estaba en el suelo. También ellos sufrían, también ellos pecaban, también ellos necesitaban sentir que alguien les tenía misericordia…
Y, por último la mujer… Cuando percibe el sonido de las piedras que caen y el de las pisadas que se alejan, levanta los ojos y se encuentra con la mirada de Jesús. Y, ¡estoy seguro!, en esa mirada hubo mucho más que lo que las palabras del evangelio nos relatan. En esa mirada hubo una confesión. Y en esa mirada hubo perdón. Y en ese instante en el que los ojos de la mujer y los de Jesús se encuentran, se abrió un camino nuevo para aquella mujer condenada.
Cada uno regresa a su casa, a su vida de todos los días, sabiendo que Jesús había abierto delante de ellos la posibilidad de vivir de manera diferente. Y estaba en ellos aceptar ese camino y seguirlo…
Hoy, en este tiempo de Cuaresma, y en nuestra propia realidad, todavía podemos hacernos aquellas mismas preguntas.
Ante el bautismo de Nicolás, frente a su vida tierna, ¿no nos surgen muchas preguntas? ¿Qué camino nuevo se abrirá delante de los ojos de Nicolás? ¿Tendrá que conformarse con la Argentina de los corruptos, de los mentirosos, de la eterna injusticia, del todo vale…? ¿No queremos algo mejor para él? ¿Y para nuestros hijos y nietos? ¿Y para nosotros mismos?
¿No es cierto que muchas veces NECESITAMOS creer que algo nuevo puede pasarle a nuestra vida, que es posible vivir de otra manera, que no todo tiene que ser como es, que hay otras oportunidades…?
Jesús va a la cruz para hacerlo posible.
En la cruz él reconcilia al mundo con Dios y abre la posibilidad de algo nuevo.
Dios puede hacer cosas nuevas en la vida de las personas.
Dios puede hacer algo nuevo con tu vida.
Dios puede hacer algo nuevo con mi vida.
Ese es el regalo que el Señor nos hizo en Jesús. El puede hacer nueva la vida de las personas.
Un camino nuevo en el desierto de la vida de las personas.
Amén
¿A quién le gustan las cosas nuevas?
Claro. La respuesta a la pregunta era bastante obvia, porque ¿a quién no le gustan las cosas nuevas?
¿Quién no se fascina ante la posibilidad de poder tener algo nuevo? A algunos ya les brillan los ojitos pensando en alguna cosa… ¿En qué pensaste…?
Todos necesitamos, de tanto en tanto, creer que vamos a poder recibir o tener o ver o se partícipes de algo nuevo. Nadie puede vivir solamente de cosas viejas.
Hasta la gente que más se apega a las cosas del pasado, a las personas más conservadoras, les gusta un par de zapatos nuevos.
Por eso uno puede imaginarse la emoción, la alegría, la felicidad… del pueblo de Israel cuando el profeta les anuncia que Dios va a abrir un camino nuevo en el desierto.
La imagen que dibuja el profeta Isaías es una de las más hermosas de la Biblia. Delante de los ojos de su pueblo, él mismo va a hacer algo nuevo. Algo grande, algo imponente, algo que sorprende.
Ellos estaban cansados de lo que les había tocado en suerte, cansados de vivir bajo la bota de otros, cansados de no poder progresar, cansados de ser personas de segunda o de tercera categoría…
Y Dios les abría un camino nuevo que seguramente sería maravilloso.
¿Cómo no estar felices, no?
Pero, en la vida de la mujer que es llevada a los empujones a los pies de Jesús, no hay nada nuevo. Solamente una acusación: ¡es una adultera! Y piedras, muchas piedras en las manos de quienes se sienten puros y sin mancha. Y corazones que solamente conocen la ley pero que ignoran por completo la misericordia. Muchas personas que quieren arreglar las cosas de la forma más vieja que conoce la humanidad: matando.
Pareciera ser una historia con final seguro. ¿Cómo podía una simple mujer, sin derechos en aquel tiempo, escapar de las acusaciones –ciertas o no- de quienes la habían llevado hasta allí? Para ella no había nada nuevo. Para ella el futuro estaba cerrado. Para ella lo más cercano y lo más posible era la muerte. Y una muerte horrible, por cierto. Ella se queda inmóvil en el piso, esperando lo inevitable.
Sin embargo, contra todos los pronósticos, Jesús inaugura un capítulo nuevo y abre un camino que parecía imposible ante la vida de cada una de las personas que estaban allí. No solamente para la mujer, sino para cada persona de las que estaban allí presentes, Jesús ofrece una nueva oportunidad.
¿Quiénes estaban ante Jesús?
En primera fila ante Jesús, estaban los hombres importantes. Los más influyentes en la sociedad judía de aquel entonces. Los maestros de la ley y los fariseos. Eran los jueces superiores de la ley, aquellos que conocían todo el pasado, cada letra y cada coma, y que tenían autoridad para hacer aplicar lo que la ley de Moisés dictaba: la muerte de aquella mujer. Ellos, que creían que la verdad era lo que ellos pensaban y la justicia lo que ellos decidían.
Después están los curiosos, los que se suman a cualquier cosa que parezca novedosa, pero que, en realidad, no es más que una distracción para una vida aburrida y sin demasiado propósito. Ellos también cargan piedras. Quizá ni siquiera sepan bien de qué se trata, pero por las dudas toman algunas piedras en sus manos y se suman a las voces chillonas de los que acusan a la mujer delante del maestro Jesús.
Y finalmente está la mujer, tirada en el suelo, en silencio.
¿Hay un camino nuevo, una posibilidad, una oportunidad para los personajes de esta historia de piedras, acusaciones, prejuicios, odios, hipocresías…?
¿Qué camino nuevo podía abrirse delante de los ojos de esta mujer? Discriminada, maltratada, juzgada, arrastrada por la ciudad como una cosa, como un trofeo…
¿Qué camino nuevo podía imaginar esta mujer que tal vez nunca fue amada, que tal vez –si es cierto que fue adultera- buscaba en otros brazos y en otros besos lo que nunca nadie le supo dar de verdad? ¿Qué cosa nueva podía esperar ella?
¿Qué camino nuevo podía abrirse delante de los ojos de quienes creían saberlo todo, de quienes estaban seguros de que lo mejor para todos era cumplir siempre a rajatabla la ley de Moisés? ¿Qué nuevo sendero podían transitar ellos, que vivían con sus ojos puestos en el pasado y los defectos de las personas que los rodeaban?
¿Qué camino nuevo podía abrirse delante de los ojos de los curiosos, de las personas cansadas de una vida dura, difícil, sin horizontes?
Parece tan difícil, ¿no? Sin embargo, Jesús lo hace posible. Con un gesto, con su silencio y con las palabras justas, él invita a los más creídos a mirar su propia vida, a analizar sus propias faltas, a meterse en su propio corazón. Y uno a uno, ellos se van. Es interesante que el texto diga que los más viejos fueron los primeros en irse. ¿Tal vez porque los más viejos eran los fariseos y maestros de la ley? ¿O porque los más viejos eran más sabios y se dieron cuenta primero de lo que Jesús estaba diciendo? ¿O porque, con sus años, ellos cargaban muchos pecados? No sabemos, pero ellos fueron los primeros en irse.
Y luego los curiosos, los que siempre se creen alguien cuando están en patota, reciben su propia oportunidad de revisar su vida, su propia oportunidad para descubrir que los estaban usando, que en realidad ellos no eran tan diferentes de aquella mujer que estaba en el suelo. También ellos sufrían, también ellos pecaban, también ellos necesitaban sentir que alguien les tenía misericordia…
Y, por último la mujer… Cuando percibe el sonido de las piedras que caen y el de las pisadas que se alejan, levanta los ojos y se encuentra con la mirada de Jesús. Y, ¡estoy seguro!, en esa mirada hubo mucho más que lo que las palabras del evangelio nos relatan. En esa mirada hubo una confesión. Y en esa mirada hubo perdón. Y en ese instante en el que los ojos de la mujer y los de Jesús se encuentran, se abrió un camino nuevo para aquella mujer condenada.
Cada uno regresa a su casa, a su vida de todos los días, sabiendo que Jesús había abierto delante de ellos la posibilidad de vivir de manera diferente. Y estaba en ellos aceptar ese camino y seguirlo…
Hoy, en este tiempo de Cuaresma, y en nuestra propia realidad, todavía podemos hacernos aquellas mismas preguntas.
Ante el bautismo de Nicolás, frente a su vida tierna, ¿no nos surgen muchas preguntas? ¿Qué camino nuevo se abrirá delante de los ojos de Nicolás? ¿Tendrá que conformarse con la Argentina de los corruptos, de los mentirosos, de la eterna injusticia, del todo vale…? ¿No queremos algo mejor para él? ¿Y para nuestros hijos y nietos? ¿Y para nosotros mismos?
¿No es cierto que muchas veces NECESITAMOS creer que algo nuevo puede pasarle a nuestra vida, que es posible vivir de otra manera, que no todo tiene que ser como es, que hay otras oportunidades…?
Jesús va a la cruz para hacerlo posible.
En la cruz él reconcilia al mundo con Dios y abre la posibilidad de algo nuevo.
Dios puede hacer cosas nuevas en la vida de las personas.
Dios puede hacer algo nuevo con tu vida.
Dios puede hacer algo nuevo con mi vida.
Ese es el regalo que el Señor nos hizo en Jesús. El puede hacer nueva la vida de las personas.
Un camino nuevo en el desierto de la vida de las personas.
Amén