Mateo 4:1-11
0
0
Salmo 32; Génesis 2:4-9, 15-17; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11
Con este domingo ingresamos en el tiempo de la cuaresma.
¿Qué es la cuaresma?
El vocablo proviene del latín quadragesima (dies) (día cuadragésimo), en referencia a los cuarenta días y cuarenta noches de ayuno de Jesús en el desierto (Mateo 4:2). La institución de la cuaresma se remonta a los primeros siglos del cristianismo, y las formas de su observancia fueron variando con el tiempo, debilitándose progresivamente el rigor del ayuno y abstinencia (todos los días, algunos días; ninguna comida, alguna, comida y colación , tipos de alimentos, etc.).
Hoy es prácticamente inexistente la práctica cuaresmal, no quedando más que el símbolo de los colores morados en la liturgia, los textos bíblicos para la reflexión y un poco de espíritu de meditación y sacrificio en contados cristianos.
La cuaresma empieza el miércoles de ceniza (este año, el 12 de febrero) y termina en el día “cuadragésimo”, o sea, al inicio del día de pascua (en el 2002, el 31 de marzo).
El episodio que concentra las lecturas de este domingo debería ser naturalmente el ayuno de Jesús en el desierto durante cuarenta días. Pero como éste es apenas señalado (Mateo 4:1-2, con más detalles Lucas 4:1-2) como introducción al tema de las tentaciones, la tradición litúrgica ha tomado este último “suceso” –que sucede al final en la versión de Mateo– como tema de reflexión. Marcos y Lucas, por el contrario, indican que las tentaciones a Jesús transcurrieron durante los cuarenta días.
El contexto de Marcos y Lucas es más coherente, por el simbolismo que mantiene en relación con los cuarenta años de estancia de los hijos de Israel en el desierto, durante los cuales “tentaron” a Yavé de diferentes maneras en las situaciones de carencia.
Aquí viene al caso una aclaración. La palabra “tentación” tiene en la tradición cristiana asociaciones con el pecado de transgresión, especialmente sexual. En la Biblia, la tradición paradigmática del desierto entiende por “tentación” el exigir a Dios milagros y acciones espectaculares. Tomarlo como un deus ex machina, puesto a disposición de uno.
Una segunda aclaración: en los relatos de Éxodo y Números las tentaciones –designadas como “murmuraciones”– son de los israelitas respecto de Yavé, mientras que en los sinópticos son de Satanás respecto de Jesús. Pero la correspondencia es clara: lo que no debieron hacer aquellos, no debía hacer Satanás.
Algunos detalles exegéticos
1) Las tres tentaciones (“pruebas” sería una mejor designación) no tienen el mismo orden en Mateo (piedras-pan, lanzamiento desde el pináculo del templo-protección, reinos del mundo a cambio de adoración) que en Lucas, quien invierte las dos últimas para poner el énfasis en la mención de Jerusalén (Mateo “un monte muy alto”), el punto culminante del único viaje de Jesús a Jerusalén en ese evangelio.
2) Cada una de las pruebas presentadas por Satanás es respondida por Jesús con un pasaje de la tradición del desierto (Deuteronomio 8:3; 6:16 y 6:13, respectivamente). La segunda tiene además una cita del Salmo 91:11-12. Marcos omite concretar las tentaciones y en su lugar alude a que Jesús “estaba entre los animales” (1:13b).
3) No es el caso de preguntarse si las tentaciones de Jesús fueron un hecho real; lo importante es su “sentido” teológico. Los cuarenta años de penurias de los israelitas en el desierto fueron una prueba (negativa) antes de entrar en la tierra de la promesa a través del Jordán (Josué 3-4). En cierta manera, era un tiempo de preparación. En su forma condensada, los cuarenta días de Jesús en el desierto preparan la iniciación del nuevo pueblo de Dios junto al Jordán.
4) El tipo de tentaciones dirigidas a Jesús nos ubica en la instancia de lo divino (“hijo de Dios” había sido proclamado un poco antes, en el bautismo, Mateo 3:17), con una inversión perversa en la tercera (Satanás se atribuye poderes divinos). Es la tentación del poder político. Rechazada, Jesús sale ganando, ya que ahora los ángeles mismos le sirven (v.11).
Pero esto hay que leerlo en el contexto del evangelio entero: el camino que elige Jesús no es el del poder, ni siquiera el de los milagros del gusto humano, sino el del sufrimiento y la persecución, y las acciones milagrosas a favor de los necesitados reales. Antes de llegar a la gloria (simbolizada ya en la transfiguración, como vimos el domingo pasado) Jesús debe ir asumiendo la cruz del rechazo, del desprestigio, del juicio condenatorio y de la muerte.
Por todo esto, no prediquemos sobre cosas secundarias sino sobre la rica enseñanza de este relato tan simbólico y tipológico.
El pasaje de Romanos 5:12-19 que acompaña la lectura del evangelio presupone una comprensión del relato de las tentaciones de Jesús en oposición al de Génesis 3:1-7. La primera pareja humana cedió a la tentación de la serpiente (actor simbólico), interpretada después (al menos desde Sabiduría 2:24) como Satanás. Jesús, en cambio, venció las tentaciones del mismo Satanás. La tipología de los dos Adanes es desarrollada con una serie de oposiciones en el fragmento de la carta de Pablo a los Romanos que se lee este domingo.
Para entender mejor esta oposición tipológica entre los dos Adanes, se lee antes el texto de Génesis 2:4-9 –el inicio del relato yavista de la antropogonía– en el que se trata de la formación del ser humano (¡no del varón solamente!), del hábitat proporcionado a él por Yavé y del mandamiento de comer de todos los árboles de la huerta menos del árbol del conocimiento de lo bueno y de lo malo. La transgresión no es narrada en esta liturgia, pero en su lugar se escucha el comentario de Pablo en la carta a los Romanos.
El Salmo 32 es confesional. La solicitud del perdón de Dios es un tema central. Cuando transgredimos su voluntad, no debemos pensar tanto en el castigo cuanto en su deseo y capacidad de perdonar.
Durante la cuaresma, y en camino con Jesús hacia la muerte-resurrección salvífica, no está demás reflexionar sobre eso de que “al que confía en Yavé el amor le envuelve” (v.10b).
Con este domingo ingresamos en el tiempo de la cuaresma.
¿Qué es la cuaresma?
El vocablo proviene del latín quadragesima (dies) (día cuadragésimo), en referencia a los cuarenta días y cuarenta noches de ayuno de Jesús en el desierto (Mateo 4:2). La institución de la cuaresma se remonta a los primeros siglos del cristianismo, y las formas de su observancia fueron variando con el tiempo, debilitándose progresivamente el rigor del ayuno y abstinencia (todos los días, algunos días; ninguna comida, alguna, comida y colación , tipos de alimentos, etc.).
Hoy es prácticamente inexistente la práctica cuaresmal, no quedando más que el símbolo de los colores morados en la liturgia, los textos bíblicos para la reflexión y un poco de espíritu de meditación y sacrificio en contados cristianos.
La cuaresma empieza el miércoles de ceniza (este año, el 12 de febrero) y termina en el día “cuadragésimo”, o sea, al inicio del día de pascua (en el 2002, el 31 de marzo).
El episodio que concentra las lecturas de este domingo debería ser naturalmente el ayuno de Jesús en el desierto durante cuarenta días. Pero como éste es apenas señalado (Mateo 4:1-2, con más detalles Lucas 4:1-2) como introducción al tema de las tentaciones, la tradición litúrgica ha tomado este último “suceso” –que sucede al final en la versión de Mateo– como tema de reflexión. Marcos y Lucas, por el contrario, indican que las tentaciones a Jesús transcurrieron durante los cuarenta días.
El contexto de Marcos y Lucas es más coherente, por el simbolismo que mantiene en relación con los cuarenta años de estancia de los hijos de Israel en el desierto, durante los cuales “tentaron” a Yavé de diferentes maneras en las situaciones de carencia.
Aquí viene al caso una aclaración. La palabra “tentación” tiene en la tradición cristiana asociaciones con el pecado de transgresión, especialmente sexual. En la Biblia, la tradición paradigmática del desierto entiende por “tentación” el exigir a Dios milagros y acciones espectaculares. Tomarlo como un deus ex machina, puesto a disposición de uno.
Una segunda aclaración: en los relatos de Éxodo y Números las tentaciones –designadas como “murmuraciones”– son de los israelitas respecto de Yavé, mientras que en los sinópticos son de Satanás respecto de Jesús. Pero la correspondencia es clara: lo que no debieron hacer aquellos, no debía hacer Satanás.
Algunos detalles exegéticos
1) Las tres tentaciones (“pruebas” sería una mejor designación) no tienen el mismo orden en Mateo (piedras-pan, lanzamiento desde el pináculo del templo-protección, reinos del mundo a cambio de adoración) que en Lucas, quien invierte las dos últimas para poner el énfasis en la mención de Jerusalén (Mateo “un monte muy alto”), el punto culminante del único viaje de Jesús a Jerusalén en ese evangelio.
2) Cada una de las pruebas presentadas por Satanás es respondida por Jesús con un pasaje de la tradición del desierto (Deuteronomio 8:3; 6:16 y 6:13, respectivamente). La segunda tiene además una cita del Salmo 91:11-12. Marcos omite concretar las tentaciones y en su lugar alude a que Jesús “estaba entre los animales” (1:13b).
3) No es el caso de preguntarse si las tentaciones de Jesús fueron un hecho real; lo importante es su “sentido” teológico. Los cuarenta años de penurias de los israelitas en el desierto fueron una prueba (negativa) antes de entrar en la tierra de la promesa a través del Jordán (Josué 3-4). En cierta manera, era un tiempo de preparación. En su forma condensada, los cuarenta días de Jesús en el desierto preparan la iniciación del nuevo pueblo de Dios junto al Jordán.
4) El tipo de tentaciones dirigidas a Jesús nos ubica en la instancia de lo divino (“hijo de Dios” había sido proclamado un poco antes, en el bautismo, Mateo 3:17), con una inversión perversa en la tercera (Satanás se atribuye poderes divinos). Es la tentación del poder político. Rechazada, Jesús sale ganando, ya que ahora los ángeles mismos le sirven (v.11).
Pero esto hay que leerlo en el contexto del evangelio entero: el camino que elige Jesús no es el del poder, ni siquiera el de los milagros del gusto humano, sino el del sufrimiento y la persecución, y las acciones milagrosas a favor de los necesitados reales. Antes de llegar a la gloria (simbolizada ya en la transfiguración, como vimos el domingo pasado) Jesús debe ir asumiendo la cruz del rechazo, del desprestigio, del juicio condenatorio y de la muerte.
Por todo esto, no prediquemos sobre cosas secundarias sino sobre la rica enseñanza de este relato tan simbólico y tipológico.
El pasaje de Romanos 5:12-19 que acompaña la lectura del evangelio presupone una comprensión del relato de las tentaciones de Jesús en oposición al de Génesis 3:1-7. La primera pareja humana cedió a la tentación de la serpiente (actor simbólico), interpretada después (al menos desde Sabiduría 2:24) como Satanás. Jesús, en cambio, venció las tentaciones del mismo Satanás. La tipología de los dos Adanes es desarrollada con una serie de oposiciones en el fragmento de la carta de Pablo a los Romanos que se lee este domingo.
Para entender mejor esta oposición tipológica entre los dos Adanes, se lee antes el texto de Génesis 2:4-9 –el inicio del relato yavista de la antropogonía– en el que se trata de la formación del ser humano (¡no del varón solamente!), del hábitat proporcionado a él por Yavé y del mandamiento de comer de todos los árboles de la huerta menos del árbol del conocimiento de lo bueno y de lo malo. La transgresión no es narrada en esta liturgia, pero en su lugar se escucha el comentario de Pablo en la carta a los Romanos.
El Salmo 32 es confesional. La solicitud del perdón de Dios es un tema central. Cuando transgredimos su voluntad, no debemos pensar tanto en el castigo cuanto en su deseo y capacidad de perdonar.
Durante la cuaresma, y en camino con Jesús hacia la muerte-resurrección salvífica, no está demás reflexionar sobre eso de que “al que confía en Yavé el amor le envuelve” (v.10b).