Mateo 18:15-20
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La fragmentación de los textos bíblicos operada por la selección litúrgica impide leer al menos un libro bíblico del comienzo al final. Perdemos el hilo conductor de los relatos, y deshacemos la obra misma, cuya armadura redaccional queda imperceptible, con la pérdida subsecuente de matices de sentido que serían invalorables para la reflexión o para la predicación.
El predicador, al menos, tiene que estar atento a estos cortes y tratar de reponer de alguna forma la continuidad del relato, sobre todo de los evangelios, que son narrativos.
En nuestro caso, el domingo pasado hemos visto la cadena narrativa de los tres anuncios de la pasión-muerte-resurrección de Jesús (ver el cuadro en la introducción). Cuando pasamos de la perícopa pasada (Mateo 16:21-28) a la de este domingo (18:15-20), y directamente al medio de las instrucciones de Jesús a la comunidad de hermanos, ya hemos perdido muchas cosas en este gran salto. Por ejemplo, con la lectura de este domingo ya hemos desatendido el segundo anuncio (17:22-23) y el domingo 29 habremos pasado por alto el tercero (20:17-19), al comenzar la lectura en 21:28. Tratemos, a pesar de este desmantelamiento, de retomar el hilo.
Entre el primer anuncio (16:21-23) y el segundo (17:22-23), la tradición sinóptica interpone cuatro relatos: la cláusula del seguimiento de Jesús (ya leída), la transfiguración, la venida de Elías (Lucas la omite por la razón que ya se señaló) y la curación del epiléptico. ¿Por qué la transfiguración, un relato de marcado tono pascual, está en ese lugar? Precisamente por eso. Un pronóstico como el de la pasión y muerte reclamaba un alivio para el lector. El relato de la transfiguración funciona en los evangelios como un anticipo de la gloria pascual.
Por otra parte, la presencia y desaparición de Moisés y Elías, en un escenario que nos transporta al Sinaí, sugiere la transferencia del título de profeta-maestro (Deuteronomio 18:15.18) de Moisés a Jesús, y del papel de profeta taumaturgo, de Elías a Jesús, como lo destacan los dos relatos que siguen, el que trata de esta figura (“Elías ya ha venido”, v.12) y el de la curación del epiléptico (Jesús es un profeta sanador, como el de antaño).
Es significativo, en este marco redaccional, la continuación del v.12: “Elías ha venido ya, pero no le han reconocido, sino que han hecho con él todo lo que han querido; así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos”. Este dicho de Jesús, en el que se identifica con el profeta Elías, une los dos anuncios de la pasión-muerte-resurrección.
Mateo agrega (no así los otros dos evangelios sinópticos) la perícopa del tributo al templo pagado por Pedro en su nombre y en el de Jesús (17:24-27). La expresión “los reyes de la tierra” (v.25) parece referirse al Imperio romano, pero en ese caso, la conclusión de Jesús (“entonces, libres están los hijos”) no da sentido. Por tanto, “reyes de la tierra” no deben ser otros que las autoridades religiosas, y el tributo, el que se pagaba al templo. En ese caso, Jesús está negando el esquema opresor de un tributo al templo tomado de los propios “hijos” o compatriotas por parte de quienes, al ser llamados “reyes de la tierra”, son vistos como dominadores. Jesús no quiere escandalizar y por eso paga, pero el dicho establece un antecedente más para el juicio y condena a Jesús. Eso explicaría la ubicación de este episodio a continuación del segundo anuncio de la pasión.
Hechas estas conexiones, podemos comentar el texto escogido para la liturgia (18:15-20).
Esta perícopa –tres, propiamente hablando– pertenece al cuarto discurso de Jesús según el esquema de Mateo (5-7 [propuestas éticas]; 10 [normas para los misioneros]; 13 [parábolas del reino]; 18; 23-25 [críticas a los escribas y fariseos, discurso escatológicos, parábolas sobre el Juicio]).
Las normas de la corrección fraterna (vv.15-18) destacan la actitud de respeto, y no de difamación, por el hermano que peca. La instancia de la comunidad es importante, pero es la extrema. En las “reglas” de la Comunidad y de la Congregación de los esenios de Qumrân, se dan muchas prescripciones sobre el “juicio” comunitario de los miembros de esa Alianza. Indicio de que las regulaciones de la vida de este movimiento, igual que en el de Jesús, eran sentidas como útiles para la convivencia y para el progreso espiritual de los miembros adheridos.
La metáfora del atar y desatar en la tierra refrendado en el cielo (v.18), retoma una promesa dicha a Pedro en 16:19, e indica que las normas de convivencia fraterna inspiradas en el mismo Jesús tendrán un respaldo en el plano celestial. El logion de Jesús en este lugar no es tan extraño como parece.
Sea el tema de los dos o tres testigos para la corrección fraterna (v.16 = Deuteronomio 19:15), o el énfasis de la comunidad, justifican la inclusión de las palabras de Jesús sobre la oración comunitaria (vv.19-20). También aquí es interesante comparar con aquellas “reglas” de Qumrân, en las que se insiste en la comunidad de bienes, de juicio o consejo, y de oración. La oración comunitaria era una práctica cúltica en el templo (y en las sinagogas, fuera de Judea), pero tanto entre los esenios como en el movimiento de Jesús, es espontánea y en cualquier lugar. La promesa de Jesús, sin embargo, es totalmente teológica, y no una norma. En esa dirección señalará más tarde Lucas en los Hechos la comunidad de los primeros cristianos de Jerusalén para “la enseñanza de los apóstoles, la comunión (koinônía), la fracción del pan y las oraciones” (2:42).
No está de más señalar que estas pocas recomendaciones de Jesús no representan un código de leyes, sino instrucciones que tienen que ver con el amor y el respeto hacia los “hermanos” de la comunidad jesuánica.
Los otros textos
Romanos 13:8-14
El pasaje de Romanos trata, en relación con las recomendaciones de Jesús a su comunidad, de la preeminencia del amor (agápê) al prójimo, resumen de toda ley, única “deuda” entre hermanos (13:9), la ley en su plenitud (v.10b). Estas definiciones son notables, y pueden servir para guiones de predicación.
Ezequiel 33:7-11
El texto de Ezequiel 33:7-11 ilustra en los vv.7-9 el tema de la responsabilidad individual (también en 3:17-21), pero la conexión con la lectura del evangelio se da en la cuestión de la advertencia al pecador sobre su pecado. Se convierta o no, el llamado a conversión que viene de Yavé debe ser transmitido por el profeta. De éste se trata, en realidad.
En la segunda parte (vv.10-11) Yavé dice, respecto de los desterrados, que no atribuyan su estado a la culpa antigua de sus padres (idea de la responsabilidad colectiva, que el texto quiere cambiar). En tal caso, como éstos ya no están, no habría manera de modificar nada, y no habría esperanza de vida (v.10b). Lo que le importa a Yavé es que el pecador pueda cambiar de conducta y vivir. Por eso la exhortación final: “convertíos, convertíos, de vuestra mala conducta; ¿por qué vais a morir?” (v.11). Se puede entender esta llamada en paralelo con las indicaciones de Jesús en su discurso a la comunidad de hermanos.
Salmo 119:33-40
Este tema final explica a su vez el uso del Salmo 119:33-40 (la quinta estrofa de las veintidós, como el número de las letras del alefato hebreo). La ley es un “camino” y una senda. La oración a Yavé es para pedirle que él mismo mantenga al suplicante piadoso en ese camino. Este fragmento del extenso himno sobre la ley puede cantarse al comienzo de las lecturas, o al final, como cierre en forma de plegaria.
Como se puede comprobar, todos los textos de esta liturgia tienen una buena circulación del sentido, y dejan espacio para la reflexión personal. Como conjunto, son un ejemplo de catequesis litúrgica.
El predicador, al menos, tiene que estar atento a estos cortes y tratar de reponer de alguna forma la continuidad del relato, sobre todo de los evangelios, que son narrativos.
En nuestro caso, el domingo pasado hemos visto la cadena narrativa de los tres anuncios de la pasión-muerte-resurrección de Jesús (ver el cuadro en la introducción). Cuando pasamos de la perícopa pasada (Mateo 16:21-28) a la de este domingo (18:15-20), y directamente al medio de las instrucciones de Jesús a la comunidad de hermanos, ya hemos perdido muchas cosas en este gran salto. Por ejemplo, con la lectura de este domingo ya hemos desatendido el segundo anuncio (17:22-23) y el domingo 29 habremos pasado por alto el tercero (20:17-19), al comenzar la lectura en 21:28. Tratemos, a pesar de este desmantelamiento, de retomar el hilo.
Entre el primer anuncio (16:21-23) y el segundo (17:22-23), la tradición sinóptica interpone cuatro relatos: la cláusula del seguimiento de Jesús (ya leída), la transfiguración, la venida de Elías (Lucas la omite por la razón que ya se señaló) y la curación del epiléptico. ¿Por qué la transfiguración, un relato de marcado tono pascual, está en ese lugar? Precisamente por eso. Un pronóstico como el de la pasión y muerte reclamaba un alivio para el lector. El relato de la transfiguración funciona en los evangelios como un anticipo de la gloria pascual.
Por otra parte, la presencia y desaparición de Moisés y Elías, en un escenario que nos transporta al Sinaí, sugiere la transferencia del título de profeta-maestro (Deuteronomio 18:15.18) de Moisés a Jesús, y del papel de profeta taumaturgo, de Elías a Jesús, como lo destacan los dos relatos que siguen, el que trata de esta figura (“Elías ya ha venido”, v.12) y el de la curación del epiléptico (Jesús es un profeta sanador, como el de antaño).
Es significativo, en este marco redaccional, la continuación del v.12: “Elías ha venido ya, pero no le han reconocido, sino que han hecho con él todo lo que han querido; así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos”. Este dicho de Jesús, en el que se identifica con el profeta Elías, une los dos anuncios de la pasión-muerte-resurrección.
Mateo agrega (no así los otros dos evangelios sinópticos) la perícopa del tributo al templo pagado por Pedro en su nombre y en el de Jesús (17:24-27). La expresión “los reyes de la tierra” (v.25) parece referirse al Imperio romano, pero en ese caso, la conclusión de Jesús (“entonces, libres están los hijos”) no da sentido. Por tanto, “reyes de la tierra” no deben ser otros que las autoridades religiosas, y el tributo, el que se pagaba al templo. En ese caso, Jesús está negando el esquema opresor de un tributo al templo tomado de los propios “hijos” o compatriotas por parte de quienes, al ser llamados “reyes de la tierra”, son vistos como dominadores. Jesús no quiere escandalizar y por eso paga, pero el dicho establece un antecedente más para el juicio y condena a Jesús. Eso explicaría la ubicación de este episodio a continuación del segundo anuncio de la pasión.
Hechas estas conexiones, podemos comentar el texto escogido para la liturgia (18:15-20).
Esta perícopa –tres, propiamente hablando– pertenece al cuarto discurso de Jesús según el esquema de Mateo (5-7 [propuestas éticas]; 10 [normas para los misioneros]; 13 [parábolas del reino]; 18; 23-25 [críticas a los escribas y fariseos, discurso escatológicos, parábolas sobre el Juicio]).
Las normas de la corrección fraterna (vv.15-18) destacan la actitud de respeto, y no de difamación, por el hermano que peca. La instancia de la comunidad es importante, pero es la extrema. En las “reglas” de la Comunidad y de la Congregación de los esenios de Qumrân, se dan muchas prescripciones sobre el “juicio” comunitario de los miembros de esa Alianza. Indicio de que las regulaciones de la vida de este movimiento, igual que en el de Jesús, eran sentidas como útiles para la convivencia y para el progreso espiritual de los miembros adheridos.
La metáfora del atar y desatar en la tierra refrendado en el cielo (v.18), retoma una promesa dicha a Pedro en 16:19, e indica que las normas de convivencia fraterna inspiradas en el mismo Jesús tendrán un respaldo en el plano celestial. El logion de Jesús en este lugar no es tan extraño como parece.
Sea el tema de los dos o tres testigos para la corrección fraterna (v.16 = Deuteronomio 19:15), o el énfasis de la comunidad, justifican la inclusión de las palabras de Jesús sobre la oración comunitaria (vv.19-20). También aquí es interesante comparar con aquellas “reglas” de Qumrân, en las que se insiste en la comunidad de bienes, de juicio o consejo, y de oración. La oración comunitaria era una práctica cúltica en el templo (y en las sinagogas, fuera de Judea), pero tanto entre los esenios como en el movimiento de Jesús, es espontánea y en cualquier lugar. La promesa de Jesús, sin embargo, es totalmente teológica, y no una norma. En esa dirección señalará más tarde Lucas en los Hechos la comunidad de los primeros cristianos de Jerusalén para “la enseñanza de los apóstoles, la comunión (koinônía), la fracción del pan y las oraciones” (2:42).
No está de más señalar que estas pocas recomendaciones de Jesús no representan un código de leyes, sino instrucciones que tienen que ver con el amor y el respeto hacia los “hermanos” de la comunidad jesuánica.
Los otros textos
Romanos 13:8-14
El pasaje de Romanos trata, en relación con las recomendaciones de Jesús a su comunidad, de la preeminencia del amor (agápê) al prójimo, resumen de toda ley, única “deuda” entre hermanos (13:9), la ley en su plenitud (v.10b). Estas definiciones son notables, y pueden servir para guiones de predicación.
Ezequiel 33:7-11
El texto de Ezequiel 33:7-11 ilustra en los vv.7-9 el tema de la responsabilidad individual (también en 3:17-21), pero la conexión con la lectura del evangelio se da en la cuestión de la advertencia al pecador sobre su pecado. Se convierta o no, el llamado a conversión que viene de Yavé debe ser transmitido por el profeta. De éste se trata, en realidad.
En la segunda parte (vv.10-11) Yavé dice, respecto de los desterrados, que no atribuyan su estado a la culpa antigua de sus padres (idea de la responsabilidad colectiva, que el texto quiere cambiar). En tal caso, como éstos ya no están, no habría manera de modificar nada, y no habría esperanza de vida (v.10b). Lo que le importa a Yavé es que el pecador pueda cambiar de conducta y vivir. Por eso la exhortación final: “convertíos, convertíos, de vuestra mala conducta; ¿por qué vais a morir?” (v.11). Se puede entender esta llamada en paralelo con las indicaciones de Jesús en su discurso a la comunidad de hermanos.
Salmo 119:33-40
Este tema final explica a su vez el uso del Salmo 119:33-40 (la quinta estrofa de las veintidós, como el número de las letras del alefato hebreo). La ley es un “camino” y una senda. La oración a Yavé es para pedirle que él mismo mantenga al suplicante piadoso en ese camino. Este fragmento del extenso himno sobre la ley puede cantarse al comienzo de las lecturas, o al final, como cierre en forma de plegaria.
Como se puede comprobar, todos los textos de esta liturgia tienen una buena circulación del sentido, y dejan espacio para la reflexión personal. Como conjunto, son un ejemplo de catequesis litúrgica.