Mateo 17:1-9

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Salmo 2:6-11; Éxodo 24:12-18; 2 Pedro 1:16-21; Mateo 17:1-9

El tema dominante en todas estas lecturas es el de la transfiguración de Jesús. El evangelio de Mateo describe el acontecimiento, la carta de “Pedro” (en realidad, es un texto tardío) lo comenta de paso, el pasaje del Éxodo habla de la “gloria” de Yavé manifestada a Moisés detrás de la nube, y la cita del Salmo 2 se refiere a la proclamación del rey como “hijo” de Dios, en conexión con la voz teofánica del relato de la transfiguración. De esta manera, los cuatro pasajes bíblicos están bien relacionados con el tema principal de la liturgia de este domingo.

El relato de la transfiguración de Jesús (es una tradición sinóptica: Mateo 17:1-9; Marcos 9:2-8; Lucas 9:28-36) está tomado del primer evangelio. Es fácil pensar en el escenario del Sinaí (v.2, monte alto, rostro brillante como el sol, vestiduras blancas como la luz). La aparición de Moisés y Elías asocia dos personajes relacionados con el Sinaí y la alianza: Éxodo 19-20; 1 Reyes 19). Pero ellos desaparecen y queda Jesús solo (v.8). Efectivamente, Jesús es ahora el único mediador e intérprete de la Ley y el nuevo Elías. Si en la explicación posterior Jesús afirma que “Elías ya vino” (v.12) en la persona de Juan el Bautista (v.13), la referencia es al Elías-precursor de Malaquías 3:23. Pero el Elías predicador y sanador del libro de los Reyes se realiza en Jesús que, como Elías, será llevado al cielo (desarrollo lucano: Lucas 24:50-51; Hechos 1:2-3.9-11).

El segundo tema del relato de la transfiguración es el de la teofanía (v.5b). La voz viene desde la nube: “Éste es mi hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”. La primera parte nos refiere a Isaías 42:1. Es común remitir a la fórmula de adopción del Salmo 2:7, como lo demuestra el uso de este salmo en este domingo. Pero la cita de adopción del rey (“tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy [= en el día de la entronización]”) no es la que corresponde. Se ha impuesto por la interpretación mesiánica de la figura de Jesús como prácticamente la única. En realidad, la referencia que está usando la tradición sinóptica es la de Isaías 42:1: “He aquí mi siervo (en los LXX ho paîs mou, “mi hijo”), a quien sostengo; mi elegido, en quien se complace mi alma (= mi ser)”. La teofanía proclama a Jesús como hijo, como profeta anunciador, que no es lo mismo. La segunda parte (“escuchadle”) es la indicación de Yavé a Israel en el Sinaí cuando promete el otorgamiento de un “profeta como Moisés”.

En nuestro contexto, es una proclamación de Jesús como el maestro de la nueva era que se abre con él. El profeta “como Moisés”, a quien hay que escuchar, describe muy bien al Jesús del evangelio de Mateo, que en tres ocasiones enseña desde un monte alto. Lucas lo desarrolla con más detalles, pero hace del “profeta como Moisés” más una figura pascual que interpreta las Escrituras (Lucas 24:27.44; Hechos 3:22-23). En los tres sinópticos, por otra parte, el “profeta como Elías” es una característica fundamental del Jesús histórico.

El relato lucano de la transfiguración contiene muchas cosas propias (contexto de oración / los dos varones con vestiduras luminosas / “en gloria” / conversación con Jesús sobre su “éxodo” / la cita clara de Isaías 42:1) pero la liturgia ha elegido esta vez la versión de Mateo (la de Marcos es más escueta, y más parecida a la de Mateo).

Tan importante es señalar la teología de la transfiguración, pero no lo es menos a la luz de su contexto. ¿Qué significa la transfiguración de Jesús, transmitida e interpretada por los tres sinópticos? El episodio en sí tiene rasgos pascuales que saltan a la vista. Es una escena de gloria anticipada. La imposición del silencio “hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos” (Marcos 9:9; Mateo 19:9) lo expresa. Sólo entonces se entendería. Pero mientras tanto significa una seguridad en la glorificación, en medio de los conflictos en que se desenvuelve Jesús.

Al mismo tiempo, el relato enseña que la condición del cristiano no es distinta de la del modelo. Al cristiano le tocará dar testimonio del resucitado en medio del rechazo y de las persecuciones, pero debe tener siempre la seguridad de la resurrección que es victoria.

Por eso, en los tres sinópticos el relato de la transfiguración está puesto después del primer anuncio de la pasión-resurrección que a su vez va seguido de las condiciones para seguir a Jesús (Marcos 8:31-33.34-38; Mateo 16:21-23.124-28; Lucas 9:22.23-26) y en la proximidad de un segundo anuncio (Marcos 9:30-32; Mateo 17:22; Lucas 9:43b-45). No hay que soslayar este marco redaccional que abre y clausura el sentido de un episodio que en primera instancia parece extraño y secundario.

El comentario de la transfiguración en la Segunda Epístola de Pedro indica claramente que el acontecimiento tiene conexiones de sentido con la parusía (v.16), un suceso luminoso comparado con la aparición del día (Sol) y del lucero del alba (Venus) . Mientras tanto, tenemos a los profetas, cuya palabra es “como una lámpara que luce en lugar oscuro” (v.19). Es la luz intermedia, hasta la parusía, lo que no es poco decir. Pero de todo esto la transfiguración es el anticipo.

Siempre necesitamos luz para orientarnos, para interpretar la Palabra, para mantener la esperanza.

El relato de la transfiguración nos ofrece diferentes pistas de reflexión en los tiempos oscuros en que nos encontramos.

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