Mateo 14:13-21

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Introducción

La narración del milagro de multiplicación de los panes y peces está presente en los cuatro evangelios. Eso muestra el fuerte impacto que tuvo en las primeras comunidades cristianas y cuán difundida estuvo la imagen de Jesús como aquél que se compadecía de la necesidad del otro y actuaba en su ayuda.

Milagro y números

Este domingo leemos la versión de Mateo del cap. 14. Notemos que en el capítulo siguiente (15:32-39) vuelve a contarse un milagro similar pero con algunas diferencias. Es notable el juego de los números dentro de estas narraciones. En el cap. 14 parten de cinco panes y dos peces. La suma es siete, un número que en la simbología bíblica significa la totalidad, lo acabado. En este caso podría entenderse como “lo suficiente, lo que alcanza”. Al finalizar el relato sobran doce canastas, otra vez un número clave que alude a aquello definido por la voluntad de Dios: doce tribus de Israel, doce discípulos de Jesús. Expresan la voluntad de abundancia de alimento y la saciedad de aquellos que son alimentados por los que Dios da. En el caso del cap. 15 se parte de “siete panes y algunos peces” y arriban a un sobrante de siete canastas llenas. En este segundo caso el recurso al número siete es mayor porque aquí se enfatiza el resultado directo de pasar de siete unidades a siete canastas. En ambos casos los números aluden a la totalidad con que Dios responde frente a la necesidad. Expresan la generosidad de Dios en contraste con la mezquindad humana.

Volviendo a Mateo 14:13-21 vemos que el contexto narrativo ubica a Jesús apartándose para lamentar la muerte de Juan el Bautista. Se señala que se fue solo a un lugar desierto. Con esto se quiere decir un lugar apartado, donde no hay aldeas ni pasa gente en forma habitual. Allí el Señor se lamenta por el trágico final de quien lo había bautizado. Pero la multitud lo sigue hasta donde él está. Uno puede preguntarse si lo siguen para acompañarlo en un momento de suma tristeza, para estar con él en la lamentación y fortalecerlo como lo hacemos cuando visitamos a los deudos de un reciente fallecido, o si lo hacen porque buscan su palabra y compañía sin considerar su angustia. Es muy probable que lo primero esté más cerca de la verdad debido a que la figura de Juan el Bautista había llegado a ser muy conocida y apreciada (véase 14:5) y su muerte violenta sin duda muy lamentada por muchos de quienes seguían a Jesús y conocían a ambos. Si bien el camino de Jesús parece haberse bifurcado respecto a Juan, no se puede afirmar que los vínculos se hubieran roto. Prueba de ello es el impacto que produce en Jesús su muerte y su alejamiento a orar. De modo que al dejar Jesús su lugar de soledad y llanto se encuentra con la multitud que ha venido a compadecerse de él, a consolarlo en un momento tan difícil.

Tuvo compasión de ellos

La primera sorpresa del relato es que Jesús se compadece de ellos. Venían a consolarlo y él los consuela a ellos. Se nos dice que sanó a los que estaban enfermos de entre ellos. Luego entran en escena los discípulos, despistados y equivocándose como suelen hacerlo: le aconsejan despedir a la gente y enviarla a comprar el alimento que necesitan. Uno puede señalar al prudencia y razonabilidad de la actitud de ellos. Los discípulos piensan en la inmediatez de los hechos y no consideran la oportunidad que Jesús ve de dar un testimonio de la voluntad de Dios. Por otro lado – y para ser justos con los Doce – si hubieran solicitado del Señor un milagro probablemente no lo habría hecho, para mostrarnos que Dios a diferencia de nosotros no actúa por presión externa sino por propia voluntad. Pero en este caso Jesús encuentra sobrados motivos para poner en evidencia la voluntad del Creador. Ante la noticia de la muerte de uno de sus mayores profetas, y ante el éxito de las políticas y voluntades de los poderosos todo parece indicar que el proyecto de Dios pierde terreno, que triunfan aquellos que ejercen la fuerza y el poder sobre los débiles y desamparados.

Entonces Jesús decide que es oportuno manifestar el plan de Dios una vez más. A nuestro entender uno de los elementos centrales de este relato es la gratuidad de lo que Dios da. En esta idea nos ayuda el texto elegido de Isaías 55:1-5 que además de ser literariamente de una altura suprema es de una profundidad querigmática notable. Lo que Dios otorga lo hace sin pedir nada a cambio. La sed y el hambre se sacian sin dinero, sin transacción comercial. Las bendiciones del Señor no son parte de un negocio celestial donde se nos da sólo en respuesta a nuestro ofrecimiento en trueque de algo que poseemos (¿y que a Dios le falta?). Dios bendice gratuitamente y en respuesta a esa bendición es que obramos testificando su evangelio, la gratuidad de su amor. Como vemos la desproporción es enorme, casi infinita. Si se nos diera en razón de lo que nosotros ofrecemos estaríamos las más de las veces con las manos vacías. Si nuestras obras fueran la medida de lo que hemos de recibir ni nuestra hambre ni nuestra sed se irían nunca. Pero sobraron doce canastas llenas…

Un sermón de ejemplo

En junio de este año tuve la oportunidad de predicar sobre este tema en la ciudad de Basilea, Suiza. Sin pretensión de normatividad, creo que compartir lo central de ese sermón puede ayudar a dar ideas mostrando un caso concreto de aplicación del texto a un contexto particular.

Todos comieron

Queridas hermanas y hermanos:

Hace dos mil años Jesús vio a la multitud hambrienta y no dudó en poner delante de ella lo que parecía poca comida para tanta gente. El relato nos cuenta que la aparente escasez escondía una abundancia maravillosa. Los pocos panes y peces resultaron multiplicados milagrosamente para posibilitar la continuidad de la vida, la saciedad del hambre, y mostrar el amor de un Dios sensible al dolor humano. La escena nos enseña el contraste entre la abundancia y generosidad del Señor y la miseria de la sociedad que condenaba a miles de hombres, mujeres y niños a la desprotección.

Hoy no estamos lejos de aquella situación. La entrada de la humanidad en el tercer milenio se produce en el humillante y escandaloso contraste entre un desarrollo tecnológico inimaginable tan solo algunas décadas atrás y la masiva producción de pobreza y marginalidad. Si las ciencias aplicadas a la vida cotidiana resuelven casi todos los problemas materiales que una persona puede tener, las ciencias económicas planifican y ejecutan a través de empresas transnacionales y organismos internacionales la maximización de las ganancias por la reducción de puestos de trabajo, organizan el endeudamiento creciente y desmedido de los países débiles a favor de los poderosos, imponen la prescindencia del Estado respecto a los servicios esenciales como la salud, la educación, el medio ambiente, lo que conduce a la más cruel intemperie física y cultural a millones de personas. En este comienzo de siglo no hay ningún líder político en el ámbito internacional que plantee la necesidad fundamental de erradicar la pobreza. Y esto es llamativo porque ahora como nunca antes en la historia de la humanidad un líder o un pequeño grupo de ellos ha logrado concentrar en sus manos tanto poder como para hacer realidad aquello que consideren necesario: ellos hacen y deshacen guerras, crean y destruyen países, imponen sistemas legislativos a los países débiles en beneficio de sus intereses, denuncian la corrupción ajena luego de alentarla y servirse de ella, desarrollan o hunden economías a su voluntad. Pueden hacer – y de hecho hacen – lo que quieren en casi cualquier parte del mundo. ¿Con tanto poder y riqueza porqué no ganarse el elogio universal de ser los vencedores del flagelo mayor que enluta a la humanidad como son el hambre y la pobreza con todas sus consecuencias? ¿A qué se debe tanta mezquindad? ¿Acaso no son casi todos cristianos estos líderes?

Podríamos caracterizar esta era como la del deterioro de la vida. En nuestros días como en tiempo de Herodes, la vida ha perdido valor en todos sus frentes: personal, social, político, ambiental, cultural. Desde los centros de poder la vida es considerada una mercancía demasiado cara como para adquirirla y preservarla. “No falta trabajo sino que sobra gente” parecen decir los economistas que dirigen los capitales internacionales. “Que los perros de unos pocos se coman las proteínas que se le niegan a los hijos de muchos puede ser una injusticia pero esas son las leyes del mercado” repiten orgullosos de su dialéctica los intelectuales de la economía que predomina en prestigiosas universidades del norte.

Sin embargo esta situación no deja insensibles a millones de personas. Muchos son los que ven el presente y el futuro con preocupación y se movilizan para construir una sociedad distinta. Creyentes de todas las latitudes buscan nuevos paradigmas que los ayuden a encontrar salidas, a fundamentar sus proyectos y esperanzas, y a construir una sociedad con justicia. Creen que es posible hacerlo y que dentro de esa búsqueda el mensaje del Evangelio tiene mucho que aportar. De hecho ya lo está haciendo cada vez que nos reunimos para orar juntos, para compartir nuestras esperanzas y proyectos, para alentar nuestra visión evangélica de una sociedad guiada por el derecho y la equidad.

No estamos hoy reunidos para clamar al Señor por otro milagro de multiplicación de los alimentos. Aquel fue suficiente para mostrarnos su amor, su voluntad para con los pobres. Pero sí clamamos y oramos por la conversión de aquellos que tienen el poder para hacer que el hambriento y el pan se encuentren, el poder para crea las condiciones sociales donde la vida sea dignificada. Oramos para que comprendan que las buenas noticias a los pobres no son malas noticias a los ricos si estos son creyentes y viven incómodos por la miseria de millones, y anhelan con todo su corazón el fin de las injusticias. Tampoco serán malas las noticias si están dispuestos a orar con nosotros y también con los más pobres de nuestro tiempo “hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”.

Pocos panes, pocos peces, mucha hambre. Y Jesús respondió con generosidad a la multitud que confiaba en él. Hoy somos invitados a poner nuestros panes y nuestros peces, nuestras manos y nuestros corazones, nuestros pensamientos y nuestros cuerpos al servicio del hermano y la hermana que tienen hambre de pan y sed de justicia. Jesús una y otra vez responderá con la misma generosidad de aquel día en la colina de Galilea.

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