Mateo 13:24-30,36-43
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Salmo 86; Isaías 44:6?8; Romanos 8:12-25; Mateo 13:24-30,36-43
Introducción
Las imágenes rurales empleadas por Jesús apelaban directamente a la experiencia de los oyentes, buena parte de los cuales con seguridad conocía las tareas rurales y sus enormes dificultades; y por ende, también el cuadro pintado en la parábola del trigo y la cizaña. Esta parábola es la segunda de una serie de siete comparaciones en Mateo 13. Al igual que la primera parábola, la del sembrador, recibirá una interpretación alegórica en el mismo capítulo. Obtuvo su lugar redaccional luego de la del sembrador debido al común substrato agrícola y a la acción de sembrar semilla buena con un resultado incierto.
La parábola pertenece al material único y peculiar de Mt. A pesar de algunos paralelos terminológicos con la parábola de la semilla que crece sola de Marcos 4,26-29, el texto de Mateo es independiente y tiene identidad propia. Mientras que en Marcos surge la cuestión del crecimiento “milagroso” y autónomo, en Mateo se plantea el tema del crecimiento conjunto de trigo y cizaña. La parábola de la cizaña, proveniente de la fuente peculiar del evangelista, reemplaza la breve parábola propia de Mc.
En el trasfondo de la parábola de la cizaña puede ubicarse una cuestión que preocupaba a muchos de los primeros seguidores y seguidoras de Jesús: la demora del establecimiento claro del juicio. Este problema surgía cuando notaban que a nivel manifiesto había una incoherencia entre la proclamación de la presencia del Reino por parte de Jesús y la persistencia de la presencia del mal, cuya expresión por excelencia era el imperialismo romano sobre los demás pueblos – particularmente sobre el pueblo de Dios. Las expectativas del mesianismo davídico, integradas fuertemente al proyecto político, militar y teocrático de los zelotes, apuntaba a la superación inmediata de este mal y a la constitución de un estado teocrático regido por la Ley de Dios. Si bien la parábola no presenta su mensaje con estos términos, la problemática subyace a toda la actuación de Jesús, que trae el Reino en su persona.
A nivel algo más interno, puede pensarse en la existencia de otra preocupación más como caldo de cultivo para la transmisión de textos como el de esta parábola: la contradicción de una iglesia en pleno crecimiento, en la que acaso mermaba el empuje ético-religioso riguroso original, y que al acoger a grandes masas de personas, veía con aflicción cómo bajaban las condiciones de ingreso, mezclándose “mejores”, “no tan buenos”, “mediocres” y “malos” en ese gran crisol. Los responsables tenían conciencia de que la iglesia no era el reino; pero ellos querían vivir en la perspectiva del juicio final y de la llegada total del reino, y para ello veían cierta necesidad de establecer fronteras medianamente claras entre unos y otros. A ello se agregaban finalmente las persecuciones injustas que sufrían los cristianos y las cristianas, tanto por parte de su entorno original judío como del mundo gentil. Ello también era más que suficiente motivo para elevar el grito a Dios: “¿Hasta cuándo, Señor?”
Todos estos problemas no se limitan al cristianismo de las primeras generaciones. Permean toda la historia de la iglesia, y de alguna manera llegan hasta nuestras congregaciones actuales.
Repaso exegético
V. 24: la fórmula introductoria es netamente redaccional, como lo evidencia su paralelo exacto en el v. 31; y la fórmula parecida en el v. 33.
La frase estilizada El reino de los cielos es semejante a... es peculiar de Mt. En las parábolas que comienzan con “El reino de los cielos es semejante a un hombre/una mujer/levadura/tesoro/etc.” la comparación no se refiere exclusivamente a esa persona o cosa, sino que se extiende a toda la analogía que sigue. El sentido original de la correspondiente frase aramea es “Con el reino de los cielos sucede como con un hombre/una mujer que...”
Los elementos de la parábola son el tema (un hombre que sembró buena semilla en su campo), la obra del enemigo, el diálogo entre los siervos y el dueño del campo, que concluye con una lección sobre el procedimiento correcto de la separación. Llama la atención la extensa conversación, inusual dentro de una parábola, como también la falta de paralelos claros en el resto de las enseñanzas de Jesús, quizá con excepción de la parábola de la red (Mateo 13,47-48). La parábola está montada sobre el contraste entre el trigo y la cizaña, y el hilo narrativo parece tener en cuenta la posterior interpretación.
Vs. 25-26: el trigo servía para elaborar pan, alimento básico para la población de Israel y del mundo antiguo en general. La cizaña, mencionada sólo en el Evangelio de Mt, es identificada con el Lolium temulentum, un vegetal cuya apariencia externa (concretamente la de las hojas) lo acercaba mucho al trigo, de tal manera que durante su crecimiento podía camuflarse perfectamente en medio de una plantación de trigo. Tan sólo las espigas más comprimidas que las del trigo revelaban su carácter fraudulento. Este dato es un punto decisivo para la interpretación de la parábola. Por su parte, si los granos de cizaña se mezclaban con los de trigo, el pan resultante era vomitivo, perjudicando a quienes lo comían. Ello era causado por un hongo que crecía dentro de la semilla, resultando de ello una harina amarga y venenosa. El otro elemento esencial era el hecho de que las raíces de la cizaña, más fuertes y profundas que las del trigo, se entrelazaban con las del buen cereal. Al arrancar la planta molesta, también se destruían las plantas útiles a su alrededor.
V. 27-30: Es interesante que los siervos se dirigen al dueño del campo (llamado ahora padre de familia) mediante el apelativo de Señor. Empleando este término, de alto valor teológico en la tradición judía, el texto “juega” con la posibilidad de ver en el dueño del campo ya aquí a Jesús mismo.
La pregunta acerca del origen de la cizaña parece despistar la cuestión. Si el problema principal es la erradicación de la mala hierba, ¿qué interesa de dónde salió? Sin embargo, el planteo del texto es hondamente significativo. Responde a una cuestión fundamental: la planta mala no es producto del azar ni de un proceso natural, sino de una acción deliberada cuya meta es arruinar la obra del dueño de casa.
Ante la pregunta de los siervos sobre el tratamiento de la mala hierba, el hombre no quiere correr el riesgo de la destrucción del trigo, y por ello no permite la eliminación de la cizaña durante la etapa de crecimiento y maduración. El momento de la cosecha será el más propicio para separar lo útil de lo inútil y pernicioso. Indirectamente el texto dice que aún no es el tiempo de la cosecha, y por extensión indica que aún no ha llegado el juicio escatológico. La parábola y su interpretación posterior, sumamente elaborada, trabajan sobre el elemento del juicio, algo frecuente en la literatura judía de la época.
Prescindiendo en primera instancia de la interpretación alegórica de la parábola, suministrada por los vs. 36-43, notamos que el trabajo del sembrador no condujo al éxito esperado. El primer resultado fue una mezcla de trigo y cizaña. El plantío distaba mucho de ser ideal. Evidenciaba claramente la mezcla contradictoria de vegetales buenos y malos. Sin embargo, la primera reacción no fue una separación inmediata entre ambos, sino una cierta anuencia para un crecimiento conjunto, en vista de una futura separación en el momento de la cosecha. Llevando este cuadro a la situación del reino de los cielos, tal como versa la introducción a la parábola, resulta que ese reino efectivamente ha llegado, pero esa venida aún no es concomitante con el juicio escatológico. La venida del reino inicia un proceso que llevará a ese juicio, pero la llegada y el final no se superponen en un mismo plano.
Con respecto a la interpretación suministrada en los vs. 36-43, remitimos en primer lugar a lo explicitado en el EEH del domingo 14 de julio de 2002 sobre el proceso de alegorización de la parábola del sembrador. Ahora bien, la interpretación de la parábola de la cizaña parece contener más elementos diferenciados de su parábola “madre” que la interpretación del sembrador, hecho éste que puede remitir a una construcción posterior. Con todo, la estrecha relación de la explicación con la narración parabólica hace presuponer que la interpretación es muy antigua, pues hay una serie de interrelaciones entre ambas partes.
Cabe destacar que varios grupos del entorno judío de aquella época sostenían un elevado ideal de pureza, destacándose particularmente los esenios y los fariseos. Sus esfuerzos los distanciaban de sus correligionarios, produciéndose separaciones dolorosas ya que iban vinculadas a un verdadero desprecio de la “gente ignorante que no conoce la ley”, “los impuros”, “publicanos y pecadores”, y similares. Ahora bien, todos los partidos y grupos sabían muy bien que sólo el juicio final establecería la última separación entre puros e impuros, justos e injustos. De allí que la imagen de la cosecha era un símbolo frecuentemente usado para hablar del juicio final, al igual que la imagen del fuego como figura del castigo.
La interpretación de la parábola tiene carácter privado. Esta ubicación redaccional sugiere que todas las parábolas de Mateo 13 pertenecen a un solo conjunto, y que deben ser comprendidas como tales, relacionadas todas ellas con la misma realidad: los misterios del reino (Mateo 13,11).
La explicación contiene los siguientes elementos: la ubicación en un ambiente privado, la explicación en paralelo basada en la identificación de todos los elementos, la creación de la analogía fundamental, la aplicación de la misma (desdoblada en el destino de los malos y de los justos, y finalmente una exhortación final.
V. 36: Es interesante que en el pedido de explicación los discípulos crean un título para la parábola: “de la cizaña del campo”. Con ello, el texto no suministra meramente un título, sino que coloca el interés de la explicación sobre la mala hierba, y no sobre la mezcolanza (véase el rotulado de la parábola del sembrador en Mateo 13,18). Es decir, la interpretación apunta no tanto al juicio, sino que se relaciona con la demora del juicio.
V. 37-39: La explicación comienza por identificar siete elementos de la parábola. Esta cuantía es notable. En un primer momento sorprende la identificación de la buena semilla como los hijos del reino, cuando el lector y la lectora quizá esperaban leer aquí “la palabra”. Algunos elementos de la parábola no reciben identificaciones: el dormir (elemento ideal para una alegorización, ya sea como marca de inocencia o ingenuidad o como signo de falta de vigilancia), el dar frutos (¡sumamente significativo como representación de la justicia y las obras de amor!), los siervos (en la línea de la parábola podrían representar a los discípulos), el calificativo de padre de familia, el arrancar la cizaña (posible imagen del rigorismo o por lo menos de una rígida disciplina eclesiástica, cf. Mateo 18,17). Es importante marcar que el diablo no vuelve a ser mencionado con relación al juicio final. Este juego con las posibilidades del texto es totalmente lícito y está en la línea de la racionalidad de la alegorización practicada sobre los siete elementos fundamentales, pero a la vez quedan marcados los límites de toda alegorización.
Es interesante que el campo es identificado con el mundo y no con la iglesia. Es decir, la parábola conserva algo de la frescura original del movimiento de Jesús, de mayor amplitud espacial, geográfica y también sociológica antes de su institucionalización en comunidades de límites más restringidos; aunque recién la constantinización y posteriormente el concepto de cristiandad con su (supuesta) coincidencia de los contornos de la sociedad religiosa con los de la sociedad civil terminarán por cambiar las condiciones de la alegoría. Con la identificación del campo sembrado con el mundo entero, la explicación apunta a la misión univerSalmos de la iglesia, sostenida por el sembrador-Hijo del Hombre.
La locución los hijos del reino debería traducirse como los que pertenecen al reino. De manera similar, los hijos del malo son aquellos que están asociados al maligno.
La literatura rabínica también conoce el uso metafórico y parabólico de trigo y mala hierba, aplicando estos símiles a Israel y a los gentiles, respectivamente.
La identificación del sembrador de los malos con el diablo es sumamente fuerte, pues asocia a aquellos con éste. El lector y la lectora del EvMateo ya conocen esta figura a partir de la historia de la tentación de Jesús, donde Jesús vence al diablo precisamente por su fidelidad a la palabra de Dios. El diablo volverá a ser nombrado en la parábola del juicio de las naciones (Mateo 25,41), asociado definitivamente con el castigo en el fuego eterno.
La cosecha es imagen tradicional para el juicio (Joel 3,13; Jeremías 51,33 TM; también en Apocalipsis 14,15). Asimismo, la tradición judía veía en los ángeles los ejecutores de la voluntad de Dios en el juicio escatológico.
V. 40-43: Ahora comienza la explicación del nexo entre la imagen y su cosa representada. La aplicación deja en claro que el reino proclamado por Jesús, a pesar de su carácter escatológico, aún no trae consigo el juicio escatológico final. La descripción de los
vs. 41-43 tiene los colores de un verdadero apocalipsis, sumamente sintético, pero completito.
El “pequeño apocalipsis” comienza con la “recolección” de los “escandalosos” e injustos, que serán llevados a la condenación eterna. El Hijo del Hombre, originalmente el sembrador según la explicación, ahora es el juez supremo. El “apocalipsis sinóptico” usa la misma imagen de los ángeles cosechadores en Mateo 24,30-31, pero allí la aplica a la “recolección” de los elegidos. La venida del Hijo del Hombre con los ángeles también es mencionada en Mateo 16,27 y 25,31-33.
Es llamativa la calificación de los condenados. En primer lugar, están los que son escándalo. En el contexto sinóptico, causar escándalo es un pecado denunciado especialmente por Mateo. La explicación de parábola de la cizaña, a pesar del término neutro, habla sin duda de personas que son piedras de tropiezo para otras, haciéndolas caer. Es decir, el término se refiere a “escandalosos”, no a escándalos. La segunda calificación emplea el término griego anomía, que significa literalmente sin ley, vocablo usado a nivel sinóptico únicamente por Mateo. La traducción clásica emplea aquí iniquidad, término que incluye el contenido semántico de injusticia y arbitrariedad. Por ello, es lícito decir los que practican la injusticia, formulación que incluso es más fuerte que los injustos.
Estos condenados serán recogidos del reino. Ello no significa que hayan pertenecido al reino, sino que existieron conjuntamente con los verdaderos hijos del reino. Recién en el momento del juicio serán reconocidos como espurios. La frase los echarán en el horno de fuego, que vuelve a ser usada en Mateo 13,50, es tomada casi literalmente de Daniel 3,6.11.15. Este fuego es el del infierno mencionado también en Mateo 5,22 y l8,8-9. Toda la frase tiene carácter de fórmula. Lo mismo sucede con el lloro y crujir de dientes, formulación de preferencia mateana (Mateo 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30; y Lucas 13,28).
Al hablar de los justos, vuelve a haber una referencia al reino, sin que se indique el traslado de los justos a esa “esfera” o “dimensión”. ¿Significa ello que la explicación concibe que los justos permanecen allí donde fueron plantados, es decir, en el mundo, y que el reino se instale aquí? Ahora bien, esta pregunta presiona ya demasiado el proceso de alegorización.
Mateo emplea con preferencia el calificativo de justos. Aquí la bienaventuranza es descrita como un resplandecer similar al sol. El lenguaje es muy similar al empleado para describir la transfiguración de Jesús en Mateo 17,2. Es decir, expresa la experiencia de la cercanía de Dios, idea reforzada mediante la fórmula en el reino del Padre.
Una breve exhortación cierra la explicación de la parábola.
Breve reflexión teológica
En este mundo, en el que Jesús anunció la venida del reino, los injustos y causantes de escándalos coexisten con los justos. En términos de la imaginería religiosa: los hijos del maligno coexisten con la gente del reino. A lo largo de la historia, nunca fue posible realizar una separación visible, tajante y definitiva entre fieles e infieles. Únicamente el juicio final dejará en claro quiénes están de un lado y quiénes del otro. La sociedad, y con ello también la iglesia cristiana como entidad social, es una mezcolanza de justos e injustos, bienhechores y escandalosos. Sabemos que esto produce mucha confusión; sobre todo cuando los más deshonestos, estafadores y corruptos se enriquecen a costa de los demás, progresan y disfrutan de todo tipo de éxito y prosperidad; mientras que los justos sufren, quedan marginados y son perseguidos. Con seguridad compartimos la ansiedad de los discípulos por el establecimiento de divisorias claras y por juicios tajantes y punitivos para la mala hierba.
La parábola trató de ayudar a los discípulos a resistir la tentación de producir la “limpieza” por mano propia y antes de tiempo. A la vez, como exhortación en medio de la confusión y la crisis, insiste en mantener una “moral alta” y no cansarse en esa lucha por una vida justa. La ambigüedad del presente será solucionada en el juicio, pues para el Señor de la cosecha no hay ninguna ambigüedad. Él ve las cosas con total claridad. Para él, la demarcación entre tránsfugas y fieles es absolutamente clara.
En la actual situación trágica para toda América Latina y en medida gradual también para ciertos sectores bajo creciente marginación en otros continentes, es tarea imperiosa reconstruir la esperanza en el reino. Ello proporciona un nuevo sentido para la vida, la lucha por la dignidad y la búsqueda de justicia. Es parte de esta reconstrucción saber que nuestro Señor conoce muy bien quiénes y qué acciones son buena planta y quiénes y qué acciones son mala hierba, cizaña venenosa, yuyo escandaloso y venenoso.
Ahora bien, en este contexto de terrible mezcla de trigo y cizaña, justos y corruptos, ¿realmente habrá que esperar de brazos cruzados hasta que se produzca una intervención milagrosa desde el cielo, que aclare y ordene todas las cosas? Aquí hay mucho para reflexionar sobre nuestra responsabilidad pública, la actuación en el ámbito religioso y en la esfera política, la división de “reinos”, la peculiar relación entre Ley y Evangelio, la resistencia a regímenes asesinos, el compromiso por la vida y los derechos del prójimo, la relación entre la esperanza en la acción de Dios y nuestras propias acciones, y muchas cuestiones más que es imposible tratar aquí.
Es probable que en estos momentos algunos (o muchos) ya ni estén esperando la salvación de una intervención celestial, sino de alguna figura mesiánica; como esas que suelen surgir en momentos catastróficos de la historia y que afirman y prometen ser los únicos que pueden salvar al país, para lo cual tan sólo hay que “seguirlos”. Ya el empleo mismo de la terminología religiosa (“único”, “salvar”, “síganme”) revela su carácter profundamente anticristiano. Señor y Salvador hay uno solo: Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre – tal es el testimonio de las Sagradas Escrituras, tal es la confesión de la Iglesia cristiana universal, tal es nuestra firme convicción. Quizá la parábola de la cizaña también nos exhorte a no creer que esos falsos cristos podrán solucionar la maraña formada por hierbas buenas y malas.
Algunas pistas para la predicación
La predicación sobre este texto deberá buscar su camino de acuerdo a la situación peculiar en la que se encuentre la respectiva comunidad. Aquí nos animamos a esbozar tan sólo algunas líneas:
- La parábola de la cizaña contiene un claro no al rigorismo que se atreve a creer que es posible establecer una comunidad de seguidoras y seguidores perfectos, sin mancha ni falla. En el mejor de los casos, el rigorismo podrá llevar a establecer catálogos de pecados y virtudes, pero no establecerá ninguna iglesia “limpia” de pecadores. En este punto, la teología de la Reforma insistió con total claridad en nuestra condición simultánea de justificados y justificadas por la obra de Cristo, y de pecadores y pecadoras. Ello implica a su vez que el texto bíblico contiene un claro no a la marginación de miembros “débiles”, que no pueden llegar a estar “a la altura” de los ideales propuestos, sean cuales fueren éstos.
- Por otra parte, la parábola habla de la seriedad del juicio final y definitivo. Ello implica un claro sí al constante autoexamen de cada hija y cada hijo del reino, examen éste que puede cifrarse de manera paradigmática en los términos de la misma parábola: justicia, escándalo, injusticia, iniquidad. Combinando este examen con la búsqueda continua de acciones concretas de justicia y con el establecimiento de posibilidades de sobrevivencia y vida para los miembros más débiles y desprotegidos, la comunidad cristiana tiene también todo el derecho de levantar su voz para denunciar la cizaña corrupta y la maleza del escándalo de la irresponsabilidad de quienes se apropiaron de los medios de vida de toda la sociedad, marginando, robando, mintiendo, engañando y matando. Asimismo, la comunidad cristiana puede y debe hacer escuchar en el nombre de Cristo el llamado a la conversión. Y finalmente, la comunidad fiel al llamado a la justicia incluso tiene derecho a esperar que Dios intervenga y erradique la mala hierba, en la medida en que ésta no quiera escuchar el llamado de Cristo a la conversión.
Introducción
Las imágenes rurales empleadas por Jesús apelaban directamente a la experiencia de los oyentes, buena parte de los cuales con seguridad conocía las tareas rurales y sus enormes dificultades; y por ende, también el cuadro pintado en la parábola del trigo y la cizaña. Esta parábola es la segunda de una serie de siete comparaciones en Mateo 13. Al igual que la primera parábola, la del sembrador, recibirá una interpretación alegórica en el mismo capítulo. Obtuvo su lugar redaccional luego de la del sembrador debido al común substrato agrícola y a la acción de sembrar semilla buena con un resultado incierto.
La parábola pertenece al material único y peculiar de Mt. A pesar de algunos paralelos terminológicos con la parábola de la semilla que crece sola de Marcos 4,26-29, el texto de Mateo es independiente y tiene identidad propia. Mientras que en Marcos surge la cuestión del crecimiento “milagroso” y autónomo, en Mateo se plantea el tema del crecimiento conjunto de trigo y cizaña. La parábola de la cizaña, proveniente de la fuente peculiar del evangelista, reemplaza la breve parábola propia de Mc.
En el trasfondo de la parábola de la cizaña puede ubicarse una cuestión que preocupaba a muchos de los primeros seguidores y seguidoras de Jesús: la demora del establecimiento claro del juicio. Este problema surgía cuando notaban que a nivel manifiesto había una incoherencia entre la proclamación de la presencia del Reino por parte de Jesús y la persistencia de la presencia del mal, cuya expresión por excelencia era el imperialismo romano sobre los demás pueblos – particularmente sobre el pueblo de Dios. Las expectativas del mesianismo davídico, integradas fuertemente al proyecto político, militar y teocrático de los zelotes, apuntaba a la superación inmediata de este mal y a la constitución de un estado teocrático regido por la Ley de Dios. Si bien la parábola no presenta su mensaje con estos términos, la problemática subyace a toda la actuación de Jesús, que trae el Reino en su persona.
A nivel algo más interno, puede pensarse en la existencia de otra preocupación más como caldo de cultivo para la transmisión de textos como el de esta parábola: la contradicción de una iglesia en pleno crecimiento, en la que acaso mermaba el empuje ético-religioso riguroso original, y que al acoger a grandes masas de personas, veía con aflicción cómo bajaban las condiciones de ingreso, mezclándose “mejores”, “no tan buenos”, “mediocres” y “malos” en ese gran crisol. Los responsables tenían conciencia de que la iglesia no era el reino; pero ellos querían vivir en la perspectiva del juicio final y de la llegada total del reino, y para ello veían cierta necesidad de establecer fronteras medianamente claras entre unos y otros. A ello se agregaban finalmente las persecuciones injustas que sufrían los cristianos y las cristianas, tanto por parte de su entorno original judío como del mundo gentil. Ello también era más que suficiente motivo para elevar el grito a Dios: “¿Hasta cuándo, Señor?”
Todos estos problemas no se limitan al cristianismo de las primeras generaciones. Permean toda la historia de la iglesia, y de alguna manera llegan hasta nuestras congregaciones actuales.
Repaso exegético
V. 24: la fórmula introductoria es netamente redaccional, como lo evidencia su paralelo exacto en el v. 31; y la fórmula parecida en el v. 33.
La frase estilizada El reino de los cielos es semejante a... es peculiar de Mt. En las parábolas que comienzan con “El reino de los cielos es semejante a un hombre/una mujer/levadura/tesoro/etc.” la comparación no se refiere exclusivamente a esa persona o cosa, sino que se extiende a toda la analogía que sigue. El sentido original de la correspondiente frase aramea es “Con el reino de los cielos sucede como con un hombre/una mujer que...”
Los elementos de la parábola son el tema (un hombre que sembró buena semilla en su campo), la obra del enemigo, el diálogo entre los siervos y el dueño del campo, que concluye con una lección sobre el procedimiento correcto de la separación. Llama la atención la extensa conversación, inusual dentro de una parábola, como también la falta de paralelos claros en el resto de las enseñanzas de Jesús, quizá con excepción de la parábola de la red (Mateo 13,47-48). La parábola está montada sobre el contraste entre el trigo y la cizaña, y el hilo narrativo parece tener en cuenta la posterior interpretación.
Vs. 25-26: el trigo servía para elaborar pan, alimento básico para la población de Israel y del mundo antiguo en general. La cizaña, mencionada sólo en el Evangelio de Mt, es identificada con el Lolium temulentum, un vegetal cuya apariencia externa (concretamente la de las hojas) lo acercaba mucho al trigo, de tal manera que durante su crecimiento podía camuflarse perfectamente en medio de una plantación de trigo. Tan sólo las espigas más comprimidas que las del trigo revelaban su carácter fraudulento. Este dato es un punto decisivo para la interpretación de la parábola. Por su parte, si los granos de cizaña se mezclaban con los de trigo, el pan resultante era vomitivo, perjudicando a quienes lo comían. Ello era causado por un hongo que crecía dentro de la semilla, resultando de ello una harina amarga y venenosa. El otro elemento esencial era el hecho de que las raíces de la cizaña, más fuertes y profundas que las del trigo, se entrelazaban con las del buen cereal. Al arrancar la planta molesta, también se destruían las plantas útiles a su alrededor.
V. 27-30: Es interesante que los siervos se dirigen al dueño del campo (llamado ahora padre de familia) mediante el apelativo de Señor. Empleando este término, de alto valor teológico en la tradición judía, el texto “juega” con la posibilidad de ver en el dueño del campo ya aquí a Jesús mismo.
La pregunta acerca del origen de la cizaña parece despistar la cuestión. Si el problema principal es la erradicación de la mala hierba, ¿qué interesa de dónde salió? Sin embargo, el planteo del texto es hondamente significativo. Responde a una cuestión fundamental: la planta mala no es producto del azar ni de un proceso natural, sino de una acción deliberada cuya meta es arruinar la obra del dueño de casa.
Ante la pregunta de los siervos sobre el tratamiento de la mala hierba, el hombre no quiere correr el riesgo de la destrucción del trigo, y por ello no permite la eliminación de la cizaña durante la etapa de crecimiento y maduración. El momento de la cosecha será el más propicio para separar lo útil de lo inútil y pernicioso. Indirectamente el texto dice que aún no es el tiempo de la cosecha, y por extensión indica que aún no ha llegado el juicio escatológico. La parábola y su interpretación posterior, sumamente elaborada, trabajan sobre el elemento del juicio, algo frecuente en la literatura judía de la época.
Prescindiendo en primera instancia de la interpretación alegórica de la parábola, suministrada por los vs. 36-43, notamos que el trabajo del sembrador no condujo al éxito esperado. El primer resultado fue una mezcla de trigo y cizaña. El plantío distaba mucho de ser ideal. Evidenciaba claramente la mezcla contradictoria de vegetales buenos y malos. Sin embargo, la primera reacción no fue una separación inmediata entre ambos, sino una cierta anuencia para un crecimiento conjunto, en vista de una futura separación en el momento de la cosecha. Llevando este cuadro a la situación del reino de los cielos, tal como versa la introducción a la parábola, resulta que ese reino efectivamente ha llegado, pero esa venida aún no es concomitante con el juicio escatológico. La venida del reino inicia un proceso que llevará a ese juicio, pero la llegada y el final no se superponen en un mismo plano.
Con respecto a la interpretación suministrada en los vs. 36-43, remitimos en primer lugar a lo explicitado en el EEH del domingo 14 de julio de 2002 sobre el proceso de alegorización de la parábola del sembrador. Ahora bien, la interpretación de la parábola de la cizaña parece contener más elementos diferenciados de su parábola “madre” que la interpretación del sembrador, hecho éste que puede remitir a una construcción posterior. Con todo, la estrecha relación de la explicación con la narración parabólica hace presuponer que la interpretación es muy antigua, pues hay una serie de interrelaciones entre ambas partes.
Cabe destacar que varios grupos del entorno judío de aquella época sostenían un elevado ideal de pureza, destacándose particularmente los esenios y los fariseos. Sus esfuerzos los distanciaban de sus correligionarios, produciéndose separaciones dolorosas ya que iban vinculadas a un verdadero desprecio de la “gente ignorante que no conoce la ley”, “los impuros”, “publicanos y pecadores”, y similares. Ahora bien, todos los partidos y grupos sabían muy bien que sólo el juicio final establecería la última separación entre puros e impuros, justos e injustos. De allí que la imagen de la cosecha era un símbolo frecuentemente usado para hablar del juicio final, al igual que la imagen del fuego como figura del castigo.
La interpretación de la parábola tiene carácter privado. Esta ubicación redaccional sugiere que todas las parábolas de Mateo 13 pertenecen a un solo conjunto, y que deben ser comprendidas como tales, relacionadas todas ellas con la misma realidad: los misterios del reino (Mateo 13,11).
La explicación contiene los siguientes elementos: la ubicación en un ambiente privado, la explicación en paralelo basada en la identificación de todos los elementos, la creación de la analogía fundamental, la aplicación de la misma (desdoblada en el destino de los malos y de los justos, y finalmente una exhortación final.
V. 36: Es interesante que en el pedido de explicación los discípulos crean un título para la parábola: “de la cizaña del campo”. Con ello, el texto no suministra meramente un título, sino que coloca el interés de la explicación sobre la mala hierba, y no sobre la mezcolanza (véase el rotulado de la parábola del sembrador en Mateo 13,18). Es decir, la interpretación apunta no tanto al juicio, sino que se relaciona con la demora del juicio.
V. 37-39: La explicación comienza por identificar siete elementos de la parábola. Esta cuantía es notable. En un primer momento sorprende la identificación de la buena semilla como los hijos del reino, cuando el lector y la lectora quizá esperaban leer aquí “la palabra”. Algunos elementos de la parábola no reciben identificaciones: el dormir (elemento ideal para una alegorización, ya sea como marca de inocencia o ingenuidad o como signo de falta de vigilancia), el dar frutos (¡sumamente significativo como representación de la justicia y las obras de amor!), los siervos (en la línea de la parábola podrían representar a los discípulos), el calificativo de padre de familia, el arrancar la cizaña (posible imagen del rigorismo o por lo menos de una rígida disciplina eclesiástica, cf. Mateo 18,17). Es importante marcar que el diablo no vuelve a ser mencionado con relación al juicio final. Este juego con las posibilidades del texto es totalmente lícito y está en la línea de la racionalidad de la alegorización practicada sobre los siete elementos fundamentales, pero a la vez quedan marcados los límites de toda alegorización.
Es interesante que el campo es identificado con el mundo y no con la iglesia. Es decir, la parábola conserva algo de la frescura original del movimiento de Jesús, de mayor amplitud espacial, geográfica y también sociológica antes de su institucionalización en comunidades de límites más restringidos; aunque recién la constantinización y posteriormente el concepto de cristiandad con su (supuesta) coincidencia de los contornos de la sociedad religiosa con los de la sociedad civil terminarán por cambiar las condiciones de la alegoría. Con la identificación del campo sembrado con el mundo entero, la explicación apunta a la misión univerSalmos de la iglesia, sostenida por el sembrador-Hijo del Hombre.
La locución los hijos del reino debería traducirse como los que pertenecen al reino. De manera similar, los hijos del malo son aquellos que están asociados al maligno.
La literatura rabínica también conoce el uso metafórico y parabólico de trigo y mala hierba, aplicando estos símiles a Israel y a los gentiles, respectivamente.
La identificación del sembrador de los malos con el diablo es sumamente fuerte, pues asocia a aquellos con éste. El lector y la lectora del EvMateo ya conocen esta figura a partir de la historia de la tentación de Jesús, donde Jesús vence al diablo precisamente por su fidelidad a la palabra de Dios. El diablo volverá a ser nombrado en la parábola del juicio de las naciones (Mateo 25,41), asociado definitivamente con el castigo en el fuego eterno.
La cosecha es imagen tradicional para el juicio (Joel 3,13; Jeremías 51,33 TM; también en Apocalipsis 14,15). Asimismo, la tradición judía veía en los ángeles los ejecutores de la voluntad de Dios en el juicio escatológico.
V. 40-43: Ahora comienza la explicación del nexo entre la imagen y su cosa representada. La aplicación deja en claro que el reino proclamado por Jesús, a pesar de su carácter escatológico, aún no trae consigo el juicio escatológico final. La descripción de los
vs. 41-43 tiene los colores de un verdadero apocalipsis, sumamente sintético, pero completito.
El “pequeño apocalipsis” comienza con la “recolección” de los “escandalosos” e injustos, que serán llevados a la condenación eterna. El Hijo del Hombre, originalmente el sembrador según la explicación, ahora es el juez supremo. El “apocalipsis sinóptico” usa la misma imagen de los ángeles cosechadores en Mateo 24,30-31, pero allí la aplica a la “recolección” de los elegidos. La venida del Hijo del Hombre con los ángeles también es mencionada en Mateo 16,27 y 25,31-33.
Es llamativa la calificación de los condenados. En primer lugar, están los que son escándalo. En el contexto sinóptico, causar escándalo es un pecado denunciado especialmente por Mateo. La explicación de parábola de la cizaña, a pesar del término neutro, habla sin duda de personas que son piedras de tropiezo para otras, haciéndolas caer. Es decir, el término se refiere a “escandalosos”, no a escándalos. La segunda calificación emplea el término griego anomía, que significa literalmente sin ley, vocablo usado a nivel sinóptico únicamente por Mateo. La traducción clásica emplea aquí iniquidad, término que incluye el contenido semántico de injusticia y arbitrariedad. Por ello, es lícito decir los que practican la injusticia, formulación que incluso es más fuerte que los injustos.
Estos condenados serán recogidos del reino. Ello no significa que hayan pertenecido al reino, sino que existieron conjuntamente con los verdaderos hijos del reino. Recién en el momento del juicio serán reconocidos como espurios. La frase los echarán en el horno de fuego, que vuelve a ser usada en Mateo 13,50, es tomada casi literalmente de Daniel 3,6.11.15. Este fuego es el del infierno mencionado también en Mateo 5,22 y l8,8-9. Toda la frase tiene carácter de fórmula. Lo mismo sucede con el lloro y crujir de dientes, formulación de preferencia mateana (Mateo 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30; y Lucas 13,28).
Al hablar de los justos, vuelve a haber una referencia al reino, sin que se indique el traslado de los justos a esa “esfera” o “dimensión”. ¿Significa ello que la explicación concibe que los justos permanecen allí donde fueron plantados, es decir, en el mundo, y que el reino se instale aquí? Ahora bien, esta pregunta presiona ya demasiado el proceso de alegorización.
Mateo emplea con preferencia el calificativo de justos. Aquí la bienaventuranza es descrita como un resplandecer similar al sol. El lenguaje es muy similar al empleado para describir la transfiguración de Jesús en Mateo 17,2. Es decir, expresa la experiencia de la cercanía de Dios, idea reforzada mediante la fórmula en el reino del Padre.
Una breve exhortación cierra la explicación de la parábola.
Breve reflexión teológica
En este mundo, en el que Jesús anunció la venida del reino, los injustos y causantes de escándalos coexisten con los justos. En términos de la imaginería religiosa: los hijos del maligno coexisten con la gente del reino. A lo largo de la historia, nunca fue posible realizar una separación visible, tajante y definitiva entre fieles e infieles. Únicamente el juicio final dejará en claro quiénes están de un lado y quiénes del otro. La sociedad, y con ello también la iglesia cristiana como entidad social, es una mezcolanza de justos e injustos, bienhechores y escandalosos. Sabemos que esto produce mucha confusión; sobre todo cuando los más deshonestos, estafadores y corruptos se enriquecen a costa de los demás, progresan y disfrutan de todo tipo de éxito y prosperidad; mientras que los justos sufren, quedan marginados y son perseguidos. Con seguridad compartimos la ansiedad de los discípulos por el establecimiento de divisorias claras y por juicios tajantes y punitivos para la mala hierba.
La parábola trató de ayudar a los discípulos a resistir la tentación de producir la “limpieza” por mano propia y antes de tiempo. A la vez, como exhortación en medio de la confusión y la crisis, insiste en mantener una “moral alta” y no cansarse en esa lucha por una vida justa. La ambigüedad del presente será solucionada en el juicio, pues para el Señor de la cosecha no hay ninguna ambigüedad. Él ve las cosas con total claridad. Para él, la demarcación entre tránsfugas y fieles es absolutamente clara.
En la actual situación trágica para toda América Latina y en medida gradual también para ciertos sectores bajo creciente marginación en otros continentes, es tarea imperiosa reconstruir la esperanza en el reino. Ello proporciona un nuevo sentido para la vida, la lucha por la dignidad y la búsqueda de justicia. Es parte de esta reconstrucción saber que nuestro Señor conoce muy bien quiénes y qué acciones son buena planta y quiénes y qué acciones son mala hierba, cizaña venenosa, yuyo escandaloso y venenoso.
Ahora bien, en este contexto de terrible mezcla de trigo y cizaña, justos y corruptos, ¿realmente habrá que esperar de brazos cruzados hasta que se produzca una intervención milagrosa desde el cielo, que aclare y ordene todas las cosas? Aquí hay mucho para reflexionar sobre nuestra responsabilidad pública, la actuación en el ámbito religioso y en la esfera política, la división de “reinos”, la peculiar relación entre Ley y Evangelio, la resistencia a regímenes asesinos, el compromiso por la vida y los derechos del prójimo, la relación entre la esperanza en la acción de Dios y nuestras propias acciones, y muchas cuestiones más que es imposible tratar aquí.
Es probable que en estos momentos algunos (o muchos) ya ni estén esperando la salvación de una intervención celestial, sino de alguna figura mesiánica; como esas que suelen surgir en momentos catastróficos de la historia y que afirman y prometen ser los únicos que pueden salvar al país, para lo cual tan sólo hay que “seguirlos”. Ya el empleo mismo de la terminología religiosa (“único”, “salvar”, “síganme”) revela su carácter profundamente anticristiano. Señor y Salvador hay uno solo: Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre – tal es el testimonio de las Sagradas Escrituras, tal es la confesión de la Iglesia cristiana universal, tal es nuestra firme convicción. Quizá la parábola de la cizaña también nos exhorte a no creer que esos falsos cristos podrán solucionar la maraña formada por hierbas buenas y malas.
Algunas pistas para la predicación
La predicación sobre este texto deberá buscar su camino de acuerdo a la situación peculiar en la que se encuentre la respectiva comunidad. Aquí nos animamos a esbozar tan sólo algunas líneas:
- La parábola de la cizaña contiene un claro no al rigorismo que se atreve a creer que es posible establecer una comunidad de seguidoras y seguidores perfectos, sin mancha ni falla. En el mejor de los casos, el rigorismo podrá llevar a establecer catálogos de pecados y virtudes, pero no establecerá ninguna iglesia “limpia” de pecadores. En este punto, la teología de la Reforma insistió con total claridad en nuestra condición simultánea de justificados y justificadas por la obra de Cristo, y de pecadores y pecadoras. Ello implica a su vez que el texto bíblico contiene un claro no a la marginación de miembros “débiles”, que no pueden llegar a estar “a la altura” de los ideales propuestos, sean cuales fueren éstos.
- Por otra parte, la parábola habla de la seriedad del juicio final y definitivo. Ello implica un claro sí al constante autoexamen de cada hija y cada hijo del reino, examen éste que puede cifrarse de manera paradigmática en los términos de la misma parábola: justicia, escándalo, injusticia, iniquidad. Combinando este examen con la búsqueda continua de acciones concretas de justicia y con el establecimiento de posibilidades de sobrevivencia y vida para los miembros más débiles y desprotegidos, la comunidad cristiana tiene también todo el derecho de levantar su voz para denunciar la cizaña corrupta y la maleza del escándalo de la irresponsabilidad de quienes se apropiaron de los medios de vida de toda la sociedad, marginando, robando, mintiendo, engañando y matando. Asimismo, la comunidad cristiana puede y debe hacer escuchar en el nombre de Cristo el llamado a la conversión. Y finalmente, la comunidad fiel al llamado a la justicia incluso tiene derecho a esperar que Dios intervenga y erradique la mala hierba, en la medida en que ésta no quiera escuchar el llamado de Cristo a la conversión.