Marcos 9:2-9
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La transfiguración de Jesús
Introducción
La exégesis tiene ciertas dificultades para aclarar el origen y la historia de la transmisión de este texto. El relato de la transfiguración no tiene analogías en el material evangélico, como lo tienen, p. ej., historias de milagro o de seguimiento. En cuanto al género, se trata de una historia epifánica del tipo cristológico. Algunos exégetas creían ver aquí una prefiguración parcial de la intronización mesiánica. Una fuerte corriente exegética sospechaba que la transfiguración era en realidad una historia pascual transformada. Pero esto es poco probable, ya que ningún relato pascual del NT contiene una voz divina o acompañantes celestiales, o habla de la gloria visible de Jesús. En un relato pascual, tampoco tendría sentido la propuesta de Pedro. Además la historia no contiene ninguna palabra de Jesús, a diferencia de todos los relatos pascuales. Tampoco se conserva recuerdo alguno de una aparición especial ante estos tres discípulos. Por su parte, los relatos pascuales subrayan la identidad del Resucitado con el Crucificado.
Repaso exegético
La historia de la transfiguración evidencia una correspondencia narrativa, histórica y teológica con su contexto, y por ende no necesita ser arrancada del mismo y transformada en una pseudoaparición del Resucitado o en un anticipo de lo que vendrá. Constituye sí un sello colocado por Dios mismo al anuncio de la pasión hecho por Jesús.
El relato combina el esquema común de las teofanías de la Biblia con las narraciones apocalípticas judías de las apariciones del Hijo del hombre. Con esta fusión, se refuerza el contenido simbolizado en los dos personajes del AT presentes en el evento: Jesús sintetiza y “encarna” (no en el sentido de una “reencarnación” del Lejano Oriente) a Moisés y al Hijo del hombre.
La historia ocurre sobre un monte alto. Más allá de la identificación geográfica (la tradición habla del Monte Tabor), es importante destacar que en el AT, particularmente en Éxodo, el monte es lugar por excelencia para la revelación divina.
No es tan fácil comprender la profundidad de la presencia de Elías y Moisés en la transfiguración de Jesús. Se han hecho varias interpretaciones, y ninguna parece ser exhaustiva. Moisés y Elías son dos personajes centrales de la historia de Israel. Ambos son figuras proféticas, y ambos se relacionan a la vez estrechamente con la ley. Por otra parte, tienen su “especialidad”: son los respectivos representantes de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Por su parte, se esperaba la aparición de Elías antes del fin.
Con ello, los dos personajes representan todo el AT. Ambos tuvieron también una desaparición misteriosa. Colocando a estos dos personajes junto a Jesús y destacando que los discípulos debían escucharlo a él, el evangelista hace que Jesús aparezca como la “síntesis” que sobrepasa la Ley y los Profetas. Al mismo tiempo, Jesús queda enmarcado en el camino divino trazado por la Ley y los Profetas para el Mesías.
Puede haber más componentes de la simbología judía presentes en el relato: el profeta Moisés llega a saludar al Profeta definitivo enviado por Dios, y lo hace acompañado por Elías, el precursor del Mesías.
El color blanco y el resplandor sobrenatural son imágenes de la transformación final que el judaísmo esperaba para los justos en el tiempo escatológico. Esto indica que ese tiempo comienza a realizarse con la presencia de Jesús. Pero como era de esperarse, se produce un malentendido: el de creer que ya se había instalado el descanso escatológico y que es posible “embarcarse” en la gloria – retenerla, por así decirlo – esquivando la dura cruz de la que Jesús había hablado tan claramente. El v. 6, posiblemente un comentario redaccional que subraya la ceguera de los discípulos ante la revelación de Dios, corrige esa equivocación de Pedro. Además, allá sobre el monte había tan sólo tres discípulos. Quedarse en ese lugar iba de contramano con la propuesta amplia de Jesús de abarcar con la misión salvífica a toda la humanidad. No sólo los tres elegidos, sino también los demás discípulos y discípulas, todo el pueblo de Israel y todos los pueblos de la tierra debían poder participar en la salvación.
Se impone, pues, una intervención correctora. Ésta comienza con una nube y concluye con un claro mandato. En el AT y el judaísmo de la época, la nube era figura importante en las manifestaciones de Dios, las teofanías, como también en las desapariciones. El NT retoma esta tradición, aplicándola a Jesús. Interviene, pues, Dios mismo. Por su parte, la voz celestial hace una sólida propuesta: "Este es mi Hijo amado; a él oíd".
Hay un cambio significativo con relación a Mc 1,11. Allí, en ocasión del bautismo de Jesús, la voz del cielo se había dirigido personalmente al Hijo amado, confirmándolo en esta condición. En la transfiguración, la voz revela a Jesús como Hijo amado a los tres discípulos, exhortándolos a oírlo. Con ello, la comunidad de creyentes recibe una clara advertencia ante el peligro de caer en posturas entusiastas que creen que ya todo está solucionado y que ya puede dedicarse a descansar. En la persona de los tres discípulos, la Iglesia toda es llamada a oír la Palabra de este Señor, que les habla de cruz y resurrección. A ello también apunta el final abrupto de la historia: la comunidad no tiene a nadie más que a Jesús – precisamente en su Palabra.
Breve reflexión teológica
Marcos colocó este relato después de la confesión cristológica de Pedro, el primer anuncio de la pasión y las palabras de Jesús sobre el seguimiento y la salvación. Con esta ubicación, señala que el anuncio de la pasión y resurrección de Mc 8,31 es el centro de su evangelio. La proclamación abierta y clara de Dios en Mc 9,7 corresponde a la autoproclamación abierta y clara de Jesús mismo en Mc 8,31 y la confirma. Dios ratifica a su Hijo como Mesías precisamente en ese camino de sufrimiento y muerte. La expresión Hijo amado significa hijo único, y como tal, designa al Mesías. El texto se ubica en la línea de la interpretación hecha por la Iglesia primitiva del Salmo 2,7.
Con ello, el relato combina dos expectativas judías: la venida del profeta escatológico, con características similares a las de Moisés; y la aparición de Elías al comenzar el tiempo escatológico. Esto implica que con la venida de Jesús, se cumplen la historia de Israel y las esperanzas escatológicas proyectadas al tiempo de salvación.
Los discípulos elegidos reciben la revelación del secreto mesiánico, una de las características más importantes del evangelio de Mc. La indicación de Dios los remite a la Palabra de Jesús, que es la palabra sobre el Siervo Sufriente (Mc 8,31; 9,12). De este Jesús depende la salvación, la vida eterna que Jesús prometió a todo aquel que tome su cruz para seguirle.
Se anticipa la gloria final, que se halla concentrada en este Jesús Mesías que recorre incansablemente su país y que ahora se dirigirá a Jerusalén. Allí ocurrirá lo que él acaba de anticipar a su grupo. Los discípulos confusos pueden y deben confiar en Jesús y seguirle en su camino, que para llegar a la gloria, primero debe pasar por la cruz. Esto va contra todo “buen sentir” humano, que siempre quiere evitar el sufrimiento, prefiere buscar los primeros puestos, discute sobre el rango de importancia, y se da por satisfecho con el propio bienestar – sin importarle los demás.
Posible esquema para la predicación
Este texto se presta de manera excelente para un sermón narrativo, en el sentido de re-contarlo en el contexto de Mc. Separado de la confesión cristológica, el anuncio de la pasión y las palabras sobre el seguimiento, pierde mucho de su sentido; y además existe el peligro de caer en una teología barata de la gloria.
A la vez, para acercarse al misterio de la relación de la gloria con la cruz, es imprescindible incluir las cruces del presente. A este efecto, se pueden emplear algunos recursos visuales: una gran cruz rústica, en la que se van fijando papelitos con los títulos de las cruces presentes suministrados por la comunidad a partir de un diálogo; y algún símbolo de la resurrección (una vela especial, flores, un gajo verde).
1. ¡Cuántas cruces nos rodean y pesan sobre todas las personas! Toda cruz es chocante y terrible. Destruye, aniquila, mata; y por ello produce miedo. Todos y todas la queremos evitar. Los discípulos no querían saber nada de la cruz.
2. La gloria es mucho más simpática. El poder seduce, el descanso es atractivo, el brillo deslumbra, el status conviene. Pero toda gloria que significa desventajas o incluso cruces para otras personas, es falsa, y tarde o temprano se derrumba.
3. Jesucristo hizo el camino a la gloria verdadera pasando por la cruz. Nosotros hemos recibido el anuncio de su resurrección, y con ello tenemos un testimonio mayor que el de la transfiguración. Ésta trató de ayudar a los discípulos a acercarse a la difícil relación entre cruz y gloria, que es la marca decisiva del camino del Señor y de quienes le siguen.
Introducción
La exégesis tiene ciertas dificultades para aclarar el origen y la historia de la transmisión de este texto. El relato de la transfiguración no tiene analogías en el material evangélico, como lo tienen, p. ej., historias de milagro o de seguimiento. En cuanto al género, se trata de una historia epifánica del tipo cristológico. Algunos exégetas creían ver aquí una prefiguración parcial de la intronización mesiánica. Una fuerte corriente exegética sospechaba que la transfiguración era en realidad una historia pascual transformada. Pero esto es poco probable, ya que ningún relato pascual del NT contiene una voz divina o acompañantes celestiales, o habla de la gloria visible de Jesús. En un relato pascual, tampoco tendría sentido la propuesta de Pedro. Además la historia no contiene ninguna palabra de Jesús, a diferencia de todos los relatos pascuales. Tampoco se conserva recuerdo alguno de una aparición especial ante estos tres discípulos. Por su parte, los relatos pascuales subrayan la identidad del Resucitado con el Crucificado.
Repaso exegético
La historia de la transfiguración evidencia una correspondencia narrativa, histórica y teológica con su contexto, y por ende no necesita ser arrancada del mismo y transformada en una pseudoaparición del Resucitado o en un anticipo de lo que vendrá. Constituye sí un sello colocado por Dios mismo al anuncio de la pasión hecho por Jesús.
El relato combina el esquema común de las teofanías de la Biblia con las narraciones apocalípticas judías de las apariciones del Hijo del hombre. Con esta fusión, se refuerza el contenido simbolizado en los dos personajes del AT presentes en el evento: Jesús sintetiza y “encarna” (no en el sentido de una “reencarnación” del Lejano Oriente) a Moisés y al Hijo del hombre.
La historia ocurre sobre un monte alto. Más allá de la identificación geográfica (la tradición habla del Monte Tabor), es importante destacar que en el AT, particularmente en Éxodo, el monte es lugar por excelencia para la revelación divina.
No es tan fácil comprender la profundidad de la presencia de Elías y Moisés en la transfiguración de Jesús. Se han hecho varias interpretaciones, y ninguna parece ser exhaustiva. Moisés y Elías son dos personajes centrales de la historia de Israel. Ambos son figuras proféticas, y ambos se relacionan a la vez estrechamente con la ley. Por otra parte, tienen su “especialidad”: son los respectivos representantes de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Por su parte, se esperaba la aparición de Elías antes del fin.
Con ello, los dos personajes representan todo el AT. Ambos tuvieron también una desaparición misteriosa. Colocando a estos dos personajes junto a Jesús y destacando que los discípulos debían escucharlo a él, el evangelista hace que Jesús aparezca como la “síntesis” que sobrepasa la Ley y los Profetas. Al mismo tiempo, Jesús queda enmarcado en el camino divino trazado por la Ley y los Profetas para el Mesías.
Puede haber más componentes de la simbología judía presentes en el relato: el profeta Moisés llega a saludar al Profeta definitivo enviado por Dios, y lo hace acompañado por Elías, el precursor del Mesías.
El color blanco y el resplandor sobrenatural son imágenes de la transformación final que el judaísmo esperaba para los justos en el tiempo escatológico. Esto indica que ese tiempo comienza a realizarse con la presencia de Jesús. Pero como era de esperarse, se produce un malentendido: el de creer que ya se había instalado el descanso escatológico y que es posible “embarcarse” en la gloria – retenerla, por así decirlo – esquivando la dura cruz de la que Jesús había hablado tan claramente. El v. 6, posiblemente un comentario redaccional que subraya la ceguera de los discípulos ante la revelación de Dios, corrige esa equivocación de Pedro. Además, allá sobre el monte había tan sólo tres discípulos. Quedarse en ese lugar iba de contramano con la propuesta amplia de Jesús de abarcar con la misión salvífica a toda la humanidad. No sólo los tres elegidos, sino también los demás discípulos y discípulas, todo el pueblo de Israel y todos los pueblos de la tierra debían poder participar en la salvación.
Se impone, pues, una intervención correctora. Ésta comienza con una nube y concluye con un claro mandato. En el AT y el judaísmo de la época, la nube era figura importante en las manifestaciones de Dios, las teofanías, como también en las desapariciones. El NT retoma esta tradición, aplicándola a Jesús. Interviene, pues, Dios mismo. Por su parte, la voz celestial hace una sólida propuesta: "Este es mi Hijo amado; a él oíd".
Hay un cambio significativo con relación a Mc 1,11. Allí, en ocasión del bautismo de Jesús, la voz del cielo se había dirigido personalmente al Hijo amado, confirmándolo en esta condición. En la transfiguración, la voz revela a Jesús como Hijo amado a los tres discípulos, exhortándolos a oírlo. Con ello, la comunidad de creyentes recibe una clara advertencia ante el peligro de caer en posturas entusiastas que creen que ya todo está solucionado y que ya puede dedicarse a descansar. En la persona de los tres discípulos, la Iglesia toda es llamada a oír la Palabra de este Señor, que les habla de cruz y resurrección. A ello también apunta el final abrupto de la historia: la comunidad no tiene a nadie más que a Jesús – precisamente en su Palabra.
Breve reflexión teológica
Marcos colocó este relato después de la confesión cristológica de Pedro, el primer anuncio de la pasión y las palabras de Jesús sobre el seguimiento y la salvación. Con esta ubicación, señala que el anuncio de la pasión y resurrección de Mc 8,31 es el centro de su evangelio. La proclamación abierta y clara de Dios en Mc 9,7 corresponde a la autoproclamación abierta y clara de Jesús mismo en Mc 8,31 y la confirma. Dios ratifica a su Hijo como Mesías precisamente en ese camino de sufrimiento y muerte. La expresión Hijo amado significa hijo único, y como tal, designa al Mesías. El texto se ubica en la línea de la interpretación hecha por la Iglesia primitiva del Salmo 2,7.
Con ello, el relato combina dos expectativas judías: la venida del profeta escatológico, con características similares a las de Moisés; y la aparición de Elías al comenzar el tiempo escatológico. Esto implica que con la venida de Jesús, se cumplen la historia de Israel y las esperanzas escatológicas proyectadas al tiempo de salvación.
Los discípulos elegidos reciben la revelación del secreto mesiánico, una de las características más importantes del evangelio de Mc. La indicación de Dios los remite a la Palabra de Jesús, que es la palabra sobre el Siervo Sufriente (Mc 8,31; 9,12). De este Jesús depende la salvación, la vida eterna que Jesús prometió a todo aquel que tome su cruz para seguirle.
Se anticipa la gloria final, que se halla concentrada en este Jesús Mesías que recorre incansablemente su país y que ahora se dirigirá a Jerusalén. Allí ocurrirá lo que él acaba de anticipar a su grupo. Los discípulos confusos pueden y deben confiar en Jesús y seguirle en su camino, que para llegar a la gloria, primero debe pasar por la cruz. Esto va contra todo “buen sentir” humano, que siempre quiere evitar el sufrimiento, prefiere buscar los primeros puestos, discute sobre el rango de importancia, y se da por satisfecho con el propio bienestar – sin importarle los demás.
Posible esquema para la predicación
Este texto se presta de manera excelente para un sermón narrativo, en el sentido de re-contarlo en el contexto de Mc. Separado de la confesión cristológica, el anuncio de la pasión y las palabras sobre el seguimiento, pierde mucho de su sentido; y además existe el peligro de caer en una teología barata de la gloria.
A la vez, para acercarse al misterio de la relación de la gloria con la cruz, es imprescindible incluir las cruces del presente. A este efecto, se pueden emplear algunos recursos visuales: una gran cruz rústica, en la que se van fijando papelitos con los títulos de las cruces presentes suministrados por la comunidad a partir de un diálogo; y algún símbolo de la resurrección (una vela especial, flores, un gajo verde).
1. ¡Cuántas cruces nos rodean y pesan sobre todas las personas! Toda cruz es chocante y terrible. Destruye, aniquila, mata; y por ello produce miedo. Todos y todas la queremos evitar. Los discípulos no querían saber nada de la cruz.
2. La gloria es mucho más simpática. El poder seduce, el descanso es atractivo, el brillo deslumbra, el status conviene. Pero toda gloria que significa desventajas o incluso cruces para otras personas, es falsa, y tarde o temprano se derrumba.
3. Jesucristo hizo el camino a la gloria verdadera pasando por la cruz. Nosotros hemos recibido el anuncio de su resurrección, y con ello tenemos un testimonio mayor que el de la transfiguración. Ésta trató de ayudar a los discípulos a acercarse a la difícil relación entre cruz y gloria, que es la marca decisiva del camino del Señor y de quienes le siguen.