Marcos 5:21-43
0
0
Ezequiel 18:31-32; 2 Corintios 8:7-9; Marcos 5:21-43; Salmo 30
El texto nos presenta dos milagros de Jesús, el primero de curación, el segundo de resurrección. El primero viene narrativamente dentro del segundo, como si fuera un paréntesis, pero pueden encontrarse vinculaciones temáticas entre ellos. Como en todos lo milagros, el énfasis está puesto en la demostración del poder de Dios y en la manifestación de su señorío aún sobre aquellas cosas que exceden el poder humano. Son una forma de decirle a las personas que hay disposición de Dios para amar a sus hijos e hijas y esto va más allá de los límites naturales.
Pero no todos comprendían esto. La mujer enferma “que había sufrido mucho de muchos médicos” – es decir, que los hombres no habían podido curar – es una excepción. Ella entiende que Jesús es capaz de curarla y hace todo lo posible por acercarse para tocar su manto y así quedar sanada. En el contexto de nuestra comprensión moderna de la vida se corre el riesgo de entender este acto como mágico, o como el recurso a poderes sorprendentes. De hecho hoy en día hay muchos que ganan fama a través de curaciones reales o ficticias. Sin embargo el mismo texto nos ofrece la clave para entender el modo de actuar de Jesús. Dos elementos deben ser resaltados:
a. Jesús siente que algo ha sucedido y se detiene para identificar a la persona. Quienes lo rodean se asombran por el hecho de que tantos lo aprietan y él quiera identificar a uno. Esta actitud de reconocer a la persona en forma individual es un gesto singular. Para Jesús cada uno tiene un rostro y –lo que es más significativo aún- cada uno tiene algo que resolver en su vida, una enfermedad o una tragedia. El flujo de sangre era una enfermedad que hacía impura a la mujer. A la vez, y aunque el texto no lo explota, también hacía impuro a quien entrara en contacto con ella. Por eso se siente atemorizada cuando Jesús quiere identificarla, ya que piensa que será reprendida por manchar a Jesús con su enfermedad. Pero no fue de ese modo. Así como para nosotros los rostros se confunden y pierden en la multitud, para Jesús cada persona es tratada con la dignidad que en sí misma lleva por ser criatura de Dios. Esta mujer fue identificada entre la multitud para mostrar que Dios nos trata por nuestro nombre y sabe de nuestros problemas.
b. Jesús le dice: “tu fe te ha salvado”. Así él mismo parece desvincularse de la curación, como si hubiera sido la fe de ella y no el poder de Dios el autor del milagro. Para ser precisos debemos decir que en este relato es la combinación de la acción de Jesús – que es presentada como involuntaria –, con la fe de la mujer que hizo todo lo posible por tocar al Maestro. El énfasis está en que es una fe depositada en Jesús, y no en cualquier otro. La fe que salva no es una fe innominada sino la fe en Cristo.
El segundo milagro es la resurrección de la hija de Jairo. En esta ocasión Jesús intenta minimizar el hecho señalando que la joven no está muerta sino durmiendo. Es distinto del caso de Lázaro donde se insiste en que lleva varios días de muerto, aunque allí también se alude a que está durmiendo. Una exégesis racionalista señalaría que hay que aceptar que no estaba muerta sino en estado de coma, confundiendo a quienes la cuidaban y habían considerado muerta. Pensar así no resta valor al relato pero quita significación, ya que nuestra tarea como lectores de la Biblia no es tanto explicar lo que sucedió sino develar el mensaje inserto en la narración. Lo que interesa no es si estaba muerta o dormida sino que Jesús entendió el dolor de esta familia y actuó en consecuencia. Es de destacar que “se burlaban de él”, es decir, aquellos que acompañaban a Jairo y su esposa, y que no habían podido curar a su hija, en lugar de darle esperanzas y alentarlos se burlan de aquél que está dispuesto a devolverle la vida. Unos momentos antes habían dicho “para qué molestas al Maestro”. Lo que surge en estas palabras es que no entendían lo que pasaba en la vida de Jairo y su familia. Estaban lejos de comprender que para Dios el dolor de estos padres podía ser motivo de compasión y a la vez de demostración de su voluntad de vida, más allá de los avatares de la medicina de la época.
Otra vez vemos la actitud de reconocimiento del prójimo por parte de Jesús y la oposición de quienes lo rodean. Para Jesús, Jairo y su mujer eran dos personas que estaban sufriendo y a quienes él podía ayudar. Pero no hay una condena de los amigos. Ellos actúan razonablemente, aconsejando llorar y resignarse ante la muerte por dolorosa e injusta que sea. ¿Acaso no es esa la actitud que recomendamos ante lo inevitable? En esta ocasión Jesús sorprendió a todos y les mandó que no dijeran lo que habían visto. No quería ser tenido por un milagrero.
El texto nos presenta dos milagros de Jesús, el primero de curación, el segundo de resurrección. El primero viene narrativamente dentro del segundo, como si fuera un paréntesis, pero pueden encontrarse vinculaciones temáticas entre ellos. Como en todos lo milagros, el énfasis está puesto en la demostración del poder de Dios y en la manifestación de su señorío aún sobre aquellas cosas que exceden el poder humano. Son una forma de decirle a las personas que hay disposición de Dios para amar a sus hijos e hijas y esto va más allá de los límites naturales.
Pero no todos comprendían esto. La mujer enferma “que había sufrido mucho de muchos médicos” – es decir, que los hombres no habían podido curar – es una excepción. Ella entiende que Jesús es capaz de curarla y hace todo lo posible por acercarse para tocar su manto y así quedar sanada. En el contexto de nuestra comprensión moderna de la vida se corre el riesgo de entender este acto como mágico, o como el recurso a poderes sorprendentes. De hecho hoy en día hay muchos que ganan fama a través de curaciones reales o ficticias. Sin embargo el mismo texto nos ofrece la clave para entender el modo de actuar de Jesús. Dos elementos deben ser resaltados:
a. Jesús siente que algo ha sucedido y se detiene para identificar a la persona. Quienes lo rodean se asombran por el hecho de que tantos lo aprietan y él quiera identificar a uno. Esta actitud de reconocer a la persona en forma individual es un gesto singular. Para Jesús cada uno tiene un rostro y –lo que es más significativo aún- cada uno tiene algo que resolver en su vida, una enfermedad o una tragedia. El flujo de sangre era una enfermedad que hacía impura a la mujer. A la vez, y aunque el texto no lo explota, también hacía impuro a quien entrara en contacto con ella. Por eso se siente atemorizada cuando Jesús quiere identificarla, ya que piensa que será reprendida por manchar a Jesús con su enfermedad. Pero no fue de ese modo. Así como para nosotros los rostros se confunden y pierden en la multitud, para Jesús cada persona es tratada con la dignidad que en sí misma lleva por ser criatura de Dios. Esta mujer fue identificada entre la multitud para mostrar que Dios nos trata por nuestro nombre y sabe de nuestros problemas.
b. Jesús le dice: “tu fe te ha salvado”. Así él mismo parece desvincularse de la curación, como si hubiera sido la fe de ella y no el poder de Dios el autor del milagro. Para ser precisos debemos decir que en este relato es la combinación de la acción de Jesús – que es presentada como involuntaria –, con la fe de la mujer que hizo todo lo posible por tocar al Maestro. El énfasis está en que es una fe depositada en Jesús, y no en cualquier otro. La fe que salva no es una fe innominada sino la fe en Cristo.
El segundo milagro es la resurrección de la hija de Jairo. En esta ocasión Jesús intenta minimizar el hecho señalando que la joven no está muerta sino durmiendo. Es distinto del caso de Lázaro donde se insiste en que lleva varios días de muerto, aunque allí también se alude a que está durmiendo. Una exégesis racionalista señalaría que hay que aceptar que no estaba muerta sino en estado de coma, confundiendo a quienes la cuidaban y habían considerado muerta. Pensar así no resta valor al relato pero quita significación, ya que nuestra tarea como lectores de la Biblia no es tanto explicar lo que sucedió sino develar el mensaje inserto en la narración. Lo que interesa no es si estaba muerta o dormida sino que Jesús entendió el dolor de esta familia y actuó en consecuencia. Es de destacar que “se burlaban de él”, es decir, aquellos que acompañaban a Jairo y su esposa, y que no habían podido curar a su hija, en lugar de darle esperanzas y alentarlos se burlan de aquél que está dispuesto a devolverle la vida. Unos momentos antes habían dicho “para qué molestas al Maestro”. Lo que surge en estas palabras es que no entendían lo que pasaba en la vida de Jairo y su familia. Estaban lejos de comprender que para Dios el dolor de estos padres podía ser motivo de compasión y a la vez de demostración de su voluntad de vida, más allá de los avatares de la medicina de la época.
Otra vez vemos la actitud de reconocimiento del prójimo por parte de Jesús y la oposición de quienes lo rodean. Para Jesús, Jairo y su mujer eran dos personas que estaban sufriendo y a quienes él podía ayudar. Pero no hay una condena de los amigos. Ellos actúan razonablemente, aconsejando llorar y resignarse ante la muerte por dolorosa e injusta que sea. ¿Acaso no es esa la actitud que recomendamos ante lo inevitable? En esta ocasión Jesús sorprendió a todos y les mandó que no dijeran lo que habían visto. No quería ser tenido por un milagrero.