Marcos 4:35-41

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Domingo 22 de Junio de 2003 (Ascensión)

Salmo 9:9-20, Job 38:1-11, 2º Corintios 6:1-13, Marcos 4:35-41


El texto de Marcos es sorprendente desde varios puntos de vista. En principio porque a quienes estaban con él no los condujo a la fe sino a un interrogante sobre la persona de Jesús. Al concluir la escena se preguntan “¿Quién es este que el viento y el mar lo obedecen?”. Además parece ser un texto en el cual la situación de zozobra es provocada por Jesús, al menos si vemos que llegan allí porque él mismo lo sugirió (“Pasemos al otro lado”, dice al comienzo del relato). En tercer lugar hay un elemento que casi siempre pasa inadvertido y que debe haber producido mucha angustia: junto a ellos había otras barcas que sufrieron la misma suerte (v. 36). La mención de estas naves donde no estaba Jesús pero que lo seguían puede ser un aspecto interesante para explorar en la predicación.

Las demás barcas

Si era un multitud la que estaba oyendo a Jesús al costado del mar es comprensible que al partir él varios quisieran seguirlo a través del mar. De modo que fueron varias las barcas que zarparon para cruzar el lago. La tormenta entonces no sólo tomó por sorpresa a quienes iban con él sino también a quienes no iban con él. Digamos de entrada que si bien quienes estaban en su barca pudieron recurrir a Jesús -que dormía en la popa-, los que navegaban en las otras no tuvieron esa posibilidad. También podemos imaginar que el miedo a la muerte y la posterior y repentina tranquilidad del mar los debe haber sorprendido. Y cuando luego supieron que había sido Jesús quien los salvó de la violencia de la tormenta seguramente confirmaron su fe y expresaron gratitud, pero nada de eso se nos cuenta en el evangelio.

Se puede trazar una línea entre aquellas personas que estaban en la tormenta y nosotros. Vivimos en medio de problemas y tempestades. Algunas parecen abatirnos y nos dejan sin aliento para continuar. Otras ayudan a templar nuestro espíritu y cuerpo y nos invitan a continuar en el camino. Pero en todos los casos los creyentes sabemos que Jesús está cerca nuestro aunque no lo vemos, y sabemos que va a hacer lo mejor para nuestra vida aunque no oímos sus palabras directamente. A diferencia de los discípulos que lo veían y tenían cerca sin necesidad de creer en él, nosotros somos llamados a confiar en el Dios invisible, el Dios que sabemos que está pero que no podemos tocamos. Estamos como aquellos que iban en las otras barcas.

Quienes estaban bien cerca de él y fueron testigos de su acción se preguntaron quien era este, qué poder tenía. Al parecer no supieron comprender que sus palabras que tanto los atraían y sus enseñanzas que asumían como profundas y verdaderas eran más que palabras declamadas ante una multitud deseosa de oírlas. Eran la expresión del poder de Dios que se manifestaba para dar un mensaje pero fundamentalmente para traer vida a todo aquel que quisiera oírlas y asumirlas. Quizás pensaban que Jesús era un maestro más de los tantos que había en su tiempo. Quizás aún no estaban maduros para comprender que algo esencial estaba sucediendo ante sus propias narices. Lo que sí es evidente es que no esperaban que este hombre que hablaba tan bien pudiera tener poder para que la naturaleza le obedezca.

La tranquilidad de Jesús

Jesús dormía mientras los demás estaban aterrados y veían el mar sobre sus cuerpos. Los que lo acompañaban lo despiertan reclamándoles por sus vidas: “¿no te preocupa que muramos?” Lo que expresan es, dicho en otras palabras, que si tan bien les hablaba en la orilla, y tanto se interesaba por la vida y el espíritu de sus oyentes, por qué ahora los deja morir sin hacer nada. No parece que ellos crean que Jesús pueda hacer algo en ese momento. Más bien el texto da a entender que lo que esperan es que se angustie con ellos, que viva ese momento final de sus vidas con conciencia y no meramente durmiendo a un costado. Obsérvese que no le reclaman un milagro ni una solución. Seguramente no consideraban que pudiera hacerlo.

Pero la actitud de Jesús sorprendió a los que estaban en la barca. Luego de calmar la tempestad les recrimina que no tienen suficiente fe. Uno puede salir en defensa de los discípulos: ¿se esperaba que se echaran a dormir como Jesús? ¿Debían dejar la barca zozobre sin despertar al maestro? La respuesta no hemos de buscarla tanto por este lado sino en la actitud de Jesús de poner la vida en las manos de Dios. Dejar que él actúe cuando nuestras fuerzas y saber ya no pueden dominar la realidad. Nunca Jesús llama a la inacción o a la resignación ante la adversidad. Sería un error entender de ese modo su actitud.

Entonces la tranquilidad de Jesús consiste no en poner en riesgo su vida y la de los demás sino en estar convencido de que más allá del peligro que estemos corriendo o lo desorientados que en determinado momento podemos estar, los hilos de nuestra vida y el destino a que nos conducimos está en las manos de Dios, quien nos cuida y acompaña siempre.

Conclusión

La simbología de navegar en una tormenta es muy apta para describir la vida moderna, especialmente la de los más pobres de nuestras sociedades. Por otro lado la vida puede ser descripta como un andar en medio de preguntas, inseguridades, conflictos. En todos esos momentos Jesús está cerca y puede calmar las aguas y llevarnos a buen puerto.

Proponemos entonces organizar la predicación de acuerdo a los siguientes puntos:

1. Jesús invita a navegar (vivir) asumiendo los riesgos y peligros.
2. Las otras barcas se parecen a nuestra experiencia personal.
3. La tranquilidad de Jesús en a tormenta consiste en poner la vida en las manos de Dios.
4. Ante su poder y la incredulidad de sus discípulos, Jesús nos invita a la fe.

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