Marcos 12:38-44
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Salmo 146 1 Reyes 17:8-16 Hebreos 9:24-28 Marcos 12:38-44
Elementos introductorios
El texto que hoy señala el leccionario, especialmente el relato de la llamada “Ofrenda de la viuda”, ha sido muy conocido, hasta transformarse casi en un refrán. Prácticamente toda referencia a la generosidad esperada de los fieles a la Iglesia la levanta como ejemplo. Por cierto que la llamada “teología de la prosperidad” ha hecho uso, mal uso y abuso de este texto. Tanto se ha dicho y predicado sobre esta pobre viuda, o viuda pobre, que lo que hay en nuestras cabezas al leerlo está teñido por toda una historia de la interpretación que hace que leamos más de lo que el mismo texto dice. Por lo tanto, al estudiar este texto tenemos que fijarnos tanto en lo que dice como en lo que no dice, pero que se ha ido agregando inconscientemente a través de su lectura.
En cuanto a lo que el relato nos brinda no debemos olvidar el contexto social, que le da mayor significación. Estamos frente al Templo de Jerusalén en tiempo de la Pascua. Esto quiere decir que la ciudad está atestada de peregrinos, algunos ricos venidos de lejos, de la diáspora, otros más humildes de los pueblos y aldeas de Israel. Se supone que en esa época llegaban a Jerusalén, según algunos testimonios, casi diez peregrinos por cada habitante. Acampaban en los alrededores los más pudientes ocupaban las posadas de la zona. Era el momento oportuno para traer ofrendas y diezmos, y el Templo era el encargado de recolectarlos. En ese clima de bullicio, aglomeración y inusitada actividad ocurre el episodio que analizaremos.
Estudio Exegético
El texto suele ser dividido en dos partes, separando el dicho de Jesús ante la presunción de los escribas (Mc 12:38-40) del párrafo siguiente, la ofrenda de la viuda (vv. 41-44). Sin embargo, creo que hay que leerlos conjuntamente, y no sólo estos versículos, sino también junto con los siguientes, Mc 13:1-2. Porque todos tienen algo en común, como veremos, que es el sistema económico en torno de la clase dirigente de Jerusalén y la institución del Templo.
Aunque Jesús acaba de tener una conversación productiva con un escriba, quizás proveniente de la diáspora (ver estudio anterior) ahora lanza una advertencia generalizada frente a ellos. Probablemente aquí haya que pensar en los escribas de Jerusalén, principalmente, o en los que abusaban de su autoridad en sus visitas a los pueblos y aldeas rurales. La acusación de que gustan hacerse ver y figurar en los primeros lugares en reuniones y cenas (probablemente festividades) no tiene porque llamar la atención. Si bien en nuestra sociedad que valora una (muchas veces fingida) humildad esta búsqueda de figuración puede resultar chocante, era absolutamente normal para una sociedad basada en el prestigio y el honor, como era toda la cultura mediterránea. La figuración era imprescindible, y estaba asociada con la riqueza y el poder.
Estos escribas participan de esa competencia por el poder, por el prestigio. Era lo que se esperaba de ellos. Todo el orden social en el Imperio romano expresaba esta idea (ver 1 Co 1:25-29). Si bien la crítica de Jesús apunta a los escribas, es un tiro por elevación a todo el sistema de honores y poder. Estos escribas (que eran parte de la muy pequeña “clase media” de la época), por su ambición de “trepar” en la escala social no dudan en integrarse a un sistema de valores que contradice el sentido de disposición al servicio y humildad que predicaron los profetas de su pueblo.
Pero no es sólo la jactancia y figuración lo que Jesús señala. Es que en esa ambición por acomodarse socialmente al modo del Imperio usan sus artes y ciencia para enriquecerse y confiscar los bienes de los pobres, especialmente de las viudas. Siendo que las mujeres no tenían derechos hereditarios, no era difícil para un escriba avezado enredar los asuntos en el caso de mujeres sin protección, como eran las viudas, para alzarse con sus bienes. ¡Vaya a saber uno si la viuda de la ofrenda no había sido víctima de una de esas trampas! Por eso no hay que separar demasiado estos pasajes. Para peor lo hacen en medio de un discurso piadoso, con oraciones largas. Cualquier semejanza con la realidad actual no es casualidad.
El párrafo siguiente es el que ha recibido más atención. Suelen predicar más acerca de él pastores y sacerdotes que reciben las ofrendas, antes que las viudas que las dan... y eso se nota en como ha sido usado.
Muchos pasan a dejar sus ofrendas. Es probable que hubiera un sacerdote llevando la contabilidad, ya que parte de esas ofrendas debían ser asentadas como diezmos.
Por otro lado, peregrinos de la diáspora traían ofrendas reunidas en sus comunidades y necesitan los recibos correspondientes. Eso explica por qué los montos de las ofrendas eran conocidos. Jesús está mirando este procedimiento. Si atendemos lo que acaba de decir, se puede suponer que el humor y valoración de este acto por parte de Jesús no ha de ser muy positivo. También observa la ofrenda que entrega la viuda. El hecho de que las ofrendas eran contabilizadas queda evidente en que la suma es conocida por todos, incluso por un observador distante como es Jesús.
Las palabras de Jesús establecen un hecho. La diferencia con la evaluación de los restantes observadores es que Jesús aprecia el valor relativo de la ofrenda, mientras para los sacerdotes se considera el monto absoluto. Mientras los demás ofrendan “lo que les sobra”, una parte insignificante de sus posesiones, la viuda entrega el total, lo que le sirve para vivir. No es necesariamente cierto que todos los que ofrendaban ponían “lo que les sobra”. Esto es evidentemente una hipérbole referida a los ricos que son destacados como los que ponen abundantes ofrendas. Para muchos peregrinos pobres el diezmo era una pesada carga, como otros textos de los Evangelios pondrán de manifiesto.
Es notable que en las palabras de Jesús no aparece ningún encomio o alabanza, ni destaca un sentido positivo del acto de la viuda. La tradición y la mayoría de los comentaristas, aun algunos muy serios (por ejemplo, el exhaustivo comentario de Gnilka, muy bueno en otros aspectos) suelen titular este párrafo “alabanza de la viuda generosa” o cosa así. Sin embargo, si uno mira estrictamente lo que dice Jesús, tal encomio no aparece. La carga interpretativa que se ha puesto en este pasaje hace que leamos allí lo que no está. La frase de Jesús, vale la pena repetirlo, simplemente establece que la viuda puso comparativamente más que los otros. ¿Pero es eso bueno, la hace mejor?
Si miramos el contexto, lejos de encomiar el gesto de la viuda, Jesús la ve como víctima de un sistema de explotación. Acaba de decir que los escribas se quedan con las casas de las viudas ahora dice que el Templo completa esa injusticia porque se queda aún con su sustento. En realidad, según la ley, las viudas no debían dar las ofrendas sino recibirlas (Deut 14:28-29). Cuando esta mujer pone allí “todo su sustento” el objetivo de las ofrendas queda totalmente trastocado. No son para agradecer la vida renovada, como establece el texto del Deuteronomio (26:1-12, ver especialmente el v. 12) sino que convocan a la muerte. Jesús no dice que esa viuda ahora recibirá mucho, no anuncia su bendición ni su prosperidad. La ve como una condenada a la inanición. La mujer, lejos de ser elogiada por su generosidad es vista como la víctima de un sistema corrupto que contradice aún a la ley que dice representar. Es contrario a la misericordia que privilegia la vida, que es lo que Jesús viene a anunciar.
Para peor, si tomamos en cuenta los versículos siguientes, Jesús nos va a decir que de ese Templo que acaba de recibir esta ofrenda no quedará nada. Son piedras a ser derribadas. La viuda es un ser viviente, una hija de Dios, que lleva su imagen. Sin embargo, su dinero no fue a sostener esa vida que Dios le dio, sino a mantener un sistema de piedras, dispuesto a su destrucción. El historiador judío romano Flavio Josefo, relata los sucesos de la caída del Templo, mediante el cual se cumple este anuncio de Jesús. Allí señala (Las guerras judías, 6, 282) que el arca del tesoro, incluyendo el dinero, ropas y alhajas que había allí, se quemó cuando fue incendiado el Templo. ¡Adónde fue a parar la ofrenda de la viuda, todo su sustento, si es que no había sido usada antes para enriquecer a los corruptos sacerdotes!
Jesús no era ingenuo, no elogia esto. La viuda es víctima, crédula o forzada, de un sistema que privilegia la posesión antes que la vida. Ningún elogio. Por el contrario, una crítica a cualquier sistema religioso que vive de las ofrendas de los pobres, una conmiseración de los pobres (la pobre, en este caso) que, por ingenuidad o presión religiosa, terminan dando su vida a explotadores insensibles. No hay ninguna teología de la prosperidad en estos textos, sino, justamente, su crítica más acérrima. Una expresión de la misericordia de un Dios de gracia, no la alabanza al pedido de ofrendas que quitan el sustento a la mujer más pobre.
Sugerencias homiléticas
La verdadera mayordomía cristiana no está en alimentar al sistema eclesial, sino en la preservación de la vida. ¿Nos atrevemos los “clérigos”, que muchas veces vivimos de estas ofrendas, a reconocer esto? Que los ricos sigan poniendo lo que les sobra, pero que los pobres reciban su parte de ello, parece ser el mensaje de Jesús. Hay diferencias entre ricos y pobres en el Evangelio, y este párrafo lo destaca. Unos, los que tienen, deben expresar más cabalmente su generosidad. En los otros, débiles y desprotegidos, hay que cuidar que no pierdan la vida para enriquecer a un sistema de piedras.
Este texto debe ser leído dentro de toda la teología profética y de misericordia de Jesús, para que vuelva a adquirir toda su fuerza evangélica, y no sea domesticado para servir a la institución eclesiástica. Pero en tiempos de Jesús el sistema religioso y el político económico eran indiferenciados. Por eso, más allá del sistema eclesial, este texto también se proyecta como una crítica a todo sistema económico que impone tributos exigentes para los pobres, pero sólo recauda lo que les sobra a los ricos, y no los usa para compensar las desigualdades sino para alimentar a su propia y corrupta burocracia (y las burocracias privadas suelen ser tan corruptas y ávidas como las estatales).
El Dios que anunciamos, que hemos conocido en Jesús, es un Dios de gracia. No “negocia” con las ofrendas. No nos pide que dejemos de alimentarnos, vestirnos y cuidar nuestra salud para sostener cualquier sistema. Por el contrario, nos invita a compartir para que todos puedan vivir vidas en abundancia. Este texto hay que leerlo en esa clave, en la crítica de todo sistema de honores y prestigio, que devora los bienes de los pobres, que los priva de su sustento. En cambio anuncia un Dios de gracia, que se manifiesta en Jesús, que nos ofrece la vida abundante, porque Dios la ha creado y la sostiene.
Elementos introductorios
El texto que hoy señala el leccionario, especialmente el relato de la llamada “Ofrenda de la viuda”, ha sido muy conocido, hasta transformarse casi en un refrán. Prácticamente toda referencia a la generosidad esperada de los fieles a la Iglesia la levanta como ejemplo. Por cierto que la llamada “teología de la prosperidad” ha hecho uso, mal uso y abuso de este texto. Tanto se ha dicho y predicado sobre esta pobre viuda, o viuda pobre, que lo que hay en nuestras cabezas al leerlo está teñido por toda una historia de la interpretación que hace que leamos más de lo que el mismo texto dice. Por lo tanto, al estudiar este texto tenemos que fijarnos tanto en lo que dice como en lo que no dice, pero que se ha ido agregando inconscientemente a través de su lectura.
En cuanto a lo que el relato nos brinda no debemos olvidar el contexto social, que le da mayor significación. Estamos frente al Templo de Jerusalén en tiempo de la Pascua. Esto quiere decir que la ciudad está atestada de peregrinos, algunos ricos venidos de lejos, de la diáspora, otros más humildes de los pueblos y aldeas de Israel. Se supone que en esa época llegaban a Jerusalén, según algunos testimonios, casi diez peregrinos por cada habitante. Acampaban en los alrededores los más pudientes ocupaban las posadas de la zona. Era el momento oportuno para traer ofrendas y diezmos, y el Templo era el encargado de recolectarlos. En ese clima de bullicio, aglomeración y inusitada actividad ocurre el episodio que analizaremos.
Estudio Exegético
El texto suele ser dividido en dos partes, separando el dicho de Jesús ante la presunción de los escribas (Mc 12:38-40) del párrafo siguiente, la ofrenda de la viuda (vv. 41-44). Sin embargo, creo que hay que leerlos conjuntamente, y no sólo estos versículos, sino también junto con los siguientes, Mc 13:1-2. Porque todos tienen algo en común, como veremos, que es el sistema económico en torno de la clase dirigente de Jerusalén y la institución del Templo.
Aunque Jesús acaba de tener una conversación productiva con un escriba, quizás proveniente de la diáspora (ver estudio anterior) ahora lanza una advertencia generalizada frente a ellos. Probablemente aquí haya que pensar en los escribas de Jerusalén, principalmente, o en los que abusaban de su autoridad en sus visitas a los pueblos y aldeas rurales. La acusación de que gustan hacerse ver y figurar en los primeros lugares en reuniones y cenas (probablemente festividades) no tiene porque llamar la atención. Si bien en nuestra sociedad que valora una (muchas veces fingida) humildad esta búsqueda de figuración puede resultar chocante, era absolutamente normal para una sociedad basada en el prestigio y el honor, como era toda la cultura mediterránea. La figuración era imprescindible, y estaba asociada con la riqueza y el poder.
Estos escribas participan de esa competencia por el poder, por el prestigio. Era lo que se esperaba de ellos. Todo el orden social en el Imperio romano expresaba esta idea (ver 1 Co 1:25-29). Si bien la crítica de Jesús apunta a los escribas, es un tiro por elevación a todo el sistema de honores y poder. Estos escribas (que eran parte de la muy pequeña “clase media” de la época), por su ambición de “trepar” en la escala social no dudan en integrarse a un sistema de valores que contradice el sentido de disposición al servicio y humildad que predicaron los profetas de su pueblo.
Pero no es sólo la jactancia y figuración lo que Jesús señala. Es que en esa ambición por acomodarse socialmente al modo del Imperio usan sus artes y ciencia para enriquecerse y confiscar los bienes de los pobres, especialmente de las viudas. Siendo que las mujeres no tenían derechos hereditarios, no era difícil para un escriba avezado enredar los asuntos en el caso de mujeres sin protección, como eran las viudas, para alzarse con sus bienes. ¡Vaya a saber uno si la viuda de la ofrenda no había sido víctima de una de esas trampas! Por eso no hay que separar demasiado estos pasajes. Para peor lo hacen en medio de un discurso piadoso, con oraciones largas. Cualquier semejanza con la realidad actual no es casualidad.
El párrafo siguiente es el que ha recibido más atención. Suelen predicar más acerca de él pastores y sacerdotes que reciben las ofrendas, antes que las viudas que las dan... y eso se nota en como ha sido usado.
Muchos pasan a dejar sus ofrendas. Es probable que hubiera un sacerdote llevando la contabilidad, ya que parte de esas ofrendas debían ser asentadas como diezmos.
Por otro lado, peregrinos de la diáspora traían ofrendas reunidas en sus comunidades y necesitan los recibos correspondientes. Eso explica por qué los montos de las ofrendas eran conocidos. Jesús está mirando este procedimiento. Si atendemos lo que acaba de decir, se puede suponer que el humor y valoración de este acto por parte de Jesús no ha de ser muy positivo. También observa la ofrenda que entrega la viuda. El hecho de que las ofrendas eran contabilizadas queda evidente en que la suma es conocida por todos, incluso por un observador distante como es Jesús.
Las palabras de Jesús establecen un hecho. La diferencia con la evaluación de los restantes observadores es que Jesús aprecia el valor relativo de la ofrenda, mientras para los sacerdotes se considera el monto absoluto. Mientras los demás ofrendan “lo que les sobra”, una parte insignificante de sus posesiones, la viuda entrega el total, lo que le sirve para vivir. No es necesariamente cierto que todos los que ofrendaban ponían “lo que les sobra”. Esto es evidentemente una hipérbole referida a los ricos que son destacados como los que ponen abundantes ofrendas. Para muchos peregrinos pobres el diezmo era una pesada carga, como otros textos de los Evangelios pondrán de manifiesto.
Es notable que en las palabras de Jesús no aparece ningún encomio o alabanza, ni destaca un sentido positivo del acto de la viuda. La tradición y la mayoría de los comentaristas, aun algunos muy serios (por ejemplo, el exhaustivo comentario de Gnilka, muy bueno en otros aspectos) suelen titular este párrafo “alabanza de la viuda generosa” o cosa así. Sin embargo, si uno mira estrictamente lo que dice Jesús, tal encomio no aparece. La carga interpretativa que se ha puesto en este pasaje hace que leamos allí lo que no está. La frase de Jesús, vale la pena repetirlo, simplemente establece que la viuda puso comparativamente más que los otros. ¿Pero es eso bueno, la hace mejor?
Si miramos el contexto, lejos de encomiar el gesto de la viuda, Jesús la ve como víctima de un sistema de explotación. Acaba de decir que los escribas se quedan con las casas de las viudas ahora dice que el Templo completa esa injusticia porque se queda aún con su sustento. En realidad, según la ley, las viudas no debían dar las ofrendas sino recibirlas (Deut 14:28-29). Cuando esta mujer pone allí “todo su sustento” el objetivo de las ofrendas queda totalmente trastocado. No son para agradecer la vida renovada, como establece el texto del Deuteronomio (26:1-12, ver especialmente el v. 12) sino que convocan a la muerte. Jesús no dice que esa viuda ahora recibirá mucho, no anuncia su bendición ni su prosperidad. La ve como una condenada a la inanición. La mujer, lejos de ser elogiada por su generosidad es vista como la víctima de un sistema corrupto que contradice aún a la ley que dice representar. Es contrario a la misericordia que privilegia la vida, que es lo que Jesús viene a anunciar.
Para peor, si tomamos en cuenta los versículos siguientes, Jesús nos va a decir que de ese Templo que acaba de recibir esta ofrenda no quedará nada. Son piedras a ser derribadas. La viuda es un ser viviente, una hija de Dios, que lleva su imagen. Sin embargo, su dinero no fue a sostener esa vida que Dios le dio, sino a mantener un sistema de piedras, dispuesto a su destrucción. El historiador judío romano Flavio Josefo, relata los sucesos de la caída del Templo, mediante el cual se cumple este anuncio de Jesús. Allí señala (Las guerras judías, 6, 282) que el arca del tesoro, incluyendo el dinero, ropas y alhajas que había allí, se quemó cuando fue incendiado el Templo. ¡Adónde fue a parar la ofrenda de la viuda, todo su sustento, si es que no había sido usada antes para enriquecer a los corruptos sacerdotes!
Jesús no era ingenuo, no elogia esto. La viuda es víctima, crédula o forzada, de un sistema que privilegia la posesión antes que la vida. Ningún elogio. Por el contrario, una crítica a cualquier sistema religioso que vive de las ofrendas de los pobres, una conmiseración de los pobres (la pobre, en este caso) que, por ingenuidad o presión religiosa, terminan dando su vida a explotadores insensibles. No hay ninguna teología de la prosperidad en estos textos, sino, justamente, su crítica más acérrima. Una expresión de la misericordia de un Dios de gracia, no la alabanza al pedido de ofrendas que quitan el sustento a la mujer más pobre.
Sugerencias homiléticas
La verdadera mayordomía cristiana no está en alimentar al sistema eclesial, sino en la preservación de la vida. ¿Nos atrevemos los “clérigos”, que muchas veces vivimos de estas ofrendas, a reconocer esto? Que los ricos sigan poniendo lo que les sobra, pero que los pobres reciban su parte de ello, parece ser el mensaje de Jesús. Hay diferencias entre ricos y pobres en el Evangelio, y este párrafo lo destaca. Unos, los que tienen, deben expresar más cabalmente su generosidad. En los otros, débiles y desprotegidos, hay que cuidar que no pierdan la vida para enriquecer a un sistema de piedras.
Este texto debe ser leído dentro de toda la teología profética y de misericordia de Jesús, para que vuelva a adquirir toda su fuerza evangélica, y no sea domesticado para servir a la institución eclesiástica. Pero en tiempos de Jesús el sistema religioso y el político económico eran indiferenciados. Por eso, más allá del sistema eclesial, este texto también se proyecta como una crítica a todo sistema económico que impone tributos exigentes para los pobres, pero sólo recauda lo que les sobra a los ricos, y no los usa para compensar las desigualdades sino para alimentar a su propia y corrupta burocracia (y las burocracias privadas suelen ser tan corruptas y ávidas como las estatales).
El Dios que anunciamos, que hemos conocido en Jesús, es un Dios de gracia. No “negocia” con las ofrendas. No nos pide que dejemos de alimentarnos, vestirnos y cuidar nuestra salud para sostener cualquier sistema. Por el contrario, nos invita a compartir para que todos puedan vivir vidas en abundancia. Este texto hay que leerlo en esa clave, en la crítica de todo sistema de honores y prestigio, que devora los bienes de los pobres, que los priva de su sustento. En cambio anuncia un Dios de gracia, que se manifiesta en Jesús, que nos ofrece la vida abundante, porque Dios la ha creado y la sostiene.