Marcos 12:28 34
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Desde Septiembre venimos siguiendo el Evangelio de Marcos. La lectura se prolonga hasta el tercer domingo de este mes. Luego el leccionario culmina el actual ciclo con textos relacionados con la festividad católico-romana de Cristo Rey, y en el último domingo del mes ya comienza el nuevo ciclo, al ser el primer domingo de Adviento. Para completar esta lectio continua mantendremos, durante estos primeros tres primeros domingos, el comentario en torno del Evangelio de Marcos. Por lo tanto, pueden aprovecharse las introducciones y comentarios generales presentados en los meses anteriores.
Sin embargo, tomando en cuenta el relato que nos hace Marcos, es necesario destacar el cambio de escenario. En este nuevo momento del Evangelio ya se ha producido la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Esos relatos no están incluidos en la lección continua del leccionario porque se ven en el llamado “Domingo de Ramos”. Lo que examinaremos en los primeros tres domingos de Noviembre, desde el punto de vista de lo que nos relata el Evangelio, adquiere otro sentido porque se produce en lo que podríamos llamar “territorio hostil”. Jesús se encuentra, por un lado, rodeado del pueblo y los peregrinos que lo aclaman, pero por el otro lado en el centro del poder dominante del judaísmo de su tiempo. Han llegado gentes de los pueblos cercanos y de la diáspora griega, por la cercanía de la fiesta de la Pascua. Pero en Jerusalén están el Templo, los sacerdotes, el sistema cultual corrupto que acaba de denunciar volcando las mesas de los mercaderes a la entrada del Templo y dispersando los animales para el sacrificio. También está allí el núcleo fuerte del partido fariseo, los intérpretes de la ley, los controladores de la pureza ritual, los sectores intelectuales que desprecian al pueblo sencillo del cual surge Jesús. Todo esto hay que tener en cuenta al estudiar los pasajes que completan esta lectura del Evangelio de Marcos.
Salmo 119:1 8 Deuteronomio 6:1-9, Hebreos 9:11 14, Marcos 12:28 34
Estudio Exegético
El texto señalado para este domingo destaca, en su introducción, el ambiente de discusiones en que se da la pregunta. Marcos se diferencia, sin embargo, de los posibles paralelos en Mateo 22:34-40 y en Lucas 10:25-28 (este último en un contexto muy diferente), porque no ve mala intención en la pregunta del escriba. Por el contrario, el texto culmina con un reconocimiento de la cercanía entre este escriba y el Reino de Dios. En este ambiente hostil, Jesús muestra que es posible encontrar acuerdos y que su lucha no es fundamentalmente con el judaísmo en tanto doctrina religiosa, de la cual él mismo es un hijo, sino del sistema cultual, de la rigidez legalista, de la explotación del poder que hacen los sacerdotes. Pero vamos por partes.
La pregunta “¿Cuál es el primer mandamiento?”, es una pregunta insólita en un escriba de Jerusalén. Refleja más una inquietud del judaísmo de la diáspora que algo propio del ambiente dominado por el fariseísmo. Confrontados con el mundo gentil, los judíos de la diáspora buscaban poder presentar una versión “resumida” del judaísmo. En cambio, el Rabí Shammai, del judaísmo de Jerusalén, encuentra la misma pregunta impertinente, porque supondría que hay leyes de menor jerarquía. Para él toda la ley debe ser cumplida (este argumento de la unidad de toda la ley también va a aparecer en otros textos del Nuevo Testamento, con distinto sentido, cf. St 2:10 Gal 5:3). De manera que la pregunta ya está marcando una diferencia con el ambiente dominante de Jerusalén.
La respuesta de Jesús remite al llamado Shema de Dt 6:4-5. Esto conformaba la “catequesis básica” del pueblo de Israel, y destacaba la unicidad de Dios. Era parte de la lucha monoteísta que Israel mantenía frente a los pueblos del entorno y también frente a ciertas tendencias internas del propio Israel, como demuestra la historia de los reyes y la pasión de los profetas como Elías. Jesús reafirma este sentido de la unicidad de Dios, aunque destacará, en su manera de relacionarse con Dios, no tanto su unicidad como su cercanía, a llamarlo “Padre”. Al tomar esta cita como base de su respuesta, por un lado, se está identificando con la tradición de su pueblo. Por otro lado, sin embargo, se está distanciando del fariseísmo que se negaba a diferenciar la identidad de la fe por un lado y por el otro las leyes éticas y aún con las rituales. El amor a Dios (y no la adoración, como luego aparecerá en algunas versiones) es lo que aparece como un mandato. No son los mandamientos, es decir, el detalle de las conductas y rituales particulares a seguir, lo que interesa. Lo fundamental es que el ser humano pone en juego todo lo que Dios mismo le dio en su respuesta de amor a esa acción liberadora de Dios (recordemos que esta enseñanza forma parte de la historia del éxodo, de lo que Dios ha hecho al escuchar el grito de su pueblo oprimido).
Sin embargo, la cita no aparece en forma textual. El Deuteronomio dice que ese amor debe expresar “todo el corazón, toda la vida y toda la fuerza”. Así también se traduce en la versión griega llamada Septuaginta (aunque allí hay otros cambios). Marcos, en cambio, no toma la Septuaginta, sino que modifica el último punto. En lugar de “fuerza” (dýnamis) incluye dos términos: mente (dianoia, que también puede traducirse por inteligencia, comprensión, actitud, intención) y poder (isjýs). Nuevamente refleja una mentalidad influenciada por el helenismo, que destaca la función de la inteligencia. El amor a Dios es un amor inteligente, que hace uso de la racionalidad humana, frente a una tendencia más emotiva que destaca el texto hebreo. La incorporación de otras culturas en el mensaje bíblico amplia el horizonte e incluye otras dimensiones.
El texto griego da pie a traducir la frase siguiente (v. 31): “Este es el segundo”, o si no también: “El segundo es el mismo”. El paralelo en Mt 22:39 dice: “El segundo es igual a éste”, haciendo más explícita la vinculación entre ambos. Siendo que la pregunta del escriba es por un mandamiento, incluir el segundo ya está indicando la identidad de ambos, por lo cual me inclino a interpretar en el segundo sentido: el amor a Dios y el amor al prójimo son dos caras de un mismo mandato. El uno no puede existir sin el otro.
El mandato de amor al prójimo tiene también un desarrollo. Así como se explica que el amor a Dios debe abarcar todo lo humano, corazón, vida, inteligencia, fuerza, así también se indica que el amor al prójimo debe ser como el amor a sí mismo. Esto se toma del texto de Lev 19:18: “No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, YHWH”. Al separar la segunda parte de la primera y citar sólo la segunda, Jesús amplía el significado del prójimo. Ya no es sólo alguien del propio pueblo, sino que se universaliza. Esto se hace explícito en el paralelo de Lucas, ya que de esta manera se introduce la parábola de “El buen samaritano”.
El “como a ti mismo” ha sido objeto de muchas interpretaciones, según distintas tendencias filosóficas, antropológicas y psicológicas. Sin pretender entrar en una discusión detallada, me aventuro a proponer una línea de interpretación (que no necesariamente descarta otras puede ser complementaria). Entiendo que el “a ti mismo” tiene por objeto indicar la relación inclusiva que se establece. Todo acto de amor al prójimo no sólo afecta al prójimo sino que me afecta a mí. Me incluye en una nueva relación, me modifica. Amar a alguien no sólo modifica mi “afuera”, no sólo hace algo exterior a mí (en mi prójimo), sino que me afecta también en mi “adentro”. Al amar a mi prójimo, yo soy tocado por ese amor, porque me vincula de una forma distinta con el otro. El amor no anula la diferencia entre mi prójimo y yo, pero nos incluye en una nueva manera de entendernos, tanto uno como el otro. “Como a ti mismo” no es un término de comparación, sino una invitación a la inclusión. Por eso en el Levítico está vinculado con “los hijos de tu pueblo”, es un mandamiento comunitario. Justamente supera la idea individualista del amor al prójimo como una cuestión entre dos personas solamente. La repercusión que esto puede tener al exceder el marco del propio pueblo e incluir a otros y otras de otros pueblos amplía el horizonte de mi yo pequeño y encerrado, a aún de la estrechez de verlo sólo desde mi lugar social o cultural.
El texto del Levítico le pone “la firma” de YHWH a este mandamiento. Esto profundiza la identidad entre los dos mandatos. Si alguien ama a Dios y pone toda su confianza, integridad y actitud en ello, no podrá menos que buscar cumplir la voluntad de Dios. Y esa voluntad está en amar al prójimo. A la criatura en la cual Dios ha puesto su propia imagen, varón y mujer (Gen 1:27).
El escriba primero confirma la respuesta de Jesús. Con esto se pone un poco por arriba de Jesús en la dinámica del diálogo. Él es quien se adjudica la autoridad de decir si la respuesta de Jesús es correcta o incorrecta. Lo cual supone que él tiene poder de discernir la verdad. Para la sociedad de su tiempo, basada en el prestigio y el honor, eso era importante. Veremos que al final la situación se invierte y va a ser Jesús quien aprueba la nueva intervención del escriba, y lo hace con tal autoridad que ya nadie se atreve a cuestionarlo, según dice Marcos (v. 34).
Como señal de aprobación, el escriba repite la respuesta de Jesús, aunque hay alguna modificación mínima (Reina-Valera sigue la respuesta de Jesús cambiando el orden, pero en ello sigue a manuscritos defectuosos. El texto probable es “todo tu corazón, toda tu inteligencia, toda tu fuerza”, salteando “tu vida”, psyjê). Pero más significativo que esos retoques de orden es lo que agrega por sí mismo: “esto es muchísimo mayor (está en grado superlativo en griego) que todos los holocaustos y sacrificios”. ¡Y esto está dicho frente al Templo donde se hacían los holocaustos y se ofrecían los sacrificios! ¡Los saduceos estaban escuchando! (Mc 12:18ss). Este escriba se ha distanciado de los fariseos al distinguir grados dentro de la ley, y de los saduceos al poner el amor a Dios y al prójimo por encima del sistema sacrificial del Templo. Se ha integrado a la línea profética.
Ahora es Jesús quien aprueba la respuesta y lo hace indicando la cercanía entre este escriba y el Reino de Dios, o sea, de Jesús mismo. La significación de esto no es menor. Porque en otras expresiones del judaísmo de la época (Filón de Alejandría, o el Rabí Hillel, por ejemplo) encontramos respuestas similares. Demuestra que Jesús no se confronta con el judaísmo sino con cierto judaísmo, sacrificial o legalista. Pero en cuanto al contenido de su mensaje no está tan lejos de quien puede distinguir, dentro de la propia tradición judía, el núcleo de la voluntad divina. El sentido profundo del testimonio del Antiguo Testamento es que es necesario amar a Dios, más que adorarlo, y que en ese amor, que a su vez responde al amor liberador de Dios, se expresa la totalidad de la vida humana. Y que desde el amor a Dios se construye una comunidad con mi prójimo. Y que todo lo demás queda supeditado a esa relación.
Sugerencias homiléticas
En términos de las líneas homiléticas que podrían derivarse de este análisis me permito sugerir algunos puntos que sería posible desarrollar, según el contexto comunitario:
• La integridad humana en el compromiso de amor con nuestro Dios. No hay una dimensión espiritual que se relaciona con Dios, o un Dios que apela a nuestra dimensión emotiva solamente, o una “inteligencia de lo divino” que después prescinda de nuestra voluntad o emociones. El amor a Dios, que es más que la adoración o el reconocimiento formal de su existencia, nos incluye en nuestra totalidad humana. Los rituales y el culto están vacíos si no se acompañan de una entrega a Dios que se manifiesta en la forma en que nos relacionamos con el prójimo, creyente o no, de la misma comunidad o no. El amor a Dios incluye toda las dimensiones humanas, sea las dimensiones de cada uno (corazón, vida, inteligencia, fuerzas), como las dimensiones sociales: el amor a mi prójimo, sea de mi pueblo o de otro. Y por tratarse de un amor misericordioso y liberador, como el amor de Dios que se expresa en el Éxodo, de un Dios que escucha el clamor del oprimido y actúa para liberarlo, será especialmente sensible al prójimo débil, oprimido, sufriente.
• El valor de las distintas tradiciones y la necesidad de renovarlas. Otro enfoque posible tiene que ver con lo que Jesús hace más que con lo que dice. Jesús se refiere a la historia, tradiciones, escrituras de su pueblo para buscar allí la respuesta a la pregunta del escriba. No pretende inventar todo de nuevo. Valora lo que recibió de los suyos y hace uso de ello. Pero a la vez elige. No pone todo al mismo nivel. Reconoce que hay expresiones de la tradición (aún de la tradición bíblica) que muestran el núcleo de la experiencia de fe, y otras que tienen un valor secundario. En el diálogo siguiente el escriba hace la misma operación. Reconoce la respuesta de Jesús, y la reinterpreta también él, destacando que ese doble mandato es superior a las tradiciones cultuales o legales en las cuales ponían el acento otros, más conservadores. De esa manera llegan a distinguir aquello en la propia historia y tradición que los acerca al reino de Dios, y a dejar de lado lo demás.
¿Nos atrevemos nosotros a tanto? ¿Qué cosas reconocemos y rescatamos de la herencia que hemos recibido de nuestro pueblo, que tienen valor para expresar la voluntad de Dios, y qué cosas son secundarias? ¿Hay en nuestra historia y cultura popular o nacional, como lo hay en la tradición del pueblo de Jesús, experiencias, tradiciones, relatos, que nos ayudan a acercarnos al reino de Dios? ¿Cuáles son? ¿Y cuáles son, por el contrario, aquellos “sacrificios y holocaustos” que ocultan el verdadero sentido del amor a Dios y al prójimo, que se han trasformado en instrumentos de poder opresor? Lo mismo puede decirse de nuestra tradición denominacional, de nuestra pertenencia confesional. ¿Qué testimonios, experiencias, relatos, nos hablan del amor a Dios y al prójimo, que debemos conservar y difundir? Pero también, ¿qué costumbres, ritos, tradiciones resultan secundarias, prescindibles, o incluso se ponen como barrera para llegar a otros con el mensaje de amor?
• Amar a Dios y amar al prójimo, ¿siguen siendo mandatos válidos? Cualquier creyente se asombrará siquiera que levantemos la pregunta. Pero en el mundo de hoy este “evangelio” resulta insostenible... Jesús vivía en una sociedad en donde el reconocimiento de Dios no era tan problemático. El problema no era que la gente creyera en Dios sino en los muchos dioses en que creían... Y además que ese amor a Dios no necesariamente era relacionado con el amor al prójimo. Pero el mundo, especialmente en la cultura occidental, fue cambiando. Ya son muchos los que no creen en Dios, o lo hacen sólo de boca para afuera. Creen, pero no lo aman. Con todo, en una época reciente, aunque el amor a Dios y la fe en su presencia menguara, se afirmaba la necesidad de amar al prójimo. Los lemas de mayor justicia social, equidad, fraternidad se sostenían aún fuera de la fe cristiana.
Pero ahora el mandato de amor al prójimo también parece haber perdido fuerza. Nos hacen creer que no es el amor universal sino la competencia universal lo que resolverá los problemas de nuestra humanidad. No el amor a Dios ni el amor al prójimo, sino el amor al dinero y la competencia del libre mercado ocupan el lugar de los principales mandamientos. Una canción de Rock de un autor argentino nos recuerda “No se puede vivir del amor. Un soldado romano le dijo a Dios, no se puede vivir del amor”. Esto parece expresar mejor que la respuesta de Jesús al escriba el sentido común que hoy domina al mundo.
Es que, finalmente, cuando se pierde el sentido del amor divino, y se desconoce al “que nos amó primero” también se desconoce al prójimo que lleva su imagen (1 Jn 4:10-11). ¿Cómo anunciamos en este mundo descreído que hay un Dios de amor que nos ama y libera, para que a su vez respondamos amándole con todo nuestro ser, y extendiendo ese amor en la comunidad humana? Ese es el testimonio al que hoy somos invitados por este relato.
Sin embargo, tomando en cuenta el relato que nos hace Marcos, es necesario destacar el cambio de escenario. En este nuevo momento del Evangelio ya se ha producido la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Esos relatos no están incluidos en la lección continua del leccionario porque se ven en el llamado “Domingo de Ramos”. Lo que examinaremos en los primeros tres domingos de Noviembre, desde el punto de vista de lo que nos relata el Evangelio, adquiere otro sentido porque se produce en lo que podríamos llamar “territorio hostil”. Jesús se encuentra, por un lado, rodeado del pueblo y los peregrinos que lo aclaman, pero por el otro lado en el centro del poder dominante del judaísmo de su tiempo. Han llegado gentes de los pueblos cercanos y de la diáspora griega, por la cercanía de la fiesta de la Pascua. Pero en Jerusalén están el Templo, los sacerdotes, el sistema cultual corrupto que acaba de denunciar volcando las mesas de los mercaderes a la entrada del Templo y dispersando los animales para el sacrificio. También está allí el núcleo fuerte del partido fariseo, los intérpretes de la ley, los controladores de la pureza ritual, los sectores intelectuales que desprecian al pueblo sencillo del cual surge Jesús. Todo esto hay que tener en cuenta al estudiar los pasajes que completan esta lectura del Evangelio de Marcos.
Salmo 119:1 8 Deuteronomio 6:1-9, Hebreos 9:11 14, Marcos 12:28 34
Estudio Exegético
El texto señalado para este domingo destaca, en su introducción, el ambiente de discusiones en que se da la pregunta. Marcos se diferencia, sin embargo, de los posibles paralelos en Mateo 22:34-40 y en Lucas 10:25-28 (este último en un contexto muy diferente), porque no ve mala intención en la pregunta del escriba. Por el contrario, el texto culmina con un reconocimiento de la cercanía entre este escriba y el Reino de Dios. En este ambiente hostil, Jesús muestra que es posible encontrar acuerdos y que su lucha no es fundamentalmente con el judaísmo en tanto doctrina religiosa, de la cual él mismo es un hijo, sino del sistema cultual, de la rigidez legalista, de la explotación del poder que hacen los sacerdotes. Pero vamos por partes.
La pregunta “¿Cuál es el primer mandamiento?”, es una pregunta insólita en un escriba de Jerusalén. Refleja más una inquietud del judaísmo de la diáspora que algo propio del ambiente dominado por el fariseísmo. Confrontados con el mundo gentil, los judíos de la diáspora buscaban poder presentar una versión “resumida” del judaísmo. En cambio, el Rabí Shammai, del judaísmo de Jerusalén, encuentra la misma pregunta impertinente, porque supondría que hay leyes de menor jerarquía. Para él toda la ley debe ser cumplida (este argumento de la unidad de toda la ley también va a aparecer en otros textos del Nuevo Testamento, con distinto sentido, cf. St 2:10 Gal 5:3). De manera que la pregunta ya está marcando una diferencia con el ambiente dominante de Jerusalén.
La respuesta de Jesús remite al llamado Shema de Dt 6:4-5. Esto conformaba la “catequesis básica” del pueblo de Israel, y destacaba la unicidad de Dios. Era parte de la lucha monoteísta que Israel mantenía frente a los pueblos del entorno y también frente a ciertas tendencias internas del propio Israel, como demuestra la historia de los reyes y la pasión de los profetas como Elías. Jesús reafirma este sentido de la unicidad de Dios, aunque destacará, en su manera de relacionarse con Dios, no tanto su unicidad como su cercanía, a llamarlo “Padre”. Al tomar esta cita como base de su respuesta, por un lado, se está identificando con la tradición de su pueblo. Por otro lado, sin embargo, se está distanciando del fariseísmo que se negaba a diferenciar la identidad de la fe por un lado y por el otro las leyes éticas y aún con las rituales. El amor a Dios (y no la adoración, como luego aparecerá en algunas versiones) es lo que aparece como un mandato. No son los mandamientos, es decir, el detalle de las conductas y rituales particulares a seguir, lo que interesa. Lo fundamental es que el ser humano pone en juego todo lo que Dios mismo le dio en su respuesta de amor a esa acción liberadora de Dios (recordemos que esta enseñanza forma parte de la historia del éxodo, de lo que Dios ha hecho al escuchar el grito de su pueblo oprimido).
Sin embargo, la cita no aparece en forma textual. El Deuteronomio dice que ese amor debe expresar “todo el corazón, toda la vida y toda la fuerza”. Así también se traduce en la versión griega llamada Septuaginta (aunque allí hay otros cambios). Marcos, en cambio, no toma la Septuaginta, sino que modifica el último punto. En lugar de “fuerza” (dýnamis) incluye dos términos: mente (dianoia, que también puede traducirse por inteligencia, comprensión, actitud, intención) y poder (isjýs). Nuevamente refleja una mentalidad influenciada por el helenismo, que destaca la función de la inteligencia. El amor a Dios es un amor inteligente, que hace uso de la racionalidad humana, frente a una tendencia más emotiva que destaca el texto hebreo. La incorporación de otras culturas en el mensaje bíblico amplia el horizonte e incluye otras dimensiones.
El texto griego da pie a traducir la frase siguiente (v. 31): “Este es el segundo”, o si no también: “El segundo es el mismo”. El paralelo en Mt 22:39 dice: “El segundo es igual a éste”, haciendo más explícita la vinculación entre ambos. Siendo que la pregunta del escriba es por un mandamiento, incluir el segundo ya está indicando la identidad de ambos, por lo cual me inclino a interpretar en el segundo sentido: el amor a Dios y el amor al prójimo son dos caras de un mismo mandato. El uno no puede existir sin el otro.
El mandato de amor al prójimo tiene también un desarrollo. Así como se explica que el amor a Dios debe abarcar todo lo humano, corazón, vida, inteligencia, fuerza, así también se indica que el amor al prójimo debe ser como el amor a sí mismo. Esto se toma del texto de Lev 19:18: “No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, YHWH”. Al separar la segunda parte de la primera y citar sólo la segunda, Jesús amplía el significado del prójimo. Ya no es sólo alguien del propio pueblo, sino que se universaliza. Esto se hace explícito en el paralelo de Lucas, ya que de esta manera se introduce la parábola de “El buen samaritano”.
El “como a ti mismo” ha sido objeto de muchas interpretaciones, según distintas tendencias filosóficas, antropológicas y psicológicas. Sin pretender entrar en una discusión detallada, me aventuro a proponer una línea de interpretación (que no necesariamente descarta otras puede ser complementaria). Entiendo que el “a ti mismo” tiene por objeto indicar la relación inclusiva que se establece. Todo acto de amor al prójimo no sólo afecta al prójimo sino que me afecta a mí. Me incluye en una nueva relación, me modifica. Amar a alguien no sólo modifica mi “afuera”, no sólo hace algo exterior a mí (en mi prójimo), sino que me afecta también en mi “adentro”. Al amar a mi prójimo, yo soy tocado por ese amor, porque me vincula de una forma distinta con el otro. El amor no anula la diferencia entre mi prójimo y yo, pero nos incluye en una nueva manera de entendernos, tanto uno como el otro. “Como a ti mismo” no es un término de comparación, sino una invitación a la inclusión. Por eso en el Levítico está vinculado con “los hijos de tu pueblo”, es un mandamiento comunitario. Justamente supera la idea individualista del amor al prójimo como una cuestión entre dos personas solamente. La repercusión que esto puede tener al exceder el marco del propio pueblo e incluir a otros y otras de otros pueblos amplía el horizonte de mi yo pequeño y encerrado, a aún de la estrechez de verlo sólo desde mi lugar social o cultural.
El texto del Levítico le pone “la firma” de YHWH a este mandamiento. Esto profundiza la identidad entre los dos mandatos. Si alguien ama a Dios y pone toda su confianza, integridad y actitud en ello, no podrá menos que buscar cumplir la voluntad de Dios. Y esa voluntad está en amar al prójimo. A la criatura en la cual Dios ha puesto su propia imagen, varón y mujer (Gen 1:27).
El escriba primero confirma la respuesta de Jesús. Con esto se pone un poco por arriba de Jesús en la dinámica del diálogo. Él es quien se adjudica la autoridad de decir si la respuesta de Jesús es correcta o incorrecta. Lo cual supone que él tiene poder de discernir la verdad. Para la sociedad de su tiempo, basada en el prestigio y el honor, eso era importante. Veremos que al final la situación se invierte y va a ser Jesús quien aprueba la nueva intervención del escriba, y lo hace con tal autoridad que ya nadie se atreve a cuestionarlo, según dice Marcos (v. 34).
Como señal de aprobación, el escriba repite la respuesta de Jesús, aunque hay alguna modificación mínima (Reina-Valera sigue la respuesta de Jesús cambiando el orden, pero en ello sigue a manuscritos defectuosos. El texto probable es “todo tu corazón, toda tu inteligencia, toda tu fuerza”, salteando “tu vida”, psyjê). Pero más significativo que esos retoques de orden es lo que agrega por sí mismo: “esto es muchísimo mayor (está en grado superlativo en griego) que todos los holocaustos y sacrificios”. ¡Y esto está dicho frente al Templo donde se hacían los holocaustos y se ofrecían los sacrificios! ¡Los saduceos estaban escuchando! (Mc 12:18ss). Este escriba se ha distanciado de los fariseos al distinguir grados dentro de la ley, y de los saduceos al poner el amor a Dios y al prójimo por encima del sistema sacrificial del Templo. Se ha integrado a la línea profética.
Ahora es Jesús quien aprueba la respuesta y lo hace indicando la cercanía entre este escriba y el Reino de Dios, o sea, de Jesús mismo. La significación de esto no es menor. Porque en otras expresiones del judaísmo de la época (Filón de Alejandría, o el Rabí Hillel, por ejemplo) encontramos respuestas similares. Demuestra que Jesús no se confronta con el judaísmo sino con cierto judaísmo, sacrificial o legalista. Pero en cuanto al contenido de su mensaje no está tan lejos de quien puede distinguir, dentro de la propia tradición judía, el núcleo de la voluntad divina. El sentido profundo del testimonio del Antiguo Testamento es que es necesario amar a Dios, más que adorarlo, y que en ese amor, que a su vez responde al amor liberador de Dios, se expresa la totalidad de la vida humana. Y que desde el amor a Dios se construye una comunidad con mi prójimo. Y que todo lo demás queda supeditado a esa relación.
Sugerencias homiléticas
En términos de las líneas homiléticas que podrían derivarse de este análisis me permito sugerir algunos puntos que sería posible desarrollar, según el contexto comunitario:
• La integridad humana en el compromiso de amor con nuestro Dios. No hay una dimensión espiritual que se relaciona con Dios, o un Dios que apela a nuestra dimensión emotiva solamente, o una “inteligencia de lo divino” que después prescinda de nuestra voluntad o emociones. El amor a Dios, que es más que la adoración o el reconocimiento formal de su existencia, nos incluye en nuestra totalidad humana. Los rituales y el culto están vacíos si no se acompañan de una entrega a Dios que se manifiesta en la forma en que nos relacionamos con el prójimo, creyente o no, de la misma comunidad o no. El amor a Dios incluye toda las dimensiones humanas, sea las dimensiones de cada uno (corazón, vida, inteligencia, fuerzas), como las dimensiones sociales: el amor a mi prójimo, sea de mi pueblo o de otro. Y por tratarse de un amor misericordioso y liberador, como el amor de Dios que se expresa en el Éxodo, de un Dios que escucha el clamor del oprimido y actúa para liberarlo, será especialmente sensible al prójimo débil, oprimido, sufriente.
• El valor de las distintas tradiciones y la necesidad de renovarlas. Otro enfoque posible tiene que ver con lo que Jesús hace más que con lo que dice. Jesús se refiere a la historia, tradiciones, escrituras de su pueblo para buscar allí la respuesta a la pregunta del escriba. No pretende inventar todo de nuevo. Valora lo que recibió de los suyos y hace uso de ello. Pero a la vez elige. No pone todo al mismo nivel. Reconoce que hay expresiones de la tradición (aún de la tradición bíblica) que muestran el núcleo de la experiencia de fe, y otras que tienen un valor secundario. En el diálogo siguiente el escriba hace la misma operación. Reconoce la respuesta de Jesús, y la reinterpreta también él, destacando que ese doble mandato es superior a las tradiciones cultuales o legales en las cuales ponían el acento otros, más conservadores. De esa manera llegan a distinguir aquello en la propia historia y tradición que los acerca al reino de Dios, y a dejar de lado lo demás.
¿Nos atrevemos nosotros a tanto? ¿Qué cosas reconocemos y rescatamos de la herencia que hemos recibido de nuestro pueblo, que tienen valor para expresar la voluntad de Dios, y qué cosas son secundarias? ¿Hay en nuestra historia y cultura popular o nacional, como lo hay en la tradición del pueblo de Jesús, experiencias, tradiciones, relatos, que nos ayudan a acercarnos al reino de Dios? ¿Cuáles son? ¿Y cuáles son, por el contrario, aquellos “sacrificios y holocaustos” que ocultan el verdadero sentido del amor a Dios y al prójimo, que se han trasformado en instrumentos de poder opresor? Lo mismo puede decirse de nuestra tradición denominacional, de nuestra pertenencia confesional. ¿Qué testimonios, experiencias, relatos, nos hablan del amor a Dios y al prójimo, que debemos conservar y difundir? Pero también, ¿qué costumbres, ritos, tradiciones resultan secundarias, prescindibles, o incluso se ponen como barrera para llegar a otros con el mensaje de amor?
• Amar a Dios y amar al prójimo, ¿siguen siendo mandatos válidos? Cualquier creyente se asombrará siquiera que levantemos la pregunta. Pero en el mundo de hoy este “evangelio” resulta insostenible... Jesús vivía en una sociedad en donde el reconocimiento de Dios no era tan problemático. El problema no era que la gente creyera en Dios sino en los muchos dioses en que creían... Y además que ese amor a Dios no necesariamente era relacionado con el amor al prójimo. Pero el mundo, especialmente en la cultura occidental, fue cambiando. Ya son muchos los que no creen en Dios, o lo hacen sólo de boca para afuera. Creen, pero no lo aman. Con todo, en una época reciente, aunque el amor a Dios y la fe en su presencia menguara, se afirmaba la necesidad de amar al prójimo. Los lemas de mayor justicia social, equidad, fraternidad se sostenían aún fuera de la fe cristiana.
Pero ahora el mandato de amor al prójimo también parece haber perdido fuerza. Nos hacen creer que no es el amor universal sino la competencia universal lo que resolverá los problemas de nuestra humanidad. No el amor a Dios ni el amor al prójimo, sino el amor al dinero y la competencia del libre mercado ocupan el lugar de los principales mandamientos. Una canción de Rock de un autor argentino nos recuerda “No se puede vivir del amor. Un soldado romano le dijo a Dios, no se puede vivir del amor”. Esto parece expresar mejor que la respuesta de Jesús al escriba el sentido común que hoy domina al mundo.
Es que, finalmente, cuando se pierde el sentido del amor divino, y se desconoce al “que nos amó primero” también se desconoce al prójimo que lleva su imagen (1 Jn 4:10-11). ¿Cómo anunciamos en este mundo descreído que hay un Dios de amor que nos ama y libera, para que a su vez respondamos amándole con todo nuestro ser, y extendiendo ese amor en la comunidad humana? Ese es el testimonio al que hoy somos invitados por este relato.