Luchando contra el propio prejuicio
0
0
Un apóstol luchando contra el propio prejuicio
Sobre Hechos de los Apóstoles 10.9-35
Estimada Comunidad de la Pascua,
I
¡He quedado muy impactado! Presentaba la ponencia un antropólogo de la Universidad Nacional de Brasília. Y él confesaba públicamente su racismo: “El imaginario racista está adentro de cada uno de nosotros. Nacemos y crecemos adentro de una sociedad racista. Yo soy racista, pese a que no es mi voluntad serlo. Bebemos a diario la reproducción del racismo alrededor de nosotros mismos. Por eso, también nuestra lucha necesita ser constante, para superar el racismo en nosotros mismos.” Su coraje en exponer públicamente su propio racismo me dio ánimo para hacerlo también, allí en el silencio de mi corazón, conmigo mismo, lejos de ojos y oídos que inmediatamente pudieran me interpelar. Sentado allí, anónimamente en la platea, tuve tiempo e intimidad para aprender: no basta solamente no querer ser racista. Es necesario ahogar diariamente ese viejo Adán adentro de nosotros. El antropólogo había hecho su trabajo de traer el mensaje hasta mis oídos. Ahora, el Espíritu Santo estaba a encargarse de llevarla hasta mi corazón. Sin embargo, ¿adonde se oculta el racismo adentro de nosotros, para que lo podamos traer a la luz y superarlo?
En general, consideramos a nosotros mismos como seres racionales. La razón ciertamente es un componente imprescindible de la fe cristiana. La racionalización, sin embargo, también pude llevar a equívocos, primero, al equívoco de que todo es explicable racionalmente o racionalmente solucionable segundo, puede llevar a un autoengaño: reproducimos un discurso políticamente correcto de negación del racismo, y pronto ya no somos más racistas. Pero, en ese asunto del racismo, argumentos lógicos parecen ser ineficaces. Pues, el racismo proviene de temores irracionales, tabúes ancestrales, fuerzas que mal entendemos y que nos hacen actuar de maneras muy diferentes de lo que habíamos acepto como verdad de la razón. Por eso, al caminar por una calle desierta me siento poseído de inquietud cuándo estoy siendo seguido por una persona muy diferente de mí. Al revés, me siento tranquilo si estoy caminando a frente de alguien semejante a mí. Nuestra cultura nos enseña a preferir comer algunas cosas y sentir enojo de otras.
Un miembro de una iglesia evangélica dio el siguiente testimonio: “Cuándo yo era niño, yo sentía mucho miedo de personas negras. Un día, estaba yo andando por la calle con un carro tirado por un caballo, con mi abuela, cuando pasamos por una persona de piel negra. Yo miré mi abuelita y dijo: ‘Abuela, yo tengo miedo de ese negro’. Mi abuela bajó con cariño mi cabeza sobre su cuello y dijo: ‘¡No tengas miedo, la abuelita te cuida!´ Hoy, yo estaría más tranquilo si mi abuelita hubiese dicho algo diferente, en aquella oportunidad. Comprendo que mi abuela ha tenido la mejor de las intenciones al aquietarme y me quitar mi miedo. Sin embargo, hoy, mirando hacia atrás, pienso que ella ha producido exactamente lo contrario en mí espíritu. Con su actitud de cariño ella ha confirmado mi miedo (irracional, RZ). Ella me dio razón para tener miedo.” Pregunto: ¿Donde se oculta, ahora, ese miedo pasajero confirmado en la niñez y que, sin maldad explícita, probablemente ha producido racismo en mí? Pues, como ha dicho el mencionado antropólogo, nacemos y crecemos adentro de una sociedad racista.
II
La historia del discípulo de Jesús y después apóstol Pedro ciertamente nos ayuda a reflexionar. Él era un judío muy conciente de su identidad étnica y religiosa, muy celoso de no se mezclar con otra gente no-judía, con los gentiles (“gente” viene de este vocablo gentiles). Como judío, Pedro se sentía parte del pueblo escogido de Dios. Los gentiles estaban lejos de esa escoja. Así, Pedro no se mezclaba con los gentiles. Un día, a la hora del almuerzo, Pedro subió en el techo de la casa para orar. Su estómago ya reclamaba de hambre. Se podía olear la comida. De pronto, tuvo un éxtasis: vio el cielo abierto y algo como un mantel inmenso que bajaba del cielo y cuyas cuatro puntas se posaban sobre el suelo. Dentro había toda clase de animales, tanto de la tierra como del cielo: cuadrúpedos, reptiles y aves. Y una voz le dijo: Pedro, ¡levántate, mata y come! Pedro contestó: ‘De ninguna manera, Señor, ¡nunca he comido algo profano o impuro! ¡Eso es inmundo, me enojo! La voz contestó: Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres impuro. Esto se repitió tres veces hasta que aquel mantel fue levantado hacia el cielo.
Pedro quedo perplejo como nosotros, si una voz nos invitase para comer carne de perro, hormigas o gusano de algún árbol. Entonces, llegaran tres hombres extraños y golpearán en la puerta. Como Pedro seguía meditando sobre la visión, el Espíritu le dijo: ‘Tres hombres te vienen a buscar, baja y anda con ellos sin vacilar, porque los he mandado yo’. Pedro bajó donde ellos y supo que un tal Cornelio, capitán romano, recibió de un santo ángel la orden de hacerle llamar a su casa para escuchar sus palabras.
Al día siguiente partió con ellos y Pedro estaba acompañado por algunos hermanos. Llegando a Cesarea, Cornelio los esperaba. Cuando Pedro entró, Cornelio cayó a sus pies con mucho respeto. Pedro quedo envergonzado, lo levanto y le dijo: ‘Levántate, que también yo soy un ser humano.’ Entró en la casa y viendo a todas esas personas reunidas les dijo: ‘Ustedes saben que a un judío su religión le prohíbe juntarse con un extranjero, gente de otra etnia o cultura, y mismo entrar en su casa. A mí, sin embargo, Dios me ha enseñado que no se debe considerar inmundo o impuro a ningún hombre. Por eso, apenas me llamaron vine sin vacilar. Les pregunto, pues, ¿por qué razón me han hecho venir? Cornelio le contó su visión del ángel que le había dicho, mandase llamar Pedro, hospedado en la casa del curtidor Simón, cerca del mar. Y ahora estaban todos allí, en la presencia de Dios, a sus órdenes dispuestos a escuchar todo lo que el Señor le ha ordenado.
Pese Pedro, viviendo en el primer siglo, no tuviese la mis mínima noción de “la igualdad de todos los seres humanos”, inherente al código universal de los derechos humanos modernos (siglo XX), él hace una declaración inédita: “Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas sino que acepta a todo el que lo honra y obra la justicia, sea cual sea su raza”. Dicho de otro modo: no es necesario hacer parte de algún “pueblo escogido”, para ser acepto por Dios. El criterio es otro: las personas de cualquier etnia, grupo humano, raza o cultura son aceptas por Dios, desde que lo honren y hagan lo que es justo. Personas que temen a Dios existen en todas las culturas y ellas tienen mucho a compartir respecto de sus diferentes experiencias de Dios. La ortopraxis puede unirlos a todos: es decir, hacer lo que es justo. Y junto a esta regla de oro, la otra: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, como a si mismo”, puede nos ar en la misión de Dios con esa clara orientación: “Dios no hace diferencia entre las personas. Todo aquello que teme a Dios y haz lo que es justo, le es aceptable”.
En verdad, Pedro toma conciencia de algo fundamental: nadie es privilegiado frente a Dios, por ser de esa o aquella religión, de esa o aquella raza, de esa o aquella cultura. Ese reconocimiento también es fundamental para nosotros como cristianos hoy, cuando salimos por ahí, pensando que todas las personas tienen que se tornar igual a nosotros mismos, ¡caso deseen tener parte en la salvación! Las fuerzas que se oponen a la eliminación de esa mentalidad sectaria – es decir, de la discriminación racial y la superioridad étnica – se encuentran enraizadas en los recónditos de nuestro ser de tal modo que nada tienen a ver con la razón. Sabemos, racionalmente, que es un absurdo que Dios pueda dar preferencia a algunas personas en detrimento de otras. O que quizás él pueda considerar algunos grupos étnicos superiores a otros. Pero, no raro, de algún canto oscuro adentro de nosotros mismos emergen sentimientos de temor y repulsa en relación a ciertas personas. Bueno, es precisamente en ese rincón que Dios desea penetrar.
III
Retornemos a la visión de Pedro. Uno siente hasta congoja del apóstol. Él oraba con fervor en cima de la casa, al calor del medio-día. Sintió hambre y cayó en transe, mientras la comida tardaba. En una experiencia rara, una visión lo ha hecho cambiar de mentalidad y actitud frente a los gentiles. En un primer momento el sueño no parecía tener algo que ver con personas de otras culturas o etnias. La visión revolvió en su íntimo un tabú alimentario. Ese tabú estaba olvidado en alguna parte de su ser, inalcanzable por cualquier argumentación racional. El sueño se transforma en pesadilla. Él se sintió presionado a comer de todo, incluso comida que siempre había aprendido a considerar repugnante. El significado de la pesadilla él solamente lo entendió cuándo fue llevado a encontrar con un gentío. Fue entonces que Pedro reconoció el vínculo entre su enojo alimentar y el desprecio que, hasta aquel momento, siempre tuviera para con los gentiles. Si Dios mismo, así, contrariaba radicalmente todo aquello que Pedro aprendiera sobre alimentación y lo que se puede comer, con la misma insistencia Dios ahora contrariaba todo aquello que Pedro aprendiera sobre los seres humanos, de manera totalmente irracional. Olores y aromas graban en uno de forma discriminatoria. Yo me recuerdo que, cuándo niño, en mi casa se comentaba sobre el olor de humo de los indígenas de la región. Si alguna vez uno de nosotros se sentir incómodo por el olor de humo, es bueno saber que entre los indígenas los blancos son conocidos por su olor de leche ácido o agrio.
En esos rincones de nuestro ser, se ubican grande parte de nuestras actitudes irracionales. Es prácticamente imposible llegar a esos lugares con argumentos lógicos. Con la lógica, solo conseguimos sitiar y elucidar lo que se añade en el interior de un ambiente fuertemente discriminatorio y prejuicioso como es el nuestro. Sin embargo, también actitudes de solidariedad, a veces, existen, aun que sea difícil de explicarlas.
...
IV
El antropólogo fue honesto, tanto al admitir su propio racismo, como al apuntar que la superación del racismo no es algo simple y puede tomar muchos años de disciplinado trabajo. Es interesante observar que la palabra disciplina tiene la misma raíz que discípulo, quizás se pueda decir que es sinónimo de discipulado. Bueno, ese primer paso, o sea, admitir el propio racismo, es fundamental. Caso contrario, quedaremos una vida toda, engañando el viejo Adán dentro de nosotros con declaraciones políticamente correctas, pero mentirosas.
A continuidad, después de admitir el racismo, ¿cómo superarlo? En nuestro Consejo de Misión entre Indígenas - COMIN - estamos observando que, la manera más fácil de superar el racismo no es hacer discursos o elaborar textos contra el racismo y la discriminación, sino promover el encuentro entre las personas de diferentes etnias y culturas. Comer juntos tiene un efecto increíble. Cuándo recibimos amigos del exterior, durante la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Porto Alegre (febrero 2006), llevamos la gente a visitar algunas comunidades indígenas para almorzar juntos. El nivel de la conversación y el acercamiento es de otra calidad. Promover un encuentro entre alumnos de una escuela evangélica y de una escuela indígena crea lazos y marca la vivencia de las personas de tal forma que uno empieza a imaginar la perspectiva de una convivencia reconciliada entre personas completamente diferentes.
¡Que Dios nos indique caminos para superar los miedos enraizados en nuestras entrañas y que no conseguimos alcanzar con razonamientos lógicos! ¡Que su Espíritu Santo pueda encontrar maneras sorprendentes para transformar nuestros corazones y mentalidades! En las experiencias de Pedro y Cornelio, Dios ha utilizado sueños para llegar en su alma. Sueños son “el lenguaje olvidado de Dios”, el lenguaje olvidado y encubierto por mucha basura del periodo extremamente racionalista del cual, gracias a Dios, estamos nos distanciando. Apuremos nuestras percepciones para el lenguaje de Dios en el cotidiano. Lo que se puede concluir es: para Dios no es necesario ser cristiano para ser acepto, pues ¡nadie es común o inmundo! Todas sus criaturas son especiales. Estamos ligados a ellas por una hermandad basada en el temor de Dios y por la práctica de la justicia. Superar el racismo y la discriminación étnica es gracia de resurrección.
Pastor Ms. Hans Alfred Trein
Secretario Adjunto del COMIN – Consejo de Misión entre Indígenas de la IECLB – Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en Brasil. Homilía proferida en el culto del 19 de abril de 2006 – Día de los Pueblos Indígenas en Brasil – en la Capilla de la Escuela Superior de Teología, de São Leopoldo, Brasil.
Sobre Hechos de los Apóstoles 10.9-35
Estimada Comunidad de la Pascua,
I
¡He quedado muy impactado! Presentaba la ponencia un antropólogo de la Universidad Nacional de Brasília. Y él confesaba públicamente su racismo: “El imaginario racista está adentro de cada uno de nosotros. Nacemos y crecemos adentro de una sociedad racista. Yo soy racista, pese a que no es mi voluntad serlo. Bebemos a diario la reproducción del racismo alrededor de nosotros mismos. Por eso, también nuestra lucha necesita ser constante, para superar el racismo en nosotros mismos.” Su coraje en exponer públicamente su propio racismo me dio ánimo para hacerlo también, allí en el silencio de mi corazón, conmigo mismo, lejos de ojos y oídos que inmediatamente pudieran me interpelar. Sentado allí, anónimamente en la platea, tuve tiempo e intimidad para aprender: no basta solamente no querer ser racista. Es necesario ahogar diariamente ese viejo Adán adentro de nosotros. El antropólogo había hecho su trabajo de traer el mensaje hasta mis oídos. Ahora, el Espíritu Santo estaba a encargarse de llevarla hasta mi corazón. Sin embargo, ¿adonde se oculta el racismo adentro de nosotros, para que lo podamos traer a la luz y superarlo?
En general, consideramos a nosotros mismos como seres racionales. La razón ciertamente es un componente imprescindible de la fe cristiana. La racionalización, sin embargo, también pude llevar a equívocos, primero, al equívoco de que todo es explicable racionalmente o racionalmente solucionable segundo, puede llevar a un autoengaño: reproducimos un discurso políticamente correcto de negación del racismo, y pronto ya no somos más racistas. Pero, en ese asunto del racismo, argumentos lógicos parecen ser ineficaces. Pues, el racismo proviene de temores irracionales, tabúes ancestrales, fuerzas que mal entendemos y que nos hacen actuar de maneras muy diferentes de lo que habíamos acepto como verdad de la razón. Por eso, al caminar por una calle desierta me siento poseído de inquietud cuándo estoy siendo seguido por una persona muy diferente de mí. Al revés, me siento tranquilo si estoy caminando a frente de alguien semejante a mí. Nuestra cultura nos enseña a preferir comer algunas cosas y sentir enojo de otras.
Un miembro de una iglesia evangélica dio el siguiente testimonio: “Cuándo yo era niño, yo sentía mucho miedo de personas negras. Un día, estaba yo andando por la calle con un carro tirado por un caballo, con mi abuela, cuando pasamos por una persona de piel negra. Yo miré mi abuelita y dijo: ‘Abuela, yo tengo miedo de ese negro’. Mi abuela bajó con cariño mi cabeza sobre su cuello y dijo: ‘¡No tengas miedo, la abuelita te cuida!´ Hoy, yo estaría más tranquilo si mi abuelita hubiese dicho algo diferente, en aquella oportunidad. Comprendo que mi abuela ha tenido la mejor de las intenciones al aquietarme y me quitar mi miedo. Sin embargo, hoy, mirando hacia atrás, pienso que ella ha producido exactamente lo contrario en mí espíritu. Con su actitud de cariño ella ha confirmado mi miedo (irracional, RZ). Ella me dio razón para tener miedo.” Pregunto: ¿Donde se oculta, ahora, ese miedo pasajero confirmado en la niñez y que, sin maldad explícita, probablemente ha producido racismo en mí? Pues, como ha dicho el mencionado antropólogo, nacemos y crecemos adentro de una sociedad racista.
II
La historia del discípulo de Jesús y después apóstol Pedro ciertamente nos ayuda a reflexionar. Él era un judío muy conciente de su identidad étnica y religiosa, muy celoso de no se mezclar con otra gente no-judía, con los gentiles (“gente” viene de este vocablo gentiles). Como judío, Pedro se sentía parte del pueblo escogido de Dios. Los gentiles estaban lejos de esa escoja. Así, Pedro no se mezclaba con los gentiles. Un día, a la hora del almuerzo, Pedro subió en el techo de la casa para orar. Su estómago ya reclamaba de hambre. Se podía olear la comida. De pronto, tuvo un éxtasis: vio el cielo abierto y algo como un mantel inmenso que bajaba del cielo y cuyas cuatro puntas se posaban sobre el suelo. Dentro había toda clase de animales, tanto de la tierra como del cielo: cuadrúpedos, reptiles y aves. Y una voz le dijo: Pedro, ¡levántate, mata y come! Pedro contestó: ‘De ninguna manera, Señor, ¡nunca he comido algo profano o impuro! ¡Eso es inmundo, me enojo! La voz contestó: Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres impuro. Esto se repitió tres veces hasta que aquel mantel fue levantado hacia el cielo.
Pedro quedo perplejo como nosotros, si una voz nos invitase para comer carne de perro, hormigas o gusano de algún árbol. Entonces, llegaran tres hombres extraños y golpearán en la puerta. Como Pedro seguía meditando sobre la visión, el Espíritu le dijo: ‘Tres hombres te vienen a buscar, baja y anda con ellos sin vacilar, porque los he mandado yo’. Pedro bajó donde ellos y supo que un tal Cornelio, capitán romano, recibió de un santo ángel la orden de hacerle llamar a su casa para escuchar sus palabras.
Al día siguiente partió con ellos y Pedro estaba acompañado por algunos hermanos. Llegando a Cesarea, Cornelio los esperaba. Cuando Pedro entró, Cornelio cayó a sus pies con mucho respeto. Pedro quedo envergonzado, lo levanto y le dijo: ‘Levántate, que también yo soy un ser humano.’ Entró en la casa y viendo a todas esas personas reunidas les dijo: ‘Ustedes saben que a un judío su religión le prohíbe juntarse con un extranjero, gente de otra etnia o cultura, y mismo entrar en su casa. A mí, sin embargo, Dios me ha enseñado que no se debe considerar inmundo o impuro a ningún hombre. Por eso, apenas me llamaron vine sin vacilar. Les pregunto, pues, ¿por qué razón me han hecho venir? Cornelio le contó su visión del ángel que le había dicho, mandase llamar Pedro, hospedado en la casa del curtidor Simón, cerca del mar. Y ahora estaban todos allí, en la presencia de Dios, a sus órdenes dispuestos a escuchar todo lo que el Señor le ha ordenado.
Pese Pedro, viviendo en el primer siglo, no tuviese la mis mínima noción de “la igualdad de todos los seres humanos”, inherente al código universal de los derechos humanos modernos (siglo XX), él hace una declaración inédita: “Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas sino que acepta a todo el que lo honra y obra la justicia, sea cual sea su raza”. Dicho de otro modo: no es necesario hacer parte de algún “pueblo escogido”, para ser acepto por Dios. El criterio es otro: las personas de cualquier etnia, grupo humano, raza o cultura son aceptas por Dios, desde que lo honren y hagan lo que es justo. Personas que temen a Dios existen en todas las culturas y ellas tienen mucho a compartir respecto de sus diferentes experiencias de Dios. La ortopraxis puede unirlos a todos: es decir, hacer lo que es justo. Y junto a esta regla de oro, la otra: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, como a si mismo”, puede nos ar en la misión de Dios con esa clara orientación: “Dios no hace diferencia entre las personas. Todo aquello que teme a Dios y haz lo que es justo, le es aceptable”.
En verdad, Pedro toma conciencia de algo fundamental: nadie es privilegiado frente a Dios, por ser de esa o aquella religión, de esa o aquella raza, de esa o aquella cultura. Ese reconocimiento también es fundamental para nosotros como cristianos hoy, cuando salimos por ahí, pensando que todas las personas tienen que se tornar igual a nosotros mismos, ¡caso deseen tener parte en la salvación! Las fuerzas que se oponen a la eliminación de esa mentalidad sectaria – es decir, de la discriminación racial y la superioridad étnica – se encuentran enraizadas en los recónditos de nuestro ser de tal modo que nada tienen a ver con la razón. Sabemos, racionalmente, que es un absurdo que Dios pueda dar preferencia a algunas personas en detrimento de otras. O que quizás él pueda considerar algunos grupos étnicos superiores a otros. Pero, no raro, de algún canto oscuro adentro de nosotros mismos emergen sentimientos de temor y repulsa en relación a ciertas personas. Bueno, es precisamente en ese rincón que Dios desea penetrar.
III
Retornemos a la visión de Pedro. Uno siente hasta congoja del apóstol. Él oraba con fervor en cima de la casa, al calor del medio-día. Sintió hambre y cayó en transe, mientras la comida tardaba. En una experiencia rara, una visión lo ha hecho cambiar de mentalidad y actitud frente a los gentiles. En un primer momento el sueño no parecía tener algo que ver con personas de otras culturas o etnias. La visión revolvió en su íntimo un tabú alimentario. Ese tabú estaba olvidado en alguna parte de su ser, inalcanzable por cualquier argumentación racional. El sueño se transforma en pesadilla. Él se sintió presionado a comer de todo, incluso comida que siempre había aprendido a considerar repugnante. El significado de la pesadilla él solamente lo entendió cuándo fue llevado a encontrar con un gentío. Fue entonces que Pedro reconoció el vínculo entre su enojo alimentar y el desprecio que, hasta aquel momento, siempre tuviera para con los gentiles. Si Dios mismo, así, contrariaba radicalmente todo aquello que Pedro aprendiera sobre alimentación y lo que se puede comer, con la misma insistencia Dios ahora contrariaba todo aquello que Pedro aprendiera sobre los seres humanos, de manera totalmente irracional. Olores y aromas graban en uno de forma discriminatoria. Yo me recuerdo que, cuándo niño, en mi casa se comentaba sobre el olor de humo de los indígenas de la región. Si alguna vez uno de nosotros se sentir incómodo por el olor de humo, es bueno saber que entre los indígenas los blancos son conocidos por su olor de leche ácido o agrio.
En esos rincones de nuestro ser, se ubican grande parte de nuestras actitudes irracionales. Es prácticamente imposible llegar a esos lugares con argumentos lógicos. Con la lógica, solo conseguimos sitiar y elucidar lo que se añade en el interior de un ambiente fuertemente discriminatorio y prejuicioso como es el nuestro. Sin embargo, también actitudes de solidariedad, a veces, existen, aun que sea difícil de explicarlas.
...
IV
El antropólogo fue honesto, tanto al admitir su propio racismo, como al apuntar que la superación del racismo no es algo simple y puede tomar muchos años de disciplinado trabajo. Es interesante observar que la palabra disciplina tiene la misma raíz que discípulo, quizás se pueda decir que es sinónimo de discipulado. Bueno, ese primer paso, o sea, admitir el propio racismo, es fundamental. Caso contrario, quedaremos una vida toda, engañando el viejo Adán dentro de nosotros con declaraciones políticamente correctas, pero mentirosas.
A continuidad, después de admitir el racismo, ¿cómo superarlo? En nuestro Consejo de Misión entre Indígenas - COMIN - estamos observando que, la manera más fácil de superar el racismo no es hacer discursos o elaborar textos contra el racismo y la discriminación, sino promover el encuentro entre las personas de diferentes etnias y culturas. Comer juntos tiene un efecto increíble. Cuándo recibimos amigos del exterior, durante la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Porto Alegre (febrero 2006), llevamos la gente a visitar algunas comunidades indígenas para almorzar juntos. El nivel de la conversación y el acercamiento es de otra calidad. Promover un encuentro entre alumnos de una escuela evangélica y de una escuela indígena crea lazos y marca la vivencia de las personas de tal forma que uno empieza a imaginar la perspectiva de una convivencia reconciliada entre personas completamente diferentes.
¡Que Dios nos indique caminos para superar los miedos enraizados en nuestras entrañas y que no conseguimos alcanzar con razonamientos lógicos! ¡Que su Espíritu Santo pueda encontrar maneras sorprendentes para transformar nuestros corazones y mentalidades! En las experiencias de Pedro y Cornelio, Dios ha utilizado sueños para llegar en su alma. Sueños son “el lenguaje olvidado de Dios”, el lenguaje olvidado y encubierto por mucha basura del periodo extremamente racionalista del cual, gracias a Dios, estamos nos distanciando. Apuremos nuestras percepciones para el lenguaje de Dios en el cotidiano. Lo que se puede concluir es: para Dios no es necesario ser cristiano para ser acepto, pues ¡nadie es común o inmundo! Todas sus criaturas son especiales. Estamos ligados a ellas por una hermandad basada en el temor de Dios y por la práctica de la justicia. Superar el racismo y la discriminación étnica es gracia de resurrección.
Pastor Ms. Hans Alfred Trein
Secretario Adjunto del COMIN – Consejo de Misión entre Indígenas de la IECLB – Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en Brasil. Homilía proferida en el culto del 19 de abril de 2006 – Día de los Pueblos Indígenas en Brasil – en la Capilla de la Escuela Superior de Teología, de São Leopoldo, Brasil.