Lucas 9:51-62

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1 Reyes 19:15-16, 19-21; Salmo 16; Gálatas 5:1, 13-25; Lucas 9:51-62.

El pasaje que tenemos delante tiene dos escenas (vs. 51-56 y 57-62). En ambas se presenta la distancia entre el evangelio de Jesús y la comprensión que los discípulos tenían de él. Esta distancia no es solo producto de que aún no conocían el final de la historia, pues los evangelios fueron escritos a la luz de toda la vida de Jesús, sino más bien expresa una situación más profunda de incomprensión del proyecto de Dios para la humanidad y de privilegiar los proyectos personales por encima de los del Reino. Tomados así es evidente que no estamos lejos nosotros mismos de aquellos discípulos que nos escandalizan por sus reclamos de destrucción del adversario o por su egoísmo ante el llamado del Señor.

No recibieron a Jesús

La enemistad entre judíos y samaritanos era antigua y bien conocida por todos. Es necesario recordar que nunca hubo una delimitación geográfica estricta para estos pueblos hermanos en conflicto. De modo que el hecho de que los mensajeros hayan entrado en una aldea samaritana puede ser tomado como una provocación de su parte, debido a que simplemente podrían haberla eludido y elegir otra donde habitaran judíos. Quizá querían mostrarse exitosos ahora que –a su criterio- habían encarado el camino a Jerusalén para revelar definitivamente el triunfo sobre ellos y otros grupos religiosos.
Los discípulos estaban convencidos que el triunfo les daba derechos y habían querido ejercerlo con los samaritanos. Pero la respuesta samaritana es la esperada: no estaban dispuestos a ayudar a un grupo de judíos en camino al templo –que consideraban falso e ilegítimo -, si además mostraban su supuesta superioridad delante de ellos. Esto es evidente debido a que Jacobo y Juan evocan 2 Reyes 1:9 en su solicitud de juicio donde se narra el conflicto de Elías debido justamente a que Ocozías había consultado a otros dioses y no a Yavé. Elías hace descender fuego sobre sus dos emisarios. El traslado a la situación de los samaritanos no puede obviarse: ellos adoran en un templo que no corresponde y además ahora rechazan al salvador. Para Jacobo y Juan merecen el fuego de Dios.
Pero Jesús se encarga una vez más de poner en claro que son ellos los que no entienden el plan de Dios. Si en el pasado la voluntad de Dios se había expresado a través del fuego ahora el proyecto era otro. La llegada del mesías no traía más muerte a un mundo ya saturado de violencia sino que su proyecto invitaba a la salvación de la vida. Era más fácil destruir al enemigo que amarlo y comprenderlo aún en su error, y los discípulos sienten que ellos tienen un poder que en realidad no les pertenece. “Quieres que mandemos...” le dicen a Jesús como si la vida y la muerte de estos samaritanos estuvieran en sus manos.
La reacción de Jesús probablemente se dirige a varias cosas. Señalamos tres: en primer lugar, que ellos no entienden el espíritu que los alienta, es decir, en ese momento no es el espíritu de Dios el que los lleva a sugerir esa acción. Es curioso que citan la Biblia –el Antiguo Testamento era toda su Biblia- con lo cual se nos dice que no basta con citar un texto bíblico e imitarlo para estar en sintonía con el proyecto de Dios.
En segundo lugar, que la salvación no se impone verticalmente ni por la fuerza. Que Dios tiene sus propios medios que solemos no conocer, siempre en busca de caminos más cortos y humanamente eficaces. En tercer lugar, los dirige a otra aldea. Allí no ofenderán a nadie y el Señor podrá descansar.

Querían seguir a Jesús pero...

Esta nueva perícopa profundiza la distancia entre el plan de Dios y el proyecto de los discípulos. El primero anuncia su decisión de seguirlo cualquiera sea el lugar donde vaya, aunque insinuando que Jesús tiene un lugar, quizá sospechando un palacio preparado por Dios mismo. El segundo interpone la necesidad de enterrar a su padre, por cierto una obligación moral difícil de eludir, aunque el sentido probable no es que haya muerto recién sino que siendo el padre ya anciano el hijo debe cuidar de él hasta sus últimos días. El tercero pide despedirse de los de su casa, su propia familia, una institución muy arraigada en las costumbres del mundo antiguo.
Nos equivocaríamos si juzgáramos mal a quienes plantean acciones tan razonables. Ciertos márgenes de seguridad, ser responsable por los padres y cortés con los familiares no es algo que el Señor nos pida que olvidemos. No es eso lo que busca transmitirnos este pasaje. La intención del texto no es mostrar la pereza de los discípulos sino la radicalidad del llamado de Jesús. Esto se refleja en las respuestas: el Hijo del Hombre no tiene donde ir, es decir, sus preocupaciones no pasan por conseguir un lugar en alguna parte sino en cumplir con la voluntad del Padre. Luego invita a anunciar el reino de Dios como prioridad sobre otras obligaciones, aún aquellas que la sociedad considera ineludibles y que son parte del núcleo básico de obligaciones. El tercer caso invita a no demorarse en el pasado sino a encarar lo nuevo con toda energía. El arado no puede dirigirse sin la vista hacia delante.
En los tres casos el énfasis está puesto en la novedad del evangelio y la misión en contraste con la estrechez de miras de quienes desean ser parte del proyecto pero no asumen la totalidad del desafío. ¿Serían tan solo excusas para eludir la responsabilidad evangélica? ¿Estamos ante personas bienintencionadas pero erradas en su proyecto? El pasaje parece señalarnos que cualquiera que sea la razón, lo que el Señor pide es una entrega plena de lo que somos, y no la pequeña porción de nuestra vida que nos parece útil entregarle.
Sugerimos que la predicación se centre en señalar esta distancia entre lo que Dios propone y nuestra comprensión a veces acomodaticia del mensaje, en otros casos tergiversándolo, en otros reduciéndolo a nuestros propios deseos. A ellos Jesús opone la serenidad de su ejemplo y palabra, y su decisión de ir a Jerusalén a cumplir con su misión. Junto a sus discípulos somos invitados a ir con él.

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