Lucas 7:1-10

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1 Reyes 8:22-23, 41-43; Salmo 96:-9; Gálatas 1:1-12; Lucas 7:1-10

Introducción

A partir de este domingo, en lo que resta del año litúrgico hasta el próximo adviento, la lectura del Evangelio sigue progresivamente el Evangelio de Lucas. Si bien saltea algunos relatos de ese evangelio, lo sigue en la mayor parte, y los textos del Antiguo Testamento están destinados a reforzar la lectura del Evangelio y a orientar su interpretación (la lección de hoy es un claro ejemplo, como veremos). Por su parte, la lectura de la epístola constituirá una segunda serie, que sigue su propia secuencia, con un vínculo ocasional con el resto de las lecturas.
El evangelio de Lucas es una composición de “segunda mano”. El propio autor lo reconoce al señalar que recoge las cosas de “los que la vieron con sus ojos” (Lc 1:2), y no de propia experiencia. La atribución a Lucas, que no es propia del texto sino de un agregado editorial posterior, en todo caso coincide con esto. Es un gentil, que probablemente tenga al griego como lengua nativa. Pero llega a la fe una vez concluido el ministerio histórico de Jesús. Entre sus fuentes probablemente deban reconocerse el Evangelio de Marcos y una colección de dichos de Jesús que también usó Mateo. Lucas adapta para un público menos versado en la cultura judía, y con algunos toques de estilo que apuntan un buen manejo del idioma griego. Sus textos muestran un buen conocimiento de las cuestiones legales y costumbres grecorromanas que servirán de trasfondo a su relato de la vida de Jesús tanto como al tratado posterior que conocemos como “Hechos”.

Análisis

El texto que nos propone el Leccionario es un buen ejemplo de lo que acabamos de señalar. Por lo tanto conviene detenerse en algunos detalles:
Capernaún era el centro poblado más importante de Galilea, fuera de las ciudades romanizadas de Séforis, Cesarea y Tiberías (construidas estas últimas en honor de los emperadores César y Tiberio). Su población alcanzaba probablemente a unos 12.000 habitantes, y vivía de la pesca en el lago y de la explotación de los campos circundantes.
Había una guarnición romana para ejercer tareas de policía y control político en la zona. Excavaciones recientes parecen indicar que habría apenas en las afueras, al norte de la aldea, un “castrum” (fuerte de avanzada romana) con cerca de 500 soldados (aunque hay dudas para fechar el hallazgo). La presencia de un centurión allí no es casual.
Cada región debía sostener a las tropas allí estacionadas. De manera que el motivo de descontento con la presencia de los soldados era doble. Ya que a la vergüenza de la ocupación se agregaba para la gente humilde el aumento de la ya pesada carga impositiva que debían soportar. En última instancia, el “regalo” del centurión lo habían pagado los campesinos de la región con sus impuestos.
Era práctica de los personajes con poder del Imperio tratar de conquistar el favor de las elites de las zonas ocupadas mediante ciertas dádivas. Estos “benefactores” esperaban a cambio que estos dirigentes se encargaran de apaciguar a su propia gente, de actuar como “colchón” frente a eventuales descontentos. Los “ancianos” locales quedaban entonces como una clientela fija de los funcionarios romanos.
La sinagoga era la reunión pública comunitaria. No se han encontrado edificios de sinagoga en Galilea que daten de antes del S. III después de Cristo. Los restos arqueológicos de la sinagoga de Capernaún que hoy se pueden visitar son del S. V. Si bien parece ser que se ha construido sobre restos de un edificio anterior derruido, nada se puede saber de este, ni siquiera si era un lugar público.
Con este panorama el relato adquiere otras perspectivas. Los “ancianos judíos” que van a pedir a Jesús son prácticamente mandados por el centurión. Ellos también, y no solo los soldados, tienen que ir y venir al ritmo que les impone su “benefactor”. Estos ancianos, que en otras ocasiones critican a Jesús y lo acusan de romper las leyes rituales (Lc 6:1-5), hoy le piden a Jesús que las quiebre: ir a casa de un gentil, acercarse a un enfermo. Ellos que no quieren que Jesús haga milagros (6:6-11) y lo odian por ello, ahora le piden un milagro. Así reflejan su propia condición: no sienten compasión por este hombre enfermo, ni piden que Jesús muestre como actúa en él su particular relación con Dios, sino que quieren quedar bien con un poderoso. Ahora bien, si se trata de que sacien su hambre los discípulos de Jesús o sea curado un tullido del pueblo, entonces se enojan si se rompe la ley. Pero si hay que pagar la deuda al invasor, todo puede relativizarse.... suena muy actual...
El centurión no es necesariamente un “prosélito”, un temeroso de Dios como lo es Cornelio (Hch 10:1). Es descripto por los ancianos de Capernaún (ancianos aquí es un título político: indica a los miembros del Consejo local) como alguien que “ama nuestra nación”. Este es lenguaje usual para un patrón-benefactor, y no necesariamente indica una actitud piadosa. Este centurión se ve movido por el afecto a su siervo. La historia nos cuenta de ciertos casos en que algunos patrones se encariñaban con algún sirviente, y se volvían totalmente dependientes de ellos en su vida cotidiana. Y si bien busca la salud de su esclavo, también él obtendrá un beneficio de su recuperación.
Jesús y el centurión nunca llegan a encontrarse (a diferencia del paralelo de Mt 8:5-13, donde tampoco aparece la relación clientelar de los ancianos de Capernaún). Toda la relación es mediada por emisarios. Jesús está dispuesto a ir a la casa gentil (como más adelante irá a casa del prejuicioso fariseo Simón, o la del renegado Zaqueo), pero en este caso el propio centurión envía una segunda delegación, ahora de sus propios amigos. Se maneja con las estrictas reglas de reciprocidad de la época: si él no fue personalmente a buscar a Jesús, Jesús no tiene porque ir personalmente a buscarlo a él. Ha decidido tratar a Jesús como a un hombre libre y no como a un súbdito.
Aceptemos la sinceridad de este hombre conturbado por una inminente pérdida. El paralelo de su argumentación deja a salvo su lugar e identidad. Él es un hombre con poder en cuestiones militares, aunque también es subalterno de otros con más poder. Jesús es un hombre con poder en lo que hace a la salud. En su lógica castrense, como él mandó emisarios, si Jesús tiene el poder que él necesita que Jesús tenga, podrá obrar de igual manera. La existencia de “hombres divinos” con capacidad de realizar curaciones inesperadas era común a muchas religiones de la época (como lo es hoy) y no necesita pensarse que este centurión diferenciara a Jesús de otros. Lo que si demuestra es una total confianza en que hay en Jesús un poder sanador.
Es esta confianza lo que asombra a Jesús. Es la respuesta inesperada. Aquí “tener fe” no debe interpretarse en el sentido de creencia, de que este hombre afirmaba que Jesús era hijo de Dios, o cosa alguna que luego elaborará el dogma. Él tiene confianza en que las cosas han de funcionar como corresponde si Jesús es quien él supone que es: un ser con poder espiritual. Los ancianos de Israel que le han servido de mediadores no tienen la misma convicción (no he hallado tal confianza en Israel, v. 9b). Ellos buscan desconocer la realidad de Jesús como elegido de Dios, porque si así fuera su propio poder religioso quedaría cuestionado. Pero frente a su “benefactor” militar deben ceder, porque si no también pueden perder su posición. El centurión, en cambio, nada arriesga y “se juega” en su esperanza de que sane a su siervo, porque Jesús tiene una fuerza que aleja a la muerte. Y Jesús le confirma que es así. El siervo sana. Nada más sabremos de esta historia.

Comentario

La lectura del Antiguo Testamento seleccionada por el Leccionario quiere orientar la interpretación en torno de la condición de “gentil” del centurión. Es una lectura posible, aunque más apropiada al paralelo de Mateo, que agrega dichos de Jesús en este sentido. Puede ser una buena pista homilética destacar como Jesús sale del círculo seguro de sus propios seguidores y de su propia nación para alcanzar a alguien que supuestamente es su enemigo y hallar allí también la posibilidad de la fe.
Pero otros caminos interpretativos también pueden ser interesantes a partir de estos detalles que nos da Lucas. Por ejemplo, como Jesús aprovecha esta situación cargada de ambigüedades para, en un mismo golpe, poner en evidencia varias cosas:
La inconsistencia de los que lo atacan en otras ocasiones, cuando se trata de proteger su propio poder frente a alguien más poderoso. Se envalentonan frente al pueblo humilde, se escandalizan cuando Jesús provee alimento o salud, pero están dispuestos a servir de mandaderos de los poderosos de turno, y quebrar sus propias tradiciones para ello. La expresión de Jesús: “no encontré la misma confianza en Israel” no es casual y tiene destinatarios allí presentes.
Mostrar que “tener fe” no es la afirmación de ciertas pautas dogmáticas, de purezas doctrinales, de una “religión correcta” o de pertenencia institucional, sino de confianza en el poder sanador de Jesús. Es establecer una relación donde se reconoce la presencia de Jesús como un hombre pleno, un hombre libre, y a la vez el mediador de la presencia divina.
Jesús tiene compasión de un esclavo. A veces se pierde de vista que el sujeto último de la curación no es el centurión sino su siervo. El inicio del relato (v. 2) y las palabras finales se refieren al esclavo del centurión y su salud. El que había perdido la salud y la recupera es el esclavo: el verdadero “beneficiario” es este hombre anónimo, si bien el centurión también obtiene lo que había deseado. La acción soberana del hombre libre Jesús alcanza a dar salud al esclavo.
La vida de Jesús se desarrolló en un escenario donde constantemente aparecen estas situaciones ambiguas, estas mezclas grises de “malos buenos” y “buenos malos”. Porque es una vida real, concreta, con sus tensiones e indefiniciones. En estas situaciones Jesús muestra su bondad y amor más allá de los méritos de quienes lo solicitan. No ignora estas contradicciones, y las señala, pero no deja que ellas se interpongan en su misión: mostrar el amor universal de Dios, mostrar la dignidad de todas las criaturas, ser sensible al sufrimiento de cualquiera y mostrar el camino de redención.

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