Lucas 3:1-6
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Segundo Domingo de Adviento (morado)
Isaías 52:1-11; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6; Salmo 126:1-6.
El tiempo de Adviento continúa con la evocación de la predicación de Juan. Todo este momento de la Iglesia debe considerarse preparatorio para la celebración de la llegada del Señor. En ese sentido lo que se nos presenta hoy es un texto que nos habla de la acción de Dios y de la respuesta de los hombres, en este caso en la persona del Bautista. Si bien hay mucho para decir sobre este personaje, nosotros vamos a destacar tres elementos de este pasaje que nos pueden dar elementos para la predicación.
A. No siempre se prestó atención a los vs. 1-2 de este capítulo. Ellos son una poderosa voz a favor de los humildes y olvidados. El detalle de los hombres más fuertes y encumbrados de su época es impresionante. Tiberio César era emperador y Poncio Pilato gobernador. Luego baja un escalón más y nombra a los pequeños reyes designados por Roma de entre los líderes locales: Herodes (Agripa), nieto del Herodes Antipas, y Felipe que habían sido designados tetrarcas de Galilea e Iturea, respectivamente. Lisanias – de quien no tenemos otras referencias – era tetrarca de Abilinia, una región al noroeste de Damasco. Finalmente nombra a los sumos sacerdotes Caifás y Anás. Y cuando toda hace suponer que a estos grandes líderes de la época Dios los utilizaría para comunicar algo, se introduce la figura del desconocido Juan, el hijo de otro desconocido llamado Zacarías, que habitaba lejos de los palacios y las fortalezas. La Palabra de Dios omite los templos y palacios y sus importantes habitantes: se revela al pobre Juan y en el desierto.
Seguramente ninguno de estos ricos y famosos llegó a conocer el texto de Lucas, pero sin duda que lo hubieran considerado una ofensa y una falta de respeto. Dios actúa no solo por donde menos lo esperamos sino que lo hace a través de aquellos que a sus ojos tienen un papel importante en el drama de la historia humana, pero que a los ojos humanos suelen ser los olvidados y olvidables.
B. Juan predica el perdón de los pecados. Esto merece una explicación. En tiempos de Juan se había construido todo un sistema religioso que colocaba a casi toda la población en infracción ante Dios. Fariseos y Saduceos, por caminos distintos y respondiendo a esquemas teológicos e ideológicos diferentes llegaban a la misma conclusión. En consecuencia, la imagen de Dios que se tenía era la de aquel que vendría a castigar a la gente por sus faltas y a reclamar sumisión a las autoridades. Esto no es lo mismo que nuestra afirmación de que todos somos pecadores y que pedimos al Señor redención para nuestras vidas. En realidad nuestra teología puede transformarse en una colección de faltas y castigos pero no estaríamos haciendo justicia al evangelio en su totalidad. Lo que sucedía en aquel entonces es que la gente se sentía agobiada por la pesada carga de pecados que los conducían a un castigo insalvable y del cual no podían más que esperar que cayera sobre ellos.
En este contexto la predicación de Juan, si bien está enraizada en las tradiciones bíblicas del amor y perdón de Dios, era una novedad para su época. Habían llegado a temerle a Dios más que a amarlo, y no era para menos si este creador estaba constantemente amenazándolos con destruirlos por sus pecados. El anuncio del perdón de Dios es también importante hoy. Porque el perdón nos habilita para vivir creativamente la vida dando testimonio del amor de Dios.
C. Juan anunciaba “la salvación que viene de Dios”. Los que lo oían lo podrían creerlo. Sabían que Dios quería condenarlos y destruirlos, no salvarlos. Por otra parte, qué interés podría tener Dios es salvar la vida de estas pequeñas personas.
La respuesta de ayer es la misma que la de hoy. El plan de Dios consiste en rescatar la vida y en restituir una relación sana con él. Es interesante observar que para Dios no hay personas fuertes y débiles, importantes y olvidables. Esas categorías las solemos crear nosotros para dividirnos y clasificarnos. Pero en su plan todos somos pequeños por pecadores pero grandes por el valor de la vida que habita en nosotros. De modo que nadie debe sentir que no es importante ante Dios. Y si no lo es ante Dios tampoco lo debe ser ante el resto de las personas.
D. En una presentación homilética de este pasaje es relevante establecer esta relación entre el perdón de pecados y la salvación anunciada por Juan e inaugurada por Cristo. Para muchos sentir que sus faltas son perdonadas por Dios mismo es la única posibilidad de comprender el regalo de la salvación. Pero a la vez es necesario enfatizar que todo acceso al mensaje de salvación debe ir acompañado de una clara comprensión y arrepentimiento de nuestras faltas. El mensaje es que Dios está dispuesto a perdonar y en este tiempo de Adviento debemos disponernos a recibir el perdón de Dios y el regalo de su Hijo.
Isaías 52:1-11; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6; Salmo 126:1-6.
El tiempo de Adviento continúa con la evocación de la predicación de Juan. Todo este momento de la Iglesia debe considerarse preparatorio para la celebración de la llegada del Señor. En ese sentido lo que se nos presenta hoy es un texto que nos habla de la acción de Dios y de la respuesta de los hombres, en este caso en la persona del Bautista. Si bien hay mucho para decir sobre este personaje, nosotros vamos a destacar tres elementos de este pasaje que nos pueden dar elementos para la predicación.
A. No siempre se prestó atención a los vs. 1-2 de este capítulo. Ellos son una poderosa voz a favor de los humildes y olvidados. El detalle de los hombres más fuertes y encumbrados de su época es impresionante. Tiberio César era emperador y Poncio Pilato gobernador. Luego baja un escalón más y nombra a los pequeños reyes designados por Roma de entre los líderes locales: Herodes (Agripa), nieto del Herodes Antipas, y Felipe que habían sido designados tetrarcas de Galilea e Iturea, respectivamente. Lisanias – de quien no tenemos otras referencias – era tetrarca de Abilinia, una región al noroeste de Damasco. Finalmente nombra a los sumos sacerdotes Caifás y Anás. Y cuando toda hace suponer que a estos grandes líderes de la época Dios los utilizaría para comunicar algo, se introduce la figura del desconocido Juan, el hijo de otro desconocido llamado Zacarías, que habitaba lejos de los palacios y las fortalezas. La Palabra de Dios omite los templos y palacios y sus importantes habitantes: se revela al pobre Juan y en el desierto.
Seguramente ninguno de estos ricos y famosos llegó a conocer el texto de Lucas, pero sin duda que lo hubieran considerado una ofensa y una falta de respeto. Dios actúa no solo por donde menos lo esperamos sino que lo hace a través de aquellos que a sus ojos tienen un papel importante en el drama de la historia humana, pero que a los ojos humanos suelen ser los olvidados y olvidables.
B. Juan predica el perdón de los pecados. Esto merece una explicación. En tiempos de Juan se había construido todo un sistema religioso que colocaba a casi toda la población en infracción ante Dios. Fariseos y Saduceos, por caminos distintos y respondiendo a esquemas teológicos e ideológicos diferentes llegaban a la misma conclusión. En consecuencia, la imagen de Dios que se tenía era la de aquel que vendría a castigar a la gente por sus faltas y a reclamar sumisión a las autoridades. Esto no es lo mismo que nuestra afirmación de que todos somos pecadores y que pedimos al Señor redención para nuestras vidas. En realidad nuestra teología puede transformarse en una colección de faltas y castigos pero no estaríamos haciendo justicia al evangelio en su totalidad. Lo que sucedía en aquel entonces es que la gente se sentía agobiada por la pesada carga de pecados que los conducían a un castigo insalvable y del cual no podían más que esperar que cayera sobre ellos.
En este contexto la predicación de Juan, si bien está enraizada en las tradiciones bíblicas del amor y perdón de Dios, era una novedad para su época. Habían llegado a temerle a Dios más que a amarlo, y no era para menos si este creador estaba constantemente amenazándolos con destruirlos por sus pecados. El anuncio del perdón de Dios es también importante hoy. Porque el perdón nos habilita para vivir creativamente la vida dando testimonio del amor de Dios.
C. Juan anunciaba “la salvación que viene de Dios”. Los que lo oían lo podrían creerlo. Sabían que Dios quería condenarlos y destruirlos, no salvarlos. Por otra parte, qué interés podría tener Dios es salvar la vida de estas pequeñas personas.
La respuesta de ayer es la misma que la de hoy. El plan de Dios consiste en rescatar la vida y en restituir una relación sana con él. Es interesante observar que para Dios no hay personas fuertes y débiles, importantes y olvidables. Esas categorías las solemos crear nosotros para dividirnos y clasificarnos. Pero en su plan todos somos pequeños por pecadores pero grandes por el valor de la vida que habita en nosotros. De modo que nadie debe sentir que no es importante ante Dios. Y si no lo es ante Dios tampoco lo debe ser ante el resto de las personas.
D. En una presentación homilética de este pasaje es relevante establecer esta relación entre el perdón de pecados y la salvación anunciada por Juan e inaugurada por Cristo. Para muchos sentir que sus faltas son perdonadas por Dios mismo es la única posibilidad de comprender el regalo de la salvación. Pero a la vez es necesario enfatizar que todo acceso al mensaje de salvación debe ir acompañado de una clara comprensión y arrepentimiento de nuestras faltas. El mensaje es que Dios está dispuesto a perdonar y en este tiempo de Adviento debemos disponernos a recibir el perdón de Dios y el regalo de su Hijo.