Lucas 21:25-36
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Primer Domingo de Adviento (morado)
Jeremías 33:14-16; 1 Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-36; Salmo 25:4-5.8-10.
Comenzamos el Adviento con un texto en el cual Jesús anuncia la inminente llegada del Reino de Dios. Es interesante observar que Jesús lo hace en el contexto de una pregunta sobre la futura destrucción del templo (21:5-7). Parece entonces hablarles en clave al narrar los hechos como si él no tuviera que ver con ellos. De hecho su presencia y mensaje inauguran la cercanía del Reino y muestran la buena voluntad de Dios para con la humanidad.
El llamado a estar atentos a este tiempo y a la actitud de oración nos convocan a un momento de espera. Es bueno recordar que la oración no era en aquel entonces sinónimo de estarse quieto y contemplando como se lo entendió mucho más tarde en la tradición y prácticas monásticas. Cuando Jesús llama a “estar orando” significa una actitud de estar atento a lo que Dios nos dice y nos señala para nuestras vidas. Jesús ha combinado un anuncio sobre la destrucción del lugar más preciado por la religiosidad de su época con la irrupción de su persona y la llegada de la salvación al mundo.
Queremos comentar tres elementos que pueden estar presentes en una predicación sobre este texto:
A. Jesús se coloca en la línea de antiguas tradiciones pero a la vez obra una selección dentro de ellas. No todo lo que es antiguo –y en general apreciamos porque es parte de nuestra tradición y costumbre- tiene valor por sí mismo. En este caso aludo a las expectativas por el “hijo del hombre” ya presentes en Daniel 7:13 y otros textos. Sabemos que esta figura es controvertida dentro de la posterior –y actual- teología. Hay quienes la interpretan como aludiendo a su ser superior, el Mesías, que habría de venir para inaugurar una nueva era. Otros prefieren ver en esa figura una alusión al ser humano, distinguiéndola de cualquier figura celestial. Esta segunda interpretación es más fiel al lenguaje hebreo donde “hijo de hombre” significa literalmente “ser humano”, es decir, engendrado por un ser humano. Sin embargo ya en tiempos de Jesús se lo entendía como la llegada de alguien especial y así parece entenderlo el propio Señor en este discurso. Sea cual fuere el criterio que adoptemos, es claro que nuestro texto alude a una irrupción celestial que modificará las coordenadas de la realidad y provocará un cambio de grandes magnitudes.
B. Ubicar este discurso de Jesús en el marco de la destrucción del templo también nos ayuda a ver para él las estructuras que no sirven a los propósitos del Reino no tienen futuro en el plan de Dios. Es difícil exagerar la belleza y prestancia del templo de Jerusalén luego de las tareas llevadas a cabo por Herodes. No sólo era el lugar de adoración, era también el orgullo de la ciudad y de sus líderes políticos y religiosos. El templo era un símbolo de lo que podían hace este pueblo pequeño pero esforzado. Era la corona de Herodes y sus descendientes que gobernaban en este tiempo. Pero Jesús anuncia que la llegada del Reino coincidirá con la destrucción de lo que más quieren. Para las personas de aquella época era casi una contradicción incomprensible: ¿acaso el Reino de Dios no sería gobernado desde el templo mismo? ¿No estaría allí el centro de la vida del pueblo? Hoy también tenemos problemas para asumir que el camino del Señor no siempre coincide con nuestros planes e instituciones. Y quizá este tiempo de Adviento sea un buen momento para meditar sobre que servicio están cumpliendo nuestras estructuras y prácticas.
C. La convocatoria de Jesús a estar atentos y en oración apela a nuestra actitud ante él. Quizá porque estamos llegando a la Navidad –aunque este es un tema del todo el año- sea bueno enfatizar que en el encuentro con Jesús se pone a prueba nuestra existencia y compromiso con su mensaje. En otras palabras, que no hay cristianos nominales o “culturales”, sino lisa y llanamente creyentes en el Señor de la Navidad y la cruz. En este pasaje Jesús trata a sus oyentes casi como si no fueran creyentes. Les explica incluso con una parábola (29-33) que los signos del Reino los pone Dios y que ellos deben estar atentos para interpretarlos. ¿Cuáles son esos signos hoy en nuestra congregación y en nuestra vida? ¿Cuán abiertos tenemos los sentidos a lo que Dios nos dice en este tiempo? Estas son preguntas que nos preparan para recibir la Navidad que se acerca.
Jeremías 33:14-16; 1 Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-36; Salmo 25:4-5.8-10.
Comenzamos el Adviento con un texto en el cual Jesús anuncia la inminente llegada del Reino de Dios. Es interesante observar que Jesús lo hace en el contexto de una pregunta sobre la futura destrucción del templo (21:5-7). Parece entonces hablarles en clave al narrar los hechos como si él no tuviera que ver con ellos. De hecho su presencia y mensaje inauguran la cercanía del Reino y muestran la buena voluntad de Dios para con la humanidad.
El llamado a estar atentos a este tiempo y a la actitud de oración nos convocan a un momento de espera. Es bueno recordar que la oración no era en aquel entonces sinónimo de estarse quieto y contemplando como se lo entendió mucho más tarde en la tradición y prácticas monásticas. Cuando Jesús llama a “estar orando” significa una actitud de estar atento a lo que Dios nos dice y nos señala para nuestras vidas. Jesús ha combinado un anuncio sobre la destrucción del lugar más preciado por la religiosidad de su época con la irrupción de su persona y la llegada de la salvación al mundo.
Queremos comentar tres elementos que pueden estar presentes en una predicación sobre este texto:
A. Jesús se coloca en la línea de antiguas tradiciones pero a la vez obra una selección dentro de ellas. No todo lo que es antiguo –y en general apreciamos porque es parte de nuestra tradición y costumbre- tiene valor por sí mismo. En este caso aludo a las expectativas por el “hijo del hombre” ya presentes en Daniel 7:13 y otros textos. Sabemos que esta figura es controvertida dentro de la posterior –y actual- teología. Hay quienes la interpretan como aludiendo a su ser superior, el Mesías, que habría de venir para inaugurar una nueva era. Otros prefieren ver en esa figura una alusión al ser humano, distinguiéndola de cualquier figura celestial. Esta segunda interpretación es más fiel al lenguaje hebreo donde “hijo de hombre” significa literalmente “ser humano”, es decir, engendrado por un ser humano. Sin embargo ya en tiempos de Jesús se lo entendía como la llegada de alguien especial y así parece entenderlo el propio Señor en este discurso. Sea cual fuere el criterio que adoptemos, es claro que nuestro texto alude a una irrupción celestial que modificará las coordenadas de la realidad y provocará un cambio de grandes magnitudes.
B. Ubicar este discurso de Jesús en el marco de la destrucción del templo también nos ayuda a ver para él las estructuras que no sirven a los propósitos del Reino no tienen futuro en el plan de Dios. Es difícil exagerar la belleza y prestancia del templo de Jerusalén luego de las tareas llevadas a cabo por Herodes. No sólo era el lugar de adoración, era también el orgullo de la ciudad y de sus líderes políticos y religiosos. El templo era un símbolo de lo que podían hace este pueblo pequeño pero esforzado. Era la corona de Herodes y sus descendientes que gobernaban en este tiempo. Pero Jesús anuncia que la llegada del Reino coincidirá con la destrucción de lo que más quieren. Para las personas de aquella época era casi una contradicción incomprensible: ¿acaso el Reino de Dios no sería gobernado desde el templo mismo? ¿No estaría allí el centro de la vida del pueblo? Hoy también tenemos problemas para asumir que el camino del Señor no siempre coincide con nuestros planes e instituciones. Y quizá este tiempo de Adviento sea un buen momento para meditar sobre que servicio están cumpliendo nuestras estructuras y prácticas.
C. La convocatoria de Jesús a estar atentos y en oración apela a nuestra actitud ante él. Quizá porque estamos llegando a la Navidad –aunque este es un tema del todo el año- sea bueno enfatizar que en el encuentro con Jesús se pone a prueba nuestra existencia y compromiso con su mensaje. En otras palabras, que no hay cristianos nominales o “culturales”, sino lisa y llanamente creyentes en el Señor de la Navidad y la cruz. En este pasaje Jesús trata a sus oyentes casi como si no fueran creyentes. Les explica incluso con una parábola (29-33) que los signos del Reino los pone Dios y que ellos deben estar atentos para interpretarlos. ¿Cuáles son esos signos hoy en nuestra congregación y en nuestra vida? ¿Cuán abiertos tenemos los sentidos a lo que Dios nos dice en este tiempo? Estas son preguntas que nos preparan para recibir la Navidad que se acerca.