Los demás también son seres especiales para Dios
Todos somos personas especiales para Dios. Vivimos en una sociedad que alienta el individualismo. Mucha gente corre todo el día pensando solo en sí mismos o en los de su círculo más íntimo. No seas vos uno de ellos. Tomate tiempo para los demás. Ayudales a sentirse seres especiales, porque lo son al menos para Dios. Aprendé a apreciar a los demás. ¿Hace mucho que no le preguntás el nombre a la cajera del supermercado o al barrendero que limpia la calle de la cuadra donde vivís? Sé amable e interesate por las personas que tienen que ver con tu cotidianeidad.
A lo mejor te preguntas ¿para qué si no voy a generar una relación estable con la mayoría de ellos? Es posible, pero esta actitud de aproximación debería formar parte de nuestra vida espiritual. ¿Acaso el llamado “Buen Samaritano” era amigo del que estaba caído? Pablo nos pide, estando en la cárcel, escribiéndole a los Filipenses, que cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás (Filipenses 2: 4). Esto significa que todos los días podremos encontrar a alguien a quien ayudar y alentar.
Tal vez un elogio, algo que encuentres bueno y que lo quieras reconocer explícitamente en el otro: “Ese color te queda lindo”, “¡qué bien me preparaste este paquete!”, “aprecio tu amistad”, “¡qué buena tu respuesta!”, “me hiciste sentir muy bien”. Reconocimientos como esos pueden iluminarle el rostro a una persona, hacer una diferencia en su estado de ánimo o hacerle sentir mejor consigo mismo.
Es algo sencillo, generalmente no requiere de mucho esfuerzo. Sin embargo, hay personas que están mucho más prontas para la crítica negativa que para el reconocimiento de lo bueno. Se han dejado ganar por la severidad, a veces por la amargura, las malas noticias o, simplemente, sus ojos no ven demasiado la belleza de la vida y lo bueno de su prójimo. Suelen ser propensos a enojarse y ser pesimistas.
En realidad todos necesitamos de ese ánimo, no importa los logros que hayamos obtenido en nuestra vida, necesitamos saber que nuestra existencia importa. Haz que todo el que se cruza con vos se sienta valioso, que aquellos con los que entrás en contacto se sientan especiales.
Cada uno, a veces a quienes ni miramos, son únicos para Dios. Después de todo cada uno de nosotros fue creado a imagen y semejanza de Él. Dios tiene buena onda con todos nosotros y nos mira con amor. A veces, lo imaginamos con “trompa” y de mal humor. Pero, por ejemplo, el salmo 103 nos dice que Él es “tierno y compasivo; es paciente y todo amor”, “no nos reprende en todo tiempo ni su rencor es eterno” y “no nos ha dado el pago que merecen nuestras maldades y pecados”.
No fuimos creados para vivir en el egoísmo, pensando solamente en nosotros mismos. Fuimos creados por Dios para dar, y la vida abundante que Jesús vino a traer necesita que dejemos de pensar solo en nosotros para ofrecer nuestros bienes a los demás. ¿A quién puedo ser de bendición en el día de hoy? ¿A quién puedo alentar? No hace falta predicar un sermón, basta con ser bueno con ellos. Tus gestos hablarán más que tus palabras. El amor sincero convierte los sentimientos y palabras en acción. Cuando doy es cuando mejor puedo imitar a Jesús.
William Morris decía: “Pasaré por este mundo una sola vez, si hay alguna palabra bondadosa que yo pueda pronunciar, alguna noble acción que yo pueda efectuar, diga yo esa palabra, haga yo esa acción ahora, pues no pasaré más por aquí”