La unidad de la Iglesia
0
0
Hoy se realizan a todo lo ancho del Canadá, desde Quebec en el este hasta Vancouver en el oeste, marchas contra la guerra en Irak promovida por el Presidente George W. Bush y el Primer Ministro Tony Blair. Se trata de un acto de protesta convocado por la Iglesia Unida del Canadá y apoyada por muchas otras iglesias y organizaciones de la sociedad civil. Es una manera de afirmar lo que los líderes los líderes de la Iglesia Unida del Canadá expresaron anteriormente en una carta del 25 de septiembre de este año dirigida al primer ministro Jean Chrestien: "Los que trabajan por la paz son llamados especialmente hijos de Dios. El mundo fue creado para la paz, no para la guerra. Esto lo afirmamos por fe. Vivir de acuerdo con ella -y actuar políticamente sobre esa base- es algo que produce frutos incalculables".
¿Cómo evaluamos nosotros ese acto de protesta?
Claramente, los líderes eclesiásticos que lo han convocado ven una clara relación entre el acto y su compromiso cristiano. Para ellos, su convocatoria es una expresión de fe en Aquel que dijo: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5:9). Sin embargo, estoy seguro que en el Canadá hay cientos y aun miles de cristianos que no ven la relación entre la fe cristiana y las marchas contra la guerra en Irak. Es más: muchos de ellos no sólo no ven esa relación sino que creen que está muy bien que EE. UU. y el Reino Unido hagan la guerra a Irak aunque sea sin la aprobación de las Naciones Unidas.
Este caso nos sirve para ilustrar lo difícil que es responder a una pregunta básica que se nos plantea en relación con la unidad de la Iglesia: ¿Qué significa en la práctica "la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios", a la cual hace referencia el apóstol Pablo en Efesios 4:13? A nivel doctrinal, no es muy difícil que los cristianos estemos de acuerdo en que este es el tipo de unidad a que debemos aspirar la unidad centrada en Jesucristo como el Hijo de Dios. El problema surge cuando tratamos de entender lo que esa unidad implica en el terreno de la vida diaria, y especialmente en relación con la actitud que debemos asumir como cristianos frente a temas socioeconómicos y políticos, como es el de la guerra y la paz, o el de las elecciones presidenciales, o el del hambre en "el granero del mundo", o el de la desigualdad en la distribución de la riqueza, o el de la deuda externa y el FMI.
Esta mañana no pretendo dar respuesta a todas las preguntas que nos plantea el tema de la unidad de la Iglesia. Me limito a algunas reflexiones sobre Efesios 4:13.
1. La unidad es un don que nos ha sido dado y a la vez una meta que tenemos que alcanzar.
Al comienzo de Efesios 4 Pablo exhorta a los creyentes a esforzarse por "mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (v. 3). Da por sentado que la unidad es un hecho: se trata de un don que nos ha sido dado y que tenemos que reconocer y mantener. Se basa en Dios mismo (vv. 4-6). En el capítulo 2 se la relaciona con el sacrificio de Jesucristo en la cruz.
En la Iglesia comienza a hacerse visible el propósito de Dios de unir todas las cosas en Cristo (cf. 1:9-10).
En contraste, en 4:13 se habla de la unidad como algo a lo cual no hemos llegado todavía. Es una de las metas hacia las cuales Dios quiere que avancemos.
La unidad no es uniformidad. Es unidad en la diversidad unidad que asume la diversidad de tal modo que ésta no es un factor de división sino de enriquecimiento espiritual y de experiencia de la multiforme sabiduría de Dios. Es "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios": Jesucristo, el centro del evangelio como un mensaje de alcance universal.
Esta meta está íntimamente ligada a otras dos que tenemos que alcanzar: "una humanidad perfecta" y la medida de "la plenitud de Cristo". El propósito de Dios es que su Hijo vaya tomando forma en la comunidad cristiana hasta tal punto que Jesucristo se manifieste por medio de ella. Esto significa, entre otras cosas, que Dios quiere usarnos para el cumplimiento de su propósito de salvación. Somos bendecidos para bendecir somos salvos para servir en la misión de Dios de renovar su creación y a la raza humana.
¿Cómo conectamos la misión de Dios con nuestra manera de actuar frente a los problemas que nos rodean en la sociedad?
No podemos desentendernos de ellos como si no tuvieran nada que ver con lo que Dios quiere hacer en el mundo. Tampoco podemos limitarnos a orar, aunque sabemos que nada de lo que hagamos tendrá mucho sentido si Dios no se hace presente por medio de nuestra acción. Nuestro llamado es a ser testigos del propósito de Dios revelado en Jesucristo, que es un propósito de reconciliación de todos con él y entre sí. Esto incluye, de hecho, el trabajo por la paz y, consecuentemente, la oposición a toda forma de violencia, incluyendo la guerra. Ciertamente, podemos disentir sobre cómo trabajar por la paz podemos discutir sobre el valor de las marchas contra la guerra que hoy se realizan en el Canadá. Lo que no podemos hacer es negar que nuestra relación con Jesucristo, el Príncipe de paz, nos compromete con el trabajo por la paz "la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" es unidad en la búsqueda de todo aquello que contribuye al propósito de Dios de derribar las paredes de separación entre las personas y las naciones.
2. La "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" requiere del servicio de todos los miembros del pueblo de Dios.
Para que la Iglesia cumpla su propósito, el Cristo exaltado le ha provisto de dones: apóstoles, profetas, evangelistas y pastores-maestros. El propósito de estos dones es "capacitar al pueblo de Dios los santos para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo" (v. 12). El llamado de Dios al ministerio es decir, al servicio es un llamado general a todos los miembros de la Iglesia, no a una casta especial dentro de ella. En la medida en que todos se ven, no como consumidores de servicios religiosos sino como colaboradores de Dios en lo que él quiere hacer en el mundo, en esa medida podemos avanzar hacia la "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" y hacia una nueva humanidad que se conforma a la madurez de Cristo nos constituimos en un testimonio vivo del propósito de Dios en todo lo que somos, hacemos y decimos. CRP
¿Cómo evaluamos nosotros ese acto de protesta?
Claramente, los líderes eclesiásticos que lo han convocado ven una clara relación entre el acto y su compromiso cristiano. Para ellos, su convocatoria es una expresión de fe en Aquel que dijo: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5:9). Sin embargo, estoy seguro que en el Canadá hay cientos y aun miles de cristianos que no ven la relación entre la fe cristiana y las marchas contra la guerra en Irak. Es más: muchos de ellos no sólo no ven esa relación sino que creen que está muy bien que EE. UU. y el Reino Unido hagan la guerra a Irak aunque sea sin la aprobación de las Naciones Unidas.
Este caso nos sirve para ilustrar lo difícil que es responder a una pregunta básica que se nos plantea en relación con la unidad de la Iglesia: ¿Qué significa en la práctica "la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios", a la cual hace referencia el apóstol Pablo en Efesios 4:13? A nivel doctrinal, no es muy difícil que los cristianos estemos de acuerdo en que este es el tipo de unidad a que debemos aspirar la unidad centrada en Jesucristo como el Hijo de Dios. El problema surge cuando tratamos de entender lo que esa unidad implica en el terreno de la vida diaria, y especialmente en relación con la actitud que debemos asumir como cristianos frente a temas socioeconómicos y políticos, como es el de la guerra y la paz, o el de las elecciones presidenciales, o el del hambre en "el granero del mundo", o el de la desigualdad en la distribución de la riqueza, o el de la deuda externa y el FMI.
Esta mañana no pretendo dar respuesta a todas las preguntas que nos plantea el tema de la unidad de la Iglesia. Me limito a algunas reflexiones sobre Efesios 4:13.
1. La unidad es un don que nos ha sido dado y a la vez una meta que tenemos que alcanzar.
Al comienzo de Efesios 4 Pablo exhorta a los creyentes a esforzarse por "mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (v. 3). Da por sentado que la unidad es un hecho: se trata de un don que nos ha sido dado y que tenemos que reconocer y mantener. Se basa en Dios mismo (vv. 4-6). En el capítulo 2 se la relaciona con el sacrificio de Jesucristo en la cruz.
En la Iglesia comienza a hacerse visible el propósito de Dios de unir todas las cosas en Cristo (cf. 1:9-10).
En contraste, en 4:13 se habla de la unidad como algo a lo cual no hemos llegado todavía. Es una de las metas hacia las cuales Dios quiere que avancemos.
La unidad no es uniformidad. Es unidad en la diversidad unidad que asume la diversidad de tal modo que ésta no es un factor de división sino de enriquecimiento espiritual y de experiencia de la multiforme sabiduría de Dios. Es "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios": Jesucristo, el centro del evangelio como un mensaje de alcance universal.
Esta meta está íntimamente ligada a otras dos que tenemos que alcanzar: "una humanidad perfecta" y la medida de "la plenitud de Cristo". El propósito de Dios es que su Hijo vaya tomando forma en la comunidad cristiana hasta tal punto que Jesucristo se manifieste por medio de ella. Esto significa, entre otras cosas, que Dios quiere usarnos para el cumplimiento de su propósito de salvación. Somos bendecidos para bendecir somos salvos para servir en la misión de Dios de renovar su creación y a la raza humana.
¿Cómo conectamos la misión de Dios con nuestra manera de actuar frente a los problemas que nos rodean en la sociedad?
No podemos desentendernos de ellos como si no tuvieran nada que ver con lo que Dios quiere hacer en el mundo. Tampoco podemos limitarnos a orar, aunque sabemos que nada de lo que hagamos tendrá mucho sentido si Dios no se hace presente por medio de nuestra acción. Nuestro llamado es a ser testigos del propósito de Dios revelado en Jesucristo, que es un propósito de reconciliación de todos con él y entre sí. Esto incluye, de hecho, el trabajo por la paz y, consecuentemente, la oposición a toda forma de violencia, incluyendo la guerra. Ciertamente, podemos disentir sobre cómo trabajar por la paz podemos discutir sobre el valor de las marchas contra la guerra que hoy se realizan en el Canadá. Lo que no podemos hacer es negar que nuestra relación con Jesucristo, el Príncipe de paz, nos compromete con el trabajo por la paz "la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" es unidad en la búsqueda de todo aquello que contribuye al propósito de Dios de derribar las paredes de separación entre las personas y las naciones.
2. La "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" requiere del servicio de todos los miembros del pueblo de Dios.
Para que la Iglesia cumpla su propósito, el Cristo exaltado le ha provisto de dones: apóstoles, profetas, evangelistas y pastores-maestros. El propósito de estos dones es "capacitar al pueblo de Dios los santos para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo" (v. 12). El llamado de Dios al ministerio es decir, al servicio es un llamado general a todos los miembros de la Iglesia, no a una casta especial dentro de ella. En la medida en que todos se ven, no como consumidores de servicios religiosos sino como colaboradores de Dios en lo que él quiere hacer en el mundo, en esa medida podemos avanzar hacia la "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios" y hacia una nueva humanidad que se conforma a la madurez de Cristo nos constituimos en un testimonio vivo del propósito de Dios en todo lo que somos, hacemos y decimos. CRP