La transfiguración del Señor

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Era el Señor un amigo en la marcha cotidiana. Era el Señor
un maestro cuya palabra alumbraba los sucesos del camino. Y
en la lucha me alentaba.

Era el Señor fortaleza a la hora del desmayo. Sufría con mis
tristezas, ilumi naba mis pasos. Su presencia era mi fuerza.
Y su amor cálido abrazo.

Y de tanto ser amigos y contar con su presencia olvidé Su
ser divino y el milagro de Su esencia. Descuidé el culto
debido. Y descuidé la obediencia.

Entonces me llevó al monte de la Transfiguración y
contemplé, en un transporte, la imagen de mi Señor. Y era
Elías su profeta, Moisés su legislador.

Y supe que el compañero de la vida cotidiana es el Dios solo
y eterno por Quien todo se creara. El Hijo en quien Dios se
hace Prójimo cada mañana.

Y comprendí en aquel monte que toda Su humanidad era porque
quiso, pobre, entre los pobres andar. Y ser Él la buena
nueva de perdón y santidad.

Y que el culto es ese monte si sabemos escuchar al leer la
profecía, y la ley, Voz celestial diciéndonos que es el Hijo
quien cumple Su voluntad.

Y si al bajar de ese monte del culto dominical Su santo
poder se esconde en el diario caminar ,le toca a todo
creyente Su encarnación proclamar.

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