La tentación de la religión

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“...la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorareis al Padre.....Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; por que también el Padre tales adoradores busca que le adoren....” Juan 4:21 – 23

“No es el lugar ni la forma en que emites tu adoración lo relevante”, insinúa Jesús a la mujer samaritana, “hay algo mucho más profundo detrás de los ritos religiosos de judíos y samaritanos, algo que tu y tu pueblo parecen no entender”. Lamentablemente, hoy una parte de la Iglesia de Jesucristo tampoco parece entenderlo.

Es interesante detenerse y pensar en la actitud de vida del Señor Jesús en esta tierra. Pensar, por ejemplo, que cada uno de sus milagros fue único, sin repetirse respecto de otros milagros, aunque fueran del mismo tipo. Así, a un ciego lo sana tocándolo, a otro no; a otro le pone barro en los ojos, a uno lo sana de inmediato a otro por etapas, etc. Es más a unos los sana sin oponer ningún tipo de peros y a otros les presenta obstáculos que son, finalmente derrotados por argumentos de fe. Como se ve hay de todo en cuanto a milagros. No existe una fórmula, dejándonos entrever que no son formas sacramentales las que hacen mover las manos de Dios sino la fe, la fe simple y pura. Todo lo anterior, de paso, descarta el que para producir tal o cual milagro deba ponerse la mano aquí o repetir tal oración o tocar acá o ponga atención a la fe... es la fe puesta en Jesús sin aderezos ni preciosismos la que permite ver milagros de Dios y no las acciones rituales.

Los discursos religiosos de Jesús, aunque nunca desautorizan las normas, son más bien contestatarios contra las formas estrechas de la religión. Es El quién señala que no es lo que haces si no el cómo lo haces lo que marca una diferencia ante los ojos de Dios; o, como en el caso de la ofrenda, no es la cantidad la que bien puede ser miserable, pero un tesoro ante los ojos del Señor, atendiendo a la disposición del corazón con que se ha dado. Otra vez no hay fórmula o ¿Será tal vez que la fórmula es personal?.

En cuanto a la actitud en el templo, Jesús se pronuncia sólo en términos de evitar la hipocresía y de tener el respeto suficiente como para diferenciar entre un mercado de productos y el lugar de adoración, pero no aparecen formatos tales como tal ropa, tal forma o tales palabras, más aún ni el día de reposo para El es tan sagrado como parece serlo para los ritos de los fariseos y saduceos, los auténticos religiosos del momento. Nada de lo formal o de lo aprendido de la tradición parece importar a Jesús quien sólo parece fijarse en algo inmaterial como es la correcta actitud en cada acto de adoración y nada más algo que no parece posible evaluar por los rabies del momento los que prefieren la certeza de las normas humanas y fijas. Pero para Cristo una vez más no existe una única fórmula universal y perpetua. El sigue prefiriendo la adoración personal y profunda de cada corazón en una relación personal de amor entre Dios y cada hombre.

Resulta, entonces interesante contrastarlo con nuestras actuales Iglesias y congregaciones cristianas, tan llenas de reglas –unas más rígidas que otras- y de modos precisos de comportarse y de hacer y decir las cosas. Pareciera que hoy, en nuestras comunidades evangélicas, la buena evaluación de un cristiano pasa por su adecuado comportamiento en las actividades litúrgicas y por guardar ciertos formatos de conducta más que por una adecuada actitud de nuestro corazón frente a las cosas divinas y humanas. Pareciera que guardando el comportamiento moral y formal de rigor, que usando palabras de nuestra subcultura evangélica, evitando, por cierto el decir otras de mal talante social, y asistiendo regularmente a la una congregación reconocida ya tenemos suficiente como para ser llamados cristianos. Parece ser una fórmula bastante prometedora como para hacer y como para evaluar cristianos ¿O no?

Lamentablemente nada hay más lejos del cristianismo que la religión, sea esta la Católica, la Musulmana, la Evangélica o la que sea, pues sin desconocer el valor que tienen las normas para nuestro convivir en comunidad (Iglesias, congregaciones, puntos de predicación, etc.), no son estas la base de una relación con Dios.

Es cierto que para cada uno de nosotros es más fácil sujetarnos a unas cuantas reglas que nos den cierta certeza de cristianismo (o al menos de religiosos evangélicos), que hacer el esfuerzo de tomar un tiempo y doblegar mi voluntad para buscar todos los días cual es la voluntad del Señor para mí. Es más sencillo el aprender un comportamiento tipo, que el saber qué debo hacer hoy solamente por lo que Dios me ha hablado por mi relación personal con El y no por el que dirán mis hermanos.

Las relaciones entre personas no se construyen sobre estructuras rígidas sino que cada día nos saludamos de manera diferente, conversamos cosas distintas, aprendemos más de las sensibilidades de la otra persona, compartimos áreas diferentes de nuestra vida; entonces, ¿Por qué nuestra relación con Dios tendría que ser diferente?. Jamás hemos leído o sabido que para que, por ejemplo, una relación matrimonial sea exitosa se deba saludar a la pareja de tal manera o decirle a tal hora tal cosa o hacerle tal regalo tal día de la semana, etc . Así no funciona, por que cada pareja se compone de personas distintas con sensibilidades y necesidades distintas que han de requerir distinto trato y distintas actitudes según quienes sean y que etapa estén pasando y que momento están viviendo... no hay una fórmula universal, si no que es una relación personal, sujeta, dentro de un marco, a reglas propias que le permiten convivir y solidificar una relación que, siendo un matrimonio, como tantos otros matrimonios, les es propia de ellos.

Haciendo un paralelo con el ejemplo anterior, por cierto que es mucho más difícil la propuesta bíblica de buscar a Dios cada mañana (relación personal) que seguir las reglas de una religión, pero es la forma en que Dios se relaciona con cada quien, pues El no habla ni se relaciona con iglesias o grupos, sino que tiene relaciones individuales con cada persona y a cada cual muestra lo que quiere de él cada día, relación que, si bien se da dentro de un marco, es individual y propia entre Dios y cada creyente.

Es imprescindible entender que el vivir cada día junto a Jesús, conociéndole y entendiendo lo que El quiere para mí, es lo que me hace cristiano y no el asistir a tal o cual congregación o sujetarme de por vida a determinados códigos de conducta. Esto último sólo crea religiosos, que adormecen su conciencia al punto de creer que están bien y que son mejores que otros que no se comportan de igual forma, pero es una tentación peligrosa, por que las certezas que una congregación o una conducta tipo te dan no necesariamente es lo que Dios requiere de ti para salvaguardar Su relación contigo, que es en definitiva tu entrada a la vida eterna. Ni aún el hacer cosas de relativa relevancia espiritual a los ojos de los hombres, aunque impacte a todo este mundo es de importancia para el Señor, por que: ”Muchos dirán en aquel día , Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Entonces les declararé: nunca os conocí....” (Mateo 7:22 y 23)

Si me aceptas un consejo, no te fíes de las reglas, no te fíes de ti mismo y de lo que haz aprendido en cuanto a tu conducta, no te fíes de tus buenas costumbres, no te fíes de tus palabras piadosas, solamente fíate del Señor y de lo que El te diga. Todo lo demás es una peligrosa y humana tentación.


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