Juanito
0
0
Juanito era un niño como los demás, tal vez un poco bajo para su edad, a veces se quedaba como ausente, la mirada perdida y triste.
Juanito vivía con su madre y tres hermanos pequeños, su padre hacía como dos años que había muerto.
Desde hacía algunos domingos venía a la Escuela dominical, se sentaba en los últimos asientos, encogido, lo que le hacía parecer más pequeño. Pero cuando la maestra abría la Biblia y comenzaba a hablarnos de Jesús su rostro se iluminaba y poco a poco se erguía en su asiento como si así alcanzara a escuchar mejor.
Cuando le preguntaban algo se ponía tan nervioso que no acertaba a contestar, aunque yo creo que siempre sabía la respuesta.
Juanito siempre llevaba la misma ropa, vieja pero limpia, a nosotros en aquel tiempo nos gustaba la ropa deportiva, de marcas conocidas, por eso nos chocaban esos pantalones descoloridos con la raya bien planchada y esas camisas como de mayor cuyos botones a menudo ni siquiera eran iguales; a veces no podíamos o no queríamos evitarlo y nos reíamos mirándolo sin ningún pudor, no era como nosotros.
Las cosas se pusieron peor para él cuando Esteban reconoció unos viejos pantalones de su hermano que su mamá había donado al ropero hacía unas semanas, eso nos confirmó lo que todos ya pensábamos, Juanito era pobre.
Cada domingo las burlas eran peores, criticábamos su ropa, calzado, hasta ese color de piel un poco más oscuro que el nuestro.
Yo a veces no comprendía por qué Juanito seguía acudiendo todos los domingos a la Iglesia, ya que no tenía ningún amigo y yo pensaba que nadie lo echaría de menos si algún día faltaba. A veces hasta deseaba que no volviera, no porque no me gustara, la verdad, sino porque al mirarlo tenía una sensación extraña que me intranquilizaba.
Lo que no sabíamos era que Juanito vivía para el domingo, desde que alguien en el colegio le habló de Jesús su vida había cambiado, era como si volviera a tener un padre que se preocupara por él. La semana para él transcurría lenta como si el domingo nunca fuera a llegar. El sábado por la noche antes de ir a dormir dejaba en una silla su ropa de domingo y limpiaba sus viejos zapatos sin preguntarse quién los habría calzado antes que él. Por la mañana no le tenían que despertar, se levantaba antes que nadie, se vestía, lavaba y desayunaba, normalmente un vaso de leche y un trozo de pan, luchaba con ese remolino que no se dejaba peinar y salía despacio para no despertar a su madre, pues era el único día que podía dormir un poco más. Cuando llegábamos a la iglesia ya hacía rato que estaba esperando sentado en las escaleras de entrada.
Un domingo Juanito no acudió a la Escuela Dominical, eso me hizo sentir un poco culpable, aunque me consolaba pensando que yo no era demasiado malo con él, además pensé que tal vez estaba enfermo, esa era la única razón lógica para su falta, ya que desde el primer día que Juanito llegó a la iglesia nunca había faltado.
Pasó el tiempo y no volvimos a saber de él, aunque a veces escuchábamos a los adultos hablar y si al parecernos oír su nombre nos acercábamos se callaban en seco o cambiaban de conversación.
Fue varios años después que supe lo que le había pasado, habían cogido a Juanito robando en unos grandes almacenes; cuando el vigilante lo detuvo en la puerta llevaba varias prendas, unas encima de otras, todas debajo de su ropa vieja y en una mochila unas deportivas de marca, iguales a las que Pablo había llevado a la iglesia el domingo anterior.
Lo llevaron durante unos meses a un centro para menores y cuando salió de allí tenía amigos nuevos, amigos que no había podido encontrar entre nosotros, junto con ellos comenzó una nueva vida que le llevó a pasar por diferentes centros.
Ahora está en la cárcel acusado de asesinato. En su último robo, en una joyería, el dependiente le apuntó con una pistola y él, sacando su arma le disparó, dicen que pasará casi toda su vida en prisión.
Le he pedido al pastor que me deje acompañarlo a la cárcel cuando vaya a tener su culto semanal entre los presos, he decidido buscarlo, y si todavía no es demasiado tarde le pediré que me perdone y trataré de ser el amigo que debí de ser entonces.
Juanito vivía con su madre y tres hermanos pequeños, su padre hacía como dos años que había muerto.
Desde hacía algunos domingos venía a la Escuela dominical, se sentaba en los últimos asientos, encogido, lo que le hacía parecer más pequeño. Pero cuando la maestra abría la Biblia y comenzaba a hablarnos de Jesús su rostro se iluminaba y poco a poco se erguía en su asiento como si así alcanzara a escuchar mejor.
Cuando le preguntaban algo se ponía tan nervioso que no acertaba a contestar, aunque yo creo que siempre sabía la respuesta.
Juanito siempre llevaba la misma ropa, vieja pero limpia, a nosotros en aquel tiempo nos gustaba la ropa deportiva, de marcas conocidas, por eso nos chocaban esos pantalones descoloridos con la raya bien planchada y esas camisas como de mayor cuyos botones a menudo ni siquiera eran iguales; a veces no podíamos o no queríamos evitarlo y nos reíamos mirándolo sin ningún pudor, no era como nosotros.
Las cosas se pusieron peor para él cuando Esteban reconoció unos viejos pantalones de su hermano que su mamá había donado al ropero hacía unas semanas, eso nos confirmó lo que todos ya pensábamos, Juanito era pobre.
Cada domingo las burlas eran peores, criticábamos su ropa, calzado, hasta ese color de piel un poco más oscuro que el nuestro.
Yo a veces no comprendía por qué Juanito seguía acudiendo todos los domingos a la Iglesia, ya que no tenía ningún amigo y yo pensaba que nadie lo echaría de menos si algún día faltaba. A veces hasta deseaba que no volviera, no porque no me gustara, la verdad, sino porque al mirarlo tenía una sensación extraña que me intranquilizaba.
Lo que no sabíamos era que Juanito vivía para el domingo, desde que alguien en el colegio le habló de Jesús su vida había cambiado, era como si volviera a tener un padre que se preocupara por él. La semana para él transcurría lenta como si el domingo nunca fuera a llegar. El sábado por la noche antes de ir a dormir dejaba en una silla su ropa de domingo y limpiaba sus viejos zapatos sin preguntarse quién los habría calzado antes que él. Por la mañana no le tenían que despertar, se levantaba antes que nadie, se vestía, lavaba y desayunaba, normalmente un vaso de leche y un trozo de pan, luchaba con ese remolino que no se dejaba peinar y salía despacio para no despertar a su madre, pues era el único día que podía dormir un poco más. Cuando llegábamos a la iglesia ya hacía rato que estaba esperando sentado en las escaleras de entrada.
Un domingo Juanito no acudió a la Escuela Dominical, eso me hizo sentir un poco culpable, aunque me consolaba pensando que yo no era demasiado malo con él, además pensé que tal vez estaba enfermo, esa era la única razón lógica para su falta, ya que desde el primer día que Juanito llegó a la iglesia nunca había faltado.
Pasó el tiempo y no volvimos a saber de él, aunque a veces escuchábamos a los adultos hablar y si al parecernos oír su nombre nos acercábamos se callaban en seco o cambiaban de conversación.
Fue varios años después que supe lo que le había pasado, habían cogido a Juanito robando en unos grandes almacenes; cuando el vigilante lo detuvo en la puerta llevaba varias prendas, unas encima de otras, todas debajo de su ropa vieja y en una mochila unas deportivas de marca, iguales a las que Pablo había llevado a la iglesia el domingo anterior.
Lo llevaron durante unos meses a un centro para menores y cuando salió de allí tenía amigos nuevos, amigos que no había podido encontrar entre nosotros, junto con ellos comenzó una nueva vida que le llevó a pasar por diferentes centros.
Ahora está en la cárcel acusado de asesinato. En su último robo, en una joyería, el dependiente le apuntó con una pistola y él, sacando su arma le disparó, dicen que pasará casi toda su vida en prisión.
Le he pedido al pastor que me deje acompañarlo a la cárcel cuando vaya a tener su culto semanal entre los presos, he decidido buscarlo, y si todavía no es demasiado tarde le pediré que me perdone y trataré de ser el amigo que debí de ser entonces.