Juan 3,14-21
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Nota: Diversas informaciones exegéticas fueron tomadas de los siguientes comentarios:
DODD, C. H., Interpretación del Cuarto Evangelio, Madrid, Cristiandad, 1978.
SCHNELLE, Das Evangelium des Johannes, ThHKNT, Leipzig, Evangelische Verlagsanstalt, 1998.
SCHULZ, Siegfried, Das Evangelium nach Johannes, NTD 4, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1972.
Introducción
El texto es la segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo, el representante de los sabios y ortodoxos intérpretes judíos de la Escritura. Con ayuda de este diálogo, el Evangelista desarrolla el tema central de su obra: el milagro de la venida del Enviado de Dios, que posibilita el nuevo nacimiento como iniciación a la vida eterna. El objetivo central del texto consiste en presentar de manera resumida el significado salvífico de la persona y la obra de Jesús.
Repaso exegético
La historia de la serpiente de bronce de Números 21,4-9 es la “entrada exegética” al texto juanino. Es una relectura del relato de la serpiente en clave tipológica, que establece un puente entre la temática de la liberación del Éxodo y la obra salvífica de Jesús. Jugando con el doble significado de exaltar o levantar, Juan presenta la muerte de Jesús como exaltación y regreso al Padre. Desde allí, Juan resalta el valor de la fe en Jesucristo. El creer es la respuesta humana dada con toda la persona, con la mente y el corazón, a la obra salvífica de Dios a través de Jesucristo. Esta actitud de fe implica salvación.
El v. 16 contiene dos temas que no tienen paralelos en el Evangelio de Juan: el amor de Dios al mundo, y el “dar” al Hijo. El dicho tiene las características de una fórmula prejuanina, proveniente de círculos que pregonaban el amor del Padre al cosmos. Pablo mismo emplea expresiones similares en Rm 4,25; 5,8; 8,32; Ga 1,4 y 2,20. Sea como fuere, el v. 16 expresa con su formulación tan peculiar el tema fundamental del Evangelio: la venida del Revelador, concebida como oferta de salvación para el mundo. Nótese que el mundo no es un mero escenario para el amor de Dios, sino que es directamente objeto del amor de Dios y sujeto de la acción de creer (y, como su anverso, sujeto de la acción de no creer o rechazar).
Con un lenguaje sumamente denso, el texto presenta el milagro fundamental en el que se basa la fe: la venida del Salvador del mundo. Pero sólo la persona que nace de nuevo puede ver ese milagro. La nueva existencia no se basa en ritos, apropiaciones “visibles” o garantías materiales, sino sólo en la aceptación del anuncio que da testimonio del Enviado.
La vida es el don por excelencia. La vida dada por Dios no termina con los límites naturales que tiene la existencia humana. Por eso, la vida concedida por Dios es calificada como vida eterna. Esta vida se obtiene, ya desde ahora, por la fe en Jesucristo. Esta es la característica fundamental de la escatología presentista de Juan. La persona creyente no sólo recibe una promesa de vida eterna, sino que ya recibe esta vida en este tiempo presente. De ninguna manera se niega que la manifestación plena de esta vida se dará en el futuro, pero esa manifestación será la confirmación de lo que ya se cree ahora. La importancia que tiene el concepto de vida en el Evangelio de Juan equivale a la importancia que tiene el concepto de reino de Dios en los Sinópticos.
Luego se considera la gran contradicción entre la oferta del Enviado de Dios y el rechazo del que es objeto. Esto causa profundo desconcierto. ¿Quién se excluirá a sí mismo de la vida? Sin embargo, esa fue la amarga experiencia de Jesús mismo y de sus seguidores. El texto combina esta extrañeza con otra cuestión muy inquietante: ¿Quién lleva a cabo la condenación? ¿Será Dios? Pero, ¿cómo ese Dios, que por amor al mundo entrega a su propio Hijo, podría dictaminar la destrucción eterna de alguien? La respuesta nos confronta con toda la seriedad de nuestra responsabilidad personal: la perdición es una autocondena. Es autoexclusión del amor de Dios.
El juicio, que según la comprensión apocalíptica tendrá lugar al final de los tiempos como conclusión del eón presente, ya tiene lugar ahora, al igual que la entrada a la vida. Haremos bien en aceptar que ambas comprensiones del juicio se complementan. Pablo y los Sinópticos subrayan que el Hijo del hombre realizará el juicio en el momento de su parusía al final de los tiempos; Juan enseña que el juicio ya se realiza ahora al no aceptar a Jesucristo.
En la última parte, el evangelista retoma el concepto altamente teológico de la luz, presentado ya en el prólogo de su escrito. Este simbolismo de la luz vuelve a aparecer en varias partes más del Evangelio, siempre referido a la acción reveladora y salvadora de Jesucristo. Con esta exposición, el texto abandona lentamente la escena del diálogo de Jesús con Nicodemo, sin salirse del marco general de la temática.
Breve reflexión teológica
Sobre el trasfondo de la oferta de la vida eterna, se puede reflexionar no sólo sobre su aceptación, sino también sobre su rechazo. Una experiencia amarga de las personas más convencidas de su fe y comprometidas con la misión de la Iglesia consiste en darse cuenta que no todos aceptan el mensaje del Evangelio. Pero, ¿por qué hay tantos que no aceptan la salvación? Juan responde que ciertas personas no aceptan el Evangelio porque aman más la oscuridad; y esto significa que se aman más a sí mismas que la luz. Quienes practican el mal, tienen suficientes motivos para temer e incluso odiar la luz. Primero, porque una confrontación con Jesús revelaría el verdadero carácter de sus obras; segundo, porque la aceptación de la luz, o sea, el establecimiento de una relación de fe con Jesús, implica la exigencia de un cambio radical de toda su existencia.
En un momento de saludable pluralismo, pero también de una relativización de todos los valores y del cuestionamiento de muchas cosas queridas, hay que tener coraje para afirmar la exclusividad de Jesucristo. Caso contrario, caemos en un “ablandamiento” del testimonio bíblico que afirma que la obra salvífica de Cristo es única, y que no admite comparación ni cuestionamiento. Al mismo tiempo, la seriedad con la que Juan habla del juicio, nos confronta con el valor o antivalor de nuestro testimonio, que es el medio con el cual podemos invitar o chocar a quienes nos rodean.
Relacionar la práctica de la verdad – la ética – con la relación con Jesús, no significa minimizar la importancia fundamental de la ética; sino que permite afirmar todo su valor y su seriedad más allá de nuestra buena voluntad o de los momentos eufóricos. Significa consolidar la ética desde Dios. Parafraseando el texto, podemos decir que “sólo a partir de la relación con Jesús, nuestras obras son hechas en Dios”.
Posible esquema para la predicación
La fe en Jesús implica vida eterna, vida con Dios, vida en el amor. Dios ofrece un nuevo comienzo a sus criaturas. Esto es motivo de profunda alegría.
Sólo Jesús puede iluminar la orientación básica de nuestra vida. Coloquemos nuestra vida bajo la luz de Jesús.
La relación de fe con Jesús implica una transformación radical de nuestra existencia. No alcanza con preguntarse qué se debe hacer. Para hacer lo correcto, es necesario preguntarse dónde uno/a debe estar ubicado.
COMENTARIOS HECHOS EN EL GRUPO:
Sugerencia para una ilustración sobre el “costo del discipulado”: un cartel promovía un proyecto educativo arancelado y decía: “La educación es muy cara – pruebe con la ignorancia”. Todo tiene un costo, no sólo la educación o la vida: la ignorancia y la muerte también tienen su costo.
Se señala que varias parábolas y algunos dichos de Jesús son reflexiones sobre la frustración por el rechazo de su mensaje y su persona por parte de cierta o mucha gente (el sembrador, el viñedo, los invitados a la cena). Pero estos textos no pierden de vista la victoria final. Estas experiencias del propio Jesús deben vincularse con otras similares de la iglesia primitiva y de nosotros/as mismos/as.
Todo texto, agrade o no agrade, en primer lugar debe hablarme a mí, predicador/a. Es a mí a quien sucede en primer lugar lo expuesto por el texto. Si no doy este paso, me convierto en soberbio/a que quiere juzgar a los/as demás.
La reflexión sobre la exclusividad de Jesucristo se vincula con la cuestión del ecumenismo. Por una parte, hay sospechas acerca de las personas que “tienen las cosas claras”, como que fueran sectarias; por otra, hay un “superecumenismo” que diluye las posturas. La consigna debería ser más bien una fe madura, que sabe dónde uno/a está parado/a. Caso contrario, el ecumenismo es muy superficial.
Hay que revisar el leccionario, pues repite prácticamente todos los años en esta época textos del Evangelio de Juan
DODD, C. H., Interpretación del Cuarto Evangelio, Madrid, Cristiandad, 1978.
SCHNELLE, Das Evangelium des Johannes, ThHKNT, Leipzig, Evangelische Verlagsanstalt, 1998.
SCHULZ, Siegfried, Das Evangelium nach Johannes, NTD 4, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1972.
Introducción
El texto es la segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo, el representante de los sabios y ortodoxos intérpretes judíos de la Escritura. Con ayuda de este diálogo, el Evangelista desarrolla el tema central de su obra: el milagro de la venida del Enviado de Dios, que posibilita el nuevo nacimiento como iniciación a la vida eterna. El objetivo central del texto consiste en presentar de manera resumida el significado salvífico de la persona y la obra de Jesús.
Repaso exegético
La historia de la serpiente de bronce de Números 21,4-9 es la “entrada exegética” al texto juanino. Es una relectura del relato de la serpiente en clave tipológica, que establece un puente entre la temática de la liberación del Éxodo y la obra salvífica de Jesús. Jugando con el doble significado de exaltar o levantar, Juan presenta la muerte de Jesús como exaltación y regreso al Padre. Desde allí, Juan resalta el valor de la fe en Jesucristo. El creer es la respuesta humana dada con toda la persona, con la mente y el corazón, a la obra salvífica de Dios a través de Jesucristo. Esta actitud de fe implica salvación.
El v. 16 contiene dos temas que no tienen paralelos en el Evangelio de Juan: el amor de Dios al mundo, y el “dar” al Hijo. El dicho tiene las características de una fórmula prejuanina, proveniente de círculos que pregonaban el amor del Padre al cosmos. Pablo mismo emplea expresiones similares en Rm 4,25; 5,8; 8,32; Ga 1,4 y 2,20. Sea como fuere, el v. 16 expresa con su formulación tan peculiar el tema fundamental del Evangelio: la venida del Revelador, concebida como oferta de salvación para el mundo. Nótese que el mundo no es un mero escenario para el amor de Dios, sino que es directamente objeto del amor de Dios y sujeto de la acción de creer (y, como su anverso, sujeto de la acción de no creer o rechazar).
Con un lenguaje sumamente denso, el texto presenta el milagro fundamental en el que se basa la fe: la venida del Salvador del mundo. Pero sólo la persona que nace de nuevo puede ver ese milagro. La nueva existencia no se basa en ritos, apropiaciones “visibles” o garantías materiales, sino sólo en la aceptación del anuncio que da testimonio del Enviado.
La vida es el don por excelencia. La vida dada por Dios no termina con los límites naturales que tiene la existencia humana. Por eso, la vida concedida por Dios es calificada como vida eterna. Esta vida se obtiene, ya desde ahora, por la fe en Jesucristo. Esta es la característica fundamental de la escatología presentista de Juan. La persona creyente no sólo recibe una promesa de vida eterna, sino que ya recibe esta vida en este tiempo presente. De ninguna manera se niega que la manifestación plena de esta vida se dará en el futuro, pero esa manifestación será la confirmación de lo que ya se cree ahora. La importancia que tiene el concepto de vida en el Evangelio de Juan equivale a la importancia que tiene el concepto de reino de Dios en los Sinópticos.
Luego se considera la gran contradicción entre la oferta del Enviado de Dios y el rechazo del que es objeto. Esto causa profundo desconcierto. ¿Quién se excluirá a sí mismo de la vida? Sin embargo, esa fue la amarga experiencia de Jesús mismo y de sus seguidores. El texto combina esta extrañeza con otra cuestión muy inquietante: ¿Quién lleva a cabo la condenación? ¿Será Dios? Pero, ¿cómo ese Dios, que por amor al mundo entrega a su propio Hijo, podría dictaminar la destrucción eterna de alguien? La respuesta nos confronta con toda la seriedad de nuestra responsabilidad personal: la perdición es una autocondena. Es autoexclusión del amor de Dios.
El juicio, que según la comprensión apocalíptica tendrá lugar al final de los tiempos como conclusión del eón presente, ya tiene lugar ahora, al igual que la entrada a la vida. Haremos bien en aceptar que ambas comprensiones del juicio se complementan. Pablo y los Sinópticos subrayan que el Hijo del hombre realizará el juicio en el momento de su parusía al final de los tiempos; Juan enseña que el juicio ya se realiza ahora al no aceptar a Jesucristo.
En la última parte, el evangelista retoma el concepto altamente teológico de la luz, presentado ya en el prólogo de su escrito. Este simbolismo de la luz vuelve a aparecer en varias partes más del Evangelio, siempre referido a la acción reveladora y salvadora de Jesucristo. Con esta exposición, el texto abandona lentamente la escena del diálogo de Jesús con Nicodemo, sin salirse del marco general de la temática.
Breve reflexión teológica
Sobre el trasfondo de la oferta de la vida eterna, se puede reflexionar no sólo sobre su aceptación, sino también sobre su rechazo. Una experiencia amarga de las personas más convencidas de su fe y comprometidas con la misión de la Iglesia consiste en darse cuenta que no todos aceptan el mensaje del Evangelio. Pero, ¿por qué hay tantos que no aceptan la salvación? Juan responde que ciertas personas no aceptan el Evangelio porque aman más la oscuridad; y esto significa que se aman más a sí mismas que la luz. Quienes practican el mal, tienen suficientes motivos para temer e incluso odiar la luz. Primero, porque una confrontación con Jesús revelaría el verdadero carácter de sus obras; segundo, porque la aceptación de la luz, o sea, el establecimiento de una relación de fe con Jesús, implica la exigencia de un cambio radical de toda su existencia.
En un momento de saludable pluralismo, pero también de una relativización de todos los valores y del cuestionamiento de muchas cosas queridas, hay que tener coraje para afirmar la exclusividad de Jesucristo. Caso contrario, caemos en un “ablandamiento” del testimonio bíblico que afirma que la obra salvífica de Cristo es única, y que no admite comparación ni cuestionamiento. Al mismo tiempo, la seriedad con la que Juan habla del juicio, nos confronta con el valor o antivalor de nuestro testimonio, que es el medio con el cual podemos invitar o chocar a quienes nos rodean.
Relacionar la práctica de la verdad – la ética – con la relación con Jesús, no significa minimizar la importancia fundamental de la ética; sino que permite afirmar todo su valor y su seriedad más allá de nuestra buena voluntad o de los momentos eufóricos. Significa consolidar la ética desde Dios. Parafraseando el texto, podemos decir que “sólo a partir de la relación con Jesús, nuestras obras son hechas en Dios”.
Posible esquema para la predicación
La fe en Jesús implica vida eterna, vida con Dios, vida en el amor. Dios ofrece un nuevo comienzo a sus criaturas. Esto es motivo de profunda alegría.
Sólo Jesús puede iluminar la orientación básica de nuestra vida. Coloquemos nuestra vida bajo la luz de Jesús.
La relación de fe con Jesús implica una transformación radical de nuestra existencia. No alcanza con preguntarse qué se debe hacer. Para hacer lo correcto, es necesario preguntarse dónde uno/a debe estar ubicado.
COMENTARIOS HECHOS EN EL GRUPO:
Sugerencia para una ilustración sobre el “costo del discipulado”: un cartel promovía un proyecto educativo arancelado y decía: “La educación es muy cara – pruebe con la ignorancia”. Todo tiene un costo, no sólo la educación o la vida: la ignorancia y la muerte también tienen su costo.
Se señala que varias parábolas y algunos dichos de Jesús son reflexiones sobre la frustración por el rechazo de su mensaje y su persona por parte de cierta o mucha gente (el sembrador, el viñedo, los invitados a la cena). Pero estos textos no pierden de vista la victoria final. Estas experiencias del propio Jesús deben vincularse con otras similares de la iglesia primitiva y de nosotros/as mismos/as.
Todo texto, agrade o no agrade, en primer lugar debe hablarme a mí, predicador/a. Es a mí a quien sucede en primer lugar lo expuesto por el texto. Si no doy este paso, me convierto en soberbio/a que quiere juzgar a los/as demás.
La reflexión sobre la exclusividad de Jesucristo se vincula con la cuestión del ecumenismo. Por una parte, hay sospechas acerca de las personas que “tienen las cosas claras”, como que fueran sectarias; por otra, hay un “superecumenismo” que diluye las posturas. La consigna debería ser más bien una fe madura, que sabe dónde uno/a está parado/a. Caso contrario, el ecumenismo es muy superficial.
Hay que revisar el leccionario, pues repite prácticamente todos los años en esta época textos del Evangelio de Juan