Juan 3:1-17
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Salmo 121; Génesis 12:1-4; Romanos 4:1-5, 13-17; Juan 3:1-17
El evangelio de hoy nos reintroduce en el espíritu de la cuaresma con una nueva propuesta, la del renacimiento en el espíritu. Con todo, el tema de Juan 3:1-17 que motiva su inserción en esta liturgia está en la segunda parte del discurso de Jesús a Nicodemo:
1) Otra tradición del desierto, la de la serpiente levantada en alto que curaba a quienes la miraban (Números 21:4-9), sirve como tipología para interpretar la elevación de Jesús en la cruz. Está explícitamente señalado en Juan 3:14.
2) Pero esto no es todo. No menos importante es el efecto de la mirada hacia la serpiente levantada (Números 21:8b “todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá”, y cf. el v.9b), que en Juan 3:15 se expresa de la siguiente manera: para que todo el que crea tenga por él vida eterna.
El pasaje nos ofrece la oportunidad de profundizar en este simbolismo, muy trabajado por la escena lucana de la crucifixión (Lucas 23:35.47-48.49). El pueblo, el centurión, los conocidos, las mujeres que le habían seguido desde Galilea, todos “miran” al crucificado. Lucas usa la palabra “espectáculo” (gr. theôría) para describir esta escena contemplativa.
Es la mirada soteriológica al crucificado. Se trata siempre (en el caso de la serpiente de bronce como en el de la crucifixión de Jesús) de una mirada hacia lo alto (cf. Juan 3:14b). De allí viene la salvación. En su discurso a Nicodemo, Jesús destaca más de una vez el simbolismo de la altura (vv.3.7b) o del cielo (vv.12b-13). Nacer de lo alto es nacer del Espíritu (v.5b).
3) Una nueva alusión a la muerte de Jesús, en la que nos hace pensar el clima de cuaresma, está en el v.16. Ahora, la tipología usada es la de Isaac, el hijo único ofrecido por su padre Abrahán. De la misma manera, “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”. Pero es importante la interpretación del sacrificio de Isaac en clave cristológica: “para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (v.16). Esta afirmación no se aplica a Isaac, ni en la interpretación rabínica de la aquedá –la tradición sobre el propio ofrecimiento de Isaac para el sacrificio– pero sí en el caso de Jesús, el Hijo de Dios.
4) Del Hijo único = Isaac entregado a la muerte, el discurso se desliza insensiblemente al Hijo único enviado al mundo para iluminarlo con la verdad (vv.17-21). Estamos nuevamente en el clima del prólogo, con el símbolo de la luz no recibida que remite a la verdad no aceptada (1:4-9.11.14b.17-18). Los contactos son numerosos. Allí también se habla del Hijo único (v.18). “Los que no nacieron de sangre ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón sino de Dios” (1:13) anticipa la afirmación de 3:6: “lo nacido de carne es carne, lo nacido del Espíritu es espíritu”.
Para Juan, las experiencias de nuestra vida son símbolos de realidades trascendentes. Si todo esto lo leemos ahora en el contexto de la cuaresma, o sea en dirección de la muerte-resurrección de Jesús, el “nacer de nuevo / de lo alto” es tanto por la Palabra enviada desde el Padre como por el Espíritu del Resucitado .
Los textos que rodean el del evangelio, en la liturgia de este domingo, remiten especialmente a la fe de Abrahán según la visión de Pablo (Romanos 4:1-5) o según el relato de Génesis 12:1-4. El Abrahán de Pablo recibe la justicia sin las obras de la Ley, al del Génesis se le promete una bendición de largo alcance.
El salmo de este domingo, el 121, comienza proponiendo también una “mirada hacia lo alto” (“alzo mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá mi auxilio?”) que se devuelve como protección del “guardián de Israel” (cinco veces aparece el lexema “guardián / guardar”).
Los temas de estos dos primeros domingos de Cuaresma no nos envuelven en la tristeza sino, curiosamente, en el espíritu de lucha contra las tentaciones que nos desvían del camino de la cruz, de la mirada soteriológica al Crucificado, de la luz de lo alto, del Espíritu del Resucitado que se nos anticipa en la espera.
El evangelio de hoy nos reintroduce en el espíritu de la cuaresma con una nueva propuesta, la del renacimiento en el espíritu. Con todo, el tema de Juan 3:1-17 que motiva su inserción en esta liturgia está en la segunda parte del discurso de Jesús a Nicodemo:
1) Otra tradición del desierto, la de la serpiente levantada en alto que curaba a quienes la miraban (Números 21:4-9), sirve como tipología para interpretar la elevación de Jesús en la cruz. Está explícitamente señalado en Juan 3:14.
2) Pero esto no es todo. No menos importante es el efecto de la mirada hacia la serpiente levantada (Números 21:8b “todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá”, y cf. el v.9b), que en Juan 3:15 se expresa de la siguiente manera: para que todo el que crea tenga por él vida eterna.
El pasaje nos ofrece la oportunidad de profundizar en este simbolismo, muy trabajado por la escena lucana de la crucifixión (Lucas 23:35.47-48.49). El pueblo, el centurión, los conocidos, las mujeres que le habían seguido desde Galilea, todos “miran” al crucificado. Lucas usa la palabra “espectáculo” (gr. theôría) para describir esta escena contemplativa.
Es la mirada soteriológica al crucificado. Se trata siempre (en el caso de la serpiente de bronce como en el de la crucifixión de Jesús) de una mirada hacia lo alto (cf. Juan 3:14b). De allí viene la salvación. En su discurso a Nicodemo, Jesús destaca más de una vez el simbolismo de la altura (vv.3.7b) o del cielo (vv.12b-13). Nacer de lo alto es nacer del Espíritu (v.5b).
3) Una nueva alusión a la muerte de Jesús, en la que nos hace pensar el clima de cuaresma, está en el v.16. Ahora, la tipología usada es la de Isaac, el hijo único ofrecido por su padre Abrahán. De la misma manera, “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”. Pero es importante la interpretación del sacrificio de Isaac en clave cristológica: “para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (v.16). Esta afirmación no se aplica a Isaac, ni en la interpretación rabínica de la aquedá –la tradición sobre el propio ofrecimiento de Isaac para el sacrificio– pero sí en el caso de Jesús, el Hijo de Dios.
4) Del Hijo único = Isaac entregado a la muerte, el discurso se desliza insensiblemente al Hijo único enviado al mundo para iluminarlo con la verdad (vv.17-21). Estamos nuevamente en el clima del prólogo, con el símbolo de la luz no recibida que remite a la verdad no aceptada (1:4-9.11.14b.17-18). Los contactos son numerosos. Allí también se habla del Hijo único (v.18). “Los que no nacieron de sangre ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón sino de Dios” (1:13) anticipa la afirmación de 3:6: “lo nacido de carne es carne, lo nacido del Espíritu es espíritu”.
Para Juan, las experiencias de nuestra vida son símbolos de realidades trascendentes. Si todo esto lo leemos ahora en el contexto de la cuaresma, o sea en dirección de la muerte-resurrección de Jesús, el “nacer de nuevo / de lo alto” es tanto por la Palabra enviada desde el Padre como por el Espíritu del Resucitado .
Los textos que rodean el del evangelio, en la liturgia de este domingo, remiten especialmente a la fe de Abrahán según la visión de Pablo (Romanos 4:1-5) o según el relato de Génesis 12:1-4. El Abrahán de Pablo recibe la justicia sin las obras de la Ley, al del Génesis se le promete una bendición de largo alcance.
El salmo de este domingo, el 121, comienza proponiendo también una “mirada hacia lo alto” (“alzo mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá mi auxilio?”) que se devuelve como protección del “guardián de Israel” (cinco veces aparece el lexema “guardián / guardar”).
Los temas de estos dos primeros domingos de Cuaresma no nos envuelven en la tristeza sino, curiosamente, en el espíritu de lucha contra las tentaciones que nos desvían del camino de la cruz, de la mirada soteriológica al Crucificado, de la luz de lo alto, del Espíritu del Resucitado que se nos anticipa en la espera.