Juan 20:19-23
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Hechos 2:1-21; Salmo 104:24-35; Romanos 8:14-17; Juan 20:19-23
Introducción
Los textos de este domingo apuntan al hecho de Pentecostés. Nos hablan de la presencia del Espíritu Santo como aquél que nos sostiene, guía e impulsa al testimonio de la fe. El hecho histórico de Pentecostés y su significación para la tarea misionera cristiana es un hito destacado para la vida de la Iglesia. Pero como vemos por los diversos textos, hay muchas formas de experimentar esta fuerza que nos viene de Dios. Cada uno de nosotros puede experimentar el Pentecostés que Dios quiera darnos, de distintas maneras. Haremos un estudio más cuidadoso del texto de Juan 20:19-23, y en el comentario señalaremos esta pluralidad de experiencias del Espíritu.
Análisis
Los discípulos están encerrados, con las puertas atrancadas. El miedo los aísla. No pueden entrar las autoridades judías, cuya represalia temían, pero ellos tampoco pueden salir. El temor predomina sobre la esperanza –es el gran enemigo del amor (1 Jn 4:18). Venciendo esa traba que el temor de los discípulos había puesto, se hace presente Jesús, cumpliendo su promesa (Jn 14:19; 16:22). Más allá de las especulaciones sobre la naturaleza corpórea del Resucitado, esta presencia nos muestra como Jesús rompe las barreras impuestas por el temor para hacer realidad en medio de los suyos la certeza de su victoria sobre la muerte y el cumplimiento de la Promesa.
Jesús anuncia una vez más su paz. Era el saludo judío habitual, pero en sus labios adquiere una nueva significación (14:27; 17:33). La paz aparece como una certeza que permite sobrellevar la adversidad sin perder la confianza en la presencia continua del Señor que vence al mundo. Por eso es una paz que el mundo no puede dar (Las tropas romanas eran la “garantía” de la Pax Augusta). Como Jesús ya sabía acerca del miedo de sus discípulos (6:19-20), les dio pruebas de su presencia: las heridas que lo identifican como el crucificado. Es la continuidad de un ministerio que subsiste tras la muerte. No es un “alma en tránsito”. Es el mismo Jesús del ministerio terreno, con sus llagas, el que ahora se muestra resucitado. Son las mismas manos que lavaron sus pies tres días antes las que ahora los discípulos contemplan heridas. Esas heridas son el “ayudante” de Jesús para transmitir la seguridad de su presencia. Jesús derrota el miedo mostrando el triunfo de su amor (15:12-14) y de su paz (16:33).
El segundo saludo de Jesús (20:21-23) introduce tres temas: el envío, el poder del Espíritu y el perdón de los pecados. Los tres concretan en los discípulos las promesas de Jesús. En primer lugar, él había recibido de Dios una misión que ahora ellos deberán hacer propia (15:16; 17:18). La noticia y presencia del Resucitado modifica el lugar de la comunidad. Él ahora estará presente en ellos (14:23; 17:21) para que cumplan con su misión. Por el envío, la comunidad de fe pasa a ser Jesús mismo en el mundo (1 Jn 4:17). Si las heridas eran la marca de identidad del crucificado, la misión será ahora la marca de identidad de los y las discípulos/as de Jesús.
Pero para cumplir esta misión es necesaria una “capacidad”, que Jesús ahora les confiere: El Espíritu Santo. el Pentecostés joanino ocurre la misma tarde del domingo de Resurrección. También en esto se cumple la promesa de Jesús durante la Pascua (14:16-17, 26; 16:13-15). El poder del Espíritu, el mismo que ha guiado a Jesús (1:32-34) y que le acompañara hasta su muerte en la cruz (19:30) pasa a los discípulos para fortalecerlos y guiarlos en la misión. Así como Dios en la creación sopló su aliento para que el ser humano tuviera vida (Gn 2:7), Jesús sopla sobre sus discípulos el Espíritu de esta nueva creación para darle vida a esta comunidad.
El Espíritu les permitirá realizar la tarea del perdón que Jesús mismo encarnó (Jn 1:29). El llamado a la fe que la comunidad creyente debe realizar no puede ser eficaz si no está acompañado por la capacidad de liberar del dolor cotidiano y de las estructuras internalizadas del poder opresor. El dejar atrás el mundo de pecado, o decidir permanecer aferrado a la cautividad de su poder, es una decisión donde se juega la vida del ser humano (9:40-41). Hay quienes deciden permanecer en el pecado ya que no están dispuestos a reconocer su esclavitud de los mecanismos perversos de la anti-vida. Tales no pueden encontrar lugar en la comunidad creyente. Hay quienes buscan liberarse y liberar a otros de esta carga, y deben ser recibidos en la comunidad que hoy hace presente a Cristo. Ello solo es posible en el poder del Espíritu. si no, se transforma en poder arbitrario, y por lo tanto en el mismo pecado que dice combatir.
Comentario
Las otras lecturas de la fecha muestran distintas facetas de la obra del Espíritu. El Salmo destaca su labor en la creación y su subsistencia. Pablo, en Romanos, nos recuerda el lugar del Espíritu en nuestra condición de hijos e hijas de Dios. El relato de Hechos señala la manifestación del Espíritu sobre la comunidad de Jerusalén y su fuerza comunicativa que rompe las barreras de las lenguas. En Juan la presencia de Jesús resucitado rompe las barreras del miedo. Pentecostés no es una fecha y una experiencia: son muchas experiencias, son el envío cotidiano. Otros textos nos mostrarán otras manifestaciones del múltiple Espíritu Santo. Más que recordar un “hecho”, en Pentecostés reconocemos una actitud de Dios hacia nosotros, que nos regala con su presencia en nuestras vidas, nos da una misión, y nos renueva mediante el perdón.
Introducción
Los textos de este domingo apuntan al hecho de Pentecostés. Nos hablan de la presencia del Espíritu Santo como aquél que nos sostiene, guía e impulsa al testimonio de la fe. El hecho histórico de Pentecostés y su significación para la tarea misionera cristiana es un hito destacado para la vida de la Iglesia. Pero como vemos por los diversos textos, hay muchas formas de experimentar esta fuerza que nos viene de Dios. Cada uno de nosotros puede experimentar el Pentecostés que Dios quiera darnos, de distintas maneras. Haremos un estudio más cuidadoso del texto de Juan 20:19-23, y en el comentario señalaremos esta pluralidad de experiencias del Espíritu.
Análisis
Los discípulos están encerrados, con las puertas atrancadas. El miedo los aísla. No pueden entrar las autoridades judías, cuya represalia temían, pero ellos tampoco pueden salir. El temor predomina sobre la esperanza –es el gran enemigo del amor (1 Jn 4:18). Venciendo esa traba que el temor de los discípulos había puesto, se hace presente Jesús, cumpliendo su promesa (Jn 14:19; 16:22). Más allá de las especulaciones sobre la naturaleza corpórea del Resucitado, esta presencia nos muestra como Jesús rompe las barreras impuestas por el temor para hacer realidad en medio de los suyos la certeza de su victoria sobre la muerte y el cumplimiento de la Promesa.
Jesús anuncia una vez más su paz. Era el saludo judío habitual, pero en sus labios adquiere una nueva significación (14:27; 17:33). La paz aparece como una certeza que permite sobrellevar la adversidad sin perder la confianza en la presencia continua del Señor que vence al mundo. Por eso es una paz que el mundo no puede dar (Las tropas romanas eran la “garantía” de la Pax Augusta). Como Jesús ya sabía acerca del miedo de sus discípulos (6:19-20), les dio pruebas de su presencia: las heridas que lo identifican como el crucificado. Es la continuidad de un ministerio que subsiste tras la muerte. No es un “alma en tránsito”. Es el mismo Jesús del ministerio terreno, con sus llagas, el que ahora se muestra resucitado. Son las mismas manos que lavaron sus pies tres días antes las que ahora los discípulos contemplan heridas. Esas heridas son el “ayudante” de Jesús para transmitir la seguridad de su presencia. Jesús derrota el miedo mostrando el triunfo de su amor (15:12-14) y de su paz (16:33).
El segundo saludo de Jesús (20:21-23) introduce tres temas: el envío, el poder del Espíritu y el perdón de los pecados. Los tres concretan en los discípulos las promesas de Jesús. En primer lugar, él había recibido de Dios una misión que ahora ellos deberán hacer propia (15:16; 17:18). La noticia y presencia del Resucitado modifica el lugar de la comunidad. Él ahora estará presente en ellos (14:23; 17:21) para que cumplan con su misión. Por el envío, la comunidad de fe pasa a ser Jesús mismo en el mundo (1 Jn 4:17). Si las heridas eran la marca de identidad del crucificado, la misión será ahora la marca de identidad de los y las discípulos/as de Jesús.
Pero para cumplir esta misión es necesaria una “capacidad”, que Jesús ahora les confiere: El Espíritu Santo. el Pentecostés joanino ocurre la misma tarde del domingo de Resurrección. También en esto se cumple la promesa de Jesús durante la Pascua (14:16-17, 26; 16:13-15). El poder del Espíritu, el mismo que ha guiado a Jesús (1:32-34) y que le acompañara hasta su muerte en la cruz (19:30) pasa a los discípulos para fortalecerlos y guiarlos en la misión. Así como Dios en la creación sopló su aliento para que el ser humano tuviera vida (Gn 2:7), Jesús sopla sobre sus discípulos el Espíritu de esta nueva creación para darle vida a esta comunidad.
El Espíritu les permitirá realizar la tarea del perdón que Jesús mismo encarnó (Jn 1:29). El llamado a la fe que la comunidad creyente debe realizar no puede ser eficaz si no está acompañado por la capacidad de liberar del dolor cotidiano y de las estructuras internalizadas del poder opresor. El dejar atrás el mundo de pecado, o decidir permanecer aferrado a la cautividad de su poder, es una decisión donde se juega la vida del ser humano (9:40-41). Hay quienes deciden permanecer en el pecado ya que no están dispuestos a reconocer su esclavitud de los mecanismos perversos de la anti-vida. Tales no pueden encontrar lugar en la comunidad creyente. Hay quienes buscan liberarse y liberar a otros de esta carga, y deben ser recibidos en la comunidad que hoy hace presente a Cristo. Ello solo es posible en el poder del Espíritu. si no, se transforma en poder arbitrario, y por lo tanto en el mismo pecado que dice combatir.
Comentario
Las otras lecturas de la fecha muestran distintas facetas de la obra del Espíritu. El Salmo destaca su labor en la creación y su subsistencia. Pablo, en Romanos, nos recuerda el lugar del Espíritu en nuestra condición de hijos e hijas de Dios. El relato de Hechos señala la manifestación del Espíritu sobre la comunidad de Jerusalén y su fuerza comunicativa que rompe las barreras de las lenguas. En Juan la presencia de Jesús resucitado rompe las barreras del miedo. Pentecostés no es una fecha y una experiencia: son muchas experiencias, son el envío cotidiano. Otros textos nos mostrarán otras manifestaciones del múltiple Espíritu Santo. Más que recordar un “hecho”, en Pentecostés reconocemos una actitud de Dios hacia nosotros, que nos regala con su presencia en nuestras vidas, nos da una misión, y nos renueva mediante el perdón.