Juan 19:16-30

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Nota: Diversas informaciones exegéticas fueron tomadas de los siguientes comentarios:
BULTMANN, Rudolf, Das Evangelium des Johannes. Göttingen, Vandenhoeck und Ruprecht, 1988.
DODD, C. H., Interpretación del Cuarto Evangelio, Madrid, Cristiandad, 1978.
SCHNELLE, Das Evangelium des Johannes, ThHKNT, Leipzig, Evangelische Verlagsanstalt, 1998.
Introducción
El relato juanino de la crucifixión contiene básicamente los mismos hechos esenciales que los Sinópticos. Sin embargo, al dejar de lado algunos elementos, ampliar otros e incluir nuevos, Juan otorgó un carácter peculiar a su relato, presentando la muerte de Jesús en la cruz como la culminación de su obra salvífica.
Repaso exegético
Cargar su cruz corresponde a la costumbre romana, según la cual un criminal condenado debía llevar su propia cruz. Nótese que Juan no menciona a Simón de Cirene en el camino a la cruz. Juan tampoco aclara quiénes eran los otros dos crucificados. En cambio, es el único evangelista que se explaya sobre el llamado título (incluso emplea este término técnico), un cartel con el nombre del condenado y la causa política de su condena. De la inscripción juanina proviene el INRI: Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum. Las tres lenguas garantizan la difusión masiva del hecho. El latín era la lengua legal; el “hebreo” (o sea, el arameo) estaba destinado al pueblo judío; y el griego era la lengua franca de todo el Mediterráneo. De esta manera, también los peregrinos de la diáspora, que llegaban a Jerusalén en ocasión de la fiesta de la pascua, podían enterarse de la causa de la condena. Con este título, Pilato toma venganza de las autoridades que le obligaron a decretar la sentencia, y a la vez se burla públicamente del pueblo judío. Pero al mismo tiempo, Pilato proclama – sin quererlo – el reinado de Jesús de Nazaret. Una vez más se evidencia la línea teológica de Juan, que centra todo el cuadro en la realización de Jesús.
La distribución de la ropa es ocasión para una reflexión teológica: una vez más se cumple lo anunciado.
A diferencia de los Sinópticos, según los cuales algunas mujeres (tres según Mt y Mc, sin indicación de número en Lc) miraban desde lejos la crucifixión, Juan presenta las mujeres directamente junto a la cruz, e incluye la madre de Jesús en el grupo, y además al discípulo a quien él amaba. Éste es el único discípulo que se mantuvo fiel a Jesús. (Hay dudas sobre si el discípulo amado realmente pertenecía a los Doce). Se construye así un vívido contraste con el rudo grupo de los soldados. Ya en agonía, Jesús se preocupa por su madre, encargándosela al cuidado del discípulo amado.
En los vs. 28-30, el evangelista se limita a pocos datos. Omite la burla de la cual es objeto el crucificado. De fundamental importancia es la omisión de las palabras del Salmo 22, aquel grito desesperado con el cual Jesús expresa su sentimiento de haber sido abandonado por Dios. El sufrimiento físico y psíquico casi desaparece detrás de la certeza de que ahora todo está llegando a su cumplimiento. Con ello, el cuadro de la muerte de Jesús es majestuoso y sublime. Únicamente el ¡Tengo sed! indica el debilitamiento de un ser humano cuyas fuerzas se están agotando. Pero también la sed y la satisfacción se convierten en motivos que indican que Jesús tenía plena conciencia del significado de su muerte y del cumplimiento del plan de Dios (Salmo 69,22).
Esta mesurada construcción no permite un grito agónico como en Mc (y Mt), sino que implica necesariamente una palabra final teológica con la que Jesús mismo formula su victoria: ¡Consumado es! El crucificado expresa la relación de su muerte con la salvación de la humanidad. Incluso la inclinación de la cabeza es parte del cuadro de la entrega voluntaria.
Breve reflexión teológica
A diferencia de los gnósticos, Juan subraya fuertemente la encarnación. Aquí no hay ningún sufrimiento simulado ni muerte aparente. El Logos encarnado se entrega totalmente y asume el camino del mortal humano. Para el gnosticismo, era inconcebible imaginarse un Dios que pudiera mezclar su ser con la materia, la carne, la sangre; y peor aún, un Dios que pudiera sufrir la muerte. Juan, en cambio, traza una línea continua desde el Logos preexistente hasta el Nazareno crucificado y resucitado. El Cristo gnóstico es un ser etéreo y vaporoso que no pertenece a esta tierra; el Cristo juanino, el Logos encarnado, tiene un origen geográfico concreto (por cierto, una aldea muy humilde y oscura); y unifica en su persona ambas cosas, la grandeza del cumplimiento del plan divino y la más profunda humillación.
Las palabras de Jesús a su madre y al discípulo amado han producido una enorme cantidad de especulaciones sobre el simbolismo que se creía ver esta escena. Bultmann, p. ej., ve en la madre el judeocristianismo y en el discípulo, el paganocristianismo. Supuestamente Jesús pide que este último honre al judeocristianismo como su madre, mientras que la “madre” debe sentirse “en casa” en el judeocristianismo. Bultmann ve aquí, pues, un símbolo de la comunión universal de la Iglesia. Ésta y otras especulaciones no son sino construcciones fantasiosas, que en el fondo niegan la historicidad de las narraciones sobre la vida de Jesús, complaciéndose en cambio en buscar alegorías hasta en los más mínimos detalles (como en la higuera seca, las cifras, los colores, un cántaro, etc.). El discípulo amado fue judío, como todos los y las demás miembros del primer grupo. Si hay algún significado especial en estas palabras del moribundo, es el de la preocupación por la vida de su mamá. Por su parte, la presencia del discípulo amado garantiza la verdad del testimonio del testigo ocular.
La crucifixión tiene un significado universal. Todo el orbe debe conocerla – a ello apunta la referencia expresa a los tres idiomas de aquel entonces, un detalle que Juan sabe explotar hondamente.
A los ojos del mundo y según el juicio de las autoridades, Jesús había fracasado. Pero en este estrepitoso derrumbe de todas las pretensiones y expectativas mesiánicas se cumple el plan salvífico de Dios. El crucificado conquista la victoria sobre el mundo y su señor. Su muerte y las circunstancias de la misma son testimonios elocuentes del cumplimiento del plan salvífico de Dios. Esto vale hasta para los más mínimos detalles. El Viernes Santo no es la hora más oscura de la historia, sino la gran hora de Dios. Juan lo subraya enfáticamente mediante sus constantes referencias al cumplimiento de las Escrituras.
Posible esquema para la predicación
¿Será posible predicar adecuadamente sobre la muerte de Jesucristo? ¿No convendrá guardar silencio ante este y tantos otros cuadros horripilantes de abandono, crueldad y violencia contra las hijas y los hijos de Dios? Es saludable que el/la predicador/a se plantee el dilema múltiple en el que se encuentra en Viernes Santo: callar y llorar ante tanto dolor; repetir lugares comunes sobre la pasión de Cristo, tal como lo espera por lo menos un sector de toda comunidad cristiana; despotricar contra las tantas caras que tiene la muerte en nuestra sociedad...
Además, no es fácil elegir un solo tema para un sermón a partir de un texto tan denso como el relato de la crucifixión. Una posibilidad es establecer alguna pauta general, para concentrarse luego en la posible aplicación de una de las consecuencias de esta pauta. Esta es la modalidad sugerida a continuación.
Tanto la vida como la pasión de Jesús exigían una clara toma de posición por parte de quienes lo rodeaban: o a favor o en contra. No había ni hay término medio ante Jesús.
En la esfera de influencia de Jesús, se invierten las valoraciones comunes y corrientes. Lo que para el mundo es naufragio y pérdida, para Dios es victoria. La horrible cruz se convierte en instrumento de triunfo. ¿Cuáles son los valores atractivos sostenidos por nuestra sociedad? ¿Cuáles son las cosas menospreciadas o despreciadas?
La fe en el Crucificado implica asumir las dimensiones negadas y ridiculizadas por el mundo: la renuncia en beneficio de los más débiles, el servicio, el perdón, el sacrificio, el amor.
Otro esquema, más “clásico”:
Jesús es Dios encarnado. Pero no un Dios que sobrevuela la dimensión humana, y que de antemano sabe que pronto se librará nuevamente de ella; sino aquel Dios que desciende hasta el más profundo de los sufrimientos: la muerte. Sólo así se cumple su plan de salvación para toda la humanidad.
Sólo la fe puede reconocer la voluntad de Dios en el hecho de aquel Viernes Santo. Para Pilato, el título es la causa política de la condena; para los judíos, una afrenta; para las autoridades, una vergüenza. Para los ojos de la fe, es la proclamación pública y universal del señorío de Dios a través de Jesucristo.
¿Quién puede sondear los abismos del mal y el pecado como para comprender hasta en sus últimas profundidades el hecho de la crucifixión del Hijo de Dios? Aceptemos ese hecho como la comprobación decisiva del amor de Dios. Nadie nos podrá arrancar de ese amor.

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