Juan 18:33-37

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Salmo 93 Daniel 7:9-14 Apocalipsis 1:4-8 Juan 18:33-37

El ciclo de textos del año litúrgico llega a su fin este domingo. La Iglesia Católica Romana ha fijado en su calendario esta fecha para celebrar la festividad de “Cristo Rey”. No es una fiesta tradicional cristiana, sino que es relativamente reciente, ya que fue instalada a principios del Siglo XX.

Corresponde, históricamente, al movimiento de la Iglesia de Roma buscando reafirmar su autoridad frente al mundo moderno, afirmando el Reinado de Cristo. Algunos leccionarios lo llaman así para “suavizar” el tono polémico que tuvo la implantación de esta festividad. Si Cristo es Rey y la Iglesia la representante de Cristo, la Iglesia trae la voz del Rey de este mundo, y exige ser reconocida como autoridad.

Por cierto que Cristo es Rey. Pero no olvidemos, y este texto, más allá de otras cosas, nos lo debe hacer recordar: Cristo es Rey en la Cruz. El Cristo que muestra el modo de su reinado lo hace prisionero del enviado del otro Rey del Mundo, el Emperador, que finalmente decidirá sobre su vida. El texto es rico en muchas cosas y tiene validez como texto bíblico más allá de la lectura “intencionada” que supone ponerlo en este lugar en el leccionario.

Estudio Exegético

La exégesis crítica duda de la “historicidad” de este diálogo. Sin duda que Jesús estuvo frente a Pilato para ser condenado, pero ¿quién puede saber qué palabras se cruzaron, cuál fue el tono del mismo? si bien el episodio, desde un punto de vista histórico es conjetural, creo que refleja una expresión válida de las posturas y situaciones que se deben haber vivido. Nosotros lo analizaremos con el supuesto de que el diálogo expresa claramente las distintas concepciones de vida que caracterizan, por un lado, al poder y la cultura imperial, y por el otro lado la nueva fe que nos trae Jesús.

Este diálogo parece parte de una comedia de sordos. En realidad, más que un diálogo, son dos monólogos superpuestos, donde cada uno sigue su propio argumento tomando ocasión del “pie” (en sentido teatral) que le da el otro. Sin embargo, la situación tiene poco de cómico, y sí mucho de dramático. El predicador popular galileo, arrestado por las autoridades del Templo, está frente al representante directo del poderoso Emperador. Se juega su vida. El ambiente es tenso, cargado de presiones políticas cruzadas. Acá nadie es amigo de nadie. Todos y cada uno están esperando que el otro se equivoque para sacar ventaja política. Jesús está en el medio. Él tampoco es “inocente” de este juego. Sabe que le va la vida en ello. Y la va a jugar. Pero a diferencia de los otros no está tratando de sacar ventajas. Él está allí “para dar testimonio de la verdad”, algo que los políticos, de ayer o de hoy, tienen muy poco en cuenta.
El diálogo es parte de una obra más compleja: el texto nos presenta apenas unas líneas. Pilato está molesto. Le han puesto por delante una situación que no tiene mucha salida. Por un lado, su instinto de gobernante y su cinismo (históricamente demostrado a través de otros informes extrabíblicos que nos llegan acerca de su gestión) le hace desconfiar de los principales de los judíos. Lo están usando para sacarse de encima a este predicador molesto para ellos, pero que él todavía no percibió como peligroso. Y a ningún político, y menos representante del César, le gusta que lo usen. Pero por otro lado, por qué meterse en un conflicto entre judíos, del que puede salir mal parado. Por qué defender a un don nadie descartable, un campesino norteño sin tropa propia, un hablador de frases enigmáticas que no cuida su propia vida y se atreve a ponerle incógnitas. Casi por curiosidad vuelve a interrogarlo, en un afán de tomar su tiempo para medir la mejor decisión en la circunstancia. –“¿Eres tú el Rey de los judíos?”

La respuesta de Jesús justamente le señala la trampa en que está el propio Pilato. Él, el poderoso representante del César, ¿habla por sí mismo o por boca de otros? ¿Qué sabe él de lo que está en juego en este asunto? Jesús, sin responder a la pregunta, lo pone en evidencia. El autor del cuarto Evangelio busca cargar las tintas sobre las autoridades de Judea. Lo hace por su teología, que reacciona frente a la persecución que sufre su grupo por parte de la sinagoga rabínica (cf. Jn 9:22). ¡Pero qué triste papel se deja a Pilato! ¡El poderoso y astuto gobernador de este mundo impotente para resolver entre sus subordinados de Jerusalén y un pobre predicador aldeano!

Ante la respuesta de Jesús, Pilato toma el camino de huida: “Yo no tengo nada que ver. Es tu propia gente. ¿Qué has hecho?”. Nosotros los creyentes, solemos pensar que por sus milagros y señales Jesús debería haber sido fácilmente reconocido. Pero este gobernador, que tenía espías por todos lados, no tiene noticias de él. Los hechos de Jesús son de un sentido y dimensión que preocupan a los dirigentes de Israel, pero no han llamado la atención de Pilato. Sin embargo, Caifás acaba de decir que es preferible que muera un hombre y no toda la nación (Jn 11:49-50).

Jesús es quien retoma el tema del Reino: -“Mi reino no es desde este mundo”, habría que traducir la expresión de Jesús. Esta frase ha dado lugar a mucho equívoco. Se ha interpretado en el sentido de un ultramundanismo cristiano. El Reino de Jesús es de otro mundo (espiritual, celestial) frente a los reinos políticos que son de este mundo. Todos sabemos las derivaciones que se sacaron de esta interpretación. Pero la expresión de Jesús, y especialmente si consideramos las palabras que siguen, apuntan en otra dirección, y contienen una no tan velada crítica al poder imperial que representa Pilato.

El poder romano se construyó con legiones de soldados. Así se toma el poder en el mundo dominado por la mentalidad imperial. La verdad la establece el que manda, y si no te gusta, te crucifica. Literalmente. Si alguien quiere ser Rey, que se arme un ejército, que presente combate, que demuestre que su violencia es mayor que la de Roma e imponga sus leyes. Así había llegado a ser Rey Herodes, con el apoyo de las legiones romanas. Así ejercía su poder Pilato, rodeado de soldados enviados por el Emperador Tiberio. ¿Alguien se atreve? ¿Es que hay otra verdad? ¿Es que hay otra ley?
Jesús le propone otro camino. Si hubiera querido ser Rey al modo que entiende Pilato, hubiera pedido a sus seguidores que pelearan por él. Pilato sabía de esto. Regularmente surgían entre los grupos judíos disidentes quienes, formando sus bandas y creyéndose ungidos, se proclamaban reyes e intentaban desafiar al poder romano. Terminaban crucificados, por cientos, a la vera de los caminos. Pero éste no tiene bandas que le sigan ¿qué clase de rey puede ser?. Se lo llevaron solo. Y solo le responde. Mi reino no es “desde este mundo”, es decir, al modo que Uds. construyeron el suyo. No se esgrimen espadas, ni se arman legiones y maquinarias de guerra para conquistar al mundo. La vez que la gente quiso hacer Rey a Jesús fue por que había alimentado a la multitud (Jn 6:1-15). Jesús, al enterarse, se alejó solo, y solo está ahora frente a este Pilato que le pregunta si es Rey.
Vuelve a preguntarle. ¿Hay algo que yo desconozca que te hace rey? Lo que Pilato desconoce es que este pobre galileo, semidesnudo y solitario, acusado por los jefes de su propio pueblo, es testigo de algo que él desconoce, una voz que nunca podrá oír: la verdad. “Si escuchan mis palabras, serán mis discípulos conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. Verdad, libertad... demasiado para Pilato, demasiado para un Imperio. Quien piensa en el poder nunca podrá tener a Cristo como Rey... (Valga para los que piensan que la fiesta de Cristo Rey es un reclamo para legitimar poder...).

Sugerencias homiléticas

Hasta el día de hoy los imperios (aun aquellos que se han presentado como defensores del cristianismo) actúan con la misma mentalidad de Pilato. Si las leyes no les gustan, simplemente las desobedecen o las cambias a antojo. Si alguien no se somete, les mandan las tropas. O los misiles inteligentes, que apuntan a un cuartel y le dan a un hospital. ¡Eso demuestra qué es ser “inteligente” para un imperio! Si matan a inocentes, es “daño colateral”. Construyen desde la violencia y lo llaman “civilización”. Censuran, callan y condenan a los disidentes y lo llaman libertad. Nada es lo que dicen que es, simplemente porque no pueden saber qué es la verdad, no han escuchado a aquél que vino para ser testigo de la verdad.

Pero el reinado de Cristo no se construye desde el poder que discrimina y oculta. No es el modo “de este mundo”. Sabe que la verdad es algo más profundo que “un acuerdo entre realidad y palabra”, es la posibilidad de mostrar el propósito vital del Dios que nos ha creado dignos y plenos. Y si el ser humano se ha caído de esa gracia inicial, no se lo restituirá amenazándolo con esquemas militares, sean materiales o espirituales. No se impone con el temor, el terror y las trampas arteras. Se lo conquista con el amor, con la entrega, con el respeto por la dignidad de todos, todas, cada uno, cada una. Ese es el Reino de Cristo.

El Reino de Dios se anuncia, se anticipa, se vive en este mundo, pero de otra manera. Alimentando al que tiene hambre, sosteniendo al débil, brindando sanidad en cuerpo y alma, anunciando la verdad que libera. Así fue como Jesús vivió su realeza, anunció el Reino del Padre. En lugar de esperar que Jesús sea Rey al modo opresivo de los imperios, los cristianos debemos orar para que los que gobiernan aprendan de Jesús qué es ser Rey. Y lo mismo debemos decir de todas las relaciones humanas donde interviene el poder. Y donde se pone en juego la verdad de la vida, que es el don de Dios.

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