Juan 17:6-19

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Domingo 1º de Junio de 2003 (Ascensión)

Salmo 1, Hechos 1-15-17 y 21-26, 1º Juan 5:9-13, Juan 17:6-19.

Este fragmento de un discurso de Jesús se ubica en los momentos previos a la pasión. Todo el cap. 17 es tenido como una oración donde Jesús pide por los creyentes y hace explícita su voluntad de protegerlos e invitarlos a una vida junto a él más allá de las limitaciones terrenales. Es, por otra parte, un fragmento dentro de una oración donde cada línea lleva una inmensa carga de sentido a tal punto que se puede meditar y predicar un sermón distinto sobra cada uno sus versículos. En contraste con esto, también es parte de un estilo muy semita de hablar y escribir en el que se recurre a la repetición de ciertas palabras y frases una y otra vez a fin de fortalecer el mensaje y recalcar los puntos centrales. Recordemos que aquella era todavía una cultura donde la transmisión de los conocimientos y enseñanzas se hacía más por el discurso hablado que por la letra escrita, esta última reservada al o grupo de lectores. En consecuencia repetir una idea permitía una mayor fijación en la memoria del oyente y una mejor recepción por parte de los que luego debían reproducir el mensaje ante otro público.

Reconocer esta dinámica del texto que tenemos delante y su carácter fragmentario en algún sentido nos obliga a elegir dentro de él algunos puntos para concentrarnos en ellos. No renunciamos a la importancia de una aproximación estructural a toda la unidad pero en esta oportunidad privilegiaremos lo homilético por sobre otras perspectivas. Vamos entonces a destacar un elemento del discurso que vinculándolo con otros ayudará a construir una predicación sobre este pasaje.

1. El nombre revelado.

En el v. 6 Jesús dice que ha “manifestado tu nombre”. Si tenemos en cuenta que en la tradición judía el nombre era representante de lo que era una persona o lugar en sentido profundo y esencial, decir “manifestar tu nombre” significa dar a conocer a Dios mismo. Había en Israel toda una cuestión con respecto al nombre de Dios. Desde el relato del Ex 3:14 donde Dios revela su nombre a Moisés hasta los días de Jesús había corrido mucho agua debajo del puente. En aquellos tiempos el nombre de Dios se expresaba libremente como una forma de certificar quien era el Señor de ese pueblo. De hecho el nombre dado a Moisés en el monte sagrado significa “yo soy el que estoy, el que acompaña”. Pero de aquel tiempo al presente de Jesús se había creado una tradición que omitía nombrar a Dios y que eludía su pronunciación reemplazándolo por “el Señor” con el argumento de que no debía nombrarse a la divinidad en vano. El temor de pronunciar indebidamente el nombre de Dios se había tornado una barrera para pronunciarlo en cualquier momento, aún cuando no fuese en vano ni con fines apropiados. Así se había alejado el nombre de Dios (y su misma esencia) del habla y la vida cotidiana. Por temor a utilizarlo mal se había abandonado totalmente su uso. Y al menos en el nivel de la palabra oral se había transformado el Dios amistoso, compañero, siempre presente en un Dios innombrable, lejano, al que había que temer.

Jesús anuncia que él ha venido a volver a colocar el nombre de Dios en el medio de la vida y el lenguaje de las personas de su tiempo. Como en tantas otras cosas Jesús viene a rescatar un vínculo que se había perdido por la acción humana. Podríamos describir este proceso de la siguiente manera:

a. Dios se da a conocer libremente (Abraham, Moisés, profetas…)
b. Israel (la humanidad) teme pronunciar el nombre de Dios y lo destierra de su vocabulario.
c. Israel (quizás sin desearlo) se aleja de Dios y va desconociendo (olvidando) su verdadero nombre.
d. Se crean en reemplazo de Dios otros ídolos que lo sustituyen piadosamente: reglas alimenticias, calendarios religiosos rígidos, leyes sanitarias que inhiben de una buena relación con Dios a los enfermos, etc.
e. Dios queda relegado al círculo de los sacerdotes, eruditos, y al de los poderosos que utilizan su nombre (sin nombrarlo) para sus propios intereses en detrimento de las mayorías.
f. Para cuando llega Jesús Dios es el desconocido, el innombrable, aquel al que no podía invocarse por su nombre.

Muchas cosas se podrían haberse dicho de Dios que no escandalizaran pero no que se venía a “manifestar su nombre”. La reacción de quienes se habían apropiado de él sin duda condujo a la muerte a Jesús. Pero es bueno repasar los argumentos que se presentaron y que están dispersos en los distintos evangelios:

a. Que Dios ya se había revelado a sus antepasados y no debía esperarse una nueva revelación.
b. Que ya conocían el nombre de Dios, y en consecuencia qué sentido tenía entonces manifestar ahora su nombre.
c. Que sólo un impostor y farsante podía arrogarse el derecho de hablar en nombre de Dios.
d. Que nombrar a Dios era una falta muy grave que no podía permitirse.

Es de notar que Jesús no rompe con la tradición de no nombrar a Dios sino que cuando dice “manifestar el nombre de Dios” se refiere al sentido profundo, es decir, a lo que Dios es y como se relaciona con su pueblo. Es una actitud mucho más radical que la simple pronunciación del nombre de Dios. Tan sólo en el fragmento que leímos dice que Dios “ha dado palabras”, “que [él] envió a Jesús”, que los creyentes “son tuyos”, que todo lo que es de Jesús (sus pensamientos, acciones, etc.) “son tuyos”, “tu palabra es verdad”, y muchas otras cosas más. De modo que cuando Jesús dice que manifiesta el nombre de Dios lo que está haciendo en poniendo en claro quien es este Dios a quien sus antepasados adoraban y sus hermanos y hermanas adoran pero no nombran. En un sentido es volver a presentar al Dios en el que ya creían pero del que habían olvidado quien era.

2. Hacia la predicación

Hoy pronunciamos el nombre de Dios. Decimos y escribimos el Señor, o Yavé, o Jehová, sin miedo y abiertamente. Y aunque no abogamos por volver a omitir su nombre de nuestro vocabulario debemos admitir que se lo nombra en vano más de lo que estaríamos dispuestos a aceptar: se justifican guerras en su nombre, se planifican maldades bajo su supuesta protección, se miente y destruye en virtud de expandir su influencia. Se bastardea el nombre de Dios transformándolo en un objeto de uso a la medida de las intenciones del que habla. Pero la solución a todo esto no reside en prohibir su nombre sino en nombrarlo en lo que realmente es. Antes que erradicarlo hay que dejar que fluya su nombre sin segundas intenciones ni manipulaciones espurias.

Esa fue la estrategia de Jesús que antes que eliminarlo lo “manifestó” en toda su dimensión. En las palabras de Jesús Dios es siempre el protector, el que envía a una misión, el que acompaña y espera, el que exalta aquellos que los demás desprecian. Dios confía en nosotros y es más un amigo que un juez, se muestra más como sostenedor en nuestras debilidades que como un patrón exigente ante nuestras faltas. En Jesús Dios reconstruye el vínculo roto por el pecado y nos da una nueva oportunidad de vivir la fe de cara a él y al prójimo.

Si repasamos dónde estamos hoy respecto a la relación con Dios (y esto vale tanto para las relaciones sociales como personales) probablemente encontraremos que no estamos lejos de las prácticas en tiempos en Jesús. Hoy también necesitamos que a través de su Palabra se nos manifiesta la verdad de Dios, sin tapujos ni dobleces.

Proponemos entonces organizar la predicación de acuerdo a los siguientes puntos:

1. ¿Qué significa manifestar el nombre de Dios?
2. Las razones para que no se nombrara en tiempos de Jesús.
3. ¿Con qué sentido se lo nombra hoy? ¿Hacemos justicia a su nombre cuando lo nombramos?
4. El contenido que Jesús da al nombre de Dios.
5. ¿Cuál es nuestra tarea como actuales manifestadores del nombre de Dios?

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