Juan 13:31-35
0
0
Ofrecemos una reflexión en tres partes que pueden utilizarse para estructurar una predicación sobre este pasaje. Primero hablamos del contexto literario, los temas presentes. Luego vamos a las dos novedades: la muerte y el amor en la comunidad de la iglesia. Ayer y hoy este texto revela y esconde mucho. Solo una lectura extensiva que llegue hasta la muerte y resurrección nos permitirá acercarnos a una comprensión más profunda.
Traición y confusión
Este pasaje del evangelio se enmarca en un contexto signado por la traición a Jesús. Todo el pasaje previo (vs. 21-30) explicita esa situación y la revelación clara de que Judas, uno de sus discípulos, será el responsable de tal hecho. También el pasaje siguiente (vs. 36-38) contiene el anuncio de la traición de Pedro, en general suavizada en la tradición con la expresión “negación de Pedro”. Pero para la situación de Jesús viene a ser lo mismo: de sus mismos discípulos – y no de sus enemigos – vendrá la entrega a las autoridades.
A la vez este texto nos presenta a discípulos presos de una gran confusión. Los vs. 28-29 manifiestan tal hecho. ¿Será que la realidad era tan atroz que no atinaban a creerla? ¿O que su confianza interna les impedía ver lo evidente, al menos luego de las propias palabras de Jesús (v. 21)? Lo que sí la narración nos muestra es que los discípulos no entendían lo que estaba pasando en su totalidad. Quizá si lo hubieran hecho algunos de ellos habrían intentado detener a Judas, o se hubieran enojado con Pedro. Pero la escena parece mostrar a unos discípulos inconscientes de lo que iba a suceder en los próximo momentos.
Es necesario agregar que las palabras de Jesús en este pasaje agregan una cuota de enigma a lo que está sucediendo. La frase “donde yo voy ustedes no podrán ir” no ayuda a entender lo que estaba sucediendo. Para los actores presenciales debe haber sido difícil imaginar un lugar inaccesible para ellos en una ciudad tan pequeña y en un contexto tan abierto como el de aquellos días donde todo sucedía siempre cerca. ¿De qué estaba hablándoles? A esto se suma que Jesús solía utilizar metáforas e imágenes al hablarles y quizá en esta oportunidad estaba aludiendo nuevamente a hechos sin concreción material. ¿Acaso “nacer de nuevo” no aludía a algo interior y no a volver al vientre de la madre? ¿O “el que bebiere del agua que yo le daré no tendrá sed jamás” no refería a otra realidad y no al líquido que necesitamos para saciar la sed cotidiana? Quizás ahora era menester entender sus palabras sobre la traición y sobre un lugar exclusivo e inaccesible para ellos como otra de sus metáforas, las que rara vez se entendían de entrada sino que siempre los dejaba con algún hueco para develar luego de pensarlas y masticarlas lentamente.
Algo nuevo
Pero en esta oportunidad habían algo de definitivo en sus palabras. Dar gloria al Hijo y al Padre aparecen vinculados cada vez con más nitidez a un camino que comienza con sufrimiento y muerte y que –aunque no podían saberlo- culminaría con el triunfo de la vida sobre ellos. Si hasta ese momento habían intuido que Jesús había de morir, en todo caso lo sería por sus ataques a las autoridades religiosas y políticas. Lo nuevo es que esa muerte se va revelando poco a poco como un acto de redención y una invitación a la fe y a la renovación de la vida. La muerte y la resurrección –a la que alude al decir que “...Dios le glorificará a sí mismo...” aunque no le entendían en ese momento- son una novedad que se va perfilando de a poco.
No deberíamos sentirnos mal porque no entendamos de forma definitiva las palabras de Jesús en esa oportunidad. Es probable que él considerara que eso era suficiente para sus discípulos y también para nosotros. Lo importante es entender el grado extremo de la traición y el grado extremo del amor en respuesta. Cualquier otro líder hubiera maldecido a sus amigos que lo abandonan. Cualquier otro hubiera buscado vengar la traición. Jesús tan solo les anuncia que los hechos que se aproximan son solo para él y que ellos no podrán participar de ellos.
Un mandamiento nuevo
No lo parece pero es un mandamiento nuevo. Luego va a insistir en él (15:12.17). Se presenta como una variante de aquel otro del Antiguo Testamento “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19:18) exaltado como uno de los dos grandes mandamientos en Lucas 22:39 y Mc 12:31. También es distinto de aquel que llama a amar a los enemigos (Lc 6:35).
Lo que caracteriza este mandamiento son tres cosas:
a. La reciprocidad del amor. El acto de amar en este caso no es una acción dirigida a otro sino que tiene que ver con una situación de amor en medio de una comunidad de fieles. Podemos decir que en este caso se refiere específicamente a lo que luego sería la iglesia. No es posible eludir la sensación de que esta invitación al amor mutuo funciona como antídoto a la desazón –y a la falta de claridad- reinante entre ellos. Cuando no entendemos del todo lo Dios está haciendo y por qué lo está haciendo, el amor en la iglesia debe ayudarnos a llevar adelante el tiempo de espera hasta poder ver el plan final de Dios.
b. Este amor es reflejo del de Jesús mismo. No es el amor que nos surge porque tratamos de ser gentiles con quienes nos rodean. Es el amor fruto de experimentar lo que Dios ha hecho a través de Cristo en nuestra vida y nuestra iglesia. ¿Ha hecho algo? ¿Se lo hemos permitido? Solo sabiendo de la acción de Dios y reconociéndolo como fuente de todo bondad estaremos capacitados para intentar ejercitar este mandamiento.
Es así que esto nos remite a observar la comunidad de la que formamos parte. Qué necesidades hay en ella, como reaccionamos ante los conflictos, cual es nuestra actitud hacia quienes están fuera de ella. Estas y otras preguntas son cruciales para poder responder a este pedido de Jesús. De más está decir que el amor en la comunidad debe ser también el amor de la comunidad hacia fuera de ella, al mundo que la rodea.
c. El tercer elemento en juego es que este amor cobra valor de testimonio ante el mundo. El ser discípulo se hará evidente por el amor que comparten en la comunidad de la iglesia. No los conocerán por otra cosa que no sea por el amor compartido.
Vivimos un mundo donde el amor con estas características no abunda. A pesar de que hay iglesias en casi todos los barrios y ciudades, todavía no hemos respondido con eficacia a esta afirmación de Jesús. Por un lado se da él en toda su plenitud, en su vida. Por otro nos pide que testifiquemos de su entrega a través del amor mutuo y su reflejo hacia el mundo. Quizá en este tiempo tengamos una nueva oportunidad para mostrar como Dios puede capacitar a hombres y mujeres frágiles para la delicada tarea de construir una comunidad de amor, sensible a las necesidades del prójimo.
Traición y confusión
Este pasaje del evangelio se enmarca en un contexto signado por la traición a Jesús. Todo el pasaje previo (vs. 21-30) explicita esa situación y la revelación clara de que Judas, uno de sus discípulos, será el responsable de tal hecho. También el pasaje siguiente (vs. 36-38) contiene el anuncio de la traición de Pedro, en general suavizada en la tradición con la expresión “negación de Pedro”. Pero para la situación de Jesús viene a ser lo mismo: de sus mismos discípulos – y no de sus enemigos – vendrá la entrega a las autoridades.
A la vez este texto nos presenta a discípulos presos de una gran confusión. Los vs. 28-29 manifiestan tal hecho. ¿Será que la realidad era tan atroz que no atinaban a creerla? ¿O que su confianza interna les impedía ver lo evidente, al menos luego de las propias palabras de Jesús (v. 21)? Lo que sí la narración nos muestra es que los discípulos no entendían lo que estaba pasando en su totalidad. Quizá si lo hubieran hecho algunos de ellos habrían intentado detener a Judas, o se hubieran enojado con Pedro. Pero la escena parece mostrar a unos discípulos inconscientes de lo que iba a suceder en los próximo momentos.
Es necesario agregar que las palabras de Jesús en este pasaje agregan una cuota de enigma a lo que está sucediendo. La frase “donde yo voy ustedes no podrán ir” no ayuda a entender lo que estaba sucediendo. Para los actores presenciales debe haber sido difícil imaginar un lugar inaccesible para ellos en una ciudad tan pequeña y en un contexto tan abierto como el de aquellos días donde todo sucedía siempre cerca. ¿De qué estaba hablándoles? A esto se suma que Jesús solía utilizar metáforas e imágenes al hablarles y quizá en esta oportunidad estaba aludiendo nuevamente a hechos sin concreción material. ¿Acaso “nacer de nuevo” no aludía a algo interior y no a volver al vientre de la madre? ¿O “el que bebiere del agua que yo le daré no tendrá sed jamás” no refería a otra realidad y no al líquido que necesitamos para saciar la sed cotidiana? Quizás ahora era menester entender sus palabras sobre la traición y sobre un lugar exclusivo e inaccesible para ellos como otra de sus metáforas, las que rara vez se entendían de entrada sino que siempre los dejaba con algún hueco para develar luego de pensarlas y masticarlas lentamente.
Algo nuevo
Pero en esta oportunidad habían algo de definitivo en sus palabras. Dar gloria al Hijo y al Padre aparecen vinculados cada vez con más nitidez a un camino que comienza con sufrimiento y muerte y que –aunque no podían saberlo- culminaría con el triunfo de la vida sobre ellos. Si hasta ese momento habían intuido que Jesús había de morir, en todo caso lo sería por sus ataques a las autoridades religiosas y políticas. Lo nuevo es que esa muerte se va revelando poco a poco como un acto de redención y una invitación a la fe y a la renovación de la vida. La muerte y la resurrección –a la que alude al decir que “...Dios le glorificará a sí mismo...” aunque no le entendían en ese momento- son una novedad que se va perfilando de a poco.
No deberíamos sentirnos mal porque no entendamos de forma definitiva las palabras de Jesús en esa oportunidad. Es probable que él considerara que eso era suficiente para sus discípulos y también para nosotros. Lo importante es entender el grado extremo de la traición y el grado extremo del amor en respuesta. Cualquier otro líder hubiera maldecido a sus amigos que lo abandonan. Cualquier otro hubiera buscado vengar la traición. Jesús tan solo les anuncia que los hechos que se aproximan son solo para él y que ellos no podrán participar de ellos.
Un mandamiento nuevo
No lo parece pero es un mandamiento nuevo. Luego va a insistir en él (15:12.17). Se presenta como una variante de aquel otro del Antiguo Testamento “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19:18) exaltado como uno de los dos grandes mandamientos en Lucas 22:39 y Mc 12:31. También es distinto de aquel que llama a amar a los enemigos (Lc 6:35).
Lo que caracteriza este mandamiento son tres cosas:
a. La reciprocidad del amor. El acto de amar en este caso no es una acción dirigida a otro sino que tiene que ver con una situación de amor en medio de una comunidad de fieles. Podemos decir que en este caso se refiere específicamente a lo que luego sería la iglesia. No es posible eludir la sensación de que esta invitación al amor mutuo funciona como antídoto a la desazón –y a la falta de claridad- reinante entre ellos. Cuando no entendemos del todo lo Dios está haciendo y por qué lo está haciendo, el amor en la iglesia debe ayudarnos a llevar adelante el tiempo de espera hasta poder ver el plan final de Dios.
b. Este amor es reflejo del de Jesús mismo. No es el amor que nos surge porque tratamos de ser gentiles con quienes nos rodean. Es el amor fruto de experimentar lo que Dios ha hecho a través de Cristo en nuestra vida y nuestra iglesia. ¿Ha hecho algo? ¿Se lo hemos permitido? Solo sabiendo de la acción de Dios y reconociéndolo como fuente de todo bondad estaremos capacitados para intentar ejercitar este mandamiento.
Es así que esto nos remite a observar la comunidad de la que formamos parte. Qué necesidades hay en ella, como reaccionamos ante los conflictos, cual es nuestra actitud hacia quienes están fuera de ella. Estas y otras preguntas son cruciales para poder responder a este pedido de Jesús. De más está decir que el amor en la comunidad debe ser también el amor de la comunidad hacia fuera de ella, al mundo que la rodea.
c. El tercer elemento en juego es que este amor cobra valor de testimonio ante el mundo. El ser discípulo se hará evidente por el amor que comparten en la comunidad de la iglesia. No los conocerán por otra cosa que no sea por el amor compartido.
Vivimos un mundo donde el amor con estas características no abunda. A pesar de que hay iglesias en casi todos los barrios y ciudades, todavía no hemos respondido con eficacia a esta afirmación de Jesús. Por un lado se da él en toda su plenitud, en su vida. Por otro nos pide que testifiquemos de su entrega a través del amor mutuo y su reflejo hacia el mundo. Quizá en este tiempo tengamos una nueva oportunidad para mostrar como Dios puede capacitar a hombres y mujeres frágiles para la delicada tarea de construir una comunidad de amor, sensible a las necesidades del prójimo.