Juan 12,20-33
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Nota: Diversas informaciones exegéticas fueron tomadas de los siguientes comentarios:
SCHNELLE, Das Evangelium des Johannes, ThHKNT 4, Leipzig, Evangelische Verlagsanstalt, 1998.
WIKENHAUSER, Alfred, El Evangelio según San Juan, Barcelona, Herder, 1967.
Introducción
No es fácil establecer una delimitación clara para el texto propuesto. Es posible que los vs. 27-30 sean una inclusión posterior (= la versión joanina del Getsemaní). De todos modos, la exégesis debe buscar el sentido de la composición final.
El contexto es muy significativo. La unción de Jesús, Lázaro como testigo del poder de Jesús, y la entrada triunfal (con sus posibilidades divergentes para Jesús) remiten a la muerte y la resurrección. Se abre una discrepancia entre el nivel de la culpa humana y el plan salvífico de Dios.
Repaso exegético
Unos griegos buscan a Jesús. No se trata de judíos que hablaban griego (estos se llaman helenistas, Hch 6,1), sino eventualmente de prosélitos, cuyo origen no se indica. Podrían provenir de la Decápolis, de Galilea o de otro lugar. El interés en Jesús ya se había extendido más allá de los círculos judíos. Felipe y Andrés, dos seguidores con nombres griegos, sirven de puente. En el EvJn, Andrés se perfila como una persona que puede dar testimonio en momentos de crisis. Aquí se presenta el desafío de superar la barrera que separaba a los griegos (paganos) de los judíos. El joven cristianismo consideró que la cruz de Cristo derribó ese muro (Ef 2,11-22).
El autor del Evangelio “aprovecha” la ocasión para profundizar un tema teológico central: primero debe acontecer el hecho de la cruz; luego los griegos (y con ellos, toda la humanidad) pueden acercarse plenamente a Jesús. Jesús emplea la imagen del grano de trigo para mostrar la paradoja que consiste en el hecho de que la vida viene a través de la muerte. Pablo usa esta imagen en 1 Co 15,36. Podremos discutir si la imagen es adecuada, ya que en realidad el grano no muere, sino que germina; pero si tomamos la dimensión del “entierro”, la imagen es válida. Aplicada a Jesús, implica que sin su entrega en la cruz, tendríamos tan sólo una personalidad más en la galería de los personajes importantes, como tantos otros, pero sin ningún significado ni poder redentor. Muriendo en la cruz, Jesús nos trajo la reconciliación y la resurrección. Téngase en cuenta que el concepto de sacrificio era extraño a la filosofía griega.
El texto no aclara si los griegos aceptaron la enseñanza de Jesús. Ni siquiera dice si tuvieron la oportunidad de escucharlo directamente.
El v. 25 introduce una segunda paradoja. Este dicho aparece en diferentes lugares en los Sinópticos. Todos amamos y queremos conservar la vida. El suicidio siempre será algo opuesto a la naturaleza del ser humano. Jesús introduce el concepto de la entrega de la vida. Empleando el verbo odiar, construye una oposición durísima entre el seguimiento decidido y lo más querido: la vida. Este dicho de Jesús sólo puede entenderse a partir de su propuesta de fe en él. Quien ama a Jesús, está dispuesto a servirle. Esta reflexión remite a situaciones últimas de elección entre martirio (por la fidelidad a Cristo) y apostasía (por amor a la vida propia). Indica que la vida plena de seguimiento puede significar sufrimiento y muerte. Aún sin esas situaciones límite, significa la muerte del viejo Adán y la vieja Eva en nosotros y el surgimiento diario del nuevo ser que vive en justicia y pureza ante Dios.
En el v. 27, estamos ante una afirmación de la plena humanidad de Jesús. Si bien Juan no relata la experiencia del Getsemaní, es evidente que ésta es su versión de la misma. En ambas versiones, aparece el miedo “instintivo” ante la muerte, pero también la entrega a la voluntad de Dios. Juan da un fuerte revestimiento teológico a las palabras de Jesús.
La combinación redaccional de los vs. 27-30 con la unidad anterior establece un vínculo entre la vida de servicio de los/as seguidores/as de Jesús con la entrega de éste, y retoma lo indicado con la imagen del grano de trigo.
La glorificación remite al hecho de la cruz. El nombre es directamente sinónimo de Dios. La relación íntima entre Jesús y el Padre queda establecida por la voz del cielo (recuérdese la voz de Dios en los relatos sinópticos del bautismo y la transfiguración). Padre e Hijo son uno. El Hijo asume el sacrificio, el Padre lo entrega, pero no lo abandona. En esta entrega se realiza la glorificación.
Con la fórmula príncipe de este mundo queda indicado que Jesús no niega el poder de Satanás, pero proclama la victoria final sobre este enemigo. El Apocalipsis revestirá este anuncio con todo el ropaje de las escenas apocalípticas.
La formulación teológica del v. 32 levantado de la tierra es una referencia a la cruz, no a la ascensión. Aquí estamos ante una versión joanina de los anuncios sinópticos de la pasión. El dicho afirma que la cruz es el único medio que establece el vínculo entre nosotros y el Padre.
Breve reflexión teológica
Los diversos acercamientos a Jesús, expuestos en el capítulo 12, muestran curiosidad, amor, esperanza, confusión, ansiedad y aversión.
El texto para la predicación y el tiempo de cuaresma nos ubican en el contexto de la muerte y la resurrección. Por su parte, el acercamiento de los griegos contiene un germen de la misión mundial, en la que se anunciará la muerte y la resurrección de Jesucristo a todas las naciones.
Ante las expectativas divergentes, Jesús opta por el camino del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En la misma línea está su llamado al discipulado. No promete una vida fácil ni un mundo de alegría y bienestar. Promete sí la renovación en espíritu y verdad. Capacita para la vida y la lucha en este mundo donde hay un príncipe que se opone a la voluntad de Dios. Esa lucha es una cruz.
Para millones de personas, la cruz se ha convertido en un elemento de veneración, un símbolo, una decoración, un objeto de arte, un recuerdo. Pero la cruz nos cuestiona. La Iglesia jamás puede olvidar el escándalo de la cruz. Su único testimonio válido es el de cruz y resurrección. A partir de su fe en este Señor, ella participará en los sufrimientos del mundo y en el dolor de las personas. La cruz de Cristo no se limita al Gólgota ni a la cuaresma, sino que se extiende a todas las cruces de la humanidad a lo largo de toda la historia.
La cruz se opone a la tentación de poder y gloria, que tantas veces alejó a la Iglesia de su misión. El camino de Jesús es el paradigma para el camino de la Iglesia, con sus marcas de servicio y disposición al sufrimiento, pero también de esperanza por la presencia del Señor viviente. Ese camino debe ser el incentivo para buscar a los que sufren y para incluirlos en la comunidad de amor. El seguimiento activo es testimonio en palabra y acción en una sociedad enferma, con problemas de todo tipo: éticos, de educación, económicos, sociales, de corrupción. En este mundo, los/as seguidores/as tienen la misión de ser voz de quienes no tienen voz y de levantar la voz profética de Jesucristo. De ninguna manera estarán libres de dificultades. Es más aún: el seguimiento mismo produce dificultades. Jesús coloca esto en los términos de amar/perder y odiar/guardar la vida.
A nivel personal, este conflicto se da entre lo que nos parece conveniente y cómodo, y la obediencia a Dios. En este proceso, el viejo Adán es el maestro supremo de las excusas.
Posible esquema para la predicación
El discipulado puede comenzar con querer ver y escuchar a Jesús. Jesús, por su parte, nos habla de seguimiento, pasión y glorificación.
Es falsa la alternativa entre “este mundo” y la vida eterna. El escape de este “valle de lágrimas” no mejora nada ni es un ideal de seguimiento. Jesús no huyó del mundo, sino que fue obediente a su Padre hasta el último momento.
Somos seres puestos en relación. Una vida plena sólo se realiza en la mejor relación posible: el amor. El amor abarca el servicio, la entrega, el perdón, la renuncia, la cruz. Cerrarse a estas realizaciones equivale a encerrarse en sí mismo y a “matarse”. Negarse a la comunión es “perder la vida” y “morir”. En cambio, “derrochar” la vida en la vivencia de la comunión, es ganar vida nueva que hallará su pleno cumplimiento en la dimensión de la eternidad.
SCHNELLE, Das Evangelium des Johannes, ThHKNT 4, Leipzig, Evangelische Verlagsanstalt, 1998.
WIKENHAUSER, Alfred, El Evangelio según San Juan, Barcelona, Herder, 1967.
Introducción
No es fácil establecer una delimitación clara para el texto propuesto. Es posible que los vs. 27-30 sean una inclusión posterior (= la versión joanina del Getsemaní). De todos modos, la exégesis debe buscar el sentido de la composición final.
El contexto es muy significativo. La unción de Jesús, Lázaro como testigo del poder de Jesús, y la entrada triunfal (con sus posibilidades divergentes para Jesús) remiten a la muerte y la resurrección. Se abre una discrepancia entre el nivel de la culpa humana y el plan salvífico de Dios.
Repaso exegético
Unos griegos buscan a Jesús. No se trata de judíos que hablaban griego (estos se llaman helenistas, Hch 6,1), sino eventualmente de prosélitos, cuyo origen no se indica. Podrían provenir de la Decápolis, de Galilea o de otro lugar. El interés en Jesús ya se había extendido más allá de los círculos judíos. Felipe y Andrés, dos seguidores con nombres griegos, sirven de puente. En el EvJn, Andrés se perfila como una persona que puede dar testimonio en momentos de crisis. Aquí se presenta el desafío de superar la barrera que separaba a los griegos (paganos) de los judíos. El joven cristianismo consideró que la cruz de Cristo derribó ese muro (Ef 2,11-22).
El autor del Evangelio “aprovecha” la ocasión para profundizar un tema teológico central: primero debe acontecer el hecho de la cruz; luego los griegos (y con ellos, toda la humanidad) pueden acercarse plenamente a Jesús. Jesús emplea la imagen del grano de trigo para mostrar la paradoja que consiste en el hecho de que la vida viene a través de la muerte. Pablo usa esta imagen en 1 Co 15,36. Podremos discutir si la imagen es adecuada, ya que en realidad el grano no muere, sino que germina; pero si tomamos la dimensión del “entierro”, la imagen es válida. Aplicada a Jesús, implica que sin su entrega en la cruz, tendríamos tan sólo una personalidad más en la galería de los personajes importantes, como tantos otros, pero sin ningún significado ni poder redentor. Muriendo en la cruz, Jesús nos trajo la reconciliación y la resurrección. Téngase en cuenta que el concepto de sacrificio era extraño a la filosofía griega.
El texto no aclara si los griegos aceptaron la enseñanza de Jesús. Ni siquiera dice si tuvieron la oportunidad de escucharlo directamente.
El v. 25 introduce una segunda paradoja. Este dicho aparece en diferentes lugares en los Sinópticos. Todos amamos y queremos conservar la vida. El suicidio siempre será algo opuesto a la naturaleza del ser humano. Jesús introduce el concepto de la entrega de la vida. Empleando el verbo odiar, construye una oposición durísima entre el seguimiento decidido y lo más querido: la vida. Este dicho de Jesús sólo puede entenderse a partir de su propuesta de fe en él. Quien ama a Jesús, está dispuesto a servirle. Esta reflexión remite a situaciones últimas de elección entre martirio (por la fidelidad a Cristo) y apostasía (por amor a la vida propia). Indica que la vida plena de seguimiento puede significar sufrimiento y muerte. Aún sin esas situaciones límite, significa la muerte del viejo Adán y la vieja Eva en nosotros y el surgimiento diario del nuevo ser que vive en justicia y pureza ante Dios.
En el v. 27, estamos ante una afirmación de la plena humanidad de Jesús. Si bien Juan no relata la experiencia del Getsemaní, es evidente que ésta es su versión de la misma. En ambas versiones, aparece el miedo “instintivo” ante la muerte, pero también la entrega a la voluntad de Dios. Juan da un fuerte revestimiento teológico a las palabras de Jesús.
La combinación redaccional de los vs. 27-30 con la unidad anterior establece un vínculo entre la vida de servicio de los/as seguidores/as de Jesús con la entrega de éste, y retoma lo indicado con la imagen del grano de trigo.
La glorificación remite al hecho de la cruz. El nombre es directamente sinónimo de Dios. La relación íntima entre Jesús y el Padre queda establecida por la voz del cielo (recuérdese la voz de Dios en los relatos sinópticos del bautismo y la transfiguración). Padre e Hijo son uno. El Hijo asume el sacrificio, el Padre lo entrega, pero no lo abandona. En esta entrega se realiza la glorificación.
Con la fórmula príncipe de este mundo queda indicado que Jesús no niega el poder de Satanás, pero proclama la victoria final sobre este enemigo. El Apocalipsis revestirá este anuncio con todo el ropaje de las escenas apocalípticas.
La formulación teológica del v. 32 levantado de la tierra es una referencia a la cruz, no a la ascensión. Aquí estamos ante una versión joanina de los anuncios sinópticos de la pasión. El dicho afirma que la cruz es el único medio que establece el vínculo entre nosotros y el Padre.
Breve reflexión teológica
Los diversos acercamientos a Jesús, expuestos en el capítulo 12, muestran curiosidad, amor, esperanza, confusión, ansiedad y aversión.
El texto para la predicación y el tiempo de cuaresma nos ubican en el contexto de la muerte y la resurrección. Por su parte, el acercamiento de los griegos contiene un germen de la misión mundial, en la que se anunciará la muerte y la resurrección de Jesucristo a todas las naciones.
Ante las expectativas divergentes, Jesús opta por el camino del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En la misma línea está su llamado al discipulado. No promete una vida fácil ni un mundo de alegría y bienestar. Promete sí la renovación en espíritu y verdad. Capacita para la vida y la lucha en este mundo donde hay un príncipe que se opone a la voluntad de Dios. Esa lucha es una cruz.
Para millones de personas, la cruz se ha convertido en un elemento de veneración, un símbolo, una decoración, un objeto de arte, un recuerdo. Pero la cruz nos cuestiona. La Iglesia jamás puede olvidar el escándalo de la cruz. Su único testimonio válido es el de cruz y resurrección. A partir de su fe en este Señor, ella participará en los sufrimientos del mundo y en el dolor de las personas. La cruz de Cristo no se limita al Gólgota ni a la cuaresma, sino que se extiende a todas las cruces de la humanidad a lo largo de toda la historia.
La cruz se opone a la tentación de poder y gloria, que tantas veces alejó a la Iglesia de su misión. El camino de Jesús es el paradigma para el camino de la Iglesia, con sus marcas de servicio y disposición al sufrimiento, pero también de esperanza por la presencia del Señor viviente. Ese camino debe ser el incentivo para buscar a los que sufren y para incluirlos en la comunidad de amor. El seguimiento activo es testimonio en palabra y acción en una sociedad enferma, con problemas de todo tipo: éticos, de educación, económicos, sociales, de corrupción. En este mundo, los/as seguidores/as tienen la misión de ser voz de quienes no tienen voz y de levantar la voz profética de Jesucristo. De ninguna manera estarán libres de dificultades. Es más aún: el seguimiento mismo produce dificultades. Jesús coloca esto en los términos de amar/perder y odiar/guardar la vida.
A nivel personal, este conflicto se da entre lo que nos parece conveniente y cómodo, y la obediencia a Dios. En este proceso, el viejo Adán es el maestro supremo de las excusas.
Posible esquema para la predicación
El discipulado puede comenzar con querer ver y escuchar a Jesús. Jesús, por su parte, nos habla de seguimiento, pasión y glorificación.
Es falsa la alternativa entre “este mundo” y la vida eterna. El escape de este “valle de lágrimas” no mejora nada ni es un ideal de seguimiento. Jesús no huyó del mundo, sino que fue obediente a su Padre hasta el último momento.
Somos seres puestos en relación. Una vida plena sólo se realiza en la mejor relación posible: el amor. El amor abarca el servicio, la entrega, el perdón, la renuncia, la cruz. Cerrarse a estas realizaciones equivale a encerrarse en sí mismo y a “matarse”. Negarse a la comunión es “perder la vida” y “morir”. En cambio, “derrochar” la vida en la vivencia de la comunión, es ganar vida nueva que hallará su pleno cumplimiento en la dimensión de la eternidad.