Juan 1:29-34
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Salmo 40:1-11; Isaías 49,1-7; 1 Corintios 1:1-9; Juan 1:29-34.
Análisis
Juan el Bautista es una bisagra en la historia de la revelación de Dios. Su ministerio es un puente entre el mensaje del Antiguo Testamento y la presencia del Cristo entre nosotros. De allí que diga que este “viene después de mi pero es anterior a mí”, frase a veces enigmática pero que alude justamente a esa condición del Hijo de Dios de ser anterior a todo. Y por esa razón es que Juan es un “preparador” del camino hacia Jesús. Su misión consiste en allanar nuestra senda hacia el salvador. De allí que su bautismo con agua y su predicación centrada en al arrepentimiento llamaban a predisponerse para recibir al Mesías. En cierto sentido la misión de Juan termina con la llegada de Jesús, ya que ahora es él mismo quien “allana” el camino hacia su persona.
El texto que hoy tenemos es riquísimo en símbolos y es imposible agotarlo en una meditación. Teniendo en cuenta que estamos saliendo de la Navidad vamos a enfatizar cuatro aspectos que servirán para estructurar nuestra propuesta de predicación.
1. Jesús venía hacia él (v. 29);
2. Juan no lo conocía (v. 31);
3. El signo del Espíritu Santo (v. 33);
4. Juan lo reconoce y da testimonio (v. 34).
1. Jesús se acerca a nosotros. Así como en la Navidad, el Jesús ahora adulto se acerca a nosotros representados en la figura de Juan. Llega de repente, sin previo aviso, sin publicidad. En determinado momento se hace presente e irrumpe en la historia y en la vida. En ocasiones es posible determinar el momento exacto basándose en una experiencia fuerte de conversión, en otros casos llega lentamente, como un amanecer que reemplaza la noche paulatinamente e instala la luz sin que se pueda precisar su comienzo y su fin. Pero siempre hay una llegada de Jesús a la vida. Nos equivocamos si creemos que podemos provocar esa llegada con nuestros esfuerzos. El siempre está viniendo y es nuestra tozudez la que impide que llegue a nuestra casa. Más bien se trata de tener los ojos dispuestos a ver y los oídos a oír aquello que Dios hace por nosotros. Se nos dice que Juan vio que venía hacia él…
2. No lo conocía. La experiencia de Juan no es distinta de la nuestra. Recibimos a un Jesús que se acerca a nosotros pero no solemos saber de quien se trata. Así encontramos tantos cristianos que se creen los más devotos y no se dan cuenta cuán lejos están de lo que Jesús pide de ellos. También en los testigos de la Navidad se daba esta situación. Ellos celebraban la llegada del salvador, y en eso no se equivocaban, pero el camino que Dios eligió para su Hijo estaba lejos de aquel que la mayoría imaginaba para el Mesías. Pocos o ninguno imaginaba que aquel niño nacía para morir abandonado en una cruz.
Jesús es y será un desconocido hasta que él mismo se revele en nosotros. A diferencia de las figuras públicas que se promocionan, se publicitan y se ofrecen para que las conozcamos y luego compremos sus productos, o los votemos en las elecciones políticas, el Hijo de Dios no utiliza ni necesita esos recursos. El no está interesado en darse a conocer para ganar popularidad ni en vendernos nada. Se entrega libremente y lo único que pide a cambio es la vida. Pero no que le entreguemos la vida en pago, a cambio de algo y así enajenarla de nosotros. Es exactamente al revés. Darle la vida a Cristo es retenerla en nosotros, es enriquecerla con su presencia, es expandirla hasta llegar al prójimo donde él se revela. No darla es dejarla pequeña y débil, sin fuerzas para amar ni para descubrir la imagen de Dios que toda criatura lleva en su cuerpo. Esa es la razón por la que podemos decir que no conocemos a Jesús hasta que él se haga presente en nuestra vida. Podemos tener imágenes propias de Jesús, en ocasiones acomodadas a nuestras apetencias personales: un santo, un defensor de las tradiciones, un rebelde, un curandero, un mago, un líder de masas, un juez… y tantas otras. Pero Jesús es él mismo y no un producto de nuestras proyecciones. Él está afuera nuestro y quiere entrar en nuestra vida.
3. El signo del Espíritu Santo. Juan no lo conocía pero la presencia del Espíritu señalaba su identidad. Se nos dice que bajó “como una paloma” – y de allí el símbolo de la paloma para el Espíritu Santo –, aludiendo al acto de descender, de venir del cielo, de irrumpir sin poder determinar de donde viene con precisión. Es Dios quien “marca” a su Hijo y lo presenta como su elegido para evitar que lo eligiéramos nosotros. De hecho había muchos que se hacían pasar por el Mesías y la gente en su desesperación los seguía porque respondían a sus expectativas de cómo debía ser el enviado de Dios. Eran elegidos por la gente y proclamados como salvadores personales y sociales. Hoy no estamos lejos de esa dinámica, a veces aplicada a personajes que suben y bajan en la escala de popularidad. Pero lo más preocupante es cuando se aplica a Jesús mismo. Esto ocurre cuando el Jesús declamado no coincide con el anunciado en los evangelios. Entonces el Cristo deviene en un objeto de uso: se vende, se venera, se le atribuyen dudosos milagros, se lo invoca como si estuviera a favor de nuestros proyectos…
Contra todo eso, el evangelio nos dice que Dios mismo señaló a su Hijo con claridad y marcó el camino que había de seguir.
4. Lo reconoció y da testimonio de él. Aunque parezca extraño, luego de todo esto Juan – y así nosotros mismos – terminó por darse cuenta que ese que se acercaba era el verdadero salvador. Uno podría preguntarse como sucedió esto y probablemente nos enredaríamos en una maraña de especulaciones. Lo cierto es que la certeza de que estaba ante el que había de venir era total y la reacción inmediata es comenzar a dar testimonio de esa presencia.
¿Se puede dar testimonio de algo que no conocemos? Pensamos que no y por eso es que hablamos de lo que primero hemos experimentado. Dar testimonio es la respuesta natural a reconocer a Jesús. Del mismo modo que contamos aquellas cosas que impactan en nuestra vida, aquellos acontecimientos que hacen mella en nuestros días, así somos llamados a compartir la buena noticia de que Dios habita entre nosotros y quiere ser parte de nuestra historia personal y social. Él tiene un mensaje para la vida de cada uno y un mensaje para la sociedad que conformamos.
Análisis
Juan el Bautista es una bisagra en la historia de la revelación de Dios. Su ministerio es un puente entre el mensaje del Antiguo Testamento y la presencia del Cristo entre nosotros. De allí que diga que este “viene después de mi pero es anterior a mí”, frase a veces enigmática pero que alude justamente a esa condición del Hijo de Dios de ser anterior a todo. Y por esa razón es que Juan es un “preparador” del camino hacia Jesús. Su misión consiste en allanar nuestra senda hacia el salvador. De allí que su bautismo con agua y su predicación centrada en al arrepentimiento llamaban a predisponerse para recibir al Mesías. En cierto sentido la misión de Juan termina con la llegada de Jesús, ya que ahora es él mismo quien “allana” el camino hacia su persona.
El texto que hoy tenemos es riquísimo en símbolos y es imposible agotarlo en una meditación. Teniendo en cuenta que estamos saliendo de la Navidad vamos a enfatizar cuatro aspectos que servirán para estructurar nuestra propuesta de predicación.
1. Jesús venía hacia él (v. 29);
2. Juan no lo conocía (v. 31);
3. El signo del Espíritu Santo (v. 33);
4. Juan lo reconoce y da testimonio (v. 34).
1. Jesús se acerca a nosotros. Así como en la Navidad, el Jesús ahora adulto se acerca a nosotros representados en la figura de Juan. Llega de repente, sin previo aviso, sin publicidad. En determinado momento se hace presente e irrumpe en la historia y en la vida. En ocasiones es posible determinar el momento exacto basándose en una experiencia fuerte de conversión, en otros casos llega lentamente, como un amanecer que reemplaza la noche paulatinamente e instala la luz sin que se pueda precisar su comienzo y su fin. Pero siempre hay una llegada de Jesús a la vida. Nos equivocamos si creemos que podemos provocar esa llegada con nuestros esfuerzos. El siempre está viniendo y es nuestra tozudez la que impide que llegue a nuestra casa. Más bien se trata de tener los ojos dispuestos a ver y los oídos a oír aquello que Dios hace por nosotros. Se nos dice que Juan vio que venía hacia él…
2. No lo conocía. La experiencia de Juan no es distinta de la nuestra. Recibimos a un Jesús que se acerca a nosotros pero no solemos saber de quien se trata. Así encontramos tantos cristianos que se creen los más devotos y no se dan cuenta cuán lejos están de lo que Jesús pide de ellos. También en los testigos de la Navidad se daba esta situación. Ellos celebraban la llegada del salvador, y en eso no se equivocaban, pero el camino que Dios eligió para su Hijo estaba lejos de aquel que la mayoría imaginaba para el Mesías. Pocos o ninguno imaginaba que aquel niño nacía para morir abandonado en una cruz.
Jesús es y será un desconocido hasta que él mismo se revele en nosotros. A diferencia de las figuras públicas que se promocionan, se publicitan y se ofrecen para que las conozcamos y luego compremos sus productos, o los votemos en las elecciones políticas, el Hijo de Dios no utiliza ni necesita esos recursos. El no está interesado en darse a conocer para ganar popularidad ni en vendernos nada. Se entrega libremente y lo único que pide a cambio es la vida. Pero no que le entreguemos la vida en pago, a cambio de algo y así enajenarla de nosotros. Es exactamente al revés. Darle la vida a Cristo es retenerla en nosotros, es enriquecerla con su presencia, es expandirla hasta llegar al prójimo donde él se revela. No darla es dejarla pequeña y débil, sin fuerzas para amar ni para descubrir la imagen de Dios que toda criatura lleva en su cuerpo. Esa es la razón por la que podemos decir que no conocemos a Jesús hasta que él se haga presente en nuestra vida. Podemos tener imágenes propias de Jesús, en ocasiones acomodadas a nuestras apetencias personales: un santo, un defensor de las tradiciones, un rebelde, un curandero, un mago, un líder de masas, un juez… y tantas otras. Pero Jesús es él mismo y no un producto de nuestras proyecciones. Él está afuera nuestro y quiere entrar en nuestra vida.
3. El signo del Espíritu Santo. Juan no lo conocía pero la presencia del Espíritu señalaba su identidad. Se nos dice que bajó “como una paloma” – y de allí el símbolo de la paloma para el Espíritu Santo –, aludiendo al acto de descender, de venir del cielo, de irrumpir sin poder determinar de donde viene con precisión. Es Dios quien “marca” a su Hijo y lo presenta como su elegido para evitar que lo eligiéramos nosotros. De hecho había muchos que se hacían pasar por el Mesías y la gente en su desesperación los seguía porque respondían a sus expectativas de cómo debía ser el enviado de Dios. Eran elegidos por la gente y proclamados como salvadores personales y sociales. Hoy no estamos lejos de esa dinámica, a veces aplicada a personajes que suben y bajan en la escala de popularidad. Pero lo más preocupante es cuando se aplica a Jesús mismo. Esto ocurre cuando el Jesús declamado no coincide con el anunciado en los evangelios. Entonces el Cristo deviene en un objeto de uso: se vende, se venera, se le atribuyen dudosos milagros, se lo invoca como si estuviera a favor de nuestros proyectos…
Contra todo eso, el evangelio nos dice que Dios mismo señaló a su Hijo con claridad y marcó el camino que había de seguir.
4. Lo reconoció y da testimonio de él. Aunque parezca extraño, luego de todo esto Juan – y así nosotros mismos – terminó por darse cuenta que ese que se acercaba era el verdadero salvador. Uno podría preguntarse como sucedió esto y probablemente nos enredaríamos en una maraña de especulaciones. Lo cierto es que la certeza de que estaba ante el que había de venir era total y la reacción inmediata es comenzar a dar testimonio de esa presencia.
¿Se puede dar testimonio de algo que no conocemos? Pensamos que no y por eso es que hablamos de lo que primero hemos experimentado. Dar testimonio es la respuesta natural a reconocer a Jesús. Del mismo modo que contamos aquellas cosas que impactan en nuestra vida, aquellos acontecimientos que hacen mella en nuestros días, así somos llamados a compartir la buena noticia de que Dios habita entre nosotros y quiere ser parte de nuestra historia personal y social. Él tiene un mensaje para la vida de cada uno y un mensaje para la sociedad que conformamos.