JESÚS BEBÉ
0
0
Soy un bebé. Nací pobre pero en un hogar de trabajadores. Estoy rodeado de cariño y cuidados. Me falta de todo, menos amor. Mi mamá es María mi papá José me adoptó como hijo de María que soy. Ellos debieron viajar muchos kilómetros por una decisión política, por el asunto del censo en el cual se deben registrar los súbditos del Imperio Romano. El imperio necesita saber cuántos somos, así organiza mejor los impuestos.
A pesar del largo viaje desde Nazaret hasta Belén, llegué bien, gracias a Dios. El útero de mi mamá fue una cama bien cómoda para mí. Soy una sorpresa para mamá y papá, pues ellos no me esperaban nueve meses atrás. Pero Dios lo quiso así y aquí estoy.
Resulta que no sólo soy una sorpresa para María y José, también lo soy para los peones de campo, los pastores de ganado, que cuidan los rebaños de ovejas durante la noche, cerca de Belén. Ellos son tan pobres como yo, y tan trabajadores como mi mamá y mi papá. Ellos también se alegraron mucho con mi nacimiento, pues no sólo entendieron que un niño más venía al mundo sino que Dios tenía algo especial que compartir con ellos. Parece que mi presencia les despertó esperanza en una situación de vida mejor. Sintieron que valía la pena confiar en Dios. No estaban solos con sus ovejas, Dios los pastoreaba así como ellos a los animales. Dios los podía guiar. Dios los ponía en camino por una vida compartida.
Por si ello fuera poco me vinieron a visitar unos sabios del Oriente, que viajaron mucho más que María y José para llegar a Belén. Son gente muy culta, estudiosos de las estrellas y las matemáticas, de la filosofía y de la historia, asesores de reyes. Ellos también pensaron que valía la pena visitarme y conocerme. ¡Y eso que soy un recién nacido! Quien tiene un corazón dispuesto, aunque esté en una posición social considerada muy importante, no se avergüenza de visitar y acompañar a una familia pobre y humilde como la mía. Encuentran a Dios de esa manera. Es la humildad de los sabios. Es la alegría de los creyentes. Es la amistad con Dios, porque Dios está aquí.
A pesar del largo viaje desde Nazaret hasta Belén, llegué bien, gracias a Dios. El útero de mi mamá fue una cama bien cómoda para mí. Soy una sorpresa para mamá y papá, pues ellos no me esperaban nueve meses atrás. Pero Dios lo quiso así y aquí estoy.
Resulta que no sólo soy una sorpresa para María y José, también lo soy para los peones de campo, los pastores de ganado, que cuidan los rebaños de ovejas durante la noche, cerca de Belén. Ellos son tan pobres como yo, y tan trabajadores como mi mamá y mi papá. Ellos también se alegraron mucho con mi nacimiento, pues no sólo entendieron que un niño más venía al mundo sino que Dios tenía algo especial que compartir con ellos. Parece que mi presencia les despertó esperanza en una situación de vida mejor. Sintieron que valía la pena confiar en Dios. No estaban solos con sus ovejas, Dios los pastoreaba así como ellos a los animales. Dios los podía guiar. Dios los ponía en camino por una vida compartida.
Por si ello fuera poco me vinieron a visitar unos sabios del Oriente, que viajaron mucho más que María y José para llegar a Belén. Son gente muy culta, estudiosos de las estrellas y las matemáticas, de la filosofía y de la historia, asesores de reyes. Ellos también pensaron que valía la pena visitarme y conocerme. ¡Y eso que soy un recién nacido! Quien tiene un corazón dispuesto, aunque esté en una posición social considerada muy importante, no se avergüenza de visitar y acompañar a una familia pobre y humilde como la mía. Encuentran a Dios de esa manera. Es la humildad de los sabios. Es la alegría de los creyentes. Es la amistad con Dios, porque Dios está aquí.
