Introducción al libro de los Hechos de los Apóstoles

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Nos ubicamos en el tiempo posterior a la Pascua acompañando las expectativas de los primeros seguidores de Jesús luego de su muerte y resurrección. ¿Qué sucedería de allí en más y cómo se cumplirían las promesas? Es el tiempo de varias manifestaciones del Señor resucitado, de su ascensión al cielo y de la venida del Espíritu Santo.
En el mes de Mayo seguiremos principalmente el libro de los Hechos, pero conviene revisar también los otros textos que aportan un material muy rico para este tiempo. El Salmo 66 es un Salmo de acción de gracias por las obras maravillosas de Dios, haciendo memoria de la salida de Egipto (v. 6) hasta a liberación de todo tipo de humillación y angustia (vv. 10-12). Afirma el señorío de Dios en el mundo y en la historia, y en esto recuerda a la teología del Segundo Isaías (Is 40-55). La alusión del versículo 9a: “él, que devuelve nuestra alma a la vida”, le ha valido el título de salmo de resurrección y lo ha hecho pertinente para el tiempo pospascual.

El texto de 1 Pedro 3:13-22 compara y relaciona las eventuales persecuciones y sufrimientos de los seguidores de Jesús a causa de la justicia (vv. 13-14), con la muerte y resurrección de Cristo, el justo que murió por los injustos y todos los pecadores (vv. 18-19); y también con Noé, el creyente que construyó el Arca de salvación frente a todos los incrédulos que lo rodeaban (v. 20). Al fin de cuentas, la esperanza está en el obrar bien, aunque haya que padecer las consecuencias (v. 17), y en una buena conciencia por medio de la resurrección de Jesús el Cristo (v. 21), a quien están sujetos los ángeles y los poderes espirituales.

El Evangelio de Juan en el capítulo 14:1-14 nos ubica en la última cena de Jesús con sus discípulos, evocando algunas de sus palabras de despedida y aliento, especialmente en un contexto de incertidumbre y de los anuncios de la traición de Judas y la negación de Pedro. Jesús va a la morada de su Padre a preparar lugar para los suyos (vv. 1-3). La identificación de Jesús con el Padre se muestra en las obras que hace, las cuales también harán aquellos que crean en Jesús (vv. 10-12). Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (v. 6).

El libro de los Hechos conforma una sola gran obra con el Evangelio de Lucas, que podríamos denominar historia de los orígenes de la fe cristiana. Las dos partes probablemente fueron separadas hacia mediados del siglo II cuando se agruparon los cuatro Evangelios. La estrecha relación entre las dos partes se manifiesta en sus prólogos, aspectos literarios y los testimonios tempranos de la tradición.
El autor toma como punto de referencia la historia y las escrituras judías, especialmente la Ley (Torá) y los Profetas. Entonces escribe en primer lugar su Evangelio centrado en la persona de Jesús, quien representa a su vez la fidelidad al Dios de los padres y la novedad de parte de Dios, especialmente para el contexto judío de Palestina. Luego escribe el libro de los Hechos mostrando el comienzo y la rápida difusión de la fe cristiana en la diáspora judía y en el mundo no judío en general.
Un aspecto literario relevante es la estructura concéntrica del itinerario topográfico que se manifiesta en la obra Lucas-Hechos, y cuyo núcleo es la ciudad de Jerusalén. El Evangelio comienza en Galilea, transcurre y sube por Samaria, y culmina en Jerusalén; luego Hechos comienza en Jerusalén, se extiende por Judea y Samaria, y se proyecta hasta lo último de la tierra (Antioquía, Asia Menor, Grecia, Roma).
Lucas, el autor de toda esta obra, parece ser un griego instruido, originario de Antioquía de Siria, con amplios conocimientos del judaísmo y de la Biblia griega. Parece que era médico y que acompañó en varios viajes a Pablo y durante su prisión en Roma (Col 4:14; Flm 24; 2 Tm 4:11).

No hay una fecha exacta de composición, pero si consideramos que la obra de Lucas es posterior al Evangelio de Marcos (mediados de la década del sesenta del primer siglo) y anterior a las persecuciones de Domiciano (94-95 d.C.), esto nos daría un período de tiempo entre las décadas del 70 y 80.

Para el libro de los Hechos, el autor siguió un modelo historiográfico seguramente inspirado en la literatura helenística, con cierto rigor científico, especialmente en lo relativo al tratamiento de las abundantes fuentes de las que dispone para relatar las cosas que no ha visto por sí mismo (por ejemplo discursos de Pedro y de Esteban); pero eso no le impide mostrar cierta admiración por Pablo que es el protagonista principal de su obra. El libro no trata en realidad de los Apóstoles, sino principalmente de Pablo (que no era propiamente uno de los doce), y en parte sobre Pedro, cuyos discursos en líneas generales parecieran coincidir con las ideas de Pablo, particularmente en lo que concierne a la comunión entre judíos y no judíos, y al principio de la salvación por la fe en Cristo que dispensa a los no judíos de la circuncisión y de las observancias mosaicas.

También hay otras cuestiones de fondo que subyacen en el libro de los Hechos. Uno de ellas proviene del mundo judío, de la situación de muchos judíos que eran expulsados de la sinagoga y perseguidos por su propio pueblo; ¿era posible seguir siendo judío y creer en Jesús al mismo tiempo? Es evidente que para Pablo el judío que seguía a Cristo era mejor judío, más completo.
Por otro lado, había griegos y romanos que tenían cierta vinculación e identificación con el Imperio; ¿Sería posible seguir a Cristo y fiel al Imperio al mismo tiempo? Esta última pregunta encuentra en el Pablo de los Hechos una respuesta en general afirmativa, pero las persecuciones posteriores del Imperio van a ir cambiando rápidamente el escenario y también las preguntas.

Conviene recordar que en la época que evoca el libro de los Hechos, no existe todavía una Iglesia constituida y con sentido de universal, sus ministros son aun más profetas y maestros que jefes. El término Iglesia se aplica a las Congregaciones de creyentes o Comunidades de fe locales, que generalmente estaban relacionadas con las sinagogas judías. Dichas comunidades, aunque en transformación, todavía hay que situarlas dentro de la historia de Israel y serían una suerte de secta del judaísmo; no se veían a sí mismas como una nueva religión. Las congregaciones tenían diferentes composiciones y tendencias; se puede reconocer en ellas a judíos tradicionalistas, sobre todo los de la comunidad de Jerusalén; judíos helenizados de Palestina y de la diáspora; y no judíos que pertenecen principalmente a las comunidades paulinas.
Pero este panorama de un judeocristianismo que nos ofrece Lucas en Hechos durante el siglo I se va a ir transformando rápidamente a partir del siglo II, dando como resultado un cristianismo compuesto casi exclusivamente por cristianos de otras naciones o por judíos que habían olvidado su origen. Por otro lado, con las persecuciones la tesis de cierta afinidad entre Roma y Cristo va a desaparecer.

En el libro de los Hechos se ofrece valiosa información sobre la vida y las prácticas de las primeras comunidades que fueron testimonio de Jesús y de su Evangelio: la oración, la comunidad de bienes, el bautismo en agua y en el Espíritu, la comunión, los ministerios de profetas, maestros y presbíteros. Hay discursos valiosos de Pablo, Pedro, Esteban, Santiago; algunas defensas encendidas de Pablo frente a las autoridades tanto judías como romanas. Todo lo relatado en los Hechos se presenta impulsado y dirigido por el Espíritu Santo.

El contenido del libro de Hechos se puede dividir en cuatro partes principales; el testimonio en Jerusalén (1-7), el testimonio a otras naciones (8-15), los viajes de Pablo y las fundaciones paulinas (16-20) y el proceso de Pablo en Jerusalén y en Roma (21-28).

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