Impactados por Cristo
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Lucas 24:13-35
Dos creyentes iban caminando desde Jerusalén hacia una aldea llamada Emaús, de los cuales uno de ellos es mencionado como Cleofás. El camino era largo pero tenían cosas grandiosas y sin entendimiento que contar ya que, en esos días habían estado ocurriendo una serie de cosas inexplicables para el razonamiento humano. Esto sucedió el mismo día de la resurrección de Jesús.
De repente Jesús se acercó y comenzó a caminar con ellos pero “los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen”. Algo sobrenatural había sucedido en el cuerpo de Jesús. Tenía un cuerpo glorificado; pero no era por esto que no lo habían reconocido sino simplemente porque Dios había colocado un velo invisible en los ojos de ellos, para cubrir la identidad de Jesús hasta que llegara el momento de quitárselo de sus ojos, y así ellos pudieran ver a ciencia cierta al Maestro de maestros, al Rey de reyes y Señor de señores.
No era el momento para que ellos conocieran que quien estaba hablando, caminando, compartiendo con ellos era Jesús. Él quería darles una lección y para eso ellos debían tener los ojos oscurecidos para luego caer en cuenta del suceso y podérselo grabar para tenerlo siempre en cuenta.
Jesús comienza la conversación con una pregunta: “¿Qué platicas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?” Rápidamente Jesús les hace dos preguntas, ahora, ¿Sería que él no sabía las respuestas? ¿Qué quería hacer Jesús? Él si sabía las respuestas pero buscaba algo más: que no fuera meramente hablar entre ellos, sino que se dirigieran directamente a Él. Jesús sabía lo que estaban hablando y también sabía por qué estaban tristes. Una gran tristeza se había apoderado no tan sólo de ellos sino de todos los seguidores de Jesús.
A Cleofás le fastidió que ese “forastero” hiciera esa pregunta tan fuera de lógica y le contestó agriamente: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” Observemos que Cleofás también le respondió con una pregunta pero ésta, a diferencia de la que hizo Jesús fue ofensiva, queriendo hacer quedar en ridículo a Jesús como alguien que está en el mundo pero como si no estuviera.
Pero, Jesús, a diferencia nuestra, no le contestó con la misma piedra para hacer quedar mal a Cleofás, porque en su corazón no cabía la venganza, la retaliatividad, el rencor. Jesús no le pagó con la ley del talión: “Ofensa por ofensa” “Herida por herida” ¡Qué enseñanza tan fabulosa nos brinda el Señor!.
Para rematar Jesús hace otra pregunta aparentemente inocente: “¿Qué cosas?” El Señor sabía qué cosas estaban ocurriendo pero quería sacar algo del corazón de ellos. El Señor quería definitivamente cambiar esas personalidades duras, esas respuestas evasivas, esos arranques de incomprensión. El Señor quería hacer una obra grande en esos corazones, porque ellos formarían parte del ejército lleno del Espíritu Santo, que más adelante predicarían el poderoso mensaje de Cristo para salvación a todo aquel que respondiera al llamado.
Esta parece una de esas preguntas que nos hacen nuestros pequeñitos e inocentes hijos y reventamos en cólera y los regañamos y hasta los golpeamos. Sucede que ellos no tienen la mente desarrollada como la de nosotros y muchas veces no entienden lo que nosotros entendemos y queremos que así como nosotros sean también ellos.
Pero Dios golpea fuertemente esa actitud nuestra con semejantes preguntas, pero eso sucede únicamente cuando nuestro corazón no ha sido transformado, cuando no hay un cambio en nuestras vidas, cuando no queremos apartar la arrogancia, el orgullo y la altivez. Y Dios no queriendo que nos perdamos pues suscita una serie de cosas y sucesos en nuestras vidas para cambiarnos, para aplastar esa vieja personalidad que todavía está allí bien fuertemente arraigada en mi vida. Pero Dios no nos quiere así, de esa forma es imposible que le sirvamos. ¿Cómo voy a elevar a alguien por encima de mí, si yo estoy por el suelo?
He visto personas que son profesionales, que ostentan un título y en sus despachos exhiben un cuadro con el diploma de su triunfo, pero en el trato con sus hijos, con sus familias, con sus semejantes demuestran lo contrario al vejar, imponer sus reglas y someter bajo sus pies a los demás creyéndose dioses. A esta gente es que Dios golpea fuertemente para que dejen sus orgullos, sus tiranías, sus imposiciones, etc. Estamos hablando de gentes que van a un templo, que van a un local para, supuestamente, alabar a Dios pero realmente están tan lejos del Señor como lo estaban estos dos discípulos que iban camino a Emaús. Ellos habían estado con Jesús, posiblemente tres años, Jesús había dado todo por ellos, pero ellos no le conocieron. Ellos no experimentaron hasta ese momento la vida de Jesús en sus vidas.
Continuando con el tema, ellos comenzaron a relatarle a Jesús los acontecimientos, todo el relato iba muy bien hasta que llegaron a cierto punto: “Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel” ¿Qué les parece esto, hermanos? ¿ESPERÁBAMOS? ¿Qué el ÉRA? ¿El que HABÍA? Esto No podía estar pasando. Era una realidad la que estaba comprobando Jesús. Ellos no habían creído en todo lo que él les había dicho. Ellos sentían que habían puesto toda su confianza y esperanza en ese Mesías que, aparentemente, los había defraudado habiéndose dejado matar.
El concepto del mesianismo que ellos tenían no era el concepto que tenía Dios. Ellos esperaban a un Mesías que los libertara del Imperio Romano y de todos sus enemigos, pero la idea que tenía Dios concebida era libertar no tan solo a los judíos sino a toda la humanidad de la esclavitud del pecado y de Satanás. Pero esto lo sabemos nosotros hoy, para ellos era imposible saber estas cosas ya que, Dios lo había ocultado del entendimiento de todos sus seguidores.
Ya estaba llegando el momento de que el misterio fuera revelado pero, mientras tanto, Jesús estaba preparando el terreno para la revelación del evangelio glorioso de salvación para toda la humanidad. Jesús ni siquiera pensó: ¡Perdí mi trabajo! ¡Perdí tres años de mi vida con esta gente incrédula! ¡Los hubiera dedicado más bien a otro pueblo que realmente valiera la pena! ¡Todo ha sido en vano! ¡Hoy estoy comprobando que no valió la pena! Estas cosas las pensamos somos nosotros porque a Jesús no se le ocurrió pensar en esto. Él sabía que había sembrado su vida, su sangre como la “semilla que muere” para darle vida a un precioso árbol.
Amado obrero que estás sirviendo en la viña del Señor, estas palabras son para ti. Cuando venga Satanás a poner en tu mente estas frases, repréndelo en el poderoso nombre de Jesús, porque si realmente Dios te ha puesto en la obra, pues Él mismo es el que va hacer crecer la obra, Él mismo va a tocar a otros para la provisión; pero si realmente Dios no te ha puesto pues es hora de entregarle la obra al Señor porque no te va a respaldar.
Con dolor veo hoy iglesias que tienen cinco, diez, quince, veinte años de fundadas y no se ve el crecimiento; y muchas veces la principal causa es que tienen un líder sordo que no oye cuando la oveja le trae un mensaje del Señor; porque su concepto es que si Dios tiene algo que decirle no tiene porque estar utilizando ovejas para traerle el mensaje, tiene Dios que dárselo directamente. ¡Qué insensatez! Dios hace como él quiere y “obra por sendas misteriosas” “hay caminos que al hombre le parecen derechos pero su fin es camino de muerte”.
Es hora de entregar, se hace mejor entregando si esta es la circunstancia que quedándose porque lo que vamos hacer es una tiranía y la gente no va a llegar porque simplemente el Señor no va a añadir. Las ovejas son del Señor y realmente es Él quien las añade, es Él quien las atrae “con lazos de amor”. Dice en Hechos 2:47 “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” Verdaderamente, es el Señor quien lo hace porque no es nuestra elocuencia ni nuestra sabiduría sino sólo el poder absoluto y único de nuestro Dios soberano.
Jesús les dice: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho¡ ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?" A partir de aquí el Señor empieza a correr el velo de sus ojos. Él comenzó a relatarles las cosas que decían las Escrituras acerca del Mesías pero sin descubrirse todavía ante sus ojos. Ya el entendimiento de ellos había comenzado a funcionar como el Señor había dispuesto, lo que faltaba era que le abriera sus ojos para que supieran verdaderamente quién era el que hablaba con ellos, pero “todo tiene su tiempo” ¿Qué hubiera hecho alguno de nosotros en el caso de Jesús? Pues no nos aguantamos mucho y enseguida revelamos el secreto en el tiempo que creemos conveniente pero que casi nunca coincide con el tiempo de Dios.
Jesús “hizo como que iba más lejos” pero él sabía que lo iban a llamar. Fijémonos una cosa, Jesús no hizo esto por conveniencia personal, tampoco para conseguir algo de ellos para su disfrute. Posiblemente en nuestros corazones se mueva algo parecido y es algo que nosotros debemos dejar, y es el hacer las cosas para nuestra conveniencia. Muchas veces tenemos dinero en nuestros bolsillos pero hacemos como que no tenemos para que nos den, pues el Señor aborrece esta práctica en sus hijos y permitirá Dios que no nos alcance ese dinero que, ahora es más porque ¡me dieron una bendición¡ ¡mentira del diablo! Son simples trampas para mover el sentimiento de los demás.
Finalmente Jesús se quedó con ellos. Para los discípulos el “forastero” se quedaba porque ya era de noche, pero Jesús sabía realmente que se quedaba porque les iba a dar una explosiva lección que jamás olvidarían. Se acercaba el momento del gran impacto.
Jesús se sienta a la mesa con ellos para comer. Pero sucedió algo que no era costumbre en esa tierra. El “forastero” era el invitado y no debía hacer lo que hizo: “Tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio”. ¿Quién le dio el derecho al “forastero” de hacer eso? ¡Dios! ¡Sólo Dios puede hacer eso!.
Y, de repente, sucedió: “Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista” ¡Qué impresión tan fuerte se llevaron! Ya habían entendido lo del Mesías pero ahora, esto era algo que nunca les había acontecido. Estaban contemplando la gloria del Señor. Jesús estaba allí pero, para ellos no era Jesús sino “un forastero”. El Maestro había estado con ellos caminando por horas y ellos no lo habían reconocido. No sabían que el consumador de la fe había estado compartiendo con ellos, amándolos a pesar de sus sarcasmos, a pesar de sus dudas e incredulidades, a pesar de que lo tomaron como un ignorante. ¡Jesús los amó! Jesús no es el chiquillo que somos muchas veces nosotros, que cualquier cosa que nos diga alguien no nos cae bien y le respondemos tal como nos respondió esa persona. Cualquier cosita por mínima que sea nos hace incomodar. Esto no es de Dios y tampoco quiere que esté en nosotros y es justamente por eso que muchas veces nos toca fuertemente esa parte para quitarla de nosotros.
Las vidas de esos discípulos fueron impactadas tremendamente. Ellos sufrieron un impacto que tal vez nunca habían experimentado. Yo lo comparo con el choque de un proyectil cuando da en el blanco o cuando dos vehículos chocan de frente. Para ellos, este incidente dejó una huella o señal que nunca olvidarían. ¿Cómo olvidar ese encuentro tan único y personal con Jesús que nunca más se repetiría?. Fue un efecto o impresión tan intensa en sus vidas que ya no volverían a ser los mismos de antes. Ya no iban a ser personas pesimistas, sin animo, sin esperanza porque el Señor se hizo realidad en ellos.
“Les fueron abiertos los ojos” ¡Qué maravilloso es el Señor! Las escamas cayeron de sus ojos. Había llegado el tiempo de Dios hacerles ver que era Él mismo en persona quien estaba allí mismo con ellos. En ese momento descubrieron lo que está cerrado u oculto a sus ojos. Se descorrió el cerrojo de la revelación. Quedó al descubierto la realidad viviente de Jesús. Se rompió o despegó el sobre de la carta que es Cristo el Mesías verdadero. Se grabó o esculpió en sus corazones la gran lección del día. Se despertó en ellos las ganas de comer la carne y la sangre del Hijo de Dios. Se venció, apartó o destruyó el obstáculo que los separaba o cerraba para disfrutar plenamente de la vida de Jesús. Salió la flor del capullo; la mariposa de la envoltura; el sol en el horizonte; el niño del vientre; el diente de leche de la encía blanda. Todo esto crea impactos en alguna parte.
Ahora experimentarían a un Cristo vivo y no muerto, a un Cristo glorificado y no terrenal, a un Cristo poderoso y no débil.
El entendimiento de los discípulos se esparció al ocupar un mayor espacio. ¡Qué glorioso es nuestro Dios! Es algo que no podemos comparar con nada de este mundo. Dios tiene sus formas de hacer las cosas y nosotros debemos dejarnos mover por Él. Estos discípulos jamás olvidarían que tuvieron este encuentro con Jesús y en sus predicaciones pues siempre estaría esta experiencia tan real.
Fue tanto el impacto que sufrieron sus vidas que se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Los corazones de ellos estaban en llamas, encendidos y quemándose. Estaban muy agitados por una pasión que al momento no entendían. Ellos no sabían lo que estaba ocurriendo en sus corazones pero Dios si sabía lo que estaba haciendo. Se estaba gestando una revolución muy dentro de ellos. La revolución de vivir una experiencia real con el Maestro y a través de ella quedarían marcados para siempre. Esos corazones iban a explotar porque las mentes de ellos no comprendían lo que estaba pasando mientras sus corazones experimentaban la realidad de la Palabra cuando se estrella y da en el blanco. No había coordinación entre la mente y el corazón y Dios quería establecer esa conexión. Él quería enseñarles a que reconocieran lo que era de Él pero a través del contacto directo, a través de la experiencia.
Ellos ya habían oído que Jesús había resucitado: “22 Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; 23 y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. 24 Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.” Las mujeres creyeron porque fueron convencidas por Dios de que Jesús realmente había resucitado, pero estos dos discípulos no creían y se necesitaba que Dios les imprimiera con un fuerte impacto en sus vidas y era que Jesús era real y estaba presente, aún cuando ellos no lo reconocieron al momento.
Ellos, impactados por el poder de Dios que no conocían pero a partir de allí experimentarían a diario, siendo de noche volvieron a Jerusalén para encontrarse con los once discípulos. Fue tan grande el impacto que no esperaron la luz del día para partir porque necesitaban entregar el mensaje: “Hemos reconocido al Señor”. Realmente ellos estaban volviendo a conocer al Señor pero esta vez en una forma profunda, en una forma espiritual.
Y, precisamente es esto lo que Dios quiere de nosotros. Ya basta de conocer a un Cristo histórico, a un Cristo bíblico, Dios quiere que verdaderamente conozcamos a ese Cristo maravilloso, a ese Cristo que se le apareció y transformó a Pablo. Él quiere que Su vida sea nuestra vida. Ya basta de seguir viviendo en nuestras fuerzas, en nuestros sentimientos, en nuestras emociones. Vivamos la vida de Dios en nosotros. Experimentemos Su vida en nosotros. Dejemos que esa vida fluya muy dentro de nosotros y armémonos de la realidad de Cristo viviendo en nosotros. ¡Que la vida de Cristo se manifieste cada momento en nuestras vidas!. ¡Amén!.
Dos creyentes iban caminando desde Jerusalén hacia una aldea llamada Emaús, de los cuales uno de ellos es mencionado como Cleofás. El camino era largo pero tenían cosas grandiosas y sin entendimiento que contar ya que, en esos días habían estado ocurriendo una serie de cosas inexplicables para el razonamiento humano. Esto sucedió el mismo día de la resurrección de Jesús.
De repente Jesús se acercó y comenzó a caminar con ellos pero “los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen”. Algo sobrenatural había sucedido en el cuerpo de Jesús. Tenía un cuerpo glorificado; pero no era por esto que no lo habían reconocido sino simplemente porque Dios había colocado un velo invisible en los ojos de ellos, para cubrir la identidad de Jesús hasta que llegara el momento de quitárselo de sus ojos, y así ellos pudieran ver a ciencia cierta al Maestro de maestros, al Rey de reyes y Señor de señores.
No era el momento para que ellos conocieran que quien estaba hablando, caminando, compartiendo con ellos era Jesús. Él quería darles una lección y para eso ellos debían tener los ojos oscurecidos para luego caer en cuenta del suceso y podérselo grabar para tenerlo siempre en cuenta.
Jesús comienza la conversación con una pregunta: “¿Qué platicas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?” Rápidamente Jesús les hace dos preguntas, ahora, ¿Sería que él no sabía las respuestas? ¿Qué quería hacer Jesús? Él si sabía las respuestas pero buscaba algo más: que no fuera meramente hablar entre ellos, sino que se dirigieran directamente a Él. Jesús sabía lo que estaban hablando y también sabía por qué estaban tristes. Una gran tristeza se había apoderado no tan sólo de ellos sino de todos los seguidores de Jesús.
A Cleofás le fastidió que ese “forastero” hiciera esa pregunta tan fuera de lógica y le contestó agriamente: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” Observemos que Cleofás también le respondió con una pregunta pero ésta, a diferencia de la que hizo Jesús fue ofensiva, queriendo hacer quedar en ridículo a Jesús como alguien que está en el mundo pero como si no estuviera.
Pero, Jesús, a diferencia nuestra, no le contestó con la misma piedra para hacer quedar mal a Cleofás, porque en su corazón no cabía la venganza, la retaliatividad, el rencor. Jesús no le pagó con la ley del talión: “Ofensa por ofensa” “Herida por herida” ¡Qué enseñanza tan fabulosa nos brinda el Señor!.
Para rematar Jesús hace otra pregunta aparentemente inocente: “¿Qué cosas?” El Señor sabía qué cosas estaban ocurriendo pero quería sacar algo del corazón de ellos. El Señor quería definitivamente cambiar esas personalidades duras, esas respuestas evasivas, esos arranques de incomprensión. El Señor quería hacer una obra grande en esos corazones, porque ellos formarían parte del ejército lleno del Espíritu Santo, que más adelante predicarían el poderoso mensaje de Cristo para salvación a todo aquel que respondiera al llamado.
Esta parece una de esas preguntas que nos hacen nuestros pequeñitos e inocentes hijos y reventamos en cólera y los regañamos y hasta los golpeamos. Sucede que ellos no tienen la mente desarrollada como la de nosotros y muchas veces no entienden lo que nosotros entendemos y queremos que así como nosotros sean también ellos.
Pero Dios golpea fuertemente esa actitud nuestra con semejantes preguntas, pero eso sucede únicamente cuando nuestro corazón no ha sido transformado, cuando no hay un cambio en nuestras vidas, cuando no queremos apartar la arrogancia, el orgullo y la altivez. Y Dios no queriendo que nos perdamos pues suscita una serie de cosas y sucesos en nuestras vidas para cambiarnos, para aplastar esa vieja personalidad que todavía está allí bien fuertemente arraigada en mi vida. Pero Dios no nos quiere así, de esa forma es imposible que le sirvamos. ¿Cómo voy a elevar a alguien por encima de mí, si yo estoy por el suelo?
He visto personas que son profesionales, que ostentan un título y en sus despachos exhiben un cuadro con el diploma de su triunfo, pero en el trato con sus hijos, con sus familias, con sus semejantes demuestran lo contrario al vejar, imponer sus reglas y someter bajo sus pies a los demás creyéndose dioses. A esta gente es que Dios golpea fuertemente para que dejen sus orgullos, sus tiranías, sus imposiciones, etc. Estamos hablando de gentes que van a un templo, que van a un local para, supuestamente, alabar a Dios pero realmente están tan lejos del Señor como lo estaban estos dos discípulos que iban camino a Emaús. Ellos habían estado con Jesús, posiblemente tres años, Jesús había dado todo por ellos, pero ellos no le conocieron. Ellos no experimentaron hasta ese momento la vida de Jesús en sus vidas.
Continuando con el tema, ellos comenzaron a relatarle a Jesús los acontecimientos, todo el relato iba muy bien hasta que llegaron a cierto punto: “Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel” ¿Qué les parece esto, hermanos? ¿ESPERÁBAMOS? ¿Qué el ÉRA? ¿El que HABÍA? Esto No podía estar pasando. Era una realidad la que estaba comprobando Jesús. Ellos no habían creído en todo lo que él les había dicho. Ellos sentían que habían puesto toda su confianza y esperanza en ese Mesías que, aparentemente, los había defraudado habiéndose dejado matar.
El concepto del mesianismo que ellos tenían no era el concepto que tenía Dios. Ellos esperaban a un Mesías que los libertara del Imperio Romano y de todos sus enemigos, pero la idea que tenía Dios concebida era libertar no tan solo a los judíos sino a toda la humanidad de la esclavitud del pecado y de Satanás. Pero esto lo sabemos nosotros hoy, para ellos era imposible saber estas cosas ya que, Dios lo había ocultado del entendimiento de todos sus seguidores.
Ya estaba llegando el momento de que el misterio fuera revelado pero, mientras tanto, Jesús estaba preparando el terreno para la revelación del evangelio glorioso de salvación para toda la humanidad. Jesús ni siquiera pensó: ¡Perdí mi trabajo! ¡Perdí tres años de mi vida con esta gente incrédula! ¡Los hubiera dedicado más bien a otro pueblo que realmente valiera la pena! ¡Todo ha sido en vano! ¡Hoy estoy comprobando que no valió la pena! Estas cosas las pensamos somos nosotros porque a Jesús no se le ocurrió pensar en esto. Él sabía que había sembrado su vida, su sangre como la “semilla que muere” para darle vida a un precioso árbol.
Amado obrero que estás sirviendo en la viña del Señor, estas palabras son para ti. Cuando venga Satanás a poner en tu mente estas frases, repréndelo en el poderoso nombre de Jesús, porque si realmente Dios te ha puesto en la obra, pues Él mismo es el que va hacer crecer la obra, Él mismo va a tocar a otros para la provisión; pero si realmente Dios no te ha puesto pues es hora de entregarle la obra al Señor porque no te va a respaldar.
Con dolor veo hoy iglesias que tienen cinco, diez, quince, veinte años de fundadas y no se ve el crecimiento; y muchas veces la principal causa es que tienen un líder sordo que no oye cuando la oveja le trae un mensaje del Señor; porque su concepto es que si Dios tiene algo que decirle no tiene porque estar utilizando ovejas para traerle el mensaje, tiene Dios que dárselo directamente. ¡Qué insensatez! Dios hace como él quiere y “obra por sendas misteriosas” “hay caminos que al hombre le parecen derechos pero su fin es camino de muerte”.
Es hora de entregar, se hace mejor entregando si esta es la circunstancia que quedándose porque lo que vamos hacer es una tiranía y la gente no va a llegar porque simplemente el Señor no va a añadir. Las ovejas son del Señor y realmente es Él quien las añade, es Él quien las atrae “con lazos de amor”. Dice en Hechos 2:47 “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” Verdaderamente, es el Señor quien lo hace porque no es nuestra elocuencia ni nuestra sabiduría sino sólo el poder absoluto y único de nuestro Dios soberano.
Jesús les dice: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho¡ ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?" A partir de aquí el Señor empieza a correr el velo de sus ojos. Él comenzó a relatarles las cosas que decían las Escrituras acerca del Mesías pero sin descubrirse todavía ante sus ojos. Ya el entendimiento de ellos había comenzado a funcionar como el Señor había dispuesto, lo que faltaba era que le abriera sus ojos para que supieran verdaderamente quién era el que hablaba con ellos, pero “todo tiene su tiempo” ¿Qué hubiera hecho alguno de nosotros en el caso de Jesús? Pues no nos aguantamos mucho y enseguida revelamos el secreto en el tiempo que creemos conveniente pero que casi nunca coincide con el tiempo de Dios.
Jesús “hizo como que iba más lejos” pero él sabía que lo iban a llamar. Fijémonos una cosa, Jesús no hizo esto por conveniencia personal, tampoco para conseguir algo de ellos para su disfrute. Posiblemente en nuestros corazones se mueva algo parecido y es algo que nosotros debemos dejar, y es el hacer las cosas para nuestra conveniencia. Muchas veces tenemos dinero en nuestros bolsillos pero hacemos como que no tenemos para que nos den, pues el Señor aborrece esta práctica en sus hijos y permitirá Dios que no nos alcance ese dinero que, ahora es más porque ¡me dieron una bendición¡ ¡mentira del diablo! Son simples trampas para mover el sentimiento de los demás.
Finalmente Jesús se quedó con ellos. Para los discípulos el “forastero” se quedaba porque ya era de noche, pero Jesús sabía realmente que se quedaba porque les iba a dar una explosiva lección que jamás olvidarían. Se acercaba el momento del gran impacto.
Jesús se sienta a la mesa con ellos para comer. Pero sucedió algo que no era costumbre en esa tierra. El “forastero” era el invitado y no debía hacer lo que hizo: “Tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio”. ¿Quién le dio el derecho al “forastero” de hacer eso? ¡Dios! ¡Sólo Dios puede hacer eso!.
Y, de repente, sucedió: “Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista” ¡Qué impresión tan fuerte se llevaron! Ya habían entendido lo del Mesías pero ahora, esto era algo que nunca les había acontecido. Estaban contemplando la gloria del Señor. Jesús estaba allí pero, para ellos no era Jesús sino “un forastero”. El Maestro había estado con ellos caminando por horas y ellos no lo habían reconocido. No sabían que el consumador de la fe había estado compartiendo con ellos, amándolos a pesar de sus sarcasmos, a pesar de sus dudas e incredulidades, a pesar de que lo tomaron como un ignorante. ¡Jesús los amó! Jesús no es el chiquillo que somos muchas veces nosotros, que cualquier cosa que nos diga alguien no nos cae bien y le respondemos tal como nos respondió esa persona. Cualquier cosita por mínima que sea nos hace incomodar. Esto no es de Dios y tampoco quiere que esté en nosotros y es justamente por eso que muchas veces nos toca fuertemente esa parte para quitarla de nosotros.
Las vidas de esos discípulos fueron impactadas tremendamente. Ellos sufrieron un impacto que tal vez nunca habían experimentado. Yo lo comparo con el choque de un proyectil cuando da en el blanco o cuando dos vehículos chocan de frente. Para ellos, este incidente dejó una huella o señal que nunca olvidarían. ¿Cómo olvidar ese encuentro tan único y personal con Jesús que nunca más se repetiría?. Fue un efecto o impresión tan intensa en sus vidas que ya no volverían a ser los mismos de antes. Ya no iban a ser personas pesimistas, sin animo, sin esperanza porque el Señor se hizo realidad en ellos.
“Les fueron abiertos los ojos” ¡Qué maravilloso es el Señor! Las escamas cayeron de sus ojos. Había llegado el tiempo de Dios hacerles ver que era Él mismo en persona quien estaba allí mismo con ellos. En ese momento descubrieron lo que está cerrado u oculto a sus ojos. Se descorrió el cerrojo de la revelación. Quedó al descubierto la realidad viviente de Jesús. Se rompió o despegó el sobre de la carta que es Cristo el Mesías verdadero. Se grabó o esculpió en sus corazones la gran lección del día. Se despertó en ellos las ganas de comer la carne y la sangre del Hijo de Dios. Se venció, apartó o destruyó el obstáculo que los separaba o cerraba para disfrutar plenamente de la vida de Jesús. Salió la flor del capullo; la mariposa de la envoltura; el sol en el horizonte; el niño del vientre; el diente de leche de la encía blanda. Todo esto crea impactos en alguna parte.
Ahora experimentarían a un Cristo vivo y no muerto, a un Cristo glorificado y no terrenal, a un Cristo poderoso y no débil.
El entendimiento de los discípulos se esparció al ocupar un mayor espacio. ¡Qué glorioso es nuestro Dios! Es algo que no podemos comparar con nada de este mundo. Dios tiene sus formas de hacer las cosas y nosotros debemos dejarnos mover por Él. Estos discípulos jamás olvidarían que tuvieron este encuentro con Jesús y en sus predicaciones pues siempre estaría esta experiencia tan real.
Fue tanto el impacto que sufrieron sus vidas que se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Los corazones de ellos estaban en llamas, encendidos y quemándose. Estaban muy agitados por una pasión que al momento no entendían. Ellos no sabían lo que estaba ocurriendo en sus corazones pero Dios si sabía lo que estaba haciendo. Se estaba gestando una revolución muy dentro de ellos. La revolución de vivir una experiencia real con el Maestro y a través de ella quedarían marcados para siempre. Esos corazones iban a explotar porque las mentes de ellos no comprendían lo que estaba pasando mientras sus corazones experimentaban la realidad de la Palabra cuando se estrella y da en el blanco. No había coordinación entre la mente y el corazón y Dios quería establecer esa conexión. Él quería enseñarles a que reconocieran lo que era de Él pero a través del contacto directo, a través de la experiencia.
Ellos ya habían oído que Jesús había resucitado: “22 Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; 23 y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. 24 Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.” Las mujeres creyeron porque fueron convencidas por Dios de que Jesús realmente había resucitado, pero estos dos discípulos no creían y se necesitaba que Dios les imprimiera con un fuerte impacto en sus vidas y era que Jesús era real y estaba presente, aún cuando ellos no lo reconocieron al momento.
Ellos, impactados por el poder de Dios que no conocían pero a partir de allí experimentarían a diario, siendo de noche volvieron a Jerusalén para encontrarse con los once discípulos. Fue tan grande el impacto que no esperaron la luz del día para partir porque necesitaban entregar el mensaje: “Hemos reconocido al Señor”. Realmente ellos estaban volviendo a conocer al Señor pero esta vez en una forma profunda, en una forma espiritual.
Y, precisamente es esto lo que Dios quiere de nosotros. Ya basta de conocer a un Cristo histórico, a un Cristo bíblico, Dios quiere que verdaderamente conozcamos a ese Cristo maravilloso, a ese Cristo que se le apareció y transformó a Pablo. Él quiere que Su vida sea nuestra vida. Ya basta de seguir viviendo en nuestras fuerzas, en nuestros sentimientos, en nuestras emociones. Vivamos la vida de Dios en nosotros. Experimentemos Su vida en nosotros. Dejemos que esa vida fluya muy dentro de nosotros y armémonos de la realidad de Cristo viviendo en nosotros. ¡Que la vida de Cristo se manifieste cada momento en nuestras vidas!. ¡Amén!.