Ilustración y reflexión: la señal del jacarandá

En el frente de mi casa hay dos jacarandáes. Son árboles muy añosos. Cuando compramos la casa, esos árboles ya eran viejos. Dan una flor preciosa durante la primavera.

Hace unos años, durante el invierno, los podamos porque habían crecido mucho y sus ramas generaban problemas en el desagüe del techo de nuestra casa. Cuando  llegó la primavera, los otros jacarandáes del barrio se llenaron de flores, pero nuestros jacarandáes, ni siquiera tenían hojas, solo ramas sin vida. Me lamenté mucho. 

• ¿Qué habrá sucedido? ¿El podador hizo mal su trabajo?

Miraba los árboles sin hojas ni flores y sufría pensando en que iba a tener que cortarlos.

Fue en ese tiempo en que un domingo fui a la iglesia en la que me congrego hace años.  Me sentí muy decepcionado porque la asistencia al culto del domingo era cada vez menor. No fue algo que sucedió solo ese domingo, hacía tiempo que era muy poca la gente que asistía. Viendo la iglesia, me acordé de los jacarandáes de mi casa. Iglesia y jacarandáes, sin hojas, ramas sin vida. ¿Será que llegó el tiempo de que sean cortados?

Con esos tristes pensamientos en mi corazón volvimos a casa. Cuando estaba por entrar el auto en el garage, vi que en algunas ramas de los jacarandáes de mi casa, empezaban a brotar pequeñas hojas verdes. ¡Estaban vivos!

Entendí en ese momento, que el Señor me estaba regalando una señal. La iglesia todavía estaba viva y era cuestión de tiempo en que empiecen a aparecer las hojitas verdes y las flores.

En las siguientes semanas, los jacarandáes se llenaron de hojas y en febrero dieron sus hermosas flores.  Los árboles que parecían muertos, estaban vivos y floreciendo.  

Lo mismo sucedió con la iglesia, con el paso del tiempo se empezaron a ver los primeros signos de que estaba viva, y comenzó a crecer.

Oración: Gracias Señor de la iglesia, porque trabajaste en nuestra tierra, la abonaste, y tuviste paciencia con nosotros. ¡Hermosos son los frutos que nos has regalado!  Amén.