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Ilustración y reflexión: la canal.

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Cualquier caminata que quisiéramos realizar hacia la montaña, tenía necesariamente que contar con la necesidad de encontrar el vado para cruzar las acequias, que estaban celosamente custodiadas por las zarzamoras. Era inútil buscar por otro lado. Las acequias servían normalmente de límites entre los terrenos, y aquella muralla atrincherada de espinas pequeñas, guardaba las propiedades mejor que cualquier muro de piedra medieval. Además, el uso de esa vena de agua estaba regulado por una estricta legislación, cuyo cumplimiento estaba a cargo de la persona elegida por los mismos vecinos, con la autoridad necesaria para hacerla cumplir. Estaba prolijamente controlada la toma para cada parcela, y los horarios en que se podía disponer del agua.

Años más tarde, en una visita a los pueblos galeses del Chubut, me volví a encontrar con las acequias. Y fue allí donde me contaron una particularidad que me hizo reflexionar sobre un aspecto que no conocía. Y es la necesidad de limpiarlas para que su caudal no sea ilusorio sino real.

Porque puede suceder que una acequia vaya llena de agua, pero que su caudal no sea el que uno se imagina. Sobre todo sucede en los canales grandes, que son los centrales y que provienen directamente del río que las alimenta. Porque con el tiempo van ingresando a la canal derrumbes de tierra, o ramas que caen y la corriente arrastra quedando finalmente varadas en el fondo. Y allí se acumulan muchas cosas. Incluso puede suceder que se arrojen a la acequia objetos en desuso, y hasta objetos que se quiere hacer desaparecer. Y todo está, aunque no se vea. Y lo que es peor, bloquean el curso del agua y disminuyen sensiblemente su caudal.

Por eso la autoridad comunal establece en el año una semana (justo antes de la primavera) en que se cierra la toma principal y se deja en seco a los canales. Y en esos días, se los limpia con esmero, retirando de su cauce todo lo que pueda frenar el curso del agua. Y allí aparecen las cosas más extrañas, y que nadie hubiera imaginado que estarían: cocinas viejas, calefones herrumbrados, el esqueleto de alguna moto, algún animalito muerto, ramas a montones y sobre todo una inmensa variedad de residuos de plástico que no se disuelven ni se descomponen. Todo eso estaba dentro del cauce, pero no se lo veía. Cuando uno miraba la acequia desbordante de líquido pensaba que su caudal corría en plenitud. Pero no era verdad. Todo eso oculto frenaba la corriente y luego el efecto se manifestaría en las acequias menores que no tendrían el agua suficiente como para regar todo lo necesario.

La municipalidad se encarga de limpiar los canales mayores que son comunes a todos, y cada propietario tiene que hacer el mismo trabajo en los canales menores que entran en sus propiedades. Para eso se establecen esos días en los que se suspende la vida normal en las acequias. Son como una especie de parate en la vida ordinaria, a fin de que suspendiendo lo urgente, uno pueda mirar el fondo de las cosas y darse cuenta de lo real y necesario. Si esto se hace, en la primavera que se aproxima, cada uno tendrá el agua suficiente, sin dejarse engañar por las acequias llenas, pero que en el fondo de sus cauces esconden aquello que impide que la vida sea plena.

¿No sería bueno que cada comunidad y cada persona tuviera cada tanto algo parecido en su vida? De esta manera se podría mirar el fondo de nuestra rutina diaria, sacando de allí todo aquello que no deja correr con libertad la riqueza de nuestra vida... o de la gracia de Dios.

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