Hechos 7:55-60
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Salmo 31:1-5.15-16; Hechos 7:55-60; 1 Pedro 2:2-10; Juan 14:1-14
Análisis del texto
No siempre la palabra de Dios, como fruto del Espíritu (el tema de los domingos anteriores) dio los resultados esperados de 3000 personas bautizadas y sobre todo, personas convertidas a Cristo. Nuestro texto de este domingo es uno de los ejemplos lucanos de cuando esa Palabra no logra romper la costra que recubre al “corazón” y no logra llegar a éste. En la antropología bíblica, el corazón es el sitio de las decisiones, no del enamoramiento. La palabra de Dios que, en el día de Pentecostés logró hacer a unos/as muy valientes y a otros/as muy contritos/as, de modo que preguntaron “¿Qué debemos hacer?”, esa palabra no logró convencer al Consejo que enfrentó a Esteban, ni a la multitud que acompañó el proceso, de que lo que decía era de Dios: “Sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él” (Hch 7:54). Por eso gritan fuerte y se tapan los oídos, para no escuchar blasfemias (v. 57).
Esta narración mezcla elementos propios de un juicio, tales como el Consejo y los testigos que luego apedrean a Esteban, con elementos propios de un linchamiento por parte de una multitud, tales como abalanzarse sobre él al no gustarles sus palabras, arrastrarlo fuera de la ciudad y comenzar a apedrearlo. Además, se superponen los escenarios, puesto que Esteban mira fijamente al cielo (v.55) cuando todavía está siendo “juzgado” por el Consejo, antes de ser arrastrado fuera de la ciudad.
La visión de Esteban es difícil de interpretar, aunque muy fácil de entender. Los cielos abiertos, Jesús parado a la derecha del Padre, la gloria de Dios. La dificultad estriba en reconciliar esta imagen de Jesús parado junto al trono, en el lugar de la soberanía, con la expectativa del Hijo de David sentado a la diestra, en el Salmo 110. Algunos comentarios interpretan ese estar parado como indicativo de estar esperando al testigo que pronto será mártir, para acompañarlo al Padre; una función atribuida en Lucas 12:8 al “Hijo del Humano” (de nuevo un caso en que la traducción de anthropos por “hombre” confunde). En los evangelios, este título siempre está puesto en labios de Jesús. Es un título que pronto fue reemplazado por otros que hoy nos resultan más familiares (Cristo, Señor). De modo similar a Jesús mismo en la cruz, la respuesta de Esteban a la agresión de sus perseguidores y de las autoridades (los testigos están entre quienes lo apedrean) es la de ponerse a sí mismo y a ellos en manos de Jesús/Dios. Es el modelo del testigo, repitiendo, en el momento de su martirio, las mismas palabras que Jesús pronunciara antes de morir.
Sugerencias homiléticas
Hay circunstancias en las que una visión celestial se vuelve intolerable para la institución. Y la gran mayoría de nosotros/as somos parte de “la institución” (cualquiera que ella sea), la mantenemos, la alimentamos, la cuidamos… A menudo escucho críticas de miembros laicos de nuestras Iglesias, que creen que “los pastores (¿y las pastoras?) no trabajan, no se preparan, son vagos”. Frente a esto me pregunto (y aquí los y las invito a hacer lo mismo): ¿Qué testimonio estamos dando? ¿Nos amparamos y mantenemos instituciones inservibles, inhumanas, al estilo de las que condenaron a Jesús y apedrearon a Esteban, porque nos resultan cómodas, porque no nos ponen horarios, nos permiten viajar, nos pagan los servicios, nos dejan sacar de la ofrenda para gastos que no son estrictamente laborales? (acá podríamos enumerar otros privilegios). A veces sospecho que sí. ¿Cuántos y cuántas de nosotros/as estamos dispuestas/os a revisar las dinámicas institucionales aun si ello significa perder privilegios? Sospecho que pocos/as.
La misma crítica se puede ejercer con respecto a miembros laicos, varones y mujeres, que están en condiciones laborales y sobre todo, condiciones de privilegio, similares a las de los y las clérigos. Para poner un ejemplo que conozco, gente empleada por la Iglesia en cargos administrativos. Los ejemplos abundan y cada cual tendrá propios.
La sugerencia para este domingo es, por una parte, preguntarnos hasta dónde las personas que escuchamos este texto, este domingo, sentadas en los bancos o las sillas de una Iglesia, estamos involucradas en las instituciones que no pueden soportar una visión celestial que las cuestione y las enfrente con la realidad. Hasta dónde, si hubiéramos estado en el escenario que nos pinta Lucas, no hubiéramos tomado una piedra. Hasta dónde no hubiéramos gritado y no nos hubiéramos tapado los oídos para no escuchar “blasfemias”. Estos pasos son muy importantes para no caer en el maniqueísmo de “ellos fueron malos, yo soy bueno/a”.
Indudablemente, Esteban eligió ser fiel a la visión, aunque esto le costara la vida. Eligió el martirio, el testimonio, porque tenía una visión celestial. Antes de la visión, tenía fe. Tenía la certeza de que el Hijo del Humano dará testimonio ante el Padre de quien aquí dé testimonio de Jesús (Lucas 12:8). Podríamos elegir otros textos, como “quien pierda su vida por causa de Jesús y del Evangelio, la ganará, pero quien quiera aferrarse a su vida, la perderá”.
Tenemos muchas más oportunidades de elegir, como eligió Esteban, que las que nos imaginamos. A menudo no son decisiones tan dramáticas, pero no por eso son menos importantes.
NOTA: para la preparación de estos EEH fueron especialmente útiles: Leo O’Reilly, Word and Sign in the Acts of the Apostles. A Study in Lucan Theology. Analecta Gregoriana, Pontificia Università Gregoriana, Roma, 1987; Robert C. Tannehill, The Narrative Unity of Luke-Acts. A Literary Interpretation. Vol. 2: The Acts of the Apostles. Minneapolis, Fortress, 1990; J. Roloff, Hechos de los Apóstoles, Madrid, Cristiandad, 1984; José Comblin, Atos dos Apóstolos, Vol. I: 1-12, Editora Vozes, Imprensa Metodista – Editora Sinodal, 1987; Hans Conzelmann, Acts of the Apostles, Philadelphia, Hermeneia, Fortress, 1987.
Análisis del texto
No siempre la palabra de Dios, como fruto del Espíritu (el tema de los domingos anteriores) dio los resultados esperados de 3000 personas bautizadas y sobre todo, personas convertidas a Cristo. Nuestro texto de este domingo es uno de los ejemplos lucanos de cuando esa Palabra no logra romper la costra que recubre al “corazón” y no logra llegar a éste. En la antropología bíblica, el corazón es el sitio de las decisiones, no del enamoramiento. La palabra de Dios que, en el día de Pentecostés logró hacer a unos/as muy valientes y a otros/as muy contritos/as, de modo que preguntaron “¿Qué debemos hacer?”, esa palabra no logró convencer al Consejo que enfrentó a Esteban, ni a la multitud que acompañó el proceso, de que lo que decía era de Dios: “Sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él” (Hch 7:54). Por eso gritan fuerte y se tapan los oídos, para no escuchar blasfemias (v. 57).
Esta narración mezcla elementos propios de un juicio, tales como el Consejo y los testigos que luego apedrean a Esteban, con elementos propios de un linchamiento por parte de una multitud, tales como abalanzarse sobre él al no gustarles sus palabras, arrastrarlo fuera de la ciudad y comenzar a apedrearlo. Además, se superponen los escenarios, puesto que Esteban mira fijamente al cielo (v.55) cuando todavía está siendo “juzgado” por el Consejo, antes de ser arrastrado fuera de la ciudad.
La visión de Esteban es difícil de interpretar, aunque muy fácil de entender. Los cielos abiertos, Jesús parado a la derecha del Padre, la gloria de Dios. La dificultad estriba en reconciliar esta imagen de Jesús parado junto al trono, en el lugar de la soberanía, con la expectativa del Hijo de David sentado a la diestra, en el Salmo 110. Algunos comentarios interpretan ese estar parado como indicativo de estar esperando al testigo que pronto será mártir, para acompañarlo al Padre; una función atribuida en Lucas 12:8 al “Hijo del Humano” (de nuevo un caso en que la traducción de anthropos por “hombre” confunde). En los evangelios, este título siempre está puesto en labios de Jesús. Es un título que pronto fue reemplazado por otros que hoy nos resultan más familiares (Cristo, Señor). De modo similar a Jesús mismo en la cruz, la respuesta de Esteban a la agresión de sus perseguidores y de las autoridades (los testigos están entre quienes lo apedrean) es la de ponerse a sí mismo y a ellos en manos de Jesús/Dios. Es el modelo del testigo, repitiendo, en el momento de su martirio, las mismas palabras que Jesús pronunciara antes de morir.
Sugerencias homiléticas
Hay circunstancias en las que una visión celestial se vuelve intolerable para la institución. Y la gran mayoría de nosotros/as somos parte de “la institución” (cualquiera que ella sea), la mantenemos, la alimentamos, la cuidamos… A menudo escucho críticas de miembros laicos de nuestras Iglesias, que creen que “los pastores (¿y las pastoras?) no trabajan, no se preparan, son vagos”. Frente a esto me pregunto (y aquí los y las invito a hacer lo mismo): ¿Qué testimonio estamos dando? ¿Nos amparamos y mantenemos instituciones inservibles, inhumanas, al estilo de las que condenaron a Jesús y apedrearon a Esteban, porque nos resultan cómodas, porque no nos ponen horarios, nos permiten viajar, nos pagan los servicios, nos dejan sacar de la ofrenda para gastos que no son estrictamente laborales? (acá podríamos enumerar otros privilegios). A veces sospecho que sí. ¿Cuántos y cuántas de nosotros/as estamos dispuestas/os a revisar las dinámicas institucionales aun si ello significa perder privilegios? Sospecho que pocos/as.
La misma crítica se puede ejercer con respecto a miembros laicos, varones y mujeres, que están en condiciones laborales y sobre todo, condiciones de privilegio, similares a las de los y las clérigos. Para poner un ejemplo que conozco, gente empleada por la Iglesia en cargos administrativos. Los ejemplos abundan y cada cual tendrá propios.
La sugerencia para este domingo es, por una parte, preguntarnos hasta dónde las personas que escuchamos este texto, este domingo, sentadas en los bancos o las sillas de una Iglesia, estamos involucradas en las instituciones que no pueden soportar una visión celestial que las cuestione y las enfrente con la realidad. Hasta dónde, si hubiéramos estado en el escenario que nos pinta Lucas, no hubiéramos tomado una piedra. Hasta dónde no hubiéramos gritado y no nos hubiéramos tapado los oídos para no escuchar “blasfemias”. Estos pasos son muy importantes para no caer en el maniqueísmo de “ellos fueron malos, yo soy bueno/a”.
Indudablemente, Esteban eligió ser fiel a la visión, aunque esto le costara la vida. Eligió el martirio, el testimonio, porque tenía una visión celestial. Antes de la visión, tenía fe. Tenía la certeza de que el Hijo del Humano dará testimonio ante el Padre de quien aquí dé testimonio de Jesús (Lucas 12:8). Podríamos elegir otros textos, como “quien pierda su vida por causa de Jesús y del Evangelio, la ganará, pero quien quiera aferrarse a su vida, la perderá”.
Tenemos muchas más oportunidades de elegir, como eligió Esteban, que las que nos imaginamos. A menudo no son decisiones tan dramáticas, pero no por eso son menos importantes.
NOTA: para la preparación de estos EEH fueron especialmente útiles: Leo O’Reilly, Word and Sign in the Acts of the Apostles. A Study in Lucan Theology. Analecta Gregoriana, Pontificia Università Gregoriana, Roma, 1987; Robert C. Tannehill, The Narrative Unity of Luke-Acts. A Literary Interpretation. Vol. 2: The Acts of the Apostles. Minneapolis, Fortress, 1990; J. Roloff, Hechos de los Apóstoles, Madrid, Cristiandad, 1984; José Comblin, Atos dos Apóstolos, Vol. I: 1-12, Editora Vozes, Imprensa Metodista – Editora Sinodal, 1987; Hans Conzelmann, Acts of the Apostles, Philadelphia, Hermeneia, Fortress, 1987.